TABOR, MONTE
El monte llamado en hebreo T. (en griego Thabor y también Itabyrion; en árabe:
Gebet- el Tur), de dudosa etimología, se encuentra en Israel, en la Baja
Galilea, a unos 10 Km. al sudeste de Nazaret (v.), en el ángulo nordeste de la
gran llanura de Esdrelón o Yezrael. Como un cono truncado se eleva solitario y
majestuoso a 562 m. sobre el nivel del mar, a unos 300 sobre el terreno
circundante, y a unos 770 m. sobre la superficie del vecino lago de Tiberíades.
Llama la atención por su graciosa silueta redondeada, su situación pintoresca,
la notable vegetación de sus laderas, cubiertas siempre de encinas, lentiscos,
arbustos y plantas montaraces, y en primavera, de lirios y azucenas, y, en fin,
por el hermoso panorama que se divisa desde su cima, uno de los más interesantes
de toda Palestina.
Ha sido el T. a lo largo de los siglos testigo mudo de muchas históricas
batallas, y por sus flancos ha visto desfilar durante milenios largas caravanas
de camellos, que, siguiendo la via maris, constituían el más importante tráfico
comercial entre Mesopotamia y Egipto. El historiador Polibio cuenta que Antíoco
III (v.) tomó esta montaña con una hábil estrategia, cuando se dirigía el año
218 a. C. contra Egipto, e hizo en ella fortificaciones. Flavio Josefo,
encargado de la defensa de Galilea contra los romanos, construyó un muro en la
cima del T., cuyos restos se conservan todavía, pero esto no fue obstáculo para
que los soldados de Vespasiano (v.) en el 67 d. C. se hicieran dueños con
facilidad de la montaña. Según el Talmud judío, el T. era una de las montañas de
señales luminosas con fuego, destinadas a transmitir la noticia del comienzo de
la neomenia o nuevo mes, que se comunicaba desde el monte de los Olivos (v.) de
Jerusalén.
El Tabor en la Biblia. Es citado bastantes veces en los libros del A. T.
En este monte confluían los límites de los territorios asignados a las tribus
norteñas de Isacar, Neftalí y Zabulón (cfr. los 19,12.22.34). Tenía para esas
tribus un carácter sagrado y en él se reunían a ofrecer sacrificios (cfr. Dt
33,19). El profeta Oseas (v.) fustiga ese culto, porque, sin duda, en su tiempo
no era sólo cismático, sino también idolátrico (cfr. Os 5,1). En la época de los
Jueces, Barac, asesorado y animado por la profetisa Débora, concentra y oculta
en las laderas del T. a 10.000 israelitas, a los que inesperadamente lanza
contra los cananeos, que a las órdenes de Sísara ocupaban la llanura con sus
carros de combate, y obtiene sobre ellos una gran victoria (cfr. Idc cap. 4 y
5). Posteriormente, cuando por temor a los madianitas y amalecitas se refugian
los israelitas en las cuevas de las montañas, mueren algunos en el T. juntamente
con los hermanos de Gedeón (cfr. Idc 6,2; 8,18-19). El salmista, al exclamar:
«El Tabor y el Hermón saltan, cuando oyen tu nombre» (Ps 89,13), ve simbolizadas
en esos dos montes todas las montañas de la tierra. Y Jeremías ve que
Nabucodonosor descuella entre sus enemigos como el T. entre las pequeñas
colinas: «Como el Tabor entre los montes y el Carmelo junto al mar vendrá» (ler
46,18).
En los libros del N. T. nunca aparece el nombre del T., pero una tradición
constante desde Orígenes en el s. III y sin rival contraria (cfr. PG 12,1513),
que localiza en el T. la Transfiguración del Señor, le ha dado una celebridad
extraordinaria (hoy bastantes exegetas modernos se inclinan al margen de la
tradición por el Hermón) (V. TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS). La exploración
arqueológica ha puesto de manifiesto la existencia de un santuario en el s. Iv o
v, que algunos testimonios antiguos atribuyen a S. Elena (así como la
construcción de una monumental escalera de 4.340 peldaños, para subir al monte,
de la cual no parece haber restos).
Santuario del Tabor. La historia del T. en la época cristiana es la
historia de su célebre santuario, visitado por incontables peregrinos en el
correr de los siglos. El Conc. V de Constantinopla en 553 erigió un Obispado en
el T., que atendiera a los numerosos monjes y ermitaños que allí se santificaban
en los siglos de la ocupación bizantina. El peregrino Arculfo en 670 nos ha
dejado una bella descripción del T. y de sus iglesias, y dice que «se levanta
allí un gran monasterio de monjes con numerosas celdas». Esta vida monacal fue
decayendo durante la ocupación musulmana. En el a. 808 atendían las iglesias del
T. sólo 18 monjes con el obispo Teófanes.
Durante el reino latino de Jerusalén (1099-1187; v. LATINO, IMPERIO) el T.
conoció una época de gran esplendor. El jefe cruzado Tancredo, príncipe de
Galilea, estableció en el T. una comunidad de benedictinos en el a. 1001. Ésta
restauró el santuario de la Transfiguración y junto a él levantó un gran
monasterio, cuyo Abad tenía rango de Arzobispo. El monasterio, cuyas
impresionantes ruinas de dependencias monacales subsisten todavía, era una
verdadera fortaleza y es así como pudo resistir los ataques de las huestes de
Saladino en 1187. Desaparecido el reino latino y dispersos los benedictinos,
convirtió el sucesor de Saladino la cima del T. en inexpugnable fortaleza, para
intimidar a los cristianos, que todavía retenían Acre y parte de la costa
marítima. Inocencio III cita este hecho en el Conc. IV de Letrán como un motivo
más para promover la quinta Cruzada. El 3 dic. 1217 unos 15.000 nuevos cruzados
intentaron el asalto a la fortaleza del T., pero sin éxito. Sin embargo, el
mismo Sultán constructor inesperadamente mandó desmantelarla al año siguiente,
para no provocar nuevos ataques de los cristianos. Aprovechando la tregua de
Federico I I (1229-39), otras comunidades religiosas sé establecieron en el T.,
restauraron sus ruinas y atendieron a los peregrinos, hasta que en 1266 las
tropas del egipcio Bibars destruyeron sistemáticamente todos sus edificios
religiosos, haciendo imposible durante seis siglos toda presencia cristiana en
el Tabor.
La espléndida planicie de la cima (1.200x400 m.) está dividida hoy casi en
partes iguales; el lado norte lo ocupan los griegos ortodoxos, que guardan la
iglesia de S. Elías y la cueva de Melquisedec. La parte sur es propiedad de la
Custodia Franciscana de Tierra Santa, que con sacrificios de todo género ha
conservado para la Iglesia católica ese santuario, digno de veneración. En 1924
se inauguró la grandiosa Basílica, que conserva la cripta bizantina, obra de A.
Barluzzi.
BIBL.: VIGOUROÜX, Tabor, en DB, V, 2135-2141; M. MIGUENS, Palestina Sagrada, Jerusalén 1960, 160-163; D. BALDI, Guida de Terra Santa, Turín 1963, 393-396; P. ABEL, Geographie de la Palestine, 1, 2 ed. París 1933, 353-357; B. MEISTERMANN, Le mont Thabor, notices historiques et descriptions, París 1900.
M. LAGUARDIA GAITAN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991