SOCIAL-DEMOCRACIA


La s. d. es una rama del actual socialismo (v.), cuya característica fundamental es el intento de armonizar los principios y preocupaciones socialistas (socialización, estatismo, colectivismo) con los del sistema democrático liberal (pluripartidismo, libertades, parlamentarismo, derecho a la oposición). Viene a constituir, dentro de la historia del socialismo, una oposición al comunismo (v.), es decir, al socialismo de tipo totalitario y dominado por el dogmatismo marxista.
     
      Señalemos, para evitar confusiones, que el término s. d. debe ser distinguido de la expresión democracia social, que alude a la aplicación del principio democrático de la participación a grupos sociales distintos del Estado, singularmente a las empresas (consejos obreros, comités de fábrica, cogestión o autogestión).
     
      Origen y evolución. Este movimiento está ya anunciado en las mismas raíces y preocupaciones del socialismo: un afán de promover el estatismo o colectivismo, justificado por una retórica justicia social, reducida a cuestiones económicas, y en continuidad con la Revolución francesa, sin negar las libertades e igualdad formales de ésta; se busca, pues, una democracia formal completada con el fin social. Así aparece, en general, en los utopistas como Saint Slmon (v.), Fourier (v.), Owen (v.), Blanc (v.), Lassalle (v.), etc. Ese sesgo humanista del primitivo socialismo quedó desvirtuado y negado por el marxismo. Se discute si Marx (v.) fue demócrata o no; pero la lectura del Manifiesto comunista (donde la conquista de la democracia significa sólo la conquista del poder burgués), sus alusiones breves pero rotundas a la dictadura del proletariado, el carácter de la 1 Internacional (v.), en la que Marx tanto influyó, y el mismo temperamento personal y conducta del autor de Das Kapital, no dejan lugar a dudas sobre la necesidad de llegar a una respuesta negativa. De eso se infiere que, en general, la s. d. va a suponer siempre una oposición o desviación mayor o menor del marxismo ortodoxo.
     
      Salvo en el caso del laborismo inglés, que tiene historia propia, fue desde 1870 y 1880 (fracaso de la Commune parisina y de la I Internacional), y más concretamente desde el último decenio del s. XIX, cuando se produjo la separación doctrinal y organizativa de la s. d. respecto de los grupos rígidamente marxistas. Es cierto que entonces los partidos socialistas no tenían inconveniente en llamarse socialdemócratas, aunque estuvieran dominados por los marxistas -como el alemán de K. Kautsky (v.) y el ruso de Lenin (v.)-; pero el calificativo, o era puramente verbal, o quería aludir sólo a las intenciones sociales (económicas) de los programas, más que a la forma (democrática) de imponerlos. De todas formas, y aunque la ruptura hunda sus raíces en esos años, el momento decisivo que trae consigo el nacimiento de la s. d. contemporánea se sitúa en la segunda decena del s. XX, con la expulsión de los mencheviques del partido socialdemócrata ruso (Congreso de Praga, 1912), los congresos socialistas de Zimmerwald y Kienthal de 1915 y 1916, que perfilan el carácter duro e intransigente del ala izquierda y, sobre todo, la creación del partido comunista ruso, que vuelve así a la terminología del famoso Manifiesto de 1848.
     
      Desde entonces, todo el movimiento socialista presencia el enfrentamiento entre los partidarios de Moscú y los contrarios a sus consignas, que forman un ala moderada próxima a la izquierda burguesa. Esto ha de ser la social democracia. Como ya dijo E. Bernstein (v.) definiendo así la s. d., la democracia es condición del socialismo, no como simple medio, sino también como su sustancia. Más tarde el austriaco Otto Bauer podrá oponer el socialismo burocrático tipo ruso y el socialismo democrático, basado en la administración autónoma del pueblo. El movimiento socialdemócrata se fue perfilando durante la época que media entre las dos guerras, para alcanzar su climax después de 1945.
     
      Como dos grandes muestras de lo que representa ahora la s. d. pueden citarse el laborismo inglés, que tras su derrota en 1951 no pensó ni remotamente conservar el poder por medios antidemocráticos, y, de otro lado, la declaración de Bad Godesberg de la s. d. alemana, que pone el acento en la búsqueda del libre desarrollo de la personalidad, colaboración con todos, oposición a la dictadura del proletariado y a la lucha de clases, patrocinio de la libertad de consumo y trabajo y de la existencia de la pequeña y media propiedad; es decir, que intenta aparecer como partido del pueblo y no de clase. Fenómenos idénticos, aunque menos aparatosos, habían tenido ya lugar en los países escandinavos, en Bélgica, en Francia, en Italia (separación de la s. d. y un partido socialista, más próximo a los comunistas). Es de notar que ahora incluso se supera el clásico revisionismo para manifestar más explícitamente la ruptura con el marxismo.
     
      El laborismo inglés. En el panorama histórico que hemos trazado hemos tenido presente a la mayoría de los partidos socialdemócratas, que nacen, como hemos dicho, de una escisión de un primitivo tronco socialista de cuño marxista, de modo que la historia de gran parte de la s.-d. es la historia de esa separación más o menos neta del marxismo. Caso aparte -y así lo hemos advertido-es el de uno de los exponentes más claros y abiertos de lo que significa la s.-d.: el laborismo inglés, que nunca se dejó dominar por el marxismo. Su raíz está en la Sociedad fabiana (1884), de la que formaron parte personajes como los esposos Webb, Bernard Shaw (v.), H. G. Wells (v.), etcétera. Como los posibilistas franceses de entonces y más tarde los revisionistas alemanes de Bernstein, creen en la democracia parlamentaria; pero consideran que sus aspiraciones de reforma social son incompatibles con la conducta del partido liberal manchesteriano.
     
      A principios del s. XX, y sobre esa base, se creó el Labour Party (existió antes otro pequeño en Escocia), que en la Conferencia de Hull, 1908, se declaró partidario de la socialización de los medios de producción, distribución y cambio. En 1910 había obtenido ya 40 diputados. Su posición se afianza en el programa de 1918 y, pese al colectivismo estatal declarado, se liga al movimiento sindical de los trade unions, al cooperativismo y al guildismo. Nunca se abandonará la idea del juego limpio parlamentario, como lo demuestra el nombramiento y cese del Gobierno de MacDonald.
     
      Fecha decisiva en su historia y evolución ha de ser la de la gran victoria electoral de 1945, que llevó al Parlamento una fuerte mayoría con el firme propósito de realizar su socialismo. Pero el resultado fue un gran fracaso. Aparte del fracaso económico (cfr. J. Messner, El experimento inglés del socialismo, Madrid 1959), se dio una grave frustración ideológica. Los ingleses llevaban medio siglo seducidos por las declamaciones fabianas (V. FABIANISMO) sobre el paraíso socialista, estatista o colectivista, como remedio de todos los males, y esa ilusión se vio dañada por la experiencia. De todas formas los laboristas han vuelto a obtener triunfos electorales que les han llevado al poder en 1964 y en 1974 (V. GRAN BRETAÑA, II y IV).
     
      Estado actual. En la actualidad la s. d., aunque ejerza el gobierno en diversos países, en cuanto idea-fuerza, en cuanto ideología, ha perdido mucha influencia. El entusiasmo de otro tiempo (con cierto sesgo materialista, pero idealista, al fin y al cabo) ha sido sustituido por la resignada aceptación de la política socialista como técnica de aumentar la producción, olvidando los valores morales. Se ha abandonado el pensamiento de crear una cultura específicamente social y se aceptan la indumentaria, el modo de vida, las modas, etc., que trae consigo la sociedad de consumo. Tan interesante o más que ese giro de la s. d. desde la «cultura» a la «técnica» es la honda transformación experimentada justamente en ese mismo plano de la técnica de producción.
     
      Supuesto que el socialismo (v.) acaba por convertirse en mero colectivismo (v.), la actitud actual de la s.-d., dentro de los movimientos nacionales organizados, denuncia una clara y realista renuncia a la panacea colectivizadora. La idea está ya en Norman Thomas, el jefe socialista norteamericano: «Quizá el socialismo debe dedicar más importancia a la forma en que la renta nacional se divide entre el pueblo que a la promoción de la propiedad pública» (El socialismo humanista y el futuro). Tal ha sido la reacción de los dirigentes ingleses tras el fracaso de su experiencia de 1945 (Gaitskell, etc.), de los socialdemócratas alemanes tras la resolución de Bad Godesberg, lo mismo que la de los franceses e italianos no comunistas. Se abandona el dogmatismo del medio necesario para lograr el socialismo (la colectivización o estatificación) y se vuelve más al fin último perseguido: la justicia social.
     
      Ese abandono de los ideales culturales y esa renuncia a sus medios de acción económica para reducirse a formas de intervencionismo intenso han llevado a preguntarse si la s. d. sigue existiendo o si tiende a confluir en un liberalismo o radicalismo de izquierda o materialista. J. K. Galbraith (v.) ha podido decir que el socialismo ha llegado (en sus formas democráticas) a significar meramente gobierno por socialistas que han aprendido que el socialismo, tal como se entendía antiguamente, es irrealizable. Sobre el juicio que desde la doctrina social cristiana cabe dar sobre la s.-d., v. SOCIALISMO III.
     
      V. t.: SOCIALISMO; CAPITALISMO; DEMOCRACIA.
     
     

BIBL.: C. R. ATTLEE, Hacia una nueva estructura social, Barcelona 1946; L. BONET, El partido laborista: presente y futuro, Barcelona 1964; M. I. COLÉ, The story of Fabian Socialism, Stanford (California) 1961; B. DE JOUVENEL, Problémes de l'Angleterre contemporaine (ou 1'échec d'une expérience), París 1947; H. WILSON, Que veulent les travaillistes?, París 1965; G. PERTICONE, Storia del Socialismo, Roma 1946; H. BOURGIN, Les Systémes socialistes, París 1923; G. D. H. COLÉ, A History of Socialist Thought, 5 vol., Londres 1953-60; C. LANDAUER, European socialism, 2 vol., Berkeley (California) 1959; A. ROMANO, Storia del movimento socialista in Italia, 3 vol., Roma 1954-56; J. MESSNER, La cuestión social, Madrid 1960.

 

A. PERPINÁ RODRÍGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991