Santidad. Hagiografía: los Santos Del Cielo.
 

1. Noción de santo. Cuando hoy empleamos la palabra santo lo hacemos en sentido estricto para designar a una persona que se encuentra ya en el Cielo gozando de la visión beatífica (v. CIELO III, 4). Dentro de esa gran multitud, hay muchos santos que no han sido objeto de declaración oficial de que lo sean (los que son conmemorados el 1 de noviembre; v. SANTOS, FIESTA DE TODOS LOS), y otros sobre los que la Iglesia, por uno u otro procedimiento, ha declarado que están en el Cielo (han sido objeto de una «canonización», v.). En un sentido más amplio se dice también de una persona que es santa cuando aún está en la tierra, si de su manera de proceder y de su íntima y habitual unión con Dios puede colegirse que irá al Cielo a su muerte (v. IV; y así se dice de éste o aquél que son «santos» por su continua práctica de las virtudes). Es, pues, santo, o el que está ya en el Cielo gozando de la visión beatífica, o el que en la tierra por la unión con Dios nacida de la virtud de la religión llega a la práctica habitual de todas las virtudes y da testimonio de su fe.

2. Historia. Como mostró magistralmente Leclercq, la noción de s. nace en la Antigüedad clásica para ser aplicada a ciertos lugares, delimitados y cerrados para evitar una profanación, después de que la divinidad se ha manifestado en ellos. De la idea de inviolable se pasó a la de venerable, y de los lugares a las personas, aplicándose a aquellas en las que la divinidad parecía manifestarse de alguna manera (reyes, poetas, filósofos...), o, finalmente, a quienes eran eminentes por sus virtudes públicas o privadas.
El culto (v.) a los santos no es una excepción en la pedagogía gradual utilizada por Dios en los Libros Sagrados. También en este tema se va de unos indicios en los primeros libros a una formulación nítida en los últimos escritos apostólicos. La oración de los santos en la tierra es eficaz, se lee en el Pentateuco. En el tiempo de los reyes y de los profetas se va haciendo elemento de la oración oficial. Los libros sapienciales y los hagiógrafos recomiendan la imitación de los santos de Israel a la vuelta del exilio. En los últimos tiempos antes de Jesucristo se ponderan algunos casos de intercesión de los santos, y se hace el elogio de ellos para alentar la confianza del pueblo.
El N. T. presenta trazas de veneración a los santos del Antiguo, que se manifiesta de una manera especial en el episodio de la Transfiguración de Jesús (v.). Aparecen también muy en primer término los Apóstoles, estrechamente unidos a Cristo, y los mártires, que dan testimonio de, su doctrina. Lo así esbozado en el Evangelio aparece mucho más desarrollado en los diversos escritos apostólicos y culmina en el Apocalipsis de S. Juan (v. II).
En la Iglesia naciente se registra esa triple veneración por la Santísima Virgen, los Apóstoles y los mártires (v.). Cuando el martirio, con el cese de las persecuciones (v.), se hace raro, se recurre al testimonio equivalente de la «confesión» por medio de una vida ejemplar, o de la virginidad. Queda así sólidamente instalado el culto a los santos, común a todas las Iglesias orientales y occidentales, que había de ser pacífico hasta la aparición del protestantismo. Ratificado por el Trento (v.), el culto a los santos recibe una cumplida explicación en el Conc. Vaticano II (v.), donde se proclamó que «de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas», porque «las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y propone ejemplos oportunos a la imitación de las fieles» (Const. Sacrosanctum Concilium, 111). Pero la descripción más completa y acabada de la doctrina católica sobre el culto de los santos se encuentra en la Const. dogmática Lumen gentium, 49-52, en la que, basándose en la unidad de la Iglesia que peregrina en este mundo con la formada por los que ya salieron de él (v. coMUNIóN DE LOS SANTOS) se resalta «el consorcio vital con nuestros hermanos que están en la gloria celestial o aún están purificándose después de la muerte», confirmando lo dispuesto en los Conc. Niceno II, Florentino y Tridentino. El auténtico culto a los santos no consiste, según el Concilio, «tanto en la multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de un amor práctico por el cual, para el mayor bien nuestro y de la Iglesia, buscamos en los santos el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su intercesión» (no 51).
No desconoce el Concilio la existencia de «abusos, excesos o defectos» que se han podido introducir, y encarga «a todos aquellos a quienes- corresponde que... restauren todo conforme a la mejor alabanza de Cristo y de Dios... porque si se considera el trato con los bienaventurados en la plena luz de la fe, lejos de atenuar el culto latréutico debido a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, más bien lo enriquece ampliamente» (no 51) (V. CULTO III).

3. La declaración jurídica de santidad. Como ha quedado indicado, el santo no es jurídicamente tal mientras no ha sido objeto de un acto formal declaratorio llamado canonización (v.) y que en la disciplina actual va necesariamente precedido de otro, autorizando un culto particular y limitado, que se llama beatificación (v.). Las exigencias jurídicas para la canonización son múltiples y se encuentran descritas con gran cuidado en el CIC, si bien la Iglesia ha suavizado algunas de las disposiciones, excesivamente complicadas, con el Motu proprio Sanctitas clarior, de 9 mar. 1969, que reforma y simplifica el procedimiento en las causas de canonización, y que ha empezado ya a ser aplicado.
También la misma ceremonia de la canonización ha experimentado algunas simplificaciones. El mismo día en que tiene lugar, se promulga un documento papal, en forma de Bula, que contiene un brevísimo resumen de la vida del nuevo santo, señala las etapas por las que ha pasado la causa, y termina insertando la fórmula definitoria de la canonización, que a juicio de gran número de teólogos supone un acto de la infalibilidad papal (v. MAGISTERIO ECLESIÁSTICO, 4; PROCESOS CANÓNICOS II).

4. Aspecto dogmático. Siempre ha formado parte de la conciencia de la Iglesia, desde sus orígenes, el dogma de la Comunión de los santos (v.), con la consiguiente relación (culto, intercesión) entre los cristianos de la, tierra y los santos del cielo. «La unión de los viadores con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna 'manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, 49).
Las comunidades orientales separadas han mantenido esta fe. Las objeciones que cátaros (v.) y valdenses (v.) habían levantado contra el culto fueron recogidas, después de algunas vacilaciones, por los protestantes, que terminaron por oponerse radicalmente a toda forma de veneración de los santos. Surgió así una controversia en la que S. Pedro Canisio (v.), S. Roberto Belarmino (v.), el P. Francisco Suárez (v.), Natal Alejandro y otros muchos autores de la contrarreforma (v.) subrayaron con fuerza el fundamento teológico del culto a los santos (v. CANONIZACIÓN, 3). La controversia se centraba sobre la legitimidad de una intercesión distinta de la que Jesucristo ejercita ante el Padre y en el temor de que el honor debido a Dios fuese amenguado por el culto a los santos. La dogmática católica puso de relieve lo infundado de esos temores: la intercesión de los santos es subordinada a la de Cristo y basada en los méritos de su Pasión y Muerte, y ordena al hombre hacia Dios, fin último y radical de todo.
Más modernamente se ha intentado también presentar el culto a los santos como una supervivencia o una adaptación del culto pagano a los dioses. Así en 1907 el libro de E. E. Nourry, publicado con el seudónimo de P. Saintyves, Los santos, sucesores de los dioses, produjo mucho ruido, superior a su contenido científico, originando una fuerte controversia. La investigación histórica demuestra lo falso de esa acusación: los cristianos han tomado en alguna ocasión, para expresar su culto a los santos, fórmulas cultuales provenientes de la cultura en que vivían, pero sin que por eso se produjera confusión ninguna, y manteniendo clara la inspiración cristiana.

5. Los santos en la liturgia. La intercesión de los santos aparece claramente en el culto oficial de la Iglesia. Se les invoca en el acto penitencial con que comienza la Misa, en el Confiteor recitado en el Oficio divino, dentro de la plegaria eucarística, etc. Por otra parte en los acontecimientos más solemnes, se recurre a las letanías (v.), súplicas breves y apremiantes elevadas a Dios por medio de los santos. Estas letanías revisten en ciertos casos un rito peculiarísimo y único, que sólo entonces se emplea: la postración. Así durante las ceremonias de la ordenación sacerdotal y episcopal, o en la bendición del abad o la abadesa, los interesados se postran sobre su faz, tendidos en el suelo, y sobre ellos caen una a una las invocaciones de las letanías. Estas mismas letanías resuenan en la noche de Sábado Santo, en las rogativas, en el rito de la recomendación del alma y en otras ocasiones.
En el año litúrgico (v.), además del «propio del tiempo» que gira alrededor de la Pascua y conmemora las fiestas del Señor, tenemos el «propio de los santos», o sea, el conjunto de fiestas que tienen un día fijo en el calendario (v.) eclesiástico. Este propio ha sido objeto de una revisión en 1969, procurando llevar las fiestas de los santos al día de su muerte, o sea, al de su nacimiento para el Cielo, y evitando que coincidan con los «tiempos fuertes» litúrgicos.
El culto a los santos se manifiesta también en el de las reliquias (v.) e imágenes (v.), defendidos ambos valientemente por la Iglesia frente a los protestantes y a los iconoclastas (v.).

6. Clasificación de los santos. Desde antiguo se ha intentado una clasificación de los santos. Ya en el Te Deum (v.), que se remonta al s. Iv, hallamos huellas de esta distribución: «Te alaba el coro glorioso de los apóstoles, el laudable conjunto de los profetas y el blanco ejército de los mártires». Todavía no había encontrado lugar el culto a los confesores y a las vírgenes. La liturgia de la fiesta de Todos los Santos (v.), en su antífona de primeras vísperas, da una distribución semejante, aunque más completa. Las letanías de los santos siguen la pauta del común, agrupándolos por el orden que les asigna la liturgia. Y esa clasificación en ángeles, apóstoles, mártires, pontífices, doctores, confesores, vírgenes y no vírgenes se conservó hasta nuestros días. La reforma litúrgica consecuencia del Conc. Vaticano II ha dado la siguiente clasificación:
a) Ángeles (v.): la Iglesia celebra su fiesta, recogiendo los datos esparcidos a todo lo largo de la Sagrada Escritura. Algunos ángeles son honrados por su nombre (S. Gabriel, S. Miguel y S. Rafael, v.) y una fiesta especial está dedicada a los ángeles custodios (V. ÁNGELES III). Forman parte del orden sobrenatural y por eso los fieles son invitados a encomendarse a ellos para «ser siempre defendidos con su protección y poder gozar eternamente de su compañía».
b) Apóstoles (v.): fueron objeto de culto desde los tiempos más remotos. La liturgia actual les dedica dos prefacios en que se les presenta como pastores del pueblo de Dios y como fundamento y testimonio de nuestra fe.
c) Pastores: el antiguo común de Pontífices ha sido recientemente pormenorizado, sacando del de confesores a los presbíteros, y quedando esta categoría integrada por los Papas, los Obispos, los sacerdotes y los misioneros santos; una especial categoría, nueva en la liturgia, se atribuye a los santos fundadores de iglesias.
d) Mártires (v.): el culto antiguo a ellos ha sido corroborado, con abundante formulario y un prefacio propio en que se subraya el martirio como signo y ejemplo.
e) Doctores: se trata de aquellos santos que a la ejemplaridad de vida unieron la abundancia de doctrina, influyendo grandemente en la Iglesia universal (V. DOCTOR DE LA IGLESIA).
f) Vírgenes: también con arreglo a una larguísima tradición son objeto de culto especial, atribuyéndoseles en el nuevo prefacio el tradicional carácter de anticipación del Reino de los cielos (V. VÍRGENES PRIMITIVAS; VIRGINIDAD).
g) Santos en general: es decir, todos los no incluidos en algunas de las categorías precedentes.

7. Literatura hagiográfica. Pero la intercesión y la imitación de los santos supone que éstos sean conocidos. De aquí que desde los mismos orígenes de su culto haya existido entre los fieles la preocupación por estar al tanto de la vida y virtudes de los santos. Se inició así una literatura especial, que suele llamarse hagiográfica. Las Actas de los mártires (V. ACTA MARTYRUM) ofrecían tipos diferentes. En unos casos eran los mismos cristianos los que contaban a otras comunidades el martirio que habían sufrido sus hermanos; así, p. ej., la carta escrita por los de Esmirna contando el martirio de S. Policarpo (v.) que ellos mismos habían presenciado el a. 155. Otras veces eran los protocolos oficiales del proceso, que los cristianos extraían, pagando a veces sumas considerables, de los archivos públicos; el valor objetivo de estas actas es extraordinario. Otras relaciones de martirio, también llamadas actas, son tardías y pierden mucho de su valor objetivo e histórico.
Surgió después la idea de recoger los nombres de los mártires en los «dípticos» de las iglesias locales. Pero como el nombre decía muy poco, se añadió un breve resumen de la vida y surgieron los martirologios o calendarios de lás diversas diócesis o provincias eclesiásticas. Así poseemos los llamados «Depositio Episcoporum y Depositio Martyrum de la Iglesia romana del a. 354 y el martirologio siriaco redactado en Nicomedia ca. el a. 400. Pero estos y otros textos similares fueron sustituidos por el conocido «Martirologio jeronimiano», erróneamente atribuido a S. jerónimo y compuesto ca. el a. 450, que se presentaba como relativamente completo (V. MARTIROLOGIO).
Como una ulterior etapa surgieron los «martirologios históricos», primer embrión de las «Leyendas de oro» o Flos sanctorum posteriores. Se trataba de una literatura de vidas de santos iniciada con la de S. Antonio, escrita por S. Atanasio a principios del s. IV, que fue imitada por todas partes y que llegó a tener su plena expansión en la Edad Media. Desgraciadamente esta expansión se hizo con frecuencia con falta de objetividad y sana crítica, a base de recoger lo más maravilloso y espectacular. En el s. X, Simeón Metafraste ofrece el primer Año cristiano, recogiendo de las bibliotecas de los monasterios e iglesias 126 biografías. Después han abundado las obras de este estilo, del que la más destacada es la de Jacobo de Vorágine, insigne dominico y obispo de Génova desde 1292, que fue conocida como la Leyenda de oro. Otras muchas se publicaron después.
El jesuita belga Heriberto Rosweyde (m. 1628) inició una labor de crítica planeando una obra general sobre Vidas de santos depuradas de leyendas. Pero el que dio la forma definitiva y comenzó la publicación en gran escala de esta obra trascendental para la hagiografía (v.) y la historia moderna fue el también jesuita P. Juan Bolland (m. 1655), de quien las Actas sanctorum (v.) recibieron el nombre de bolandos, y la institución por él fundada, y existente todavía en nuestros días, se denomina los bolandistas (v.). Recientemente la Univ. Lateranense ha publicado la importante Bibliotheca Sanctorum, bajo la dirección de F. Caraffa y G. Morelli, Roma 1961 ss. (12 vol.).
En España el primer Año cristiano lo publica el maestro Alfonso de Villegas en 1588 en Toledo. Sólo unos años después, en 1599, otro toledano, el P. Pedro de Ribadeneira (v.), imprimía un nuevo Flos sanctorum, que no excluía ya un cierto sentido crítico, que tuvo gran éxito y que incluso se tradujo al francés. Son innumerables las obras similares que después se imprimen, difundiéndose en muchos miles de ejemplares la traducción de Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año que el P. Isla hizo del original escrito por el P. Jean Croiset, y que apareció en Salamanca en 1754. El género literario sigue vigente y en nuestros días han publicado obras de recopilación de vidas de santos Pérez de Urbel, J. Leal, J. M. de Llanos, y un grupo de colaboradores en la Biblioteca de Autores Cristianos (L. de Echeverría, B. Llorca, Año Cristiano, 4 vol. 2 ed. Madrid 1966) (V. HAGIOGRAFÍA I).

V.t.: ACTA SANCTORUM; BEATIFICACIÓN; CANONIZACIÓN; CULTO III; HAGIOGRAFÍA; CIELO III, 4.


LAMBERTO DE ECHEVERRÍA.
 

BIBL.: La obra fundamental es la de Benedicto XIV De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione. La historia se encuentra en la monumental obra de los bolandistas Acta Sanctorum quotquot toto orbe coluntur vel a catholicis scriptoribus celebrantur, 67 vol. Bruselas, a partir de 1645. Es también fundamental la revista «Analecta Bolandiana» publicada desde 1882 por los mismos bolandistas y la Bibliotheca hagiographica, que en tres secciones vienen publicando. Notable por su densidad y documentación el artículo Saint del DACL, t. XV, col. 373-462, de H. LECLERCQ. Un resumen de todos los aspectos del culto a los santos se puede encontrar en la Introducción general del Alto Cristiano de L. DE ECHEVERRÍA y B. LLORCA, ed. BAC, 2 ed. Madrid 1966, 9-66; 67-71; J. DouILLET, ¿Qué es un santo?, Andorra HAGIOGRAFÍA.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991