Samuel, los Libros de Samuel
1. Nombre. Aunque no sea original, este título se ha
impuesto en la nomenclatura para los dos libros que en la Biblia preceden a los
libros de los Reyes (v.). En el texto hebreo, se llaman primero y segundo de S.;
así también en las Biblias modernas. La Vulgata (v. BIBLIA vi, 3) los llama
primero y segundo de Reyes, denominando tercero y cuarto de Reyes a los que
nosotros nombramos como primero y segundo de Reyes. La versión griega de los
Setenta (V. BIBLIA vi, 2) llama al conjunto -S. y Reyes- primero, segundo,
tercero y cuarto libros de los Reinos (V. BIBLIA I, 3).
La división del contenido en dos libros de S. es extrínseca a la misma obra y
puede deberse a razones prácticas, como, p. ej., su extensión (cfr. G. Auzou, o.
c. en bibl., 10, nota 2).
2. Autor y origen. Esta obra, como veremos después,
tiene unidad de fin y argumento y los episodios están ligados entre sí, a
excepción de los cuatro últimos capítulos. Si se hace una lectura detenida se
aprecia la desproporción que existe al narrar los episodios: algunos importantes
se exponen sucintamente, mientras otros insignificantes son descritos con
amplitud. Por otra parte, junto a narraciones maestras literariamente,
encontramos otras de poco valor. Estos libros, tal como los tenemos, piden un
periodo bastante largo de redacción, incorporando adiciones y retoques (cfr. L.
Arnaldich, Samuel, o. c. en bibl. VI, 459).
El autor de este escrito no es el propio Samuel. Su contenido abarca alrededor
de 120 años de historia, de la que no ha podido ser testigo S.; el libro
inspirado da noticia de la muerte de S. antes de la de Saúl (cfr. 1 Sam 28,3;
31,1-13). Posiblemente quedó el libro con el nombre de S. porque los Talmudistas
le atribuyeron su escritura. Sobre este punto no hay una verdadera tradición
cristiana (cfr. G. Bressan, Samuele, o. c. en bibl., 2 y 19).
3. Argumento y finalidad. A pesar del nombre, no es
S. el personaje central de estos libros; en extensión, sólo una tercera parte de
los capítulos tratan de Samuel. El argumento es la implantación de la monarquía
en Israel con Saúl (v.) y la consolidación de la misma con David (v.). En la
institución monárquica S. tiene un papel importante (v. 1, 5). Pero la figura
central, indiscutible, del escrito es David. Después del fracaso de Saúl, aquél
consigue dominar a los filisteos (v.) y establecer sólidamente su dinastía.
Pero, a través de estos hechos externos, Dios revela un designio más profundo:
la promes4 del Mesías (v.), descendiente de David. Dios afirmará su trono, que
durará siempre (cfr. 2 Sam 7,12-13). No es aquí donde por primera vez aparece la
promesa de un Mesías Salvador. Ya la encontramos en el Protoevangelio (v.; cfr.
Gen 3,15), en las bendiciones de Jacob (v.; Gen 49,8-10) y en los oráculos de
Balaám (v.; Num 24,17-18); pero la profecía del segundo libro de S. es un
eslabón importante en esta larga espera mesiánica hasta Cristo: desde ahora, la
esperanza mesiánica estará ligada indefectiblemente a la dinastía davídica.
Prueba de ello es la frecuencia con que en el N. T. se afirma que Jesús es el
Mesías descendiente de David; tres veces se hace referencia explícita a esta
profecía: Act 2,30; 2 Cor 6,18; Heb 1,5.
4. Contenido histórico. a) Como portada del libro,
se presenta a S. como fruto de la oración de su madre en el santuario de Silo
(v. I, 1). Los hijos de Helí, a causa de sus pecados, son rechazados del
sacerdocio, arrastrando consigo a su familia; Dios llama a su profeta S. para
anunciarles el castigo. El arca de Dios cae en manos de los filisteos; los hijos
de Helí mueren en la batalla; también muere el padre al tener noticia de la
captura del arca. Los filisteos son castigados por causa del arca y la devuelven
a Israel. Veinte años después, S. juzga a los israelitas en Masfa y los libera
de los filisteos (1 Sam 1-7).
b) Cuando es viejo, S. nombra jueces a sus hijos. Pero éstos no siguen sus
buenos ejemplos y el pueblo pide un rey como el que tienen los otros pueblos.
Por consejo de Yahwéh, S. unge a Saúl. S. establece el estatuto real y Saúl
inaugura su reinado con una victoria sobre los ammonitas; hace después la guerra
contra los filisteos y otros países; pero es rechazado por Dios, porque no ha
obedecido los mandatos divinos que le ha transmitido S. (1 Sam 8-15).
c) S. unge en Belén a David, quien entra al servicio de Saúl; David vence al
gigante Goliat, y con sus gestas despierta los celos de Saúl, que intenta
desembarazarse de él. David lleva una vida errante y tiene que refugiarse en
tierras de los filisteos. Saúl y su hijo Jonatán son derrotados y muertos en
Gelboé; David les dedica un canto fúnebre (1 Sam 16-2 Sam 1).
d) Los hombres de Judá ungen a David por rey en Hebrón. Después de algunas
luchas, también las tribus del norte, los israelitas, le reconocen como rey.
David conquista a los jebuseos Jerusalén y establece en ella la capital de su
reino, trasladando allí el arca. Extiende el territorio de su reino, destruyendo
el poder de los filisteos y subyugando a otros pueblos vecinos. Se narran por
extenso el adulterio de David y su arrepentimiento, el incesto y asesinato de su
primogénito Amnón, la rebelión de su otro hijo Absalón, la huida de David... (2
Sam 2-20).
e) Unos episodios sueltos, relacionados con el reinado de David, están al fin
del segundo libro: hambre en Israel y venganza en la familia de Saúl; hazañas de
algunos valientes de David; censo del pueblo; peste (2 Sam 21-24).
Sin duda alguna, debemos afirmar que los Libros de S. son históricos. Así se
desprende del carácter del escrito, lo ha afirmado la tradición cristiana y lo
confirma la historia de los pueblos vecinos, en la que está inserta la historia
de Samuel. Por los Libros de S. conocemos uno de los puntos importantes de la
historia de Israel: el pase del régimen de la judicatura a la monarquía. Es
cierto que no se narran los hechos como puede hacerse en una historia moderna.
No se escribe la historia por la historia; es una historia de salvación. Ni se
narran todos los hechos, pues, como escribe San Jerónimo «es costumbre de la
Escritura Santa, no el narrar todas las cosas, sino exponer aquellas que parecen
más importantes» (Commentariorum in Danielem Liber, PL XXV,712).
Los judíos incluyeron los Libros de S. (junto con Josué, Jueces, Reyes) entre
los profetas anteriores, no porque tuvieran alguna duda sobre su historicidad,
sino por su contenido doctrinal.
5. Contenido religioso. Además de la profecía sobre
el Mesías descendiente de David (2 Sam 7; cfr. supra) y el oráculo mesiánico de
2 Sam 23,1-7, hay otros puntos de gran altura doctrinal, moral y religiosa.
Yahwéh es presentado no sólo como el Dios de Israel sino como el Dios único (cfr.
2 Sam 7,22). Él es el creador del mundo (cfr. 1 Sam 2,8); en su mano está la
suerte de los hombres (1 Sam 2,6-8); ha sacado a Israel de Egipto (2 Sam 7,6);
interviene en las batallas (2 Sam 5,20); vence sin espada (1 Sam 17,47); es para
David y su pueblo roca de amparo, escudo, poder salvador, asilo inaccesible...
(2 Sam 22,3). Yahwéh es santo como no hay otro (1 Sam 2,2); en consecuencia, le
desagrada la maldad (2 Sam 11,26) y la castiga con severidad (1 Sam 3,13; 15,2
etc ... ), pero perdona al que se arrepiente, exigiéndole expiación (cfr. 2 Sam
12,13-14). En los Libros de S., adquiere un especial relieve el valor de la
oración (v.), que es diálogo del hombre con Dios para darle gracias (2 Sam 7,18
ss.), pedirle beneficios (1 Sam 1,10; 2 Sam 15,31). La oración ferviente es
eficaz (1 Sam 1,20) y canto agradecido de júbilo (1 Sam 2,1 ss.). El principal
acto de culto a Dios es el sacrificio (v.). Por él, Dios se muestra propicio al
pueblo de Israel (2 Sam 24,25); pero Dios no se deja ganar por los meros actos
externos, sino que mira al corazón del que ofrece el sacrificio (1 Sam 16,2 ss.).
Hay unos lugares sagrados, donde se ofrecen los sacrificios: Silo (1 Sam 1,3),
Masfa (1 Sam 7,5 ss.), Gálgala (1 Sam 11,15), etc. Los sacerdotes y levitas (v.)
prestan servicio cultual (V. t. SACERDOCIO I).
Desde el punto de vista moral, hay una gran exigencia en el cumplimiento de los
mandamientos: Yahwéh es el Dios único, y a Él sólo hay que dar culto (1 Sam 5,1
ss.); no se puede hacer mal uso de las cosas santas (1 Sam 2,12 ss.); el arca
del Señor merece respeto y es motivo de alegría (1 Sam 6,19). Se condenan
severamente el adulterio y el homicidio (2 Sam 11,27); se vitupera la conducta
del rico que roba al pobre (2 Sam 12,1 ss.); Amnón es «un perverso de Israel»
por violar a una virgen (2 Sam 13,12-14); etc. Pero la alabanza moral brilla,
sobre todo, en la presentación de las personas buenas: Ana, Elcana, S. y,
especialmente, David, quien, a pesar de sus pecados, de los que se arrepiente,
es un defensor ferviente de Yahwéh.
El profetismo es, en estos Libros de S., un elemento religioso de primer orden.
«Era por entonces rara la palabra de Yahwéh y no era frecuente la visión» (1 Sam
3,1); esto da más valor al profeta S. (v. 1, 4) y a los «hombres de Dios»,
«videntes», «profetas», que encontramos en su tiempo. Son fieles a Dios (1 Sam
10,6), intermediarios de la palabra de Yahwéh (1 Sam 8,9-10; 2 Sam 7,4-16;
etc.); Dios les habla (1 Sam 9,17); ellos interceden por el pueblo (1 Sam
12-19), indican cuál es el buen camino (1 Sam 12,23).
6. Conclusión. Los Libros de S. son testigos de un
periodo importante de la historia de Israel: el paso del gobierno de los jueces
a un régimen monárquico. Al mismo tiempo muestran una doctrina moral y religiosa
de gran altura. Son también un hito en la espera del Mesías, ligado desde
entonces a la descendencia de David.
V.t.: DAVID; HEBREOS I; ANTIGUO TESTAMENTO.
T. LARRIBA URRACA.
BIBL.: L. ARNALDICH, Libros de Samuel, en Enc. Bibl.
V1,453464; íD, Los Libros históricos del Antiguo Testamento, Madrid 1961; G.
Aozou, La danse devant l'Arche, Étude du livre de Samuel, París 1968; F. BUCK,
Los dos libros de Samuel, en La Sagrada Escritura, A. T., II, Madrid 1968; G.
BRESSAN, Samuele, Roma 1961; A. MÉDEBIELLE, Les liares des Rois, en La Sainte
Bible, dir. PIROT-CLAMER, París 1949; H. P. SMITH, The Books ol Samuel,
Edimburgo 1961; B. UBAcH, Els llibres de Samuel, Montserrat 1953.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991