Samuel, el Personaje
Es frecuente en la Biblia encontrar nombres
etimológicos, p. ej., Abraham, padre de muchedumbres (cfr. Gen 17,5). También es
nombre etimológico el de S.: su madre, Ana, «le puso por nombre Samuel, porque a
Dios se lo había pedido» (1 Sam 1,20). Pero este significado, «pedido a Dios»,
es una etimología popular o, mejor, una asonancia con sa'al, pedir. La verdadera
etimología estaría más cerca de «su nombre es Dios».
En el texto hebreo de la Biblia se da este nombre a tres personas: 1) a uno de
los príncipes de la tribu de Simeón, a quien Moisés (v.) encargó dividir entre
los israelitas la tierra de Canaán, junto con Eleazar (v.) y Josué (v.) y un
príncipe de cada tribu (Num 34,20); 2) a un descendiente de Isacar, en las
genealogías que suministra el libro de las Crónicas o Paralipómenos (1 Par 7,2);
3) al juez y profeta de Israel, que da su nombre a dos libros del A. T. (libros
de Samuel: abreviadamente Sam), cuya actividad se desarrolló hacia el 1000 a.
C., y de quien vamos a tratar aquí. En el artículo siguiente (li) se tratará de
los dos libros de Samuel, así llamados por ocuparse en gran parte de este
personaje.
1. Nacimiento de Samuel. No encontramos datos
suficientes en la S. E. para una biografía completa en sentido moderno, aunque
sí los necesarios para hacer un perfil de su vida. Los padres de S. se llamaban
Elcana (Dios ha querido) y Ana (gracia) (1 Sam 1,19-20). Vivían en Rama (1 Sam
1,1), a pocos kilómetros de Lidda. De Elcana sabemos que era un israelita bueno
y piadoso: subía de su ciudad cada año para adorar a Yahwéh y ofrecerle
sacrificios en Silo (v.), donde estaba el arca de la Alianza y el tabernáculo
desde los tiempos de Josué (los 18,1). Y todo varón israelita, según la Ley,
debía visitarlo, al menos una vez al año (los 21,19; Ex 23,17 prescribe tres
veces, aunque después las circunstancias las redujeron a una). Hombre piadoso,
llevaba consigo a su familia, aunque la Ley no obligaba a ello. Elcana cumple la
Ley en los detalles y, cuando subía a Silo a sacrificar a Yahwéh, «daba a Penena,
su mujer, su porción y la de sus hijos e hijas. A Ana le daba solamente una
porción; pues, aunque la amaba mucho, Yahwéh había cerrado su útero» (1 Sam
1,4-5). Cuando nació S., respetó complacido la voluntad de Ana de dedicarlo a
Dios.
Ana es una figura excepcional; el hagiógrafo se recrea describiendo con ternura
a esta persona llena de fe y de piedad. Fue sometida a una dura prueba: Dios la
había hecho estéril (1 Sam 1,5), por lo que la irritaba y exasperaba su rival,
Penena (1 Sam 1,6-7). Esta situación conflictiva nos recuerda los episodios de
Agar y Sara (Gen 16,1 ss.), de Raquel y Lía (Gen 30,1 ss.). Ana no toma
venganza: mujer delicada, «lloraba y no comía» (1 Sam 1,7), pero, «amargada el
alma, oraba a Yahwéh, llorando muchas lágrimas» (1 Sam 1,10), «oraba
reiteradamente a Yahwéh» (1 Sam 1,12). El sacerdote Helí, al verla mover los
labios sin que se oyera su voz, la toma por ebria y le dice que se marche para
que se le pase el vino. Ana le responde con una frase preciosa que manifiesta
hasta qué punto confiaba en Dios y lo sentía presente: «No, mi señor; soy una
mujer que tiene el corazón afligido. No he bebido vino ni otro licor; es que
estaba derramando mi alma ante Yahwéh. No tomes a tu sierva por una mujer
cualquiera. Lo grande de mi dolor y mi aflicción exponía yo de ese modo» (1 Sam
1,15-16). Ana había prometido a Yahwéh, si le daba un hijo varón, consagrárselo
todos los días de su vida y que no tocaría la navaja su cabeza (1 Sam 1,11),
según la ley del nazareato descrita en Num 6,1 ss.
Cuando tuvo a su hijo, Ana lo presentó al sacerdote Helí (1 Sam 1,28). Y, en
boca de Ana, encontramos entonces uno de los himnos más sublimes del A. T. (2
Sam 2,1-10), en el que se exalta el poder, la santidad, la justicia, la bondad
de Dios, etc.; varios de los versos de este canto encontrarán eco en el
Magnificat de Santa María (Le 1,46-56). Después de estos hechos y saber que fue
bendecida por Yahwéh con nuevos hijos e hijas (1 Sam 2,21), Ana desaparece de
escena y no vuelve a ser nombrada en los Libros.
Con lo dicho tenemos los primeros datos sobre S.: es un don de Dios a las
oraciones y lágrimas de una madre estéril. Es «consagrado» a Yahwéh por su madre
de por vida y tiene, por tanto, que observar la ley del nazareato. Una vez
llevado a Silo «quedó sirviendo en el ministerio de Yahwéh, en presencia de Helí,
sacerdote» (2 Sam 2,11). En contraste con la mala conducta de los hijos de Helí
(1 Sam 2,12-17), S. «iba creciendo en la presencia de Yahwéh» (1 Sam 2,21) y «se
hacía grato tanto a Yahwéh como a los hombres» (1 Sam 2,26).
2. Samuel, sacerdote. No se dice explícitamente que fuera sacerdote. Pero se afirma que «ministraba (1 Sam 2,11; el verbo sarat se emplea con frecuencia para el servicio sacerdotal) ante Yahwéh, vestido de un efod de lino» (1 Sam 2,18; cfr. Ex 39,1 ss.). Ofrecía holocaustos a Yahwéh (1 Sam 7,9-10), celebraba un sacrificio por mandato del mismo Yahwéh (1 Sam 16,2 ss.), bendecía, antes de comerlo, el sacrificio que el pueblo celebraba en la altura (1 Sam 9,12-13); y aunque aquí aparece S. sólo para bendecir el banquete, terminado el sacrificio, se ve que tenía parte activa en el rito desde el principio (1 Sam 9,23-24). Lo más probable es que en tiempo de S. se le reservara «la espaldilla», parte atribuida posteriormente al sacerdote (cfr. Lev 7,32); así como no existía aún la unidad de santuario de que se habla en Dt 12, tampoco el ofrecer sacrificios estaba reservado exclusivamente a los sacerdotes, ya que sabemos los nombres de algunos varones que lo hicieron, p. ej., Saúl (1 Sam 13,9) y David (2 Sam 6,17-18). En cambio, el rey Ozías fue castigado por ejercer funciones que eran específicamente sacerdotales (2 Par 26,16 ss.).
3. Samuel, juez. En 1 Sam 7,6 se afirma su
judicatura: «Samuel juzgó a los israelitas en Masfa». No se trata de una
actividad ocasional, sino que ejerció el oficio de juez durante toda su vida,
aun después de haber sido Saúl (v.) proclamado rey, que también fue pedido como
juez por el pueblo (1 Sam 8,5): «Samuel juzgó a Israel todo el tiempo de su
vida. Cada año hacía un recorrido por Betel, Gálgala y Masfa, y allí, en todos
estos lugares, juzgaba a Israel. Volvióse luego a Rama, donde estaba su casa, y
allí juzgaba a Israel y alzó un altar a Yahwéh» (1 Sam 7,15-17).
No podemos aplicar el concepto actual de juez unívocamente a los jueces de
Israel. En el libro veterotestamentario de los jueces (v.) se nos ofrece una
historia fragmentaria con las hazañas de seis grandes personajes, cuyas acciones
heroicas fueron decisivas para salvarse Israel de sus enemigos. Junto a estos
seis, aparecen noticias breves y esporádicas de otros personajes a los que se ha
llamado «jueces menores». Los jueces ocupan el periodo de tiempo desde Josué
(v.) hasta el nacimiento de Samuel. Se ve que les cuadra el verbo safat en su
significado primitivo de restablecer. Pero también el término safat se emplea
para dirimir disputas entre los individuos (cfr. Ex 2,14; 18,16.22.26; Num
35,24): Helí, que «había juzgado a Israel durante cuarenta años» (1 Sam 4,18),
dirimía las cuestiones del pueblo que acudía a él.
Gen 18,25 pone de manifiesto la singularidad de los jueces de Israel: «Lejos de
ti obrar así, matar al justo con el malvado, lejos de eso de ti; el juez de la
tierra toda, ¿no va a hacer justicia?». El juez supremo es Yahwéh y todo juicio
pertenece a Él. La idea religiosa influye constantemente en los tribunales
judiciales y éstos son testigos y ejecutores de Dios; de ahí que con frecuencia
sean sometidas las querellas al juicio de Dios (al sacerdote) en el santuario. Y
la ley fundamental será «no hay otro Dios», que llevará a repudiar ideas
extranjeras y mágicas, matrimonios mixtos, etc., por el peligro de politeísmo.
El cargo de juez no es, por sí mismo, permanente y hereditario, aunque Helí es
juez de por vida y también S., que, al envejecer, «puso para juzgar a Israel a
sus dos hijos... y juzgaban en Berseba» (1 Sam 8,1-2); pero, avaros e injustos,
son rechazados por el pueblo (1 Sam 8,3-5).
S. no es un guerrero, como los antiguos jueces, pero tiene, como aquéllos, la
asistencia de Dios toda su vida, contra los enemigos (cfr. 1 Sam 7,13); es justo
en las disputas del pueblo (1 Sam 12,1 ss.) y fiel a la ley de Dios. Esto nos
introduce en la faceta más destacada de Samuel.
4. Samuel, profeta. Sólo dos veces en el texto
hebreo S. es llamado profeta (nabi): «Samuel llegó a ser grande, y Yahwéh estaba
con él y no dejó que cayera por tierra nada de cuanto él decía. Todo Israel,
desde San hasta Berseba, reconoció que era Samuel un verdadero profeta de Yahwéh»
(1 Sam 3,19-20; cfr. 2 Par 35,18). Se le llama también el vidente, haro'eh (1
Sam 9,9,11,18,19; 1 Par 9,22; 26,29; 29,29), no frecuente para designar a un
profeta. 1 Sam 9,9 da una explicación, que identifica a este vidente con profeta
(v. PROFECÍA Y PROFETAS I).
En S. descubrimos los rasgos de los profetas: Es llamado al profetismo en una
visión. El hagiógrafo resalta que entonces no eran frecuentes las visiones (1
Sam 3,1; el término hazon es muy corriente para manifestar la voluntad de Dios a
los profetas, cfr. Is 1,1; Abd 1,1; Nah 1,1, etc.): Como Isaías (Is 6), en la
visión recibe el mandato de anunciar la destrucción (1 Sam 3,12-14). Como los
grandes profetas predica el servicio exclusivo a Yahwéh: «Si de todo corazón os
convertís a Yahwéh, quitad de en medio de vosotros los dioses extraños y las
astartés; enderezad vuestro corazón a Yahwéh y servidle sólo a El y os librará
de las manos de los filisteos» (1 Sam 7,3; 12,20 ss.; cfr. Is 40-55; Ier 7,1 ss.).
Otro rasgo característico del profeta es su intercesión ante Dios en favor del
pueblo pecador. Así lo hacen Moisés, el mayor de los profetas del A. T. (Ex 17,8
ss.; 32,30 ss.), jeremías en toda su profecía (p. ej., 32,16 ss.) y, sobre todo,
la profecía mesiánica del siervo de Yahwéh (Is 53,12; v.). S. suplica a Yahwéh
por todo el pueblo congregado en Masfa (1 Sam 7,5) que confiesa sus pecados.
Juzga que es un pecado dejar de interceder ante Dios (1 Sam 12,23). El pueblo
pide a S. que ejerza con Dios su poder de intercesión (1 Sam 7,8; 12,19). Se le
consulta porque es «un hombre de Dios», expresión aplicada a los profetas (1 Sam
9,6-7.10). Los profetas, con frecuencia, tienen que oponerse a los reyes que no
confían en Dios o se apartan de sus caminos: Isaías se opone a Acaz, que no
tiene fe en Dios (Is 7); Jeremías a Sedecías, por la maldad de sus obras (Ier
21), etc. S. tiene que enfrentarse con Saúl, que en vez de obedecer a Dios
entregando al anatema todo el botín hace concesiones al pueblo dejándole la
mejor parte (1 Sam 15,1-9). El rey se escuda en que lo ha guardado para los
sacrificios de Yahwéh (1 Sam 15,15), «pero Samuel repuso: ¿No quiere mejor
Yahwéh la obediencia a sus mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejor
es la obediencia que las víctimas y mejor escuchar que ofrecer el sebo de los
carneros» (1 Sam 15,22). Tema y palabras que se repetirán en los profetas y en
el N. T. (cfr. Am 5,22; Os 6,4; Ier 7,21 ss.; Mt 9,13; 12,7).
5. Samuel y la institución de la monarquía en
Israel. S. muestra, por una parte, su repugnancia a la elección de un rey y, por
otra, su colaboración para que se consolide un reino fiel a Dios. Pero es
explicable una y otra cosa en S. sin forzar el texto: S. sabe que a Dios le
desagrada que el pueblo le pida un rey. Pero Dios condesciende y manda a S. que
escuche al pueblo, advirtiéndole de los peligros de un rey (1 Sam 8,1 ss.); en
adelante S. mostrará al pueblo la equivocación de haber pedido un rey, sobre
todo cuando por su causa se menosprecia el derecho de Dios (1 Sam 8,10 ss.;
12,125; 13-7-14; 15,23). Por otra parte, fiel al mandato de Yahwéh, unge a Saúl
como rey (1 Sam 10,1) y lo presenta al pueblo en Masfa (1 Sam 10,17-27); renueva
el reino con todo el pueblo en Gálgala, ofreciendo sacrificios de acción de
gracias a Yahwéh en medio de gran regocijo (1 Sam 11,14-15); pide a Yahwéh para
que el pueblo tema a Yahwéh y no perezcan con el pueblo y el rey (1 Sam
12,23-25); cuando Saúl desobedece a Yahwéh, S. «se entristeció y estuvo clamando
a Yahwéh toda la noche» (1 Sam 15,10-11); S., que había tomado afecto a Saúl,
escucha estas palabras de Yahwéh: «¿Hasta cuándo vas a estar llorando sobre
Saúl, a quien he rechazado para que no reine más sobre Israel?» (1 Sam 16,1).
Por desobedecer Saúl el mandato divino Yahwéh busca a otro para jefe de su
pueblo (1 Sam 13,13-14); S. es el instrumento de la voluntad de Dios y unge a
David (v.) rey de Israel, a pesar de su repugnancia por un rey de Israel, pero
es de nuevo obediente al mandato de Dios y artífice de la unidad del pueblo, que
llega a su esplendor con David y Salomón. Hay una idea repetida en boca de
Yahwéh y de S., que ennoblece la resistencia de éste a la monarquía: «Yahwéh
dijo a Samuel: Oye la voz del pueblo en cuanto te pide, pues no es a ti a quien
rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos» (1 Sam 8,7): «vosotros hoy
rechazáis a vuestro Dios, que os ha librado de vuestros males y de vuestras
aflicciones, y le decís: ¡No, pon sobre nosotros un rey! » (1 Sam 10,19).
Dos veces se da noticia de la muerte de S. y su sepultura en Rama (1 Sam 25,1;
28,3) y se indica el duelo de todo Israel por él.
6. Samuel en libros sagrados posteriores. Como los
grandes de Israel S. permaneció en la memoria del pueblo y de ello dan cuenta
los hagiógrafos. Aparece en las genealogías de Leví y en la ascendencia de uno
de los cantores del Templo (1 Par 6,13.18); se dice que estableció junto con
David los guardianes de las puertas de la morada, llamada aquí Templo (1 Par
9,22). Según 1 Par 11,3, son los ancianos quienes ungen a David por rey de
Israel «conforme a la palabra del Señor, transmitida por Samuel». Encontramos
más datos en 1 Par 26,28 y 29,29. Ensalzando la gran fiesta de Pascua que
celebró tosías, después de haber encontrado la Ley (2 Par 34,8 ss.; cfr. 2 Reg
22,3-23,3), se comenta: «Una Pascua como aquélla no se había celebrado en Israel
desde los tiempos del profeta Samuel» (2 Par 35,18). Su poder de intercesión es
equiparado al de Moisés: «El Señor me dijo: aunque estuvieran ante mí Moisés y
Samuel, no estaría mi corazón con este pueblo...» (Ier 15,1); «Moisés y Aarón
entre sus sacerdotes, y Samuel con los que invocan su nombre» (Ps 99,6). En el
elogio de los Patriarcas, del libro llamado Eclesiástico, en que son nombrados
17 personajes, hay un recuerdo cálido para S.: «Samuel, amado del Señor y su
profeta, estableció la monarquía y ungió a los príncipes sobre su pueblo...» (Eccli
46,16-23; cfr. 1 Sam 12). También el N. T. se hace eco de S., como vaticinador
de los tiempos mesiánicos (Act 3,24); S. Pablo lo cita en su discurso en la
sinagoga de Antioquía de Pisidia (Act 13,20) y exalta su fe (Heb 11,32).
En los textos posteriores a 1-2 Sam, la figura de S. está estilizada, y no
aparece una sombra sobre él. En cambio, sí encontramos algunas en ambos libros
homónimos: la de un hombre que siente demasiado retirarse del gobierno (1 Sam 8;
12); la muerte de Agag (1 Sam 15,32-36), aun siendo justificable en el ambiente,
puesto que el profeta no hacía más que cumplir una prescripción de la guerra
santa (cfr. Di 7,2; 20,17). Pero, si no atractivo en extremo, S. es admirable
como hombre fiel a Dios, intransigente con el rey y con éste y con el pueblo
cuando se trata de los derechos de Dios, predicador constante de la fe en el
único y verdadero Dios.
T. LARRIBA URRACA.
BIBL.: H. LESÉTRE, Samuel, en DB V,1435-1442; G.
Auzou, La danse devant l'Arche, Mude du livre de Samuel, París 1968; L.
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Barcelona 1966, 531-540; G. RICCIOTTI, Historia de Israel, vol. I, 2 ed.
Barcelona 1949, 271-327.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991