Sagrada Familia
 

Tradicionalmente se llama S. F. a una familia judía, sencilla e importante, que estuvo compuesta por José (v.), María (v.) y Jesús (v. JESUCRISTO).

1. María y José, esposos. Por Dt 20,7; 22,23-27 sabemos que existían en Israel los llamados esponsales, que son la promesa de matrimonio hecha algún tiempo, mayor o menor, antes de la celebración de las nupcias; éstos tenían efectos jurídicos y posteriormente venía el matrimonio definitivo; sólo entonces la novia entraba en casa del novio. Hay que decir también que, por diversas razones, el marido podía repudiar a su mujer; legalizado el repudio, la mujer podía casarse de nuevo (Dt 24,1-3).
Lo que acaba de decirse nos introduce en la naturaleza del matrimonio de los dos sagrados Esposos. La narración evangélica la encontramos en Mt 1,18-25, aunque con dificultades de interpretación. El primer obstáculo es saber qué significa «estando desposada» (mnesteyheises) del vers. 18. Los Padres, escrituristas y teólogos opinan de modo diverso: la Virgen estaba «prometida», según unos; para otros estaba «casada». Sobre lo que fuere, hay que afirmar que en ambos casos José y María estaban unidos en verdadero matrimonio, al menos en virtud de los esponsales. Llama la atención igualmente en este texto las dudas y angustias de José. Después de haber estado María «como tres meses» (Le 1,56) con Isabel, comienzan a notarse, a su regreso, signos claros de maternidad, «antes de que conviviesen» (synelthein); «José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y decidió repudiarla en secreto» (Le 1,19). La razón de ello la encontramos en S. jerónimo: S. José se sentía incapaz de conciliar dos hechos lo mismo de ciertos, la pureza y maternidad-de su esposa; opta, entonces, por el repudio en secreto, tranquilizando así su conciencia y causando el mínimo daño a María.
Otra cuestión que se plantea es si el matrimonio entre José y María fue verdadero matrimonio. S. Tomás defiende que es verdad cierta (Sum Th. 3 q29 a2) y Suárez afirma que es verdad de fe (In 3P. q29 d7 sl). Junto con esta realidad se debe defender un matrimonio virginal. Las palabras «cómo podrá ser esto, pues no conozco varón» (Le 1,34) no se explicarían si con ellas María no quiere manifestar que es virgen y que quiere permanecer virgen.

2. El Hijo. Para la historia de la S. F. el nacimiento del Mesías constituye una nueva etapa y es la inauguración de la plenitud de los tiempos (Gal 4,4). Sucedió antes de la muerte de Herodes el Grande (Mt 2,1). No se puede pasar por alto que en el vers. 6 habla de ellos, mientras que emplea ella, cuando habla del primogénito, indicándonos que la concepción fue virginal. El término «primogénito» (protótekos), aplicado a Cristo, es un término puramente legal y no dice relación a otros hijos. Añadamos que este hijo de María (Mt 1,21.23.25) es el Hijo de Dios (Mt 11,27-28; Me 12,6-7; etc.). Y S. Agustín escribe: «Y el Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios» (Sermo 51, n° 26 y 30) (v. JESUCRISTO).

3. Ejemplaridad de la Sagrada Familia. La circuncisión (v.) se prescribía en el pueblo elegido como una obligación y como signo de la Alianza que Dios hizo con Abraham y sus descendientes (Gen 17,9-14). Se hacía ocho días después del nacimiento y era señal de incorporación al pueblo de Dios. Esta obligación fue cumplida por la S. F., que circuncidó al Niño (Le 2,21) y le puso el nombre de Jesús (Le 2,21).
Según el Levítico, la madre quedaba «impura» (Lev 12,1-8). Por otra parte, todo primogénito israelita debía ser consagrado a Yahwéh, quedando destinado para el culto (Ex 13,2.12.15). Este sacerdocio sería sustituido por el de Leví (Num 3,12-13; 18,1-7), manteniéndose la obligación de rescatar a los «primogénitos» (v.). Una vez más vemos que la S. F. cumple esta doble ley: «conforme a la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor» (Le 2,22); «y también para ofrecer en sacrificio, conforme se dice en la ley del Señor, un par de pichones» (Le 2,24), «cuando se le cumplieron los días de la purificación» (Le 2,22). S. José, con ocasión de la purificación de su esposa, presentó y rescató al Niño (V. PRESENTACIÓN DE JESÚS).
Había en el pueblo judío tres grandes fiestas: Pentecostés, Pascua y Tabernáculos (Ex 23,14-17; Dt 16,16; v. FIESTA ii). Los varones, a partir de los 13 años, estaban obligados a subir a Jerusalén. La S. F., siempre fiel a las
exigencias de Dios, subía cada año en la fiesta de la Pascua (Le 2,41).

4. La Sagrada Familia, modelo; su fiesta. El Hijo eterno de Dios, al encarnarse, quiso vivir dentro de una familia y recibir una educación. De ahí que convenga mirar a la S. F. como modelo perfecto de amor, de sumisión y de paz. Esto es lo que pretendió León XIII (a. 1893) cuando instituyó la fiesta de la S. F., cuyo objeto es dar doctrina a las familias cristianas. Benedicto XV (a. 1921) extendió a toda la Iglesia la Misa en honor de ella y en sus lecturas litúrgicas se subraya una serie de virtudes, vividas por la familia de Nazaret, y que deben ser imitadas. La fiesta se celebraba el l— domingo después de Epifanía; actualmente la fiesta se celebra el domingo infraoctava de Navidad.
En la primera lectura bíblica (Eccli 3,3-7.14-17) de la fiesta se ponen de manifiesto los deberes de los hijos para con los padres, instrumentos de los que Dios se ha servido para comunicar la vida al hombre; le representan y deben ser honrados, en igual grado la madre que el padre (Prv 1,8; 6,20). Honrar a los padres tiene tanto valor religioso que equivale a expiar los pecados (Eccli 3,4), conseguir las bendiciones de Dios (Eccli 3,5-7) y hacer eficaz la oración (Eccli 3,7). En la segunda parte del texto se recomienda a los hijos que cuiden de los padres ancianos; de esta manera también se expían los pecados, en contraposición al abandono de los padres, que trae las maldiciones de Dios (Eph 6,1-3).
En el misterio del Pueblo de Dios la familia debe ser presidida por el amor, el cual será vínculo de unidad entre los componentes de la misma. La paz de Cristo ha de ser lo que dirima los posibles conflictos familiares, debiendo ser aceptada la Palabra de Dios. He aquí la enseñanza de S. Pablo en la lectura segunda de la Misa (Col 3,12-21). Al final de ésta, expone una moral familiar sencilla, que conduce a cada familia a vivir «en el Señor», cristianamente. En Col 3,12-17 se describe el ideal de la perfección para todos, para la familia también. A continuación trata de los deberes de los esposos (vers. 18-19). Finalmente, lo hace sobre los deberes de los hijos y de los padres (vers. 20-21). Es interesante resaltar la gran finura psicológica de S. Pablo cuando recomienda a los maridos que no sean ásperos con sus esposas, y que los padres no exasperen a los hijos. La delicadeza paterna, sin embargo, no exime a los hijos de su obligación de obedecer. La sumisión a ellos será grata a Dios, siempre que los padres no traspasen lo mandado por Él.
El Evangelio (Le 2,41-52) muestra a Cristo obedeciendo a sus padres y sumiso a la voluntad del Padre: «¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (vers. 49); «Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto» (vers. 51). Son estas frases como la coronación de las dos lecturas anteriores y la síntesis de la actuación de Cristo durante su vida.
El papa León XIII escribió que «los padres de familia encuentran en José una norma iluminadora de vigilancia y de cuidado paterno; las madres tienen en la Virgen un modelo insigne de amor, pudor, sumisión de ánimo y de perfecta fe; los hijos hallarán en Jesús un ejemplar divino, a quien admirar, dar culto e imitar» (Breviarium Romanum, I).
Otras virtudes que imitar. Hay otras virtudes que a la luz del Evangelio pueden observarse en el hogar de la Sagrada Familia. Es propio de una buena ama de casa estar atenta a los más mínimos detalles de la convivencia familiar. María poseyó esta solicitud de madre y esposa buena. En las bodas de Caná (lo 2,3), porque diariamente lo había hecho en Nazaret, aparece bien claro este cuidado delicado, ejemplo para las madres cristianas. Pero esta delicadeza se ve también en el trato. Cuando subieron a Jerusalén en la fiesta de la Pascua (Lc 2,41), al regreso, el Niño se quedó en la ciudad (Lc 2,43). Al tercer día lo encuentran entre los doctores (Lc 2,46). Y la Virgen, sin alterarse, se limita a preguntarle: «Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote» (Lc 2,48). No hay discusión, ni roce, ni división.
El trabajo es algo que acompaña al hombre en su caminar por la tierra. La S. F. no se libró de esta ley: «con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gen 3,19). S. Justino en el Diálogo con Trifón, (88,2,8) dice que Jesús hacía arados y yugos, y en el N. T. es llamado «hijo del carpintero» (Mt 13,55) y «el carpintero» (Mc 6,3). De esta manera José y Jesús cubrían las necesidades económicas de su familia y, puesto que el trabajo santifica, crecían en santidad: «Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). María vivió ese mismo espíritu de trabajo en las labores de su hogar.
La familia es y debe ser el principal y primer centro de formación para los hijos. Centro que no puede ser sustituido del todo por otro, pues hay cosas que sólo la delicadeza de la madre o el sentido común del padre nodrán enseñar. José enseñó mucho en lo humano al Hijo del Dios Altísimo; fue maestro, junto con María, de la maduración del Cristo-Hombre. Realmente volver la vista a esta familia sencilla e importante tonifica el espíritu y estimula la generosidad.

V. t.: JESUCRISTO; MARÍA; JOSÉ, SAN; EPIFANÍA; INOCENTES; HERMANOS DE JESÚS.


A. MARTÍNEZ SANZ.
 

BIBL.: P. PARSCH, Año Litúrgico, 1, Barcelona 1960, 312-319J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 4 ed. Madrid 1973, 63-78, 97-122, 289-310 y 353-372; VARIOS, La Sagrada Escritura. Evangelios, Madrid 1964, 24-38 y 590-608; M. DE TUYA, Biblia comentada, V, Madrid 1964, 25-47 y 769-783.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991