Protestantismo. Estudio General A. Visión de Conjunto.
 

Se designa con el nombre de p. o Reforma protestante (v.) al movimiento de protesta frente a la Iglesia cristiana precedente, iniciado por Lutero en el s. XVI, así como al conjunto de comunidades, confesiones, congregaciones, sectas, etc., surgidas a partir de ahí.

1. Introducción. Desde la Baja Edad Media son muy amplios y numerosos los deseos y preocupaciones renovadoras en el interior de la Iglesia. Algunas nacen de la intención de reformar deficiencias que se observan en la estructura eclesiástica, en el comportamiento del clero o de las órdenes religiosas, tema del que se hacen eco varios Concilios Ecuménicos, desde el de Constanza (a. 1414-18) hasta el Lateranense V (a. 1512-17). Otras de movimientos culturales, como el humanismo (v.), con todo lo que supuso de conocimiento de la Antigüedad greco-romana, tanto la precristiana como la patrística. Otras de corrientes de espiritualidad, como las manifestadas en las diversas congregaciones de «observantes» nacidas en el seno de las antiguas órdenes religiosas desde el s. XV o en diversos grupos laicales de la época (oratorios del Divino Amor, por ej.; V. ITALIA VI, 5).
Puede decirse que a finales del s. XV y principios del XVI son universales los deseos de reforma: la triste experiencia del cisma de Occidente (v. CISMA III), la conciencia de que se está viviendo un importante cambio de circunstancias históricas, los nuevos descubrimientos y las nuevas fuerzas sociales impulsan a ello. Ahora bien, ¿qué se entiende exactamente por reforma de la Iglesia? Porque ante la realidad que esa frase evoca cabe adoptar dos posturas muy diferentes. En primer lugar aquella en la que las intenciones de renovación se sitúan en el interior de una conciencia de continuidad eclesial. Es la posición de quien percibe que en el comportamiento de los cristianos hay cosas que reformar, o que en la teología, en la liturgia, en la piedad, etc., hay aspectos que pueden promoverse y fortalecerse, pero siendo a la vez consciente de que la Iglesia en la que ha nacido es la Iglesia que nació de Jesucristo y sus Apóstoles, y en la que perviven la doctrina, los sacramentos y los ministerios apostólicos, ya que, asistida por Cristo y vivificada por el Espíritu Santo, ha recibido el don divino de la indefectibilidad en lo sustancial, de modo que las deficiencias personales de los cristianos no pueden llegar a desfigurar por entero la imagen de Cristo presente en su cuerpo, que es la Iglesia (v. IGLESIA III, 1).
De otra parte están las posiciones de quienes, perdiendo la conciencia de tradición o continuidad eclesial, juzgan a la Iglesia presente desde fuera de ella misma. Es decir, la actitud de quienes consideran que la Iglesia presente es el fruto de una degeneración, una Iglesia que se ha apartado de sus orígenes apostólicos; por tanto, el programa reformador de quienes parten de esta actitud no es renovar la Iglesia presente, sino edificar una nueva que responda al modelo supuestamente originario. Es la postura que se advierte en algunos movimientos «espirituales» medievales (V. APOSTÓLICOS; VALDENSES; POBRES LOMBARDOS), en los escritos de Wiclef (v.) y sobre todo de Huss (v.) y, finalmente, en el p. que, en ese sentido, no es tanto un movimiento de reforma, cuanto de ruptura.
Sería erróneo calificar a esas posiciones valiéndose de los binomios conservador y revolucionario o moderado y radical; la distinción no se sitúa al nivel de actitudes temperamentales o de decisiones inmediatamente operativas, sino al más profundo y básico de la comprensión del ser de las cosas; lo que las divide son dos diversas concepciones de la Iglesia, que condicionan la actitud que se adopta frente a ella: la concepción bíblico-patrística de la Iglesia como Cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu Santo y, por consiguiente, indefectible en su esencia; o la concepción predominantemente jurídicosociológica de la Iglesia como simple asociación de hombres y, por tanto, absolutamente pecaminosa y pecadora. Desde esta perspectiva el p. está en continuidad con las más deficientes eclesiologías medievales. Conviene señalar que, aunque esa divergencia es neta y está presente desde el principio, el p. no procede a modo de un programa que se desarrolla a partir de una idea profesada como motor de todo el actuar, sino a modo de un proceso complejo en el que se entremezclan actitudes vitales y espirituales, ideas filosóficas, intereses concretos, sentimientos, etc., y en el que las posiciones de fondo están, con frecuencia, más implícitas que expresadas.
El p. es, pues, sobre todo, un movimiento de escisión o separación de la comunión cristiana y católica, en cuya raíz influyen factores muy diversos, y que, una vez producido, da lugar a una serie de comunidades en las que perviven vestigios o elementos de la tradición cristiana, pero habiendo perdido otros, y que se encuentran sometidas a una constante tensión ante la disyuntiva de reconocer su vínculo con la matriz originaria, o de distanciarse cada vez más de ella, buscando un principio que las distinga en absoluto. Buscar una esencia del p., si con ello se pretende explicar -como hicieron, siguiendo huellas hegelianas, diversos pensadores del s. xix- el nacimiento y desarrollo del p. como el despliegue de una idea originaria, es, a nuestro juicio, caer en una simplificación que no da razón de la complejidad del fenómeno protestante.

2. Origen y desarrollo inicial. La ocasión de la ruptura luterana fue la disputa de las indulgencias en la queMartín Lutero (v.), después de enfrentarse a diversos teólogos y, luego, al legado del Papa, cardenal Cayetano, apeló «al papa mejor informado» (22 oct. 1518) y, sucesivamente, «al concilio general» (28 nov. 1518), para acabar -tras la disputa con Juan Eck (Leipzig 27 jun.16 jul. 1519)- negando autoridad a los concilios y apoyándose únicamente en la Escritura. Desde entonces su condenación por Roma no ofrecía dudas: tuvo lugar definitivamente el 3 en. 1521 por la bula de León X Decet Romanum Pontificem por la que se excluía a Lutero y a sus adeptos de la comunión eclesiástica. En realidad hacía tiempo que, en su interior, el propio Lutero habría roto esa comunión; en efecto el 10 jul. 1520 había escrito: «La suerte está echada, yo desprecio el furor y el favor de Roma, no quiero reconciliación ni comunión con ellos en toda la eternidad».
Tras afirmarse en su postura en la dieta de Worms (v.) se consumó el cisma que condujo a la organización de una comunidad luterana que formuló su programa en una serie de escritos confesionales (V. LUTERO Y LUTERANISMO II; CONFESIONALES, ESCRITOS PROTESTANTES) en los que colaboró particularmente el joven Felipe Melanchton (v.). Desde 1521 el movimiento luterano adquirió proporciones masivas. Sus partidarios provenían de múltiples sectores y por motivos bien diversos. Algunos creyeron, al menos al principio, ver en Lutero al verdadero reformador largamente deseado. Muchos de éstos se apartaron luego de él bajo el desencanto de contemplar cómo su mentalidad se iba haciendo cada vez más radical en sentido anticatólico y cómo los efectos de sus teorías no ofrecían precisamente el aspecto de una reforma religiosa.
Paralelamente a la rebelión luterana contra la autoridad de Roma, tan favorecida por la reacción regionalista contra la autoridad del Emperador, se produjo otro movimiento en Zurich (Suiza) que adoptó formas diferentes. A su cabeza figuraba el sacerdote Ulrico Zwinglio (v.), quien, en 1519, era párroco de la principal iglesia de la ciudad. Por aquel entonces, las ideas de Lutero eran objeto de viva discusión. Zwinglio negó siempre ser discípulo de Lutero, pero no hay duda de que quiso ser su émulo e imitador. De 1519 a 1520 combatió, como él, contra las indulgencias; en 1522 contra el ayuno cuaresmal, contra el celibato eclesiástico y contra la autoridad de los concilios y del Papa. Su ruptura con la Iglesia se puede situar en 1522. Pronto llegó a medidas radicales: expulsión de los monjes, destrucción de las imágenes (1524), supresión de la Misa (1525) y obligación de los ciudadanos de asistir a sus sermones bajo pena de persecuciones legales. Evolucionó de un régimen de libertad a otro de autoridad, bajo el control republicano de la ciudad. A partir de 1525 estalló una violenta disputa entre él y Lutero a propósito de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (v.) que el segundo mantenía mientras que Zwinglio negaba, interpretando las palabras de Cristo «Esto es mi cuerpo» en un sentido meramente simbólico. Zwinglio consiguió establecer una comunidad disidente no sólo en Zurich sino también en varios cantones suizos y diversas ciudades del Imperio. A su muerte, el zwinglianismo continuó, pero, a la larga, acabó fusionándose con el calvinismo.
Entre los primeros protestantes hay que mencionar al alsaciano Martín Bucero (v.), dominico, después sacerdote secular en Renania y que acabó instalándose en Estrasburgo. En 1529 había conquistado al municipio para su movimiento. Habiendo sido expulsado el obispo, Bucero organizó la ciudad conforme a un luteranismo moderado. De carácter mediador e irenista, trató de poner de acuerdo, sin conseguirlo, a Lutero y Zwinglio con respecto a la Eucaristía. El papel desempeñado por Bucero en la génesis del p. fue importante. Estrasburgo se convirtió en un refugio para muchos protestantes errantes. Calvino mismo residió allí en 1538-41, como pastor de la comunidad de lengua francesa. La experiencia de Estrasburgo había de servirle más tarde para la reorganización de la Iglesia de Ginebra; así, pues, Bucero no dejó de influir en el calvinismo. Al mismo tiempo desempeñó un papel innegable respecto al anglicanismo; exiliado de Estrasburgo, tras negarse a firmar el Interim de Augsburgo (v.), Bucero se refugió en Inglaterra, en donde fue profesor en Cambridge. Hallamos su huella en el reformador inglés Tomás Cranmer y, por consiguiente, en el Common Prayer Book (v.).
Lutero, Zwinglio y Calvino son los tres nombres más sonoros de la revolución protestante. Calvino, el más joven de los tres, fue con mucho el más sistemático, el más vigorosamente lógico e intransigente y el organizador más enérgico (v. CALVINO Y CALVINISMO). Calvino se adhirió en París en 1533 a un grupo reformista de tendencias luteranas. Tras breves estancias en Basilea y Ferrara se instaló en Ginebra, donde ya se había iniciado el protestantismo por obra de Guillermo Farel. La vida de la ciudad se reguló poco a poco sobre la gloria de Dios tal como Calvino la entendía y se impuso por la fuerza policiaca, aunque no sin resistencia: Calvino y Farel fueron expulsados de la ciudad en 1538 y el primero se refugió en Estrasburgo. Vuelto a llamar a Ginebra en 1541, hizo aprobar por el Consejo unas Ordenanzas eclesiásticas que regulaban toda la organización de la comunidad.
Las controversias dividieron la armonía de los protestantes desde los primeros años. La crisis anabaptista comenzó bien pronto. Siguiendo la iniciativa de uno de los primeros compañeros de Lutero, Andrés Carlostadio (v.), bandas de fanáticos se dieron a destruir todo lo que había sido católico, reduciendo a sangre y fuego la Alemania del Sur, mientras Lutero, presa del pánico, solicitaba de los príncipes que acabaran con ellos sin piedad (v. ANABAPTISTAS). No obstante, el fenómeno anabaptista, una vez pasado el fuego de las persecuciones y perdido gran parte de su carácter revolucionario, inicia con Menno Simons (V. MENNO Y MENNONITAS) una veta en el seno del p. que volverá a hacerse presente en varios momentos de su historia posterior influyendo en movimientos, «despertares» y fervores tanto en las nuevas comunidades disidentes que van surgiendo en el seno del p. como en las primitivas confesiones protestantes. Las controversias teológicas de la primera hora (v. ADIAFORíSTICA, CONTROVERSIA; ANTINOMISTA, CONTROVERSIA; MAYORÍSTICA Y SINERGíSTICA, CONTROVERSIAS; OSIÁNDRICA, CONTROVERSIA; ARMINIO Y ARMINIANOS; CRIPTO-CALVINISTAS) acabaron por crear lo que se ha dado en llamar una «ortodoxia protestante» (v. II, 1) en la que se distinguieron desde el principio dos grandes grupos: el luterano y el reformado que recogen respectivamente la herencia de Lutero y Melanchton el primero y de Zwinglio, Farel, Ecolampadio y, sobre todo, Calvino el segundo. Se considera que estos dos grupos quedan fijados definitivamente en 1580 para los luteranos (Fórmula de Concordia) y en 1618 para los reformados (Sínodo de Dortdrecht). El luteranismo se extendió por gran parte de Alemania, países escandinavos y de Europa centro-oriental. El calvinismo por Suiza, Francia (V. HUGONOTES), Escocia (V. KNOX, ]OHN; PRESBITERIANOS), Países Bajos, y otras regiones centroeuropeas en coexistencia con el luteranismo.
Mientras tanto en Inglaterra también tuvo eco, aunque de manera singular, el fenómeno protestante, primero (con Enrique VIII; v.) en forma de cisma tan antirromano como antiluterano, pero pronto influido alternativamente por luteranismo y calvinismo y que, tras la breve restauración católica de María Tudor, quedó fijado con Isabel 1 (v.) en una confesión peculiar, sincretista, que, aun conservando en lo externo bastantes aspectos de la Iglesia católica, ha de ser incluido en el seno del p., aunque teniendo conciencia de sus peculiaridades (V. ANGLICANISMO; COMMON PRAYER BOOK; EPISCOPALIANOS). Junto a esta comunidad que se autodenominaba «iglesia establecida» existieron desde el principio en Inglaterra (aunque perseguidas por el Estado) otras formas de p., de tipo sobre todo reformado-calvinista, por influencia de Holanda y Escocia, que dieron lugar a las comunidades noconformistas (v.), congregacionalistas (v.) y puritanas (v.) de la mano de las cuales se instaló el p. en América (V. PILGRIM FATHERS; PLYMOUTH, HERMANOS).

3. Desde los orígenes al Racionalismo. Durante los s. XVII y XVIII la característica más notable del p. es el asentamiento en extensión y profundidad de las grandes confesiones mencionadas: luteranismo, calvinismo, anglicanismo. Otra característica importante de este periodo está constituida por la proliferación de reformas piadosoespiritualistas que modifican sensiblemente la imagen del p. establecido, producen el reconocimiento de las que a si mismas se llaman «iglesias libres» (p. desvinculado de la autoridad estatal en oposición al estatalismo común a las tres confesiones protestantes iniciales) y hacen brotar el ideal misionero hasta entonces completamente ausente del protestantismo.
Al ímpetu primero, al dinamismo que caracteriza tanto el pensamiento de Calvino como el de Lutero, sucedió en el seno de la «ortodoxia protestante» un periodo de vuelta sobre sí mismo, de intelectualismo un poco seco. Al mismo tiempo y por reacción, se esboza otro movimiento: el pietismo (v.), movimiento espiritual que, pasando por encima de las nociones (aunque sin rechazarlas), puso en primer plano la necesidad de la experiencia religiosa.
Esta tendencia, bajo el influjo de los descendientes del linaje rebautizante (que en Europa central cristalizó en la comunidad de los hermanos moravos (v.) del conde Zinzendorf), produjo en el mundo anglosajón, además del triunfo de los puritanos, la aparición de los baptistas (v.), para quienes el bautismo de los adultos viene a ser una prueba y confirmación de la posesión personal del Espíritu. Los cuáqueros (v.), con su eliminación de toda forma cultual o jurídica en la vida eclesial y con su mensaje de la luz interior con que Dios se manifiesta personalmente a cada hombre, representan el tipo más radical de realización práctica de estos principios. En la misma Inglaterra nace más tarde el metodismo (v.), fundado por John Wesley (v.), donde la tendencia a la posesión personal del Espíritu rompe las barreras del individualismo e intenta lograr nuevas formas de comunidad religiosa.
Desde el s. XVI hubo en el seno del p. brotes de unitarismo como los de Miguel Servet (v.), Socino (v.) y sus discípulos (que llegaron a establecer una comunidad unitariana en Transilvania); pero esta tendencia se desarrolló más ampliamente en Nueva Inglaterra en el s. XVIII, dando lugar a comunidades de unitarios (v.) y universalistas (v.) y contribuyendo al desarrollo de la teología llamada de la Alianza (v.) o teología federal, ya presente en el p. desde el principio y más desarrollada posteriormente por K. Barth (v.).
Las primeras misiones protestantes verdaderamente organizadas surgen tarde y partiendo de las comunidades más establecidas; el influjo del pietismo generaliza el afán misionero y modifica su estructura orientando los esfuerzos a crear comunidades específicamente indígenas. En este impulso misional se distinguieron especialmente las «iglesias libres» (hermanos moravos, baptistas, congregacionalistas), que crearon en las metrópolis organizaciones para facilitar la tarea misionera (v. MISIONES IV).

4. Racionalismo y reacciones. La eclosión de las sectas. El movimiento pietista había provocado notable desafección en lo que se refiere a lo que de especulación tenía la «ortodoxia protestante». Cuando esa desafección -por influjo del racionalismo- alcanzó no sólo a los métodos de argumentación, sino también a los dogmas que superan la capacidad de la razón humana, se produjo el fenómeno del protestantismo liberal (v. II; LIBERAL, TEOLOGÍA), cuyo iniciador más conspicuo es F. Schleiermacher (v.) y que inaugura en el seno del p. una línea de pensamiento presente hasta nuestros días, que se dejó y deja sentir tanto en las grandes confesiones como en las «iglesias libres» e incluso en numerosas sectas y que, en definitiva, divide a todo el p. en dos grandes corrientes con una división más profunda que la de las propias denominaciones.
Como es obvio, la teología liberal, aunque influyó poderosamente, encontró reacciones, y reacciones de envergadura: en el campo de la teología las más representativas están constituidas por la teología del despertar (v.), el fundamentalismo (v.) y la teología dialéctica (v.), a las que hay que añadir otras en el terreno de la piedad o, incluso, en la praxis sacramentaria.
El desarrollo espectacular de la industria y los problemas de tipo social que han provocado el nacimiento de un proletariado ha llevado a ciertos teólogos protestantes (v. PROTESTANTISMO SOCIAL) a una interpretación del Evangelio en clave social. En Norteamérica ha tenido un desarrollo mayor, bajo el nombre de Social Gospel, que llegó a constituir una federación interconfesional en pro de modificar la legislación social del país en favor de los trabajadores. El teórico más representativo de esta tendencia es R. Niebuhr (v.).
Otro fenómeno presenta el p. de la época moderna: la eclosión de las sectas. Si este fenómeno se ha producido en mayor escala en los últimos siglos (y especialmente en el presente y en Norteamérica), hay, no obstante, que recordar que es una consecuencia coherente de uno de los más caros principios del p. naciente, la sola Scriptura, y, sobre todo, de su radicalización antropocentrista en el «libre examen» (v.).
Aun siendo difícil e imprecisa la sistematización de las sectas podemos distinguir: a) sectas milenaristas (v. MILENARISMO), entre las que se encuentran los adventistas (v.) y las sectas de escudriñadores de la Biblia (v.), de los que derivan los testigos de fehová (v.); b) sectas apostólicas (v.); c) sectas de santidad (v.); d) sectas de salud (v.); e) sectas de salvación (v.); f) sectas pentecostales (v.); etc. Sin poderse incluir en ninguno de los apartados citados hay que mencionar por su interés a los mormones (v.) y al ejército de salvación (v.).
Al enfrentarse con esta pululación de sectas, en el seno de las grandes confesiones protestantes se despierta un considerable anhelo de unificación que, procurando primero la unidad o la asociación dentro de una misma denominación (tarea que produce frutos; p. ej., en el s. xixhabía 85 obediencias luteranas; hoy sólo hay 16 y agrupadas en ligas internacionales), ha trascendido las fronteras interdenominacionales con realizaciones prácticas de interés como la Church of South India (v. INDIA VIII) y la comunidad interconfesional de Taizé (v.), cuajando finalmente en lo que ha venido a llamarse movimiento ecuménico (V. ECUMENISMO; UNIÓN CON ROMA II), en cuyas realizaciones prácticas se adelantaron anglicanos (Faith and Order) y luteranos (Life and Nork; v. SÓDERBLOM, NATHAN). Tras el éxito de algunas décadas de la más consistente de esas realizaciones, el Consejo Ecuménico (v. ECUMENISMO I, A, 3), se observa en sus últimas reuniones una profunda crisis que amenaza si no con su disolución sí al menos con una difuminación de sus principios hacia una involución temporalista que le haga prácticamente inoperante.
Como en el periodo anterior, las misiones protestantes han seguido funcionando y creando órganos de apoyo a las mismas (v. MISIONES IV; BÍBLICAS, SOCIEDADES).

5. Conclusión. El p. incluye en su seno un gran número de comunidades y una enorme pluralidad de expresiones teológicas. Por eso no es posible entenderlo a partir de una unidad dogmática construida a posteriori, sino a partir de la evolución histórico-sociológico-institucional de sus múltiples manifestaciones. Los intentos del s. XIX por resumir el p. en un «principio fundamental» pueden considerarse fallidos. Sigue teniendo, no obstante, interés metodológico el tratar de caracterizar el p. resaltando algunos rasgos generales del mismo (V. B); pero sin abandonar el convencimiento de que no se pueden simplificar las cosas y que hay que considerar las distintas denominaciones una por una, valorando en cada caso los aspectos doctrinales, cultuales, organizativos, etc., tal como efectivamente se dan.


JOSEMARÍA REVUELTA.
 

BIBL.: La bibl. especializada sobre los diversos aspectos mencionados del p. se encuentra en las voces correspondientes a las que hemos remitido. Damos a continuación sólo unas cuantas obras generales de autores católicos: K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 765-1300; P. DAMBORIENA, Fe católica e iglesias y sectas de la Reforma, Madrid 1961; G. TAVARD, El protestantismo, Andorra 1960; C. CRIVELLI, Pequeño diccionario de las sectas protestantes, México 1948; VARIOS, Il protestantesimo ieri e oggi, Roma 1958; L. CRISTIANI, Protestantesimo, en Enciclopedia Cattolica, X, Ciudad del Vaticano 1953, 168-184; ID, Breve historia de las herejías, Andorra 1958.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991