Presentación de Jesús
 

Forma con la Purificación de María (v.) uno de los episodios del Evangelio de la Infancia en S. Lucas (2,2238; v. EVANGELIO IV). Se trata de dos prescripciones de la Ley mosaica que solían cumplimentarse simultáneamente y que José y María también observaron. El Evangelista refiere que, con esta ocasión, dos ancianos presentes en la ceremonia, Simeón y Ana, intervinieron para dar testimonio de la mesianidad del Niño y de la suerte futura que esperaba a su Madre. El acontecimiento se celebra en la liturgia el día 2 de febrero, con una fiesta que es al mismo tiempo de María y del Señor; durante mucho tiempo se ha llamado fiesta de la Purificación de la Virgen, y en el calendario litúrgico publicado en 1969 recibe el nombre de Presentación del Señor (v. MARíA IV, 2).
La ofrenda del primer nacido. Era una prescripción legal que en este caso afectaba a Jesús como primogénito varón: «Todos los primogénitos de los hijos de Israel son míos, tanto de hombres como de ganados» (Ex 13,2). Esta pertenencia a Dios formaba parte del derecho divino a las primicias de todo (Ex 22,28 s.).
La abundantísima legislación sobre los primogénitos (Ex 13,12-16; 34,19 s.; Lev 27,26; Num 3,12.40-51; 8,6-22; 18,15-18; Di 15,19 s.) es suficientemente clara en varios puntos. Se explica en qué consiste la ofrenda: Los primogénitos de vaca no serán aprovechados para el trabajo, y los de oveja no serán esquilados (Dt 15,19). Si se trata de animales puros, y no tienen defecto, serán sacrificados a Yahwéh (Num 18,17; Dt 15,21). Los de animales impuros habrán de ser preceptivamente rescatados (Num 18,15). La razón es que no pueden ser ofrecidos en sacrificio; éste es, sin duda, el motivo por el que también han de ser rescatados los primogénitos humanos (Ex 13,13; 34,20; Num 18,15). No hay indicios, como opinan algunos, de que en algún momento de la historia hebrea fuera costumbre en Israel la inmolación de los primogénitos. La historia de Isaac en Gen 22 sólo prueba el supremo derecho de Dios sobre la vida humana.
La propiedad de los primogénitos pasa, por voluntad expresa del Legislador, a los sacerdotes encargados del servicio del Templo (Num 18,15-18). Ellos se beneficiarán de la carne de los primogénitos sacrificados o del producto del rescate. La legislación establece, tanto para animales impuros como para niños, el precio del rescate en «cinco siclos de plata, en siclos del Santuario, que son de 20 óbolos» (Num 18,16). Este precio de rescate fue el que se impuso a los 273 primogénitos que sobrepasaban el número de 22.000 levitas, cuando se hizo la primera sustitución de aquéllos por éstos (Num 3,40-51).
Ello nos introduce en el peculiar significado religioso de la legislación referente a los primogénitos. Repetidas veces se esgrime como argumento de esta prescripción legal en toda su amplitud el recuerdo de la salida de Egipto y en especial la última plaga (v.) en la que perecieron los primogénitos egipcios y fueron librados los de Israel (Num 3,13; 8,17; Ex 13,14-16). Pero, junto a esta motivación, habrá que poner también, quizá como algo anterior, la ofrenda ritual de las primicias que engloba a los primogénitos. Más aún: la función sacerdotal, que antes de Moisés parece haber sido ejercida por el padre de familia, fue después asignada a la tribu de Leví. De ahí que la ofrenda de los primogénitos varones se relacione con la sustitución de los mismos por los levitas (Num 3,12 s.). Y de ahí que todos los primogénitos humanos deban ser rescatados mediante una ofrenda en metálico que ayudará a la manutención de aquéllos (v. PRIMOGENITURA).
La terminología que S. Lucas emplea hablando de Jesús («cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor») responde a la ceremonia de purificación y presentación de los levitas como sustitutos de los primogénitos, que con tanta solemnidad describe Num 8,6-22. Piensan algunos, y no sin razón, que, sólo por la intención refleja de mostrar a Jesús como el auténtico levita consagrado al servicio de Dios, pudo el evangelista hablar de la «purificación de ellos» (la purificación de la madre era una cosa clara, pero no se ve por qué hablar de purificación del niño) y de presentar a éste al Señor, cosa que en ningún lugar de la legislación mosaica aparece preceptuado.
Si a esto añadimos que el relato de Lucas, en cambio, silencia totalmente el rescate del primogénito Jesús, siendo así que dicho rescate mediante una ofrenda determinada estaba taxativamente legislado, aumenta nuestra sospecha de que S. Lucas ha querido presentar a Jesús desde su primera entrada en el Templo de Jerusalén como el Primogénito del Padre, Sacerdote por naturaleza, que no puede ser sustituido por ningún levita, ni liberado a ningún precio de su función sacerdotal. Sus padres lo llevaron con ellos cuando María hubo de ir al Templo a purificarse. Era natural que por devoción se lo ofrecieran privadamente al Padre, conociendo como conocían la disposición divina relativa a los primogénitos. Pero conociendo a su vez la sustitución de los mismos por los levitas y el rito de la redención de aquéllos, es presumible que aprovecharan la ocasión para rescatar al Niño mediante la ofrenda establecida. Jesús, que al decir de S. Pablo se había ofrecido ya sacerdotalmente al entrar en el mundo (Heb 10,5 ss.), hubo de renovar ahora su ofrecimiento como el Levita por excelencia que venía a sustituir a todos los primogénitos.
Quizá por eso, en el episodio paralelo de la pérdida y hallazgo entre los doctores, María y José no entendieron sus palabras, cuando les dijo: «¿No sabíais que yo debía estar en la Casa de mi Padre?». Jesús aludía, tal vez delicadamente, a esta su consagración al servicio del Padre. Vendría a decir poco más o menos: ¿No sabíaisque fui presentado al Templo como levita y como a tal me corresponde servir en él?Purificación de la madre. Esta segunda prescripción mosaica, que imponía a la madre un rito de purificación acompañado de una ofrenda a los 40 días de haber dado a luz un varón (Lev 12,1-8), es el único motivo legal que exigía en este caso la presencia de la Sagrada Familia en Jerusalén. Y, sin embargo, en el relato de Lucas, pasa a un discreto segundo plano por el relieve concedido a la P. de Jesús, que, como hemos visto, no era preceptiva. Con la ambigua expresión «un par de tórtolas o dos pichones» para designar la ofrenda, el Evangelista insinúa delicadamente que tributaron como pobres. De ser pudientes, tendrían que haber ofrecido un cordero de un año y un pichón o una tórtola.
En consonancia con el relieve especial concedido a la p. del Niño, los restantes personajes de la escena, Simeón y Ana, completan el motivo de la mesianidad redentora de Jesús. El cántico de Simeón anuncia la presencia, tanto tiempo esperada, del Cristo, Salvador universal, que ha venido como «luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Le 2,32). Las palabras del piadoso anciano, como también las de Ana, son una buenaventura. Pero una buenaventura de sangre. El sufrimiento redentor tendrá una resonancia discreta en el corazón de la Madre (Le 2,35), que hoy presenta gozosa frente al Altar de los holocaustos. Ha llegado el Día de Yahwéh, día de juicio y discriminación: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» (Lc 2,34 s.). Pero eso será por culpa de los hombres. En los planes de Dios, dirá la profetisa Ana, hoy es el día de la redención de Jerusalén.


S. MUÑOZ IGLESIAS.
 

BIBL.: E. POWER, In (esto Purilicationis, «Verbum Domini» 5 (1925) 33-41; 65-74. Sobre la posible identificación del anciano Simeón: A. CUTLER, Does the Siméon ol Luke 2 reler to Sirneon Son ot Hillel?, "lournal of Bible and Religion" 34 (1966) 29-35. Para el contenido de sus palabras: A. FEUILLET, L'épreuve prédite á Marie par le viellard Siméon, en Mélanges A. Gelin, A la rencontre de Dieu, Le Puy 1961, 243-263; P. BENOIT, Et toiménze, un glaire te transpercera l'áme, «Catholic Biblieal Quarterly» 25 (1963) 251-261; l. WINANDY, La prophétie de Siméon, «Revue Biblique» 72 (1965) 321-351.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991