Presbiterio. Liturgia.
 

Se llama p. al lugar más noble del templo cristiano (v. TEMPLO III), por tener en él su asiento los presbíteros. La organización del espacio sagrado se fue determinando en función de la liturgia y del lugar que ocupaba el Obispo en la exedra del ábside. La exedra, conocida ya antes del cristianismo como plataforma semicircular con bancos para sentarse en torno, al incorporarse a la basílica (v.) cristiana, permitió una distribución jerárquica del espacio, como convenía a las asambleas litúrgicas (v.). Esta distribución no se produjo de forma idéntica en Oriente y en Occidente.
En Occidente, el Obispo y su clero se sentaban en el ábside, a un nivel superior a la nave: el Obispo en la cátedra, elevada sobre varios gradas; el clero en los subsellia o banco semicircular. Desde su cátedra el Obispo presidía, leía o explicaba la Palabra de Dios, dirigía las oraciones, escuchaba las lecturas y el canto, hasta que, llegado el momento del sacrificio, venía al altar (v. CATEDRAL). En Oriente, según revela la arqueología de las iglesias sirias, había dos exedras: la del ábside, donde estaba el altar, y otra en medio de la nave, donde estaba el ambón o berra sirio. En estas iglesias el synthrone o banco de los presbíteros está en el berra, constituido por una plataforma (más alta que el pavimento) que termina por la parte oeste en semicírculo; un podio de grandes bloques, adornado al exterior con molduras, define el espacio; en el interior, adheridos al podio, bancos de piedra; en el centro, un pupitre muy bien labrado, trono de los Evangelios. En algunas de estas iglesias, en medio del berra, se conservan las basas de columnitas que debieron sostener un ciborio o baldaquino (v.). Realizada en el berra la primera parte de la liturgia (lecturas, cantos, homilía), los celebrantes bajaban del estrado y, procesionalmente, se dirigían al altar, en el ábside, para celebrar la Eucaristía. La schola o coro permanecía en el ambón, y un diácono, en el presantuario, aseguraba durante el sacrificio eucarístico la vinculación entre los fieles y el celebrante o celebrantes (v. SIRIO-CALDEO, RITO). En el rito bizantino no existe ese berra o plataforma central; en el templo se distingue el llamado santuario (equivalente al ábside presbiteral) de la nave general, separados por el iconostasio (v.); éste consiste en un pequeño tabique, decorado, con una amplia puerta central y dos laterales (V. CONSTANTINOPLA IV).
Estos dos sistemas fundamentales, que luego se fueron combinando o suplantando, revelan dos matices en la manera de concebir el espacio litúrgico. El sistema siriooriental manifiesta la necesidad de crear una zona de misterio en el ábside, reservada a la eucaristía; todo lo demás, lo que es preparación humana para el drama sagrado, se realiza en la nave. En cambio, en Occidente la disposición orgánica del espacio queda definida más por un pragmatismo muy romano, conforme con el mayor racionalismo occidental. En la liturgia cristiana caben ambas concepciones; el simbolismo oriental y el realismo occidental tienen formas expresivas aceptadas por la liturgia cristiana, que, reconociendo las humanas limitaciones, intentará siempre acercarse a una síntesis ideal, respetando las diferencias de sensibilidad y de cultura de los diversos tiempos y países. Veamos los elementos más característicos del presbiterio:
a) El altar. Es el elemento fundamental, al cual todo el p. se ordena como a su centro; en él se realiza el sacrificio eucarístico o santo sacrificio de la Misa (V.). En las capillas y pequeños oratorios (v.) el p. queda constituido por la plataforma o tarima sobre la que se sitúan el altar y el sacerdote celebrante. Para todo lo referente a los altares y su historia, V. ALTAR I-III; y para lo que se refiere a sus características, forma, emplazamiento, accesorios, etc., en el culto cristiano, V. ALTAR IV. Relacionado con este tema, V. t. SAGRARIO.
b) La sede presidencial. La posición de la cátedra episcopal -tal como en las primeras basílicas occidentalesal fondo del ábside y coincidiendo con el eje del espacio, subraya el papel principal y unificador del Obispo, y debiera, por tanto, mantenerse en las nuevas catedrales y abaciales, poniendo a ambos lados el tradicional synthrone o sillería para los canónigos, sacerdotes y ministros. Esta disposición es deseable incluso para las iglesias no episcopales, en cuyo caso hay que procurar no dar a la sede el carácter de trono episcopal (Instr. de 1964, n° 92), aunque siempre hay que lograr que quede visible para todos los fieles. En los casos en que la planta del templo o la colocación del sagrario en el lugar más importante u otras razones no permitan esta posición axial de la sede, ésta debiera situarse en lugar próximo al ambón.
c) El ambón. El nombre proviene de anabainein (subir), porque es necesario subir a su plataforma. Su origen puede encontrarse en el estrado que empleaban los rabinos judíos para leer la Biblia en la sinagoga (v.). Se empleó pronto no sólo para las lecturas sino también para la homilía y, en algunas partes, para el canto. Los ambones antiguos eran escalonados: «La plataforma superior era utilizada por el diácono para el canto del Evangelio, el subdiácono leía la Epístola en el segundo plano, y los clérigos inferiores leían las otras partes de la Escritura en la grada inferior» (Lesage), de donde nació el nombre de Gradual. Con el tiempo se empleó el ambón para que los lectores y subdiáconos anunciaran al pueblo lo que el Obispo juzgaba conveniente advertir. El ambón está provisto de un atril de dimensiones proporcionadas al carácter sagrado de su función. Su emplazamiento varió según regiones y épocas. En las iglesias sirias estaba en medio de la nave, como hemos dicho. Correspondiendo al ambón del Evangelio, en algunas iglesias se puso tardíamente otro al lado de la Epístola; y en algunas iglesias romanas ambas tribunas se incorporaron a la estructura que componía el recinto de la schola (V. CORO II); pero todavía en la alta Edad Media (hasta el s. IX o X) la regla general fue el ambón único. El ambón se orientaba hacia el pueblo, generalmente situándolo a la derecha de la cátedra; para no dar la espalda al Obispo el diácono se ladeaba un poco hacia el altar.
El ambón fue desapareciendo a principios del s. XIV (salvo en regiones como España), coincidiendo con la aparición del púlpito, algo al margen de la liturgia. Los frailes mendicantes lo empezaron a utilizar por su funcionalidad en la predicación al aire libre; cuando la predicación (v.) entró en el templo, entró con ella el púlpito, hallando su ubicación, por conveniencia acústica, en medio de la nave. El movimiento litúrgico (v.) reciente ha restaurado el ambón como lugar para la proclamación de la Palabra (v. PALABRA DE DIOS III). Reemplaza suficientemente al púlpito, y, por su proximidad al altar, hace comprender, mejor que aquél, que la lectura de la Sagrada Escritura y la homilía están vinculadas entre sí y ambas, a su vez, con la celebración eucarística. Debe configurarse de manera que se pueda leer en él con facilidad y dignidad, y el predicador de la homilía quede bien visible a sus oyentes.

V. t.: TEMPLO III; ALTAR IV.


J. PLAZAOLA ARTOLA.
 

BIBL.: J. LASSUS y G. TCHALENKO, Ambons syriens, «Cahiers archéologiques» 5 (1951) 83 ss.; G. VALENTINI, 11 centro de la Chiesa nella Chiesa, «Fede e Arte» 2 (1965); A. M. COCAGNAC, Notes sur 1'ambon, «L'Art Sacré», en febr. 1960; N. MAURICEDENIs-BoULET, La lecon des églises de l'antiquité, «La MaisonDieu» 63 (1960) 24-40; J. GELINEAu, Le sanctuaire et sa compiexité, ib. 53-58; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1965, 382-504; y la Bibl. de TEMPLO III y IV y de ALTAR I y IV.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991