PENTATEUCO


1. Nombre y contenido. 2. Autor. 3. Historia de la exégesis. 4. Magisterio de la Iglesia. 5. Recapitulación.
      1. Nombre y contenido. Originariamente este término significó, en griego, los cinco estuches en que estaban enrollados los cinco libros de la Tóráh, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia. El término aparece ya en la Carta a Flora de Tolomeo, y fue empleado también por Orígenes, Epifanio, S. Atanasio y S. Jerónimo, aunque utilizado con mayor frecuencia el de Ley-nomos, traducción de Tóráh. Los judíos designaban estos cinco libros por sus primeras palabras: 1) Bére' shit; 2) wé' elleh s émót; 3) wayyigra'; 4) wayyédabber o bammidbar; 5) 'elleh haddébarim. Los griegos escogieron títulos que reflejasen aproximadamente su contenido: 1) Génesis, 2) Exodo, 3) Levítico, 4) Números y 5) Deuteronomio(esto es, segunda ley)-. El Génesis (v.) narra el origen del mundo y del hombre hasta la formación del pueblo de Israel en Egipto; el Éxodo (v.) la salida de Egipto bajo Moisés (v.) y la revelación del Decálogo y las leyes del santuario en el Sinaí; el Levítico (v.) contiene principalmente las leyes cultuales por las que se han de regir los Levitas (v.); Números (v.) recibe el nombre de los «censos» que se hacen en la primera parte del libro; contiene, además, hechos y textos legislativos de los cuarenta años en que Israel peregrinó por el desierto; en el Deuteronomio (v.), Moisés legisla de nuevo, adaptando las leyes a la vida sedentaria que tendrá el pueblo en la Tierra Prometida. Como veremos después por el análisis de la exégesis, el contenido del P. no debe determinarse resumiendo los capítulos unos tras otros. No obstante, a través de estos cinco libros se puede percibir una trama histórica desde la creación del mundo hasta la muerte de Moisés. Los antepasados de Israel eran arameos que bajaron a Egipto. Allí crecieron y se multiplicaron. Fueron oprimidos por los egipcios, pero clamaron a Yahwéh que los libró con prodigios «y nos introdujo en este país, entregándonos esta tierra que mana leche y miel» (cfr. Dt 26,3-9; los 24). La toma de posesión de la Tierra Prometida no la narra ya el P., sino el libro de Josué (v.), que es la continuación del P. desde muchos puntos de vista. Así, desde el s. XIX muchos autores hablan del Hexateuco y no del Pentateuco. Otros críticos estiman 'que los relatos se continúan en los libros de los jueces (v.) y de Samuel (v.). Noth y Nyberg han visto en el Deuteronomio, no el final del P., sino el comienzo de una gran historia que empieza con Moisés y acaba con el exilio (libros dé Josué, Jueces, Samuel y Reyes; v. voces respectivas), hablando en tal caso de Tetrateuco. Esas opiniones tienen parte de verdad. Pero en un sentido profundo, podemos afirmar que no sólo el P. sino todo el A. T. queda abierto y anhelante hasta Cristo, que es el término hacia el cual tiende toda la historia de la salvación. (En Cristo y desde Él, es como los cristianos leemos el A. T., porque Él le da su verdadero sentido y plenitud). Lo mismo sucede con la Ley. Los judíos llaman al P. hattóráh=la Ley. Junto con la Promesa y la Elección, la Alianza y la Ley están en el entramado del Pentateuco. Aunque el tema de Alianza-Ley no aparece en las confesiones de fe hasta Neh 9 Dios ofrece al pueblo de Israel por medio de Moisés hacer una Alianza (Ex 19): Yahwéh será el Dios único de Israel y éste será el Pueblo de Dios (v.). El pueblo acepta y Yahwéh manifiesta su voluntad en forma de Ley. Toda la legislación del A. T. está contenida en el Pentateuco. La Ley ha sido dada para salvaguardar las promesas. De ahí la insistencia de los profetas en la observancia de la Ley. Esa Ley es imperfecta, pero Cristo no la destruye (cfr. Mt 5,17-18). Cristo la profundiza y le da su último y definitivo sentido. Muchas prescripciones de la Ley antigua no ha de observarlas el cristiano, pero sí ha de guardar su enseñanza moral y religiosa. S. Pablo interpreta el significado de la Ley en Gal 3,24: «... la Ley fue nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe».
      2. Autor. Dios es autor del P., como de toda la S. E. Ésta es la fe de la Iglesia, recogida así por el Conc. Vaticano I (cfr. Cons. dogmática Dei Filius, cap. 2: Denz. Sch. 3006) y el Conc. Vaticano II: «La Santa Madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo (Jo 20,31; 2 Tim 3,16; 2 Petr 1,19-21; 3,15-16), tienen a Dios como Autor,y como tales han sido confiados a la Iglesia» (Const. Dei Verbum, 11) (v. BIBLIA III). Pero «Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano» (Const. Dei Verbum, 12).
      Aquí sólo nos ocupamos del autor humano. La tradición judía y cristiana ha ligado firme y unánimemente el P. al nombre de Moisés. Efectivamente, su figura es central en el P.: él recibe la llamada de Dios y libera al pueblo; por medio de Moisés manifiesta Dios su voluntad en forma de Ley; los acontecimientos que le preceden (Génesis) encuentran su sentido entonces cuando Dios se revela al pueblo que había elegido. Moisés es caudillo, legislador, profeta que habla en nombre de Dios. En los libros del A. T. se habla de Moisés autor del P. con fórmulas como ésta: «Asimismo (Josué) escribió sobre piedras, una copia de la Ley de Moisés, que Moisés había explicado delante de los hijos de Israel... Después de esto, leyó todas las palabras de bendición y de maldición, y todas las cosas escritas en el libro de la Ley. Ninguna cosa omitió de las que Moisés había mandado...» (los 8,32.34-35; cfr. 1 Reg 2,3; 2 Reg 14,6; 2 Par 23,18; 35,12; Esd 3,2; Neh 13,1). De modo semejante se expresa' el Señor y los Apóstoles en el N. T.: «Mira, no lo digas a nadie, sino ve a mostrarte al sacerdote y ofrece la ofrenda que Moisés mandó, para que les sirva de testimonio» (Mt 8,4, refiriéndose a Lev 14; cfr. Mt 17,3; 19,7; lo 1,17; Act 3,22, etc.). La Biblia es parca, al hablar de Moisés como escritor. Nunca dice que Moisés haya escrito todo el Pentateuco. Dios le manda poner por escrito alguna cosa concreta. «Escribe esto para memoria en un libro y adviérteselo a Josué: que yo he de borrar de debajo del cielo la memoria de Amalec» (Ex 17,14; cfr. Ex 34,27). Otras veces se afirma que Moisés escribió: «Escribió, pues, Moisés y refirió al pueblo todas las palabras del Señor y todas las leyes» (Ex 24,4; cfr. Num 32,2; Dt 31,9,22). No hay razón para negar una actividad literaria de Moisés. Pero no es posible afirmar que él escribiera todo el Pentateuco. Aparte la narración de su muerte (al fin de Dt) hay una serie de leyes y narraciones que suponen el pueblo asentado ya en Palestina. Además, hay relatos y leyes que se repiten; los mismos episodios, a lo largo del P., corren paralelos, escritos en forma literaria distinta y, a veces, con diversa preocupación teológica, lo que supone una gran actividad literaria, anterior a la redacción definitiva del Pentateuco. Esto ha dado lugar al estudio de las tradiciones o - fuentes. De modo que, aun manteniéndose a Moisés como autor del P., sea preciso estudiar el tema del origen literario del mismo.
      3. Historia de la exégesis. La exégesis no ha dicho aún la última palabra y en el apartado siguiente veremos las directrices del Magisterio de la Iglesia que nos indican el camino a seguir en el estudio del Pentateuco. Para establecer el status quaestionis actual, es necesario analizar las adquisiciones hechas progresivamente. El trabajo de la escuela farisaica es ya una exégesis. Desde Simón el Justo y Antígono de Sacho (s. II a. C.) se esfuerza por dar el profundo sentido de la ley y sus aplicaciones en los nuevos tiempos. No es una exégesis histórica, y vemos en Contra Apion, de F. Josefo (s. i d. C.) cómo tradiciones judías y tradiciones paganas se enfrentan en el Éxodo sin aportar ningún argumento sólido. Para los contemporáneos, Moisés es el legislador (Diodoro de Sicilia), para los judíos la Tóráh es obra de Moisés, y para F. Josefo Moisés ha narrado proféticamente su muerte. No obstante, en el 4° libro de Esdras (s. I d. C.) se conserva una tradición judía lo bastante sólida para influenciar a los Padres: los libros, destruidos en el exilio, han sido reconstruidos milagrosamente por Esdras y aquéllos recogen el conjunto de la tradición judía con los libros mismos, sentando, sin embargo, las bases del trabajo crítico. Así como los doctores judíos estudian el P. como Ley, para extraer de ella la voluntad de Dios sobre los actos humanos, los Padres leen en él los prolegómenos de la historia de la salvación del género humano; de ahí la importancia dada a Gen 1 sobre la creación. Los comentarios de los Padres son sobre todo homiléticos, y presentan a Moisés más como un modelo que como un legislador; contra los paganos son también apologéticos, razón del extenso empleo de la alegoría, utilizada por los alejandrinos para explicar los antiguos textos religiosos. La exégesis rabínica utilizará diversos géneros literarios, con objeto de hacer captar el espíritu de la moral de la Tóráh, a riesgo de alejarse mucho del texto.
      La Edad Media conduciría de nuevo al texto, pero sin renegar de la exégesis rabínica ni de la exégesis espiritual de los Padres. Con Maimónides (v.) se abrió paso una interpretación racional que establecía una separación entre los principios y las imágenes, entre las disposiciones esenciales y los detalles.
      Destruido por la invasión turca y las Cruzadas, Oriente cedió el paso a Occidente. Las exégesis de Rasí (v.), en Francia, y de Moseh ben Ezra (v.), en España, se fundaban en el valor de las palabras y en el realismo de la narración y de las costumbres (en comparación a veces con las costumbres francas). La controversia entre judíos y cristianos se basó en ciertos textos, teniendo los últimos que profundizar en el sentido literal. Algunos, como Andrés de San Víctor, fueron influidos por la exégesis judía. ¿Cuál era el sentido literal? ¿El sentido puramente material de una historia de acontecimientos? Junto con Maimónides, admite S. Tomás la posibilidad de alegorías y metáforas, sentando el principio de la evolución de las leyes correspondientes a la de la sociedad y aceptando el desarrollo de la Revelación.
      La exégesis de los tiempos modernos enfrentó no sólo a judíos y cristianos, sino a los cristianos entre sí y la unidad de la fe en la unidad de una Iglesia dejó de ser el principio regulador de la exégesis. Esta vino a ser muy dogmática, tanto por el lado protestante como por el católico. Los humanistas (Erasmo) habían sentado los principios de una exégesis de base filosófica y racional, pero para abordar la antigüedad oriental se precisó más tiempo que para el mundo clásico greco-romano. R. Simón, experto en lenguas orientales, plantó algunos jalones (como el de que la variedad de los textos era debida a la pluralidad de «escribanos públicos»), pero se vio rebatido por Bossuet y los Socinianos. Spinoza realizó un minucioso análisis de las leyes del P. tratando de insertar los textos en la historia de Israel, pero su negación de lo sobrenatural le enfrentó a la Sinagoga y a las iglesias. El estudio teológico de los textos no estaba aún maduro.
      En el s. xvtit se definieron los métodos históricos. El abate Barthélemy estudia Fenicia y su paleografía. Los viajes a Oriente de Michaux, Niebuhr (v.) y otros, aportaron documentos. Finalmente, Witter, Astruc y Eichhorn abordaron el estudio del vocabulario del Pentateuco. La expedición a Egipto y el descubrimiento de Champollion (v.), seguidos de la exploración de Nínive (Layard y Botta) y el descifrgmiento de los cuneiformes (Grotefend), acelerarían los progresos.
      La exégesis del s. XIX se caracteriza, en primer lugar, por la crítica literaria. Si, gacias a la alternación delos nombres divinos, pudo Astruc distinguir una serie de textos elohístas y otra serie yahwista, Ilgen descubrió dos series elohístas siendo ésta la primera hipótesis documental. En adelante, la exégesis oscilará entre tres explicaciones; se guían por las analogías y recurrencia de vocabulario y por la disposición de los textos del Pentateuco:A) La hipótesis de los fragmentos. Para ésta, el P. no es sino la compilación de trozos independientes.
      B) La hipótesis de los complementos: el P. tiene por base una escritura fundamental, completada por adiciones diversas.
      C) La hipótesis documental: el P. está compuesto no de piezas aisladas sino de cuatro series continuas de relatos y de leyes que forman cuatro tramas, capas o estratos paralelos, fusionados por distintos redactores en un P. único.
      A partir de Hupfeld (1853) esta última hipótesis es la predominante, con mucho, entre los especialistas, aunque no absorbe la unanimidad de opiniones. Hubo diversas formas de fechar e interpretar los estratos o documentos.
      Sobre la fecha relativa, la mayoría de los críticos siguen las conclusiones de Graf y Wellhausen con el esquema siguiente: 1) El estrato más antiguo es la serie Y (yahwista), que contiene pocas leyes, pero muchos relatos psicológicos y pintorescos; 2) viene luego E (elohísta), con más leyes (Decálogo, Ley de la Alianza, Ex 20-23), admitiendo pluralidad de santuarios; 3) sigue D (Deuteronomio) con sus discursos y su código centralizando el culto; y 4) el P (Priesterkodex) con muchas leyes y relatos estereotipados (genealogías, cifras), que da por sentada la unidad de santuario (Lev 17) y hace distinguir entre levitas y sacerdotes, dato ausente en los estratos anteriores.
      Esta hipótesis se convirtió en sistema, cuando incluyó estas justas observaciones para apoyar la teoría de la evolución religiosa de Israel, al término de la cual la inspiración profética se paralizaba en el abstracto lega¡¡sino de Pentateuco. Pero, con tal sistema, los espíritus religiosos no encontraban ya su fe en el Dios vivo de la Biblia y los cristianos reaccionaron justamente sobre todo la Iglesia Católica. Ésta, por Decretos de la Pontificia Comisión Bíblica (a. 1905 y 1909) se esforzó en salvaguardar la tradición mosaica y los hechos religiosos que constituían la base de la Biblia, considerada como una historia de la salvación por Dios.
      Siguió luego un periodo confuso, tanto más confuso chanto que los descubrimientos arqueológicos ponían de manifiesto relaciones sorprendentes entre relatos bíblicos y relatos babilónicos: creación, inmortalidad, pérdida por causa de una serpiente, patriarcas antediluvianos, diluvio, relatos en los que la prioridad cronológica pertenecía a Babilonia (v.). Así como el sistema de Wellhausen mantenía la especificidad de la Biblia por un desarrollo autónomo, el panbabilonismo de Delitzsch no veía más que un engaño en la creencia en la Biblia, y el modernismo negaba el valor de su inspiración (Loisy).
      La escuela de la historia de las formas (v.) se lo devolvería al estudiar la evolución de los géneros literarios; junto con Gunkel (v.) y Gressmann, dicha escuela probó mediante un análisis preciso que la Biblia introducía una teología nueva utilizando textos antiguos. Los trabajos, al atribuir los textos y sus géneros literarios a la evolución social de Israel, situaron estos textos en la vida de la nación, y la vida de Israel en ósmosis con la del Antiguo Oriente. Consagró a menudo una parte más amplia a la leyenda o saga que a la historia (Génesis de Gunkel, Moisés de Gressmann), pero sus trabajos continuaron, desembocando en una nueva escuela, la de la crítica de las tradiciones históricas (v. HISTORIA DE LAS RELIGIONES, ESCUELA DE LA).
      Este necesario e interesante método exige un estricto control arqueológico. Es preciso determinar en qué punto de la geografía y en qué momento de la historia se sirvió Israel de tal o cual institución. La arqueología palestinense, que empezó con F. Petrie (1890), fue brillantemente impulsada por animosos rebuscadores y pudo precisar el desarrollo de las ciudades y las influencias sufridas por Israel. Demostró que Palestina era un pequeño país sometido a las influencias culturales y políticas de sus importantes vecinos: Mesopotamia, Egipto, Mundo egeo, y, secundariamente, las de los hititas y semitas del Sur. A veces la arqueología palestinense ha podido ir más lejos e ilustrar ciertos textos, como las cartas de Lakish, los textos de Arad y el óstraka de launeh-lau (para Ex 22,25). Estos importantes descubrimientos no pueden suplir ni contradecir el estudio mismo del texto, ni tampoco probar ni negar el valor del texto bíblico, pero ayudan a situar y a comprender el Pentateuco.
      Nuestro texto es el resultado de una labor considerable que se extiende a lo largo de siglos, y su estructura actual no se comprende sino en función de la composición de los estratos sucesivos y de su fusión definitiva, que parece tuvo lugar en el tiempo de Esdras (s. v a. C.). Es notable que el estrato antiguo no haya sido sacrificado al nuevo, señal de que se le reconocía un valor permanente. El P. es el testimonio del desarrollo de las instituciones de Israel con un vivísimo sentido de la continuidad de la nación. Desde el punto de vista teológico, el P. es el testimonio de la acción salvífica de Dios a través de instituciones sagradas.
      4. Magisterio de la Iglesia. Éste es luz para los puntos anteriores: el autor del P. y la valoración de la crítica e interpretación. Por implicar los documentos del Magisterio ambos temas, los tratamos en un solo apartado.
      a) Autór: Los documentos antiguos reflejan pacíficamente la tradición; se fijan directamente en la canonicidad, no en la autenticidad: «cinco libros de Moisés, a saber, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio» (S. Inocencio 1, Carta Consulenti tibi a. 405). Los Conc. Florentino (en el Decret. Pro lacobitis, a. 1441) y Tridentino (Decr. sobre el canon, 1546) emplean los mismos términos.
      La Iglesia afronta el problema de la autenticidad mosaica por medio de la PCB, con unos documentos más matizados de lo que comúnmente se cree. Se levanta frente al sistema de la evolución religiosa de Israel, que arrastra consigo el que Moisés no es autor del Pentateuco. En su decreto de 27 jun. 1906 afirma: 1) los argumentos de los críticos no tienen peso para impugnar que Moisés es el autor del' P.: en favor de la autenticidad mosaica están los testimonios del A. y N. T., el perpetuo consentimiento del pueblo judío, la tradición constante de la Iglesia y los indicios internos del texto mismo. 2) Defendida la autenticidad, no es necesario sostener que el mismo Moisés escribiera o dictara a los amanuenses toda su obra «.,. se puede admitir la hipótesis de que él recomendó a otro o a varios que escribieran la obra que él había concebido bajo el signo de la divina inspiración, de tal manera, sin embargo, que reflejaran fielmente su pensamiento, sin escribir nada contra su voluntad ni omitir nada; y que, por último, la obra así redactada, aprobada por el mismo Moisés como autor principal e inspirado, se hubiera divulgado con su nombre». 3) Se admite la posibilidad «de que Moisés empleara fuentes para componer su obra, a saber, documentos escritos, tradiciones orales». 4) «... salva la autenticidad mosaica sustancial y la integridad del P., se puede admitir que en tan largo decurso de siglos le hayan sobrevenido algunas modificaciones tales como añadiduras hechas después de la muerte de Moisés por un autor inspirado o glosas y explicaciones intercaladas en el texto; algunos vocablos y formas del lenguaje antiguo cambiadas a lenguaje más moderno; erratas atribuibles a defectos de los amanuenses...».
      A pesar de las circunstancias concretas en que se emanan estos documentos, su valor de puesta en guardia frente a cualquier sistema o interpretación que haga peligrar el valor sobrenatural de la Escritura es perenne; en esos momentos está ligado con la autenticidad mosaica del P. y los documentos son claros, defendiendo la autenticidad mosaica substantialiter. ¿Qué es lo que queda fuera de esta «sustancia» del P.? Muy poco, según los decretos (cfr. 4). Pero el decr. 1) habla de que los argumentos acumulados por los críticos no son de tanto peso como para impugnar la autenticidad mosaica del Pentateuco. ¿Ha habido, después, argumentos de más peso, que hayan cambiado el tenor de esos documentos? No. La Iglesia sigue defendiendo la autenticidad mosaica, pero el acento no se pone tanto en lo que escribió o mandó escribir, cuanto en su influjo que determinó el carácter y el espíritu de todo el Pentateuco. Así, en la carta de la Pontificia Comisión Bíblica, 16 en. 1948, al card. Suhard, se dice: «En cuanto a la composición del Pentateuco ya en el decreto antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse afirmar que "Moisés, al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y de tradiciones orales" y admitir también modificaciones o añadiduras posteriores a Moisés. Nadie, ya en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes o rehúsa admitir un progreso creciente de las leyes mosaicas, debido a condiciones sociales y religiosas de los tiempos posteriores, progreso que se refleja incluso en los relatos históricos. Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de la materia. Por eso invitamos a los doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una sana crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencias con esta materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador».
      b) Interpretación. El Magisterio de la Iglesia no ha dado normas concretas para la interpretación del Pentateuco. Sí, sobre algunos puntos muy importantes.
      La historicidad de los tres primeros capítulos del Génesis fue puesta en duda y aun negada, a causa de los descubrimientos arqueológicos e históricos. La negación de la historicidad lleva a la negación de una parte de los principios dogmáticos en que se basa la religión cristiana. La Pontificia Comisión Bíblica sale en su defensa el 30 jun. 1909. He aquí un resumen de su doctrina: 1) los diversos sistemas exegéticos inventados, con apariencia científica, para excluir el sentido literal histórico de estos capítulos no se apoyan en fundamento sólido; 2) por ser contrario a la índole del libro del Génesis, al testimonio de las Escrituras, al consentimiento unánime de los Santos Padres, al sentido tradicional que siempre tuvo la Iglesia, no se puede enseñar que estos capítulos no contienen narraciones de cosas realmente sucedidas; que son cosas fabulosas tomadas de las mitologías y acomodadas a la doctrina monoteísta, o alegorías y símbolos faltos de fundamento, o leyendas en parte históricas y en parte ficticias para instrucción y edificación de las almas; 3) no se puede poner en duda el sentido literal histórico cuando se trata de los hechos narrados en dichos capítulos que tocan los fundamentos de la religión cristiana, como son, entre otros, la creación de todas las cosas hecha por Dios en el principio del tiempo; la peculiar creación del hombre, la formación de la primera mujer del primer hombre; la unidad del género humano; la felicidad original de los primeros padres en el estado de justicia, integridad e inmortalidad; la transgresión del divino precepto por sugestión del demonio bajo la forma de serpiente; la expulsión de los primeros padres de aquel primitivo estado de inocencia, y la promesa de un reparador futuro; 4) salvo el juicio de la, Iglesia y la analogía de la fe, cada uno puede seguir y defender la sentencia que juzgue más procedente en aquellas cosas en que no hay unanimidad de los Santos Padres y no enseñaron nada de cierto y definitivo; 5) no todas las palabras y frases se han de tomar siempre y necesariamente en sentido propio; 6) presupuesto el sentido literal e histórico, se puede emplear una interpretación alegórica y profética..., siguiendo el ejemplo de los Santos Padres y de la misma Iglesia; 7) no se ha de buscar en su interpretación siempre la propiedad del lenguaje científico, pues no es la mente del autor sagrado enseñar de una manera científica la constitución de las cosas visibles, sino proporcionar a su gente una noticia popular, acomodada a su capacidad; 8) se puede disputar libremente si hay que tomar en sentido propio e impropio los días de la creación de Gen. 1.
      Por encargo del Sumo Pontífice, la P.C.B., el 16 en. 1948, en carta al card. Suhard, amplía el horizonte a los once primeros capítulos del Gen, «la prehistoria» de la humanidad, de los que afirma: «Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues, negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos... Con declarar a priori que estos relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen, mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una humanidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido».
      Sustancialmente no cambia nada sobre los documentos anteriores. Pero, de hecho, esta carta fue interpretada abusivamente y Pío XII, en la enc. Humani generis, 12 ag. 1950, hubo de salir al paso de algunos errores: «Del mismo modo que en las ciencias biológicas y antropológicas, hay algunos que también en las históricas traspasan audazmente los límites y las cautelas establecidas porla Iglesia. Y de manera particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros históricos del Antiguo Testamento. Los fautores de esa tendencia, para defender su causa, invocan indebidamente la carta que no hace mucho tiempo la Comisión Pontificia para los estudios bíblicos envió al arzobispo de París. Esta carta advierte claramente que los once primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerden con el método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido verdadero, que los exegetas han de investigar y precisar, y que los mismos capítulos, con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente del pueblo poco culto, contienen las verdades principales y fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, y también una descripción popular del origen del género humano y del pueblo escogido».
      Sobre el origen del hombre, Pío XII, en el discurso a la Pontificia Academia de Ciencias (30 nov. 1941), apoyándose en Génesis, repite el dogma de la espiritualidad del alma humana y de su creación inmediata por Dios. Y en la enc. Humani generis afirma: «... el magisterio de la Iglesia no prohíbe que en investigaciones y disputas entre los hombres doctos de entrambos campos se trate de la doctrina del evolucionismo, la cual busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente (pues la fe católica nos obliga a retener que las almas son creadas inmediatamente por Dios)... Empero, algunos, con temeraria audacia, traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el origen mismo del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los indicios hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados y cual si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia». Pero no se da tal libertad para la hipótesis del poligenismo «... pues los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación o bien que Adán significa el conjunto de los primeros padres, ya que no se ve cómo tal sentencia pueda compaginarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que procede del pecado verdaderamente cometido por Adán y que, difundiéndose a todos los hombres por la generación, es propio de cada uno de ellos (cfr. Rom 5,12-19; Conc. de Trento, ses. 15 can. 1-4)».
      Hay que tener en cuenta «que en las leyes y normas dadas por la Iglesia se trata de la doctrina de fe y costumbres, y que entre las muchas cosas que en los sagrados libros se proponen, son solamente pocas aquellas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia» (enc. Divino afflante). Para las que no hay doctrina expresa de la Iglesia, hay que atenerse a la doctrina del Magisterio sobre la interpretación de la Biblia (v.), que queda magistralmente comprendida en las palabras de la Const. Dei Verbum (n° 12): «La Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita: por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe».
      5. Recapitulación. El hecho fundamental en P. es que Dios elige libremente a un pueblo (porque suya es toda la tierra, cfr. Ex 19,5), con el cual hace una alianza, siendo Moisés el mediador. Partiendo de este hecho, Dios se revela como el Dios único, al que hay que temer y adorar (cfr. Ex 20,2 ss.; Dt 6,13), castiga el mal (cfr. Dt 29,19 ss.), pero es compasivo y misericordioso, tardo a la ira y grande en la piedad y fidelidad (cfr. Ex 34,6) con los que guardan sus mandamientos y se convierten a Él con todo el corazón (Dt 30,10). Él es autor de toda la creación, cuyo culmen es el hombre hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gen 1,27); Dios le concede gratuitamente su amistad y lo adorna con dones preternaturales: ausencia del dolor y de la muerte (Gen 2); la primera pareja humana, tentada por la serpiente, comete el pecado y rompe la amistad con Dios; pierde la gracia y entran en el mundo el pecado con sus concupiscencias, el dolor y la muerte, que se transmiten a sus sucesores; pero ya desde entonces se anuncia la salvación por Jesucristo (Gen 3). Después de los pecados de Caín, de la generación de Noé con el castigo del Diluvio, de la Torre de Babel (cfr. Gen 4-11), Dios va preparando ese futuro salvador, con la vocación de los Patriarcas, a los que promete una Tierra y una descendencia numerosa (cfr. Gen 11 ss.). Humanamente se ve comprometida la salvación a punto de ser exterminado el pueblo en Egipto. Dios interviene con prodigios, sacando al pueblo para que le sirva (cfr. Ex 1-12). Lo hace por medio de Moisés, su siervo, a quien revela su nombre (cfr. Ex 3,6). Los milagros que hace el Señor lo revelan como verdadero Dios ante los israelitas: «Y vio Israel la gran acción que Yahwéh había llevado a cabo contra los Egipcios, y el pueblo temió al Señor y creyó en Él y en Moisés su siervo» (Ex 14,31). Dios es el legislador y manifiesta su voluntad en forma de Leyes: el Decálogo (cfr. Ex 20; Dt 5) y otras leyes (Ex 21; Dt 27). Estas leyes son justas y Dios las ha dado para la salvación; indican que Dios está cerca de los hombres: «¿Qué nación hay tan grande que tenga la divinidad tan cerca de sí, como está el Señor, nuestro Dios, cada vez que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga estatutos y decretos tan justos, como toda esta legislación que yo os promulgo hoy?» (Dt 4,7-8). Pero, para poder cumplir la ley, es preciso tenerla en la boca y en el corazón (cfr. Dt 30, 11-14).
      El P. nos transmite la acción de Dios y la ley de Dios que son salvadoras, para el hombre fiel. El Señor fidelísimo a sus promesas, lleva al pueblo hasta las estepas de Moab, donde muere Moisés, teniendo ya a la vista la Tierra Prometida (Dt 34).
     
      V. t.: ANTIGUO TESTAMENTO I, 5; GÉNESIS; ÉXODO; LEVÍTICO; NÚMEROS; DEUTERONOMIO.
     
     

BIBL.: 1) Magisterio: Los documentos del Magisterio, excepto del Conc. Vaticano II, pueden verse en la recopilación de S. MUÑOZ IGLESIAS, Documentos Bíblicos, Madrid 1955. El número que citamos tras el documento magisterial respectivo indica el párrafo puesto por Muñoz Iglesias en su recopilación: Carta Consulenti tibi, n. 16; Conc. Florencia, n. 38; Conc. de Trento, n. 49; Resp. de la Pontificia Comisión Bíblica, nn. 188-191; 347354; Pío XII, Discurso a la Pont. Academia de Ciencias, n. 618; Pont. Com. Bíblica, nn. 666-667; Enc. Humani generis, n. 704; CONO. VATICANO II, Const. Dei Verbum, nn. 11-12.

 

H. CAZELLES T. LARRIBA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991