Pecado. Pecados Capitales.


4. PECADOS CAPITALES. Concepto. Etimológicamente, la noción de p. capital (del latín caput, cabeza) puede convenir a los crímenes dignos de la pena de muerte o pena capital (cfr. S. Tomás, Sum. Th. 1-2 q84 a3), o bien a aquellos pecados que, al ser como principio y fuerza directiva de otros, pueden considerarse como su cabeza, especialmente por razón de causalidad final. Esta segunda acepción es la más corriente, por lo que los p. capitales pueden definirse como aquellos p. actuales -aislados o más frecuentemente repetidos (en este caso se habla de vicios capitales)-, mediante los que se busca un fin específico capaz de atraer la voluntad e impulsarla hacia otros p. relacionados con ese mismo fin.
Er. cierto modo, la existencia de p. capitales podría considerarse un efecto genérico del desorden de instintos (v.) y tendencias (v. PASIONES) que hay en el hombre como consecuencia del p. original, y en este sentido los p. capitales representarían las principales direcciones por las que se suelen desbocar el deseo de placer y la inclinación al mal. Pero la simple conexión entre todos o determinados p. no basta para calificarlos como capitales, porque todo p. -por lo que tiene de alejamiento de Dios, y de herida o muerte para el alma- debilita la voluntad y la hace más fácilmente susceptible de nuevas caídas.
Para que pueda hablarse propiamente de p. capital ha de existir una conexión más específica, una subordinación de fines entre los p. que podríamos llamar miembros y el p. o los p. que son su cabeza. De ahí que los p. capitales, aun cuando a veces puedan ser veniales (es el caso dePECADO IVbastantes p. de vanidad, de envidia, de gula, etc.), siguen conservando su capitalidad y, por consiguiente, su capacidad de facilitar o provocar la realización de otros actos moralmente ilícitos. Son vicios (v.) o p. capitales, en suma, porque tienen un objetivo que de algún modo se basta a sí mismo; poseen efectivamente cierto sentido de fin completo, en el que puede agotarse la intencionalidad del pecador. Los demás p. no capitales serían, en este contexto, como medios o instrumentos para alcanzar la meta que implica el p. capital, que ejerce un fuerte predominio sobre los apetitos (v.). Naturalmente algunos p. capitales son a veces instrumentos o incentivos para otros p., capitales o no, pero esos casos no obstan a la teoría general, como se dirá más adelante.
Ese predominio o capitalidad de determinados p. puede revestir diversas modalidades, aunque conserve siempre su característica común fundamental:a) Unas veces, como sucede con la soberbia (v.), la capitalidad está en el orden de la intención, y en ese orden predomina el fin que se trata de lograr. «En todos los bienes temporales, el fin que el hombre busca es poseer cierta perfección o gloria. Por esta vía descubrimos que la soberbia, apetito de la propia excelencia, se pone como principio de todo pecado» (S. Tomás, Sum. Th. 1-2 q84 a2).
b) En otras ocasiones el p. es capital porque sirve de sostén y de pábulo a otras acciones ilícitas, ofreciendo los medios, incluso materiales, para llevarlas a la práctica. Se puede hablar entonces de capitalidad pecaminosa en el orden de la ejecución; es decir, resulta primario, capital, lo que ofrece mejor y mayor oportunidad de satisfacer deseos ilícitos. Es éste el caso de la avaricia o pasión desordenada de riquezas, que es «raíz de todos los males» (1 Tim 6,10) no porque se busquen las riquezas como último fin, sino «porque se buscan muchas veces como medios para alcanzar todo fin temporal» (Sum. Th. 1-2 q84 al ad2); «con las riquezas el hombre adquiere la facultad de cometer cualquier pecado y de satisfacer cualquier deseo de pecado» (ib.).
c) Otras veces la capitalidad de los p. queda afectada y modificada por las motivaciones prácticas particulares de cada persona, que llega a tener en cierto sentido sus propios y peculiares p. capitales, según el modo de vida que lleve, las costumbres que tenga, la formación, las tendencias temperamentales, etc. Se piense, además, en los variados motivos que pueden llevar a pecar a cada hombre en concreto, y se entenderá bien por qué S. Tomás aclara que la razón de ser de los p. capitales está caracterizada «según lo que sucede como regla general, no según lo que sucede siempre y en todos los casos, porque la voluntad no obra necesariamente» (Sum. Th. 1-2 q84 al ad3).
La razón de ser de los p. capitales se comprende también con la ayuda del contraste ofrecido por otros p. que no suelen ser capitales, p. ej., la mentira. Por lo general, se trata de p. que no agotan el fin de la acción en sí mismos, sino que se ordenan a otros objetivos más o menos inmediatos, o más o menos conscientes, en relación a los cuales actúan como medio e instrumento. No se suele mentir por mentir, sino para evitarse una reprensión, un disgusto o una situación desagradable; para hacer daño a un enemigo (con la calumnia, p. ej.), o para seducir (a una mujer, bajo la falsa promesa de matrimonio); para conseguir beneficios o riquezas, o para no perder las que se tienen (la mentira en la declaración de renta). La mentira es en todos esos casos un p. «miembro», súbdito y subordinado de otros,. que resultan p. capitales. En los ejemplos citados, los p. capitales serían respectivamente la vanagloria, la ira, la lujuria y la avaricia.
Clasificación. «Como las disposiciones de los hombres várían al infinito» (Sum. Th. 1-2 q84 a4), no podría hacerse ninguna clasificación de los p. capitales, si se quisiera atender a lo que -para cada persona en concreto- fuera susceptible de erigirse en causa final de otros pecados. La fragilidad de nuestra naturaleza y la multiplicidad de posibilidades a que da lugar la libertad humana hacen que sean innumerables los desórdenes que pueden convertirse en objetivos del obrar, según las características de los p. capitales.
Al mismo tiempo, nuestra naturaleza tipifica en cierto modo determinados p. capitales: por lo que el hombre tiene de intelectual, concretamente, sólo puede poner como último fin un absoluto (el amor Dei o el amor su¡), y en consecuencia el primer p. capital será la soberbia o desordenado amor de sí; de manera semejante, lo que la naturaleza humana tiene de compuesto entre espíritu y materia, alma y cuerpo, hace posible que las pasiones (v.) se desordenen respecto a la razón, y se dé lugar a otros dos p. capitales: la gula y la lujuria.
Por lo demás, la S. E. no contiene ninguna lista de p. capitales que pueda considerarse exhaustiva, y se limita a hacer referencia a algunos concretos. Son clásicos el ya citado texto de 1 Tim 6,10 sobre la avaricia y el de Ecc1i 10,15 sobre el orgullo. En el mismo contexto suele considerarse 1 lo 2,16, donde se indica a la concupiscencia y a la soberbia como origen común de los pecados.
Partiendo de esos fundamentos, los Padres de la Iglesia de los seis primeros siglos inician la elaboración teológica sobre los p. capitales y ensayan diversas clasificaciones, de las que tres son las principales: a) para Casiano (Collationes, V,X: PL 49,621 ss.), los p. capitales son ocho: concupiscencia de gula, fornicación, avaricia, ira, tristeza, acidia, vanagloria y soberbia; b) S. Juan Clímaco (Scala paradisi, 30: PG 88,948 ss.) identifica la vanagloria y el orgullo, y reduce a siete los p. capitales enumerados por Casiano; c) S. Gregorio Magno (Moraba, XXXI, 45: PL 76, 620 ss.) considera en cambio aparte a la soberbia, a la que llama «reina de todos los vicios» -podríamos decir que es el p. capital de todos los p. capitales sin excepcióny pone a los demás p. capitales bajo su imperio, con lo que también resultan siete: vanagloria, envidia, ira, tristeza, avaricia, gula y lujuria.
S. Tomás de Aquino (cfr. Sum. Th. 1-2 q84) recoge y aprueba la clasificación de S. Gregorio, aunque prefiere dar el nombre de acidia a lo que S. Gregorio llama tristeza. Esta clasificación de S. Tomás, con ligeras variantes de terminología, es la que se sigue actualmente -está recogida, p. ej., en el Catecismo de S. Pío X-, aunque no han faltado moralistas que han tratado de estructurar los p. capitales de un modo que resultara más orgánico. No parece fácil lograrlo, por la falta de unidad vital que hay en la esencia de todo p., por el alejamiento de Dios y la disolución en tendencias contradictorias y desordenadas que están implícitas en cualquier violación del orden moral.

V. t.: VICIO; SOBERBIA; AVARICIA; LUJURIA; IRA; GULA; ENVIDIA; PEREZA.


J. L. SORIA SAIZ.
 

BIBL.: S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, 1-2 q84; íD, Quaest. Disp. De Malo, q8 al; G. MORETTI, Vizi capital¡, en Enciclopedia Cattolica, XII, Ciudad del Vaticano 1954, 1572-1573; E. DUBLANCHY, Capital (Péché), en DTC 11,1688-1692; R. GARRIGOULAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Buenos Aires 1944, 347 ss.; P. PALAZZINI, Realidad del pecado, Madrid 1962, 60 ss.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991