PECADO I. RELIGIONES NO CRISTIANAS.


La idea «salirse del camino» ha sido traspuesta, ya desde los tiempos antiguos, con categoría de metáfora y símbolo, a distintos planos del quehacer humano. El término pecado, del latín peccatum, le concede un valor ético negativo. Según su etimología, de la raíz pes, pecado es el «tropiezo» (Horacio, Epístolas, 1,1,8-9) que en el camino o, sobre todo, al salirse de él hace vacilar y caer al caminante. Esta idea de «tropezar, dar un mal paso, desviarse del camino recto de la virtud» se halla también en los vocablos expresivos de pecado en los diversos idiomas: amartía (griego), hatu, hittu (Babilonia), Bebida (sumerio), arnu (código de Hammurabi), tsui, ok, kwo (chino), etc. Todas las acciones pecaminosas coinciden en el rasgo de «transgresión». Otras veces la metáfora es ofrecida por la bifurcación: escoger el camino indebido. Ante el hombre hay dos caminos: «el del mal es llano..., el de la virtud largo, empinado y pedregoso» (Hesíodo, Erga, 287 ss.). El hombre se siente atraído hacia el primero por Kakía, la Maldad, mujer muelle, altanera, de vestidos transparentes: hacia el segundo por Arete, la Virtud, noble, de vestido blanco (Jenofonte, Memorabilia, 2,1,21 ss.; Aristófanes, Nubes, 986-1020; etc.; interpretación pitagórica de la letra Y=camino único que se bifurca al llegar la juventud).
      1. Catálogos de pecados. Se transcriben varias listas pertenecientes a distintas zonas y religiones, ya que facilitan la visión panorámica de la consideración de los p. en las religiones no cristianas.
      Diversos pueblos primitivos (Wakulwe, Semang, esquimales, Hupa, Bawili, Bechouana, etc.): matar, maltratar a hombres y ciertas clases de animales, tocar un cadáver o una mujer durante el periodo, adulterio, envenenar a alguien, maltratar al padre, madre o hermanos, incesto, robo, no hacer caso de las palabras del «viejo» (=padre), ciertas acciones involuntarias o indiferentes (pecados objetivos). De todos, los p. más universalmente considerados en pueblos de cultura inferior y también en los desarrollados son el homicidio y los más graves pecados sexuales.
      Mazdeísmo (v.): sodomía, pederastia, asesinato, destrucción del Khve-tuk-das, deslealtad para con el hijo adoptivo, apagar el fuego sagrado, matar la nutria, idolatría, indiferencia religiosa, no guardar la palabra dada, fomentar la maldad, pereza, herejía, sortilegio, apostasía, cultos falsos, robar e inducir al robo, no cumplir las promesas, malignidad, opresión con el fin de obtener bienes ajenos, persecución de los justos, calumnia, arrogancia, adulterio, ingratitud, falsía, maltratar al desvalido, alegría en la tribulación ajena, inducir a un niño y apartarlo de las buenas obras, pesar de las buenas obras ajenas (Mainogf Khrát 36; cfr. otra lista de 14 pecados en Dinkart, 3,109,3). Curiosa es la clasificación de las faltas típicas de las distintas clases sociales en que se hallaba estructurada la sociedad irania: a) sacerdotes: hipocresía, negligencia, rutina, haraganería, preocupación por bagatelas; b) militares: opresión, violencia, incumplimiento de las promesas, fomentar el vicio, ostentación, arrogancia, insolencia; c) labradores: ignorancia, envidia, intención torcida, malicia; d) artesanos: incredulidad, ingratitud, conversaciones impropias, malhumor, vituperios (Mainogf Khrát 9459).
      Egipto: asesinato, robo, opresión, impiedad para con los dioses y los difuntos, mentira, calumnia, avaricia, impaciencia, orgullo, mal genio, garrulería, escuchar detrás de las puertas, adulterio, masturbación (Libro de los muertos, 125).
      Hinduismo y Budismo: matar, mentir, robar, fornicar, etcétera, está prohibido en el primer grado del yoga; los otros siete grados prescriben determinadas reglas de aseo personal, de ascetismo, recitación de oraciones, etc.
      Griegos: impiedad, no ofrecer los sacrificios prescritos, hybris o soberbia e insolencia luciferina, falta de la pureza ritual, envenenar, adulterio, incesto, violación de las «leyes no escritas» y de las promulgadas por la polisEstado, no atender al suplicante y al huésped, homicidio, perjurio, etc. (Homero, Ilíada, 1,65; 2,595 ss.; 3,298; 4,158,235; 6,266; 14,156,569; 24,480; Odisea, 1,46; 23, 218; etc.; Platón, Apología, 19b; Jenofonte, Memorabilia, 1,1,1; 15-16; etc.).
      Peruanos precolombinos: No servir mucho a los dioses, no celebrar sus fiestas, no pagar los sacrificios prescritos, no obedecer ni ayudar o injuriar a padre, madre, abuelos, tíos; no acatar las órdenes del sumo sacerdote ni las de los ministros inferiores, no obedecer al rey y participar en revueltas contra él, matar a un niño o a un adulto excepto en caso de guerra; practicar el aborto, sobre todo si está encinta ya de tres meses; violar una virgen; tener relaciones con una mujer casada o viuda, robar el valor de una fanega de maíz o de patatas, etc. (M. Jiménez de la Espada, Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid 1879, 137-227). El enunciado original de casi todos los catálogos de preceptos y p. suele ser negativo.
      2. Diversas formas y aspectos del pecado. La escuela evolucionista (J. G. Frazer, etc.) propugna el desarrollo progresivo en la idea del p., que habría pasado de la concepción mágica a la jurídica (pecado objetivo) y, finalmente, a la religioso-moral (pecado subjetivo): transgresión consciente y voluntaria de la voluntad del Ser Supremo. Pero la investigación moderna ha demostrado que no hay religión sin exigencias morales ni moralidad primitiva sin base religiosa y que en los pueblos etnológicamente más arcaicos existe un monoteísmo (v.) ético. De todas maneras es preciso enjuiciar la moral de las religiones no cristianas (v. MORAL IV) sin caer en anacronismos de perspectiva teológica y tener en cuenta el concepto monoteísta, henotenista o politeísta y, a veces, impersonal, mana (dinamismo o magia), etc., que tenga de la divinidad cada pueblo, a veces el mismo pueblo en distintas etapas de su historia. Por eso las diferentes formas de p. señaladas u continuación responden a distintos contextos étnico-políticos y religiosos, sin que puedan ser consideradas como estadios de un evolucionismo moral.
      a. Pecado objetivo y subjetivo. El criterio que permite discernir la existencia o no existencia del p. es la propia conciencia (v.). Para que haya p. se requiere advertencia y consentimiento. Es el concepto subjetivo del pecado. Pero, a veces, en las religiones no cristianas el p. es conceptuado sobre todo en su aspecto objetivo, p. ej., una impureza, un miasma contagioso. Más que el aspecto personal del p., importaba el momento objetivo, la realidad del hecho. Por eso, si, p. ej., Platón analiza las intenciones o móviles subjetivos de la acción en distintos grados (casual, pasional, intencionada) para determinar el grado de responsabilidad, con frecuencia no ve en el crimen más que el crimen mismo sin valorar su aspecto subjetivo («culpabilidad» en caso de homicidio involuntario: Platón, Leges, 865e; Pausanias, 1,29,11; etc.). Esta noción sólo objetiva, casi mágica, del p. explica la admisión de p. meramente materiales de los cuales algunos antiguos se sentían culpables; p. ej., responsabilidad en el p. cometido por un miembro del mismo grupo étnico-político, o en p. cometidos en estado de verdadera locura (Eurípides, Heracles, 920 ss.; 970-1110; etcétera), el que sea p. tocar un cadáver, a una mujer durante el periodo o a quien ha derramado sangre (esquimales), comer ciertos animales impuros (Jahai), un esposo burlado por su esposa es p. del esposo (los mashona), etc. Muchos de estos p. implican violación de un tabú (los Bawili, Bechouana, Jahai, etc.); a veces son acciones casuales o indiferentes, p. ej., si una serpiente atraviesa el camino delante de una persona, si la olla se sale al hervir, etc. (los kikuyu). Este concepto justifica los «pecados» de los animales irracionales y de los objetos: piedras, árboles, etc., culpables de la muerte de los hombres. Según Platón (Leges, 873 e) tanto los animales como los objetos «homicidas» deben ser juzgados por un tribunal, condenados a muerte y arrojados fuera del territorio patrio. Residuos de este concepto sólo objetivo del p. subsisten a veces en el judaísmo, y en el sintoísmo japonés, antigua religión babilonia, brahmanismo, religión griega, jamismo, maniqueísmo, mazdeísmo, etc.
      b. Solidaridad horizontal. Los lazos muy intensamente sentidos en la antigüedad entre los miembros de la misma familia, clan, tribu, nación, sobre todo en los pueblos originariamente nómadas y pastores (v. RELIGIONES ÉTNICO-POLíTICAS) y, por otra parte, el concepto objetivo del p. como realidad independiente de la conciencia individual, lleva a la noción de la solidaridad en la culpa, difícil de captar por nuestra mentalidad. El p. cometido por uno se considera con frecuencia que puede contagiar, de modo automático e inconsciente, a una colectividad ligada al pecador. Ciertamente el p. de una persona puede influir de alguna manera en las más próximas; pero, en la mentalidad de ciertas religiones paganas, el hecho se extrema, convirtiéndose en algo automático e inexorable.
      Aparte de que sobre él gravita la culpa de su padre, Layo, y su castigo, Edipo pudiera erigirse en paradigma de esta solidaridad por su p. (matar a su padre, casarse con su madre) no subjetivo, pues lo hizo desconociendo su consanguinidad, y porque su contagio se extendió a todos los unidos a él; la peste afectó a sus súbditos (Sófocles, Edipo Rey, 100 ss., 236 ss., etc.). Por ser «miasma del país» (ib. 97), Edipo debió salir desterrado de Tebas, a cuyos dioses había ofendido (Aristóteles, Constitución ateniense, 1; Sófocles, Edipo en Colona). Ciudades enteras sufren, a veces, por culpa de un soloPECADO Ihombre malo (Hesiodo, Erga, 240; Platón, Leges, 910 b; etcétera). El pecador se convierte en foco de infección, que contagia a cuantos están vinculados a él: esposa, hijos, ciudad, pueblo (Homero, Ilíada, 1-20-25; 4,31-33, 162; 24,25 ss.; Hesiodo, Erga 260,283; Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1,10,1100a 29; etc.).
      En los pueblos de creencias dinamistas (v. MAGIA) el p. y sus efectos son individuales y, con frecuencia, también sociales y cósmicos. En la concepción mágica, el p. es transgresión de una ley universal que comporta la venganza automática de tipo individual-colectivo y cósmico mediante pestes, sequías, guerras, hambres, etc. Si el castigo o venganza, en vez de ser automático, proviene de una divinidad ofendida (Homero, Ilíada, 1,43 ss.; Aristóteles, Constitución ateniense, 1; etc.), no puede hablarse de magia como estadio previo al reconocimiento o creencia en un Ser Supremo personal; observación importante, pero a veces pasada por alto a la hora de analizar los datos aducidos por los propugnadores del evolucionismo moral.
      c. Solidaridad vertical. En el cristianismo y en todo el derecho moderno, exceptuado el caso del pecado original (v.), no hay más responsabilidad, como es lógico, que la que pesa sobre el individuo culpable. Los antiguos, en cambio, aparte de la culpabilidad individual admitían a veces, no sólo la responsabilidad colectiva anteriormente expuesta, sino también la atávica, es decir, la ocasionada por el p. de un antepasado, que se transmite de generación en generación. El p., además de contagioso, sería hereditario. La razón primordial de que la Grecia arcaica y muchas sociedades antiguas (babilonios, sumerios, israelitas, etc., en general todos los indoeuropeos y semitas), lo mismo que muchos pueblos actuales de cultura primitiva, aceptaran la culpa heredada y el castigo diferido hasta la tercera o más generaciones reside en la creencia en la solidaridad de la familia y de su concentración en el paterfamilias. La vida del hijo es una prolongación de la del padre y el hijo heredaba las deudas morales lo mismo que las comerciales. Téngase además en cuenta la creencia de que la enfermedad es un castigo del p. y la realidad de las enfermedades y taras paternas de carácter hereditario.
      En el s. III a. C. Bión de Borístenes señala que, al castigar al hijo por la ofensa del padre, Dios procede como un médico que medicina al hijo para curar al padre (práctica arcaica); Plutarco (Sera vindicta 19, 561 ss.), que cita esta observación, la confirma con hechos de transmisión hereditaria. Por Platón (Teeteto, 173d) sabemos que en el s. iv se apuntaba con el dedo al hombre ensombrecido por la culpa hereditaria y que éste estaba dispuesto a pagar a un «purificador» de oficio para deshacerse ritualmente de ella; en Respublica 364 b-c, ataca a los orfeoteletes que abusaban de estas creencias, tratando de imponer a los individuos y a las polis sus ritos purificatorios con recargo económico. Aunque, en principio, rechaza la herencia de la culpa (Platón, Leges 855a, 909c; etc.), en varios casos la admite (Leges 759c; 854b; 856c-d). Casos famosos son los de la culpa y la posibilidad de su castigo, que gravitan sobre los alcmeónidas: madre de Pericles, esposa de Pisístrato (Heródoto, 1,6; Tucídides, 1,126); y de Creso que, según el oráculo délfico, debía saldar la deuda iniciada por el crimen de un antepasado suyo cinco generaciones antes (Heródoto, 1,91). Paradigma de la herencia de la culpa y de su castigo es la familia de los atridas con la interesante particularidad de que Agamenón aúna la culpabilidad atávica (crimen de su padre, Atreo; Esquilo, Agamenón, 125,1095-1104,1219; etc.) y personal: hybrisó desmesura al sacrificar a su hija lfigenia (ib. 205-258, 1407; etc.) y al permitir profanar los templos de Troya (ib. 503 ss.). La teoría de la transmigración de las almas (hinduismo, brahmanismo, orfismo, pitagorismo, etc.) aceptó gustosa estos principios (v. METEMPSÍCOSIS). En las concepciones hinduistas, p. ej., se supone al individuo preso de sus karmas, es decir, de los méritos y culpas contraídos a lo largo de su vida actual y en las existencias anteriores (v. KARMA).
      d. El pecado como violación de leyes humanas y divinas. Aunque no hablen de la revelación primitiva, los pueblos antiguos suelen distinguir entre leyes divinas y humanas. Admiten la existencia de las llamadas «leyes no escritas», que son «universales», es decir, válidas para todos los hombres de todos los tiempos; «establecidas no por los hombres, sino por los dioses»; «inquebrantables» en cuanto, al menos, su transgresión «nunca queda sin castigo» (Jenofonte, Memorabilia, 4,4,12; Sófocles, Antígona, 451 ss.; Platón, Leges, 7,793a; Cicerón, De legibus, 2,5,13). Estas leyes constituyen la ley natural, «sacada ex natura ipsa y en ella impresa» (Cicerón, Pro Milone, 10), si bien en algunos casos, p. ej., obligación de inhumar los cadáveres, sus exigencias no coinciden con las de la ley natural estricta. Las leyes no escritas obligan, sobre todo, a «honrar a los dioses», «honrar a los padres», «no cometer incesto», «no matar a no ser en propia defensa», etc. (Jenofonte, Memorabilia, 4,4,12; Cicerón, Pro Milone, 10). En plano inferior se hallan las leyes de la polis-Estado, «promulgadas por los hombres, contingentes, locales», cuya «violación puede quedarse sin castigo» (Jenofonte, Mem., 4,4, 12), aunque sean sagradas (Platón, Apología 29) y Sócrates beba la cicuta por no querer aprovechar la oportunidad de desobedecerlas (Platón, Critón).
      3. Causas y efectos del pecado. La causa inmediata o, quizá mejor, el clima madurador del p. suele ser descrito como un anublamiento o perplejidad momentáneos de la conciencia normal, una locura parcial pasajera, una ceguera (griego: ate). Esta ceguera es producida por un agente externo, sobrehumano: un dios, la morra-hado, un demon (Homero, Ilíada, 1,203-14; 24,86-95; Hesiodo, Erga, 122,249 ss.; Esquilo, Agamenón, 1468-71; etc.), o por el principio del mal y su cortejo de daevas (v. MAZDEíSMO; MANIQUEíSMO; etc.), por el lastre de la falta de la debida purificación (v. HINDUISMO; ORFIsmo; etc.), o por algo inherente al mismo pecador: la hybris o soberbia (Hesiodo, Erga, 214 ss.). En todas las religiones celestes (v. RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS) la hybris era considerada como «el mal primario», el p. cuya paga es la muerte y que, sin embargo, es tan universal que un himno homérico (Himno a Apolo, 541) lo llama «themis -ley divina, uso natural- de la humanidad». El primer mandamiento de todas estas religiones, escrito o no, impone al hombre la obligación de aceptar su limitación, de no caer en la hybris o de mantenerse dentro de los límites de la mesura y cordura humana sin cometer la locura de rebelarse contra la divinidad, de querer «convertirse en dios» (Píndaro, Olímpicas 5,24; Píticas 8,59; 2,88), pues atraería el castigo terrible de los «dioses celosos» (Heródoto 1,32).
      El fruto natural de todo p. es el castigo. En las antiguas religiones actúa la convicción de que el bien es premiado y el mal castigado en el individuo o también en sus descendientes (caso de la culpa heredada y del castigo diferido). Una metáfora muy generalizada es la personificación del castigo, que «cojeando» y «con pasos sigilosos» va persiguiendo al culpable «seguro de que al fin lo atrapará» (Hesiodo, Erga, 216 ss.; 333; Horacio, Odas, 3,2,21-32; cte.) o la del dios «paciente, lento, pero inflexible castigador» (Esquilo, Agamenón, 58; Coéforas, 383; Homero, Ilíada, 4,160; cte.). En amplios sectores (sumerios, babilonios, asirios, poemas homéricos, etcétera) el castigo se recibe en esta vida; la de ultratumba era tan desvaída y «umbrosa» que no contaba. Pecado y castigo son tan correlativos en esta vida que esta creencia permitió a un acusado por asesinato, a fines del s. v a. C., sacar una prueba en favor de su inocencia del hecho de que la nave en que viajaba había llegado sin riesgo a puerto (Antifón, De caede Herodis, 82 ss.). Cuando los malteses vieron que una víbora había mordido a S. Pablo «se decían entre sí: este hombre es ciertamente homicida; se ha librado del mal, pero la justicia no le deja vivir» (Act 28,3-4). Con frecuencia el castigo tiene lugar en la otra vida (mazdeísmo, maniqueísmo, egipcios, religiones de los misterios, orfismo, platonismo, Cicerón, Virgilio, cte.). Los defensores de la preexistencia y transmigración de las almas presentan la reclusión del alma en el cuerpo y sus sucesivas reencarnaciones como castigo del pecado. En el mazdeísmo, a consecuencia de ciertos p. pueden surgir nuevos démones.
     
      V. t.: MORAL IV; PENITENCIA I; LEY IX.
     
     

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M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991