OSIO DE CÓRDOBA
Obispo de Córdoba, gran defensor de la fe, y uno de los personajes eclesiásticos
de intervención más destacada en la vida de la Iglesia del s. IV. Su nombre nos
llega acompañado de apelativos tales como «grande», «confesor de Cristo»,
«presidente nato de los concilios» (S. Atanasio). En el Conc. de Sárdica (343),
es aclamado como «varón de feliz ancianidad, digno de toda reverencia por su
edad, su confesión de la fe y tantos trabajos como había sufrido» (S. Atanasio,
Apología contra arrianos, PG 25,325). A pesar de tantos elogios, no se conserva
biografía suya alguna. Es necesario entresacarla de las actas de los concilios
de Nicea y Sárdica, y de autores como Eusebio, Filostorgio, Sócrates, Sozomeno,
S. Hilario de Poiters y, sobre todo, S. Atanasio.
Nace ca. el 256 con toda seguridad en España y muy probablemente en
Córdoba, puesto que así se explica mejor su elevación a esta Sede. Es consagrado
obispo ca. el 295, ya que S. Atanasio (Hist. arian. 42: PG 25,741) dice que
cuando se intrigó contra él en la corte de Constancio (355-356) llevaba ya 60
años de episcopado. Ca. 300 asiste al Conc. de Elvira (v.); su nombre está entre
los firmantes (Mansi, II,5). Existe un estrecho paralelismo entre los cánones
disciplinares de Elvira y los posteriores de Nicea y Sárdica, coincidencia que
debe atribuirse en parte a los trabajos y propuestas de Osio. En la persecución
de Maximino (a. 303) es confesor de la fe, hecho sobriamente relatado por
Eusebio (De vita Constantini, 2,63) y Atanasio (PG 25,556,649,725) y al que
alude el mismo O. en su carta a Constancio.
Consejero del emperador Constantino. Eusebio (o. c. 3,7) dice que el
nombre de O. andaba «de boca en boca y que Constantino le tenía por el personaje
cristiano más eminente de su tiempo». De ahí el que desde el 312-313 se
encuentre en la Corte en un papel que puede describirse como de consejero de
Constantino en materia religiosa, tarea que desempeña a petición expresa del
Emperador, a juzgar por el canon 5 que O. propondrá más tarde al Conc. de
Sárdica: «Si os place, queridos hermanos, decidid que los obispos no accedan al
séquito (del Emperador), a no ser aquellos que fuesen invitados o llamados por
cartas del religiosísimo Emperador» (Mansi, III,9). El primer testimonio
explícito de los trabajos de O. junto a Constantino es legado por Eusebio (Hist.
Eccl. X,6,13), que transcribe una carta de Constantino a Ceciliano, obispo de
Cartago, notificándole que se le ha destinado una cantidad de dinero que debe
distribuir según una lista confeccionada por O. «de los ministros de la legítima
y muy santa religión católica».
El influjo de O. en la conversión de Constantino (v.) debió ser decisivo,
y es más que probable que sobre él recayese la tarea de instruir al Emperador en
la doctrina cristiana, hecho más que suficiente «para ganarse la gratitud de
todas las generaciones cristianas» (V. C. Leclerq, o. c. en bibl. 161). Entre
los años 312-325, O. acompaña casi constantemente a la corte del Emperador. Dado
el respeto que Constantino le profesaba, debe atribuirse a O. gran parte del
espíritu de la reforma legislativa. Debió inspirar profundamente el Edicto de
Milán (v.) y otros legislativos, como la abrogación del decreto contra el
celibato (Cod. Theod. 8,16,1), la permisión a las comunidades cristianas de
recibir donaciones y legados (ib. 16,2,4). A O. está dirigido el edicto sobre la
manumisión de esclavos en la Iglesia (ib. 4,7).
Cisma donatista. O., defensor infatigable de la autoridad y legitimidad
eclesiásticas, interviene decididamente en el cisma donatista a favor del obispo
Ceciliano. Él es quien proporciona la lista de obispos legítimos y aconseja a
Constantino que los apoye. El ardor con que le calumnian los donatistas es la
mejor prueba de lo decisivo de sus intervenciones (cfr. S. Agustín, Contra
epistulam Parmenaani, PL 43,33-108; CSEL 51,1,5; 1,6,11; 1,8,13). Los ataques de
Parmeniano, consistentes en que O. quería que se condenara a los donatistas sin
oÍDos, no concuerdan con las intervenciones de O. en diversos concilios,siempre
preocupado por que no se juzgase a nadie sin darle la posibilidad de defenderse
o recurrir. Así en Sárdica, leemos: «El obispo Osio dijo... es necesario proveer
para que ningún inocente sea condenado... tenga el depuesto poder de recurrir a
los limítrofes para que sea oÍDa su causa, e investigada con más diligencia,
porque no es conveniente que se niegue audiencia a quien la pide» (can. 17,2;
Mansi 111,37). No está fuera de lugar suponer que O. haya visitado Cartago con
motivo del cisma, para recibir información oral de Ceciliano quedando convencido
de la justicia que asistía a este último y tomando conciencia de la gravedad del
cisma donatista (v. DONATO Y DONATISMO).
Osio y el arrianismo. El a. 324, es enviado a Alejandría como legado de
Constantino en un intento de solucionar la escisión arriana. Huésped del obispo
Alejandro de Alejandría (v.), iniciará en estos momentos la profunda amistad con
S. Atanasio (v.), entonces diácono, con el que tantos sinsabores compartirá a lo
largo de los años.
En las conversaciones mantenidas con ambas partes, O. se percata de que la
escisión está provocada por una gravísima herejía, y comienza a preocuparle la
precisión de los términos usados para hablar de la generación del Verbo y del
recto uso de ousía e hypóstasis (Sozomeno, Hist. Eccl. 1,16: PG 67,33). O.
vuelve a la Corte, a la sazón en Nicomedia, impresionado por la gravedad de la
situación -se trataba nada menos que de la negación de la Divinidad del Verbo
por parte de Arrio- y convencido de la ortodoxia de las enseñanzas del obispo
Alejandro. Es más que probable que aconsejase a Constantino la convocación de un
Concilio.
Asiste al Conc. de Nicea (v.) cuyas sesiones preside junto con Vito y
Valente (cfr. Atanasio, Ap. de fuga, 5; Hist. arian. 42), ostentando la
presidencia muy probablemente en nombre del Papa. Según S. Atanasio (ib.) a O.
corresponde en buena parte la proposición de incluir el término homousion,
consustancial, en el Símbolo niceno. También juega papel importante en la
elaboración de los cánones disciplinares del Concilio. Es él quien propone con
toda probabilidad una ley sobre el celibato, semejante a la promulgada por el
Conc. de Elvira (cfr. HefeleLeclerq, Histoire des Conciles, I, París 1907, 621).
Los testimonios en torno a la asistencia de O. al Conc. de Gangra en Paflagonia
(cfr. Hefele-Leclerq, o. c. 10291045) y su visita al papa Silvestre, no pasan de
simples conjeturas.
En el a. 343 preside el Conc. de Sárdica (v.), en el que se trata de
volver a la unidad rota por los arrianos. Uno de los puntos cruciales es
analizar si ha sido justa la deposición de S. Atanasio (v.) por parte de los
arrianos. O. llega a prometer a los arrianos que, si someten la cuestión al
Concilio, aunque Atanasio fuese declarado inocente, no volvería a su sede sino
que se iría con él a España, propuesta aceptada por Atanasio en pro de la paz.
Los arrianos no aceptan, se retiran del Concilio y declaran depuestos a O. y al
papa Julio (cfr. Atanasio, Hist. arfan. 16 y 44; Ap. cont. arian, 48). De
notable alcance jurídico son los cánones aprobados en Sárdica, cuya
transcripción nos muestra las cuestiones propuestas por O. y las soluciones
adoptadas (cfr. Mansi, III,4-74), destinadas casi todas ellas a evitar las
luchas y las ambiciones eclesiásticas.
Tras el Conc. de Sárdica, O. debe permanecer en Córdoba. Carecemos de
datos hasta los años finales de su vida, envuelto ya en la tragedia. El a. 355,
el emperador Constancio, partidario de los arrianos, reúne el Conc. de Milán en
el que depone a Atanasio. Se detiene a los obispos que no quieren suscribir esta
deposición. En este sentido, llueven las presiones sobre O. ya que «de nada
serviría desterrar a los otros, si quedaba éste libre, pues él solo bastaba para
ganar a todo el mundo a su favor» (Hist. arian. 44: PG 25,743). Tras el
destierro del papa Liberio (v.), se hace venir a O. a Milán en viaje durísimo
para un nonagenario. El obispo resiste todo tipo de amenazas. Quizá conmovido
por la personalidad y prestigio del venerable anciano, Constancio le permite
volver a su diócesis, pero, dada la insistencia de los arrianos, vuelve a
presionarle para que acepte la deposición de Atanasio. O. contesta con una
carta, documento importantísimo, en la que se refleja toda su entereza de ánimo
(cfr. Atanasio, Hist. arian. 44: PG 25,744-748). En ella recuerda a Constancio
que fue confesor de la fe cuando estalló la persecución de su abuelo Maximino y
dice que está dispuesto a serlo de nuevo. Le hace presente que tiene edad para
ser su abuelo, y que conoce perfectamente la cuestión de Atanasio,'ya que estuvo
presente en el Conc. de Sárdica. Y continúa: «Acuérdate de que eres mortal. Teme
el día del juicio y consérvate puro para él. No te entrometas en los asuntos
eclesiásticos, no nos mandes sobre puntos en los que debes ser instruido por
nosotros. A ti te dio Dios el imperio, a nosotros nos confió la Iglesia. Y así
como el que te robase el imperio se opondría a la ordenación divina, del mismo
modo guárdate de incurrir en el tremendo crimen de adjudicarte lo que toca a la
Iglesia... Yo no sólo no me adhiero a los arrianos, sino que anatematizo su
herejía; ni suscribo contra Atanasio, a quien tanto yo como toda la Iglesia
romana y todo el sínodo (Sárdica) declaró inocente».
El resultado de esta carta, de cuya autenticidad no existe duda, es el
destierro de O. a Sirmio en 356-357. Aquí se sitúa el punto más oscuro y trágico
de su vida: la firma de la llamada segunda fórmula de Sirmio de carácter anomeo.
(v. ARRIO Y ARRIANISMO, 5). Febadio de Agen en 357-358 cuenta cómo los arrianos
utilizan la defección de O. como un ariete contra los católicos (Liber contra
arianos, PL 20,30). Atanasio dice en la Apología de fuga que «cedió una hora»,
en la Apología contra arianos que «cedió un instante por no haber podido
soportar los golpes _ a causa de la vejez», y en la Historia arianorum que
estando a punto de morir dio testimonio de toda su vida y «anatematizó la
herejía arriana prohibiendo que nadie la abrazase» (PG 25,749). A partir de aquí
se suceden testimonios y especulaciones en torno a la verdadera posición de O. (cfr.
V. C. Leclercq, o. c. 480-530), de cuyo valor y contenido no existe acuerdo
entre los historiadores. Parece estar fuera de lugar que al pie del formulario
anomeo aparecía una firma atribuida a O. ¿Es auténtica? ¿Cómo se obtuvo? ¿Bajo
qué amenazas? ¿Hasta qué punto tuvo O. conciencia de lo que significaba esta
firma? Desde los primeros testimonios hasta los historiadores más recientes, el
hecho no se explica suficientemente. Parece lo más lógico aceptar el testimonio
tan sobrio de S. Atanasio, su gran amigo, y que por muchas causas debió de
investigar cuanto le fue posible este oscuro suceso. Es, pues, lo más probable
que existiese una defección momentánea de la que O. se retractó antes de morir.
La muerte debió de tener lugar en el invierno del 357-358. No se sabe si volvió
a España, y no merece crédito el escrito luciferiano Libellus precum, que nos
describe la disputa de O. con Gregorio de Elvira. O., pues, desaparece de la
historia, cargado de años y de trabajos, habiendo mostrado una fortaleza
admirable hasta en la ancianidad, quizá con la melancOUA de un momento de
defección, prueba de humana debilidad, momento cuya responsabilidad sólo puede
ser medida por el juicio de Dios.
S. Isidoro de Sevilla (De viris illustribus 5: PL 83,10861087) le atribuye
dos obras (De laude virginitatis y De interpretatione vestium sacerdotalium) que
nos son desconocidas. La Iglesia griega le venera el 27 de agosto. V. t.: ARRIO
Y ARRIANISMO; SEMIARRIANISMO.
BIBL.: S. ATANASIO, Historia arianorum ad monachos, Apología contra arcanos, Apología de fuga, PG 25; EUSEBIO DE CESAREA, Historia Ecclesiastica, Vita Constantinii, PG 20; S. HILARIO DE POITIERS, De synodis, seu de fide orientalium, Fragmenta ex opere historico, PL 19-20; SÓCRATES, Historia eclessiastica, PG 67; SOZOMENO, Historia eclessiastica, PG 67: Flórez X, 159-208; H. LECLERCQ, VEspagne chrétienne, París 1906, 90-120; Z. GARCÍA VILLADA, Historia eclesiástica de España, 1, Madrid 1920, 11-43; M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, 1, Madrid 1956, 102-114; V. C. LECLERCQ, Ossius of Cordova, Washington 1954; B. LLORCA y oTRos, Historia de la Iglesia Católica, 1, 4 ed. Madrid 1964, 368-400.
L. F. MATEO SECO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991