Nuevo Testamento


I. Estudio general. II. Historia del texto griego.

I. ESTUDIO GENERAL.

1. Noción. 2. Significación del Nuevo Testamento. 3. Mensaje esencial del Nuevo Testamento. 4. Contenido genérico del Nuevo Testamento. 5. Circunstancias y fechas de redacción de los escritos del Nuevo Testamento. 6. El Nuevo Testamento: acción y palabra divinas. 7. El Nuevo Testamento: revelación e historia.

I. Noción. Esta expresión (latín: Novum Testamentum, griego: Kainē Diathēkē) fue usada por los escritores cristianos antiguos para indicar la nueva etapa de la historia sagrada o nueva economía de la salvación que, fundada en Jesucristo, sucedía y sustituía a la antigua o Antiguo Testamento. En este sentido es equivalente de Nueva Alianza y Nuevo Pacto, expresiones también empleadas. Seguramente la expresión cristiana tiene su origen en las palabras del mismo Jesús, que en la última Cena, al instituir la Eucaristía, llamó Nueva Alianza a su sangre (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1 Cor 11,25), es decir, al sacrificio de su muerte en la cruz, representado misteriosa pero real e incruentamente en el sacrificio eucarístico: el sacrificio de Jesús en la cruz era la fundación de una nueva y definitiva alianza, pacto o testamento, ofrecido por Dios en Cristo a la humanidad. Desde fines del s. 11, la expresión N. T. se aplica también, y de modo cada vez más usual, para designar la colección de libros sagrados de origen exclusivamente cristiano, y distinguirlos de los otros libros sagrados recibidos del judaísmo, y que por la misma razón se llamaron A. T. (Vetus Testamentum, Palaia Diathēkē).

El N. T., se compone de 27 libros, escritos todos a lo largo de la segunda mitad del s. I y divididos normalmente en tres grupos: 1) Los cuatro Evangelios y Hechos de los Apóstoles; 2) las 14 epístolas de S. Pablo y las 7 católicas; 3) el Apocalipsis. (Sobre la formación y aceptación de estos libros como sagrados, inspirados y canónicos, 2). Desde principios del s. 11, los escritos del N. T ., tal como hoy los poseemos, fueron siendo recibidos por la Iglesia como los nuevos libros sagrados y equiparados a los antiguos (A. T .), que habían recibido a través del judaísmo. Ambos grupos constituyen la Biblia. De manera semejante a como Jesucristo cumplió las promesas divinas hechas por Dios a los patriarcas y profetas del A. T., los libros del N. T. venían a dar razón por escrito de las promesas divinas, puestas también por escrito en los libros sagrados del A. T. Por esta razón, el A. T. puede llamarse todo él promesa o profecía del N. T. y el N. T. cumplimiento del A. T.

2. Significación del Nuevo Testamento. El libro sagrado de la cristiandad, esto es, el N. T. como cumplimiento del A. T., debe ser leído por los cristianos con el respeto y veneración que expresan su origen divino y su destino salvífico. También debe ser meditado con el mismo Espíritu con que fue escrito ( cfr. Conc Vaticano II, Const. Dei Verbum, n. 12). «La palabra divina, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree (cfr. Rom 1,16) se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del N.T. Pues al llegar la plenitud de los tiempos ( cfr .Gal 4,4 ) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad (cfr. lo 1,14). Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo (cfr. lo 12,32). el, el único que tiene palabras de vida eterna (cfr. lo 6,68). Pero este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas en el Espíritu Santo (cfr. Eph 3,4-6), para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todas estas cosas los escritos del N. T. son el testimonio perenne y divino» (Conc. Vaticano 11, Const. Dei Verbum, n. 17).

La «Buena nueva» (=Evangelio) de Jesucristo (Mc 1,1) es el N. T. en un doble sentido: como testimonio del mismo Jesucristo, y como testimonio de los apóstoles acerca de Jesucristo. En ambos aspectos, el N. T. nos da, con toda la autoridad divina, el testimonio de Jesucristo, en quien esperaron y tienen puesta su esperanza los hombres, en quien la Palabra de Dios, hecha carne, es la luz y la vida de la humanidad entera (cfr. lo 1,4). Quien busca sinceramente la Palabra de Dios en el N. T., encontrará en sus escritos la Luz y la Vida de su vida.

3. Mensaje esencial del Nuevo Testamento. El N.T. proclama la gracia y la exigencia de Dios, el Todopoderoso, Padre amante de sus hijos los hombres, que ha enviado a su Hijo en medio del mundo para salvarnos ( «que por nosotros y por nuestra salvación, bajó del cielo» Símbolo Niceno-Constantinopolitano). En Jesucristo, el Hijo de Dios, vemos al Padre (Mt 11,27; lo 14,9). El mensaje de Jesús no es sólo suyo, sino del Padre que le ha enviado (lo 14,24). Jesús no ha venido de los cielos para hacer su voluntad, sino la de Aquel que le ha enviado (lo 6,8), que consiste en conducir a los hombres a ser partícipes de la naturaleza y de la gloria divinas (2 Pet 1,4). Jesús es, pues, el Salvador, en él se ha revelado la entrañable benevolencia divina hacia nosotros. Jesús es el Cristo (Mesías), el Señor, el Hijo de Dios. El N.T. nos revela el insondable misterio de la Unidad y Trinidad divina, no manifestado en el A. T. Jesucristo es el cumplimiento de las más profundas esperanzas humanas, en quien también el Espíritu Santo se ha manifestado, lleno de fuerza y de verdad. El poder de Dios se nos revela, finalmente, en la admirable vida de Jesucristo, en su muerte redentora y en su resurrección. En Cristo, hemos sido liberados del pecado, de la muerte y del demonio para vivir en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8,21).

4. Contenido genérico del Nuevo Testamento. Todos los libros del N. T. constituyen, como cumplimiento de los del A. T., un plan unitario junto con éstos, una unidad fundamental, expuesta de una manera rica y variada: «De variadas maneras y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado en el Hijo, a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo el resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos...» (Heb 1,1-3). Igualmente, los libros sagrados indican a Cristo, aunque hayan sido escritos por medio de autores humanos diversos y en tiempos distintos. El A. T. da testimonio de Cristo en la esperanzada espera de su venida: todo el A. T. es una profecía de Cristo. El N. T. da testimonio de Cristo, atestiguando su venida, obras y enseñanzas. Los Evangelios nos consignan, con autoridad divina, la maravillosa y amorosa vida de Jesús entre los hombres, sus acciones y palabras, su muerte redentora y su resurrección gloriosa. Los Hechos de los Apóstoles nos han conservado la primera eclosión del fruto del Evangelio de Jesucristo entre las primicias de los judíos y de los gentiles. Las cartas de los apóstoles nos adoctrinan, con la misma autoridad apostólica, acerca del modo de vivir la fe en las primeras comunidades cristianas o primitiva Iglesia, paradigma al que siempre se vuelve la Iglesia posterior para entender la razón de su ser, de sus creencias (dogma) y de sus costumbres (moral). Finalmente, el Apocalipsis nos consuela en las tribulaciones y mantiene viva la fortaleza y la esperanza de la victoria final en la fidelidad del cristiano a la fe.

El reino de Dios que Jesucristo ha iniciado en la tierra, no llegará a su plenitud sino cuando, al final del mundo presente, vuelva Cristo, glorioso, para juzgar a vivos y muertos y hacer entrega al Padre del Reino eterno. El espíritu de las Bienaventuranzas llena la vida del cristiano: éste será feliz plenamente en el cielo, pero también feliz en la tierra en medio de la aflicción y del dolor, como en la alegría y prosperidad, siempre pasajeras, en la honra como en la deshonra, en la paz exterior como en la persecución, en la pobreza como en la riqueza, siempre, sin embargo, austera, en la salud o en la enfermedad..., sabiéndose hijo de Dios, rescatado por el sacrificio de Jesucristo y destinado a una vida eterna con Cristo en Dios, ante cuya esperanza vale la pena soportar con la dignidad humilde de los hijos, las tribulaciones de esta vida, que nos configuran con nuestro Salvador.

5. Circunstancias y fechas de redacción de los escritos del Nuevo Testamento. Jesucristo no mandó primariamente a sus apóstoles escribir. Antes de que el N. T. fuera escrito, fue vivido, predicado, difundido: «Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,19-20). Pero el mismo Espíritu que enseñaba y fortalecía a los apóstoles en esta misión, impulsó a algunos de ellos ya otros pocos discípulos directos de los apóstoles (como S. Marcos y S. Lucas) a poner por escrito, bajo la inspiración divina, reveladora e infalible, buena parte del testimonio y de la enseñanza apostólicas. Esta consignación auténtica y autorizada por escrito, se fue realizando, a impulsos del mismo Espíritu, a medida de las necesidades concretas de la Iglesia, cuando la expansión admirable de ésta por buena parte del mundo conocido, hacía cada vez más difícil el cuidado pastoral personal y directo de los apóstoles. Así, los escritos sagrados del N. T. nacidos del testimonio de la predicación apostólica, precedidos y rodeados por ella, venían a ser una longa manus, un nuevo medio de, comunicación de la Buena Nueva y de la Doctrina de los apóstoles. y el mismo Espíritu que guiaba de modo divino la proclamación de la palabra apostólica, guiaba la redacción escrita de los libros sagrados.

Históricamente, esa tarea literaria sagrada duró medio siglo: aproximadamente desde el a. 50 hasta el 100 p. C. Desgraciadamente para nuestro interés histórico, ninguno de los escritos del N. T. fue fechado por su autor respectivo. Pero la exégesis científica del N. T. ha podido conjeturar unas fechas de composición, que en unos casos pueden darse por críticamente seguras; en otros admiten unos márgenes de fluctuación de pocos años; finalmente, para otros escritos, las fechas son más inseguras. Se ha podido llegar a tales dataciones teniendo simultáneamente en cuenta diversos datos de orden externo, como testimonios de la antigua tradición de los escritores cristianos, y de modo muy relevante el libro de Act, utilísimo para el encuadramiento del corpus epistolar paulino e indirectamente para los tres Evangelios sin ópticos. Los datos externos se han confrontado con el análisis filológico y teológico interno de los diversos libros. De modo resumido, y con las salvedades que una tal reconstrucción crítica implica, podemos dar la tabla cronológica de redacción de los libros del N. T. que se inserta en la página anterior.

Como observaciones a la tabla hemos de indicar: 1) que las fechas entre paréntesis representan una segunda hipótesis de datación, menos probable que la primera, pero también verosímil. Respecto al Evangelio griego de S. Mateo, que es el canónico, se admite generalmente que el traductor griego hizo algunas modificaciones del original arameo, con influjos tal vez del Evangelio de S. Marcos y de una fuente de palabras (logia) de Jesús, común con S. Lucas. No se sabe quién pudo ser ese traductor griego, pero gozó del carisma inspirativo y la Iglesia admitió esa versión como canónica. 2) La mayor parte del epistolario de S. Pablo es anterior a los tres Evangelios sinópticos, excepto el primitivo Evangelio aramaico o hebraico de S. Mateo perdido. 3) Algunos escritos del N. T. pueden haber tenido más de una fase redaccional: así lo suponen muchos críticos, p. ej., para Act, 2 Pet, Apc, lo, etc.; de ahí las fluctuaciones en asignar una fecha de redacción. 4) Quien desee hacer una lectura del N. T. desde un punto de vista genético-teológico, puede encontrar utilidad seguir la lectura según la cronología probable establecida. 5) Ningún escrito inspirado del N. T. es claramente anterior al a. 50 ni posterior al 100.6) Las interrogaciones entre paréntesis (?) indican que el dato expresado antes o no consta claramente en la tradición cristiana, o es puesto en duda por algunos críticos, con argumentos atendibles, pero en menor probabilidad que el dato expresado antes. En algunos casos, puede tratarse de un secretario, como en Hebreos, o de un segundo redactor, como en la 2a de Pedro: siempre en el terreno de la hipótesis. 7) Precisamente por su antigüedad, la mayoría del epistolario paulino contiene elementos antiquísimos de la tradición cristiana, muy importantes para comprobar cómo la fe, desde los primeros momentos, era la misma que hoy día, sin evolución sustancial: dogma cristológico de la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios, perfecto Dios y perfecto hombre; dogma eucarístico: valor sacrificial infinito de la eucaristía y presencia real de Jesús en las especies eucarísticas; dogma Trinitario; doctrina sobre los ángeles, el matrimonio, la virginidad, etc.

6. El Nuevo Testamento: acción y palabra divinas. La religión cristiana, cuya esencia nos ha trasmitido Dios de palabra (Tradición) y por escrito (Biblia) no son pura y simplemente una doctrina, sino una doctrina enraizada en unos hechos. Tampoco se nos ofrece el N. T. primariamente como un cuerpo moral o legislativo, aunque en él se nos dé la más alta moralidad concebible, y se descienda de los criterios generales a normas prácticas de conducta. S. Lucas comienza sintomáticamente los Hechos de los Apóstoles con estas palabras: «En el primer libro (Evangelio), ¡oh Teófilo!, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó...». Así, pues, la presentación de las verdades religiosas se realiza en el N. T. y en la Biblia en general, ensambladas con los relatos de unos sucesos, por los que Dios ha intervenido en la historia humana. «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cfr. Eph 1,9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo Encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cfr. Eph 2,18; 2 Pet 1,4). En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible ( cfr .Col 1,15; 1 Tim 1,17) habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor (cfr. Ex 33,11; lo 15,14-15) y mora con ellos (cfr. Bar 3,38) para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con palabras y acciones (gestis verbisque) intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación de Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación» (Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, n. 2).

7. El Nuevo Testamento: revelación e historia. Por lo que acabamos de decir, revelación divina e historia humana están tan íntimamente trabados en el N. T., que no pueden disociarse: la enseñanza doctrinal (verdades reveladas, teología) se apoyan en los sucesos concretos (historia), y la historia adquiere un valor doctrinal (teológico) irrenunciable. Así lo ha sentido la Iglesia antigua y la Iglesia Católica. Según esto, la fe sobrenatural es adhesión sincera a la Palabra de Dios, no en virtud de una evidencia racional, sino en virtud de la más alta verdad que el'r1a autoridad divina (Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius: Denz.Sch. 3008). Pero el acto de fe, no es un acto ciego (íb. Denz.Sch. 3010), como proponen algunos autores protestantes-liberales, sino que se realiza libre y meritoriamente, con los auxilios divinos externos e internos (íb. Denz.Sch. 3013-3019). Los auxilios internos son las gracias sobrenaturales que Dios concede para creer (íb. Denz.Sch. 3010). Los externos son los hechos históricos, los milagros y las profecías (íb. Denz.Sch. 3009). Por ello, la Iglesia católica ha creído y mantenido siempre no sólo la veracidad doctrinal del N. T., sino su veracidad histórica, y algunos artículos de la fe, que profesamos en el Credo, tienen una apoyatura histórica irrenunciable: « ...se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día...».

Por todo ello «La santa Madre Iglesia, firme y constantemente, ha mantenido y mantiene (tenuit ac tenet) que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad ( quorum historicitatem)afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue ascendido al cielo (cfr. Act 1,1-2). Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, instruidos por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios seleccionando algunas de las muchas cosas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaran la verdad sincera acerca de Jesús… El Canon del N. T., además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas de S. Pablo y otros libros apostólicos, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión y se anuncia su gloriosa consumación» (Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, n. 19-20).

 

BIBL.: Magisterio: CONC. TRIDENTINO, Decretum de libris sacris et de traditionibus recipiendis (Denz.Sch. 1501); CONC. VATICANO I, Constitución dogmática «Dei Filius» (Denz.Sch. 3004-3020); CONC. VATICANO 11, Constitución dogmática.Dei Verbum)), nn. 1621; PONTIFIClA COMISIÓN BÍBLICA, Instrucción Sancta Mater Ecclesia acerca de la veracidad histórica de los Evangelios, A AS 56 (1964) 715 ss.

Santos Padres y Doctores: S. IRENEO, Adversus haereses III, 11 (PG 7,885 ss.); S. AGUSTíN, De consensu evangelistarum: De doctrina christiana; Contra Faustum; SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cathechesis (PG 33); S. JERÓNIMO, De viris illustribus (PL 23); HUGO DE SAN VíCTOR, De Scripturis et Scriptoribus sacris; S. TOMÁS DE AQUINO, Super Evangelium Sancti lohannis lectura; Super Ev. S. Matthaei lectura; Super epistolam ad Romanos expositio.

Literatura científica: E. NÁCAR y A. COLUNGA. Sagrada Biblia, 5 ed. Madrid 1953, 1151-1160 (Introducción al N. T.); B. ORCHARD y OTROS, Verbum Dei. Comentario a la S. Escritura, III, Barcelona 1957, 78-327; O. KARRER, Neues Testament, Munich 1959, 8-24; A. WIKENHAUSER, introducción al Nuevo Testamento, Barcelona 1967; J. PRADO, Praelectionl!m Biblicarum Compendium, IV, Madrid 1953; A. LANG, Teología Fundamental, Madrid 1966; A. ROBERT y A. FEUILLET, lntroducción a la Biblia, 11, Barcelona 1965; H. HÖPEL y B. GUT, lntroductio specialis in Novum Testamentum, 6 ed. Roma 1964; M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, 2 ed. Madrid 1966 (obra básica para el estudio doctrinal complexivo del N. T.); J. BONSIRVEN, Teología del Nuevo Testamento, Barcelona 1961; C. SPICQ, Tcología Moral del Nuevo Testamento, Pamplona 1970.

J. M. CASCIARO RAMÍREZ.

II. HISTORIA DEL TEXTO DEL NUEVO TESTAMENTO.

1. Visión general. 2. Testimonios documentales del texto original del Nuevo Testamento. 3. Los códices griegos del Nuevo Testamento. 4. Papiros griegos del Nuevo Testamento. 5. Crítica textual. 6. Los fenómenos literarios. 7. Recensiones o familias de códices. 8. Principales ediciones críticas. 9. Necesidad de la crítica textual.

I. Visión' general. La fe cristiana nos enseña como doctrina perteneciente al dogma que hay que creer, que existen unos libros que, a diferencia de los demás, han sido escritos bajo una especial inspiración divina y tienen a Dios por autor principal. El tratado teológico sobre la inspiración estudia la naturaleza, características y efectos de esa inspiración divina de la s. Escritura. El Magisterio solemne y universal de la Iglesia definió en el Conc. de Trento cuáles exactamente son esos libros inspirados. El tratado sobre el Canon de la Biblia estudia las razones y criterios que el Magisterio ha tenido para definir ese canon. Así, pues, respondidas teológicamente las dos primeras preguntas (¿existen unos libros que escritos bajo la inspiración de Dios, contienen auténticamente la revelación? y ¿cuáles son en concreto esos libros?), se plantea ahora una tercera: el texto de la Biblia que ahora tenemos, ¿es realmente el mismo que salió de manos de los autores inspirados? , ¿cómo podemos mostrar científicamente que poseemos la auténtica y original revelación escrita? A esta pregunta, que nos hemos planteado en dos aspectos sucesivos, responde el tratado teológico acerca de la integridad de la s. E., llamado también historia del texto bíblico.

Metodológicamente el tratado del Texto abarca dos partes: la historia del texto del A. T., y la historia del texto del N.T., que es de la que nos vamos a ocupar ahora. Los ejemplares originales (autógrafos) de los libros del N. T. se perdieron en tiempos tempranos, por la razón sencilla de que el material de escritorio que se empleaba en la época apostólica era el papiro. Éste, según Plinio (Historia Natur. 13,83) solía durar unos doscientos años, pudiéndose conservar más o menos tiempo según las diversas condiciones climatológicas. Por esta causa, casi todos los pocos papiros de la antigüedad que se conservan, son los procedentes de Egipto, donde el grado de humedad es bajísimo. ¿Cuándo se perdieron los ejemplares autógrafos? Tertuliano afirma (De praescriptione haereticorum, 36, hacia el a. 200 p. C.) que los autógrafos apostólicos, ipsae authenticae litterae, se leían aun en Corinto, Filipos, Tesalónica, efeso y Roma. Pero esto era ya un caso extraordinario: esos originales debían ser guardados con veneración y no debían usarse sino cada vez más restringidamente, debido al estado de descomposición progresiva. De hecho, incluso en la segunda mitad del s. II p. C., en la controversia con el hereje Marción, que introdujo falsificaciones en el texto, nadie, que sepamos, alega contra ellas el testimonio directo de los autógrafos. Por tanto, o ya no existían. o estaban en tal estado de descomposición que eran inmanejables.

De hecho, lo que muy pronto manejaron los cristianos fueron las copias (apógrafos), también en papiro, de los autógrafos.

En el s. II a. C. se inventó en Pérgamo un material de escritorio mucho más consistente, pero carísimo y muy escaso, que no parece haber llegado a tener una divulgación comercial competitiva hasta el s. II d. C. Se trataba de la llamada charta pergamena o pergamino. Las más antiguas copias de escritos del N. T. que conservamos en pergamino datan del s. IV. El más antiguo escrito del N. T. conservado es un fragmento de papiro, el llamado papiro Ryland (=p52), que contiene los versículos 31-33 (recto) y 37-38 (verso) del cap. 18 del Evangelio de S. Juan, y que se fecha hacia el a. 125 d. C. Está por comprobar un estudio provisional del papirólogo español J. O'Callaghan, que propone la hipótesis de que los fragmentos números 5, 6 y 7 de la Cueva 7 de Qumrān, datados tal vez hacia los a. 50-60 d. C., contendrían algunas palabras de Mc 6,52-53; 4,28 y Epístola de Santiago 1,23-24 respectivamente.

Todos los libros del N. T. se escribieron originalmente en griego. Sólo el Evangelio de San Mateo se escribió en la lengua de los hebreos, según consta por la antigua tradición (Papías, S. Ireneo, Eusebio, S. Jerónimo); pero no especifican si se trata de la lengua aramea, la comúnmente hablada por los judíos en aquel tiempo, o de la lengua hebrea, que era la lengua religiosa y erudita entre ellos. Lo cierto es que el autógrafo arameo o hebreo se perdió pronto, y lo que se conserva es el texto griego, que es el que se definió como canónico. La lengua original del N. T. es el griego común helenístico de la segunda mitad del s. II d. C., el llamado koine. Las calidades estilísticas de los libros del N. T. varían, desde el griego más pulido y correcto de la epístola a los Hebreos y de los escritos de S. Lucas (Lc y Act.), hasta los de estilo menos erudito y con mayores semitismos, como los de S. Juan (lo 1,2 y 3 lo y Apc) y S. Marcos.

2. Testimonios documentales del texto original del Nuevo Testamento. Perdidos los autógrafos, bien pronto y de modo progresivo se multiplicaron las copias (apógrafos) del texto original griego. Pero, incluso, muy tempranamente, ya en el s. 11, comenzaron a hacerse traducciones a las lenguas más usadas de la antigua cristiandad: latina, siriaca, copta, armena, etiópica, georgiana, eslava, árabe, etc. Tales traducciones eran totales o parciales, para uso litúrgico o catequético. También, los escritores eclesiásticos antiguos hacían citas, literales o de memoria, de pasajes más o menos largos del N. T., y en sus correspondientes lenguas.

Según todo esto, podemos clasificar en tres grupos los testimonios documentales del texto original del N. T. que conservamos:

a. Las antiguas copias en la propia lengua original griega. Son los testigos más importantes y más antiguos, aunque no más numerosos. Según el último censo de ellos, publicado en Berlín 1963 por K. Aland ( Kurzgefasste Liste… o. c. en bibl.) existen hoy día catalogados en las diversas bibliotecas y archivos 250 copias manuscritas griegas en letras unciales (mayúsculas); 2.646 manuscritos en letras minúsculas; 1.897 leccionarios ( copiados para el uso litúrgico público, por tanto, prevalentemente colección de los pasajes según el uso de los calendarios litúrgicos); 76 papiros (en su mayoría fragmentos breves, pero anteriores a los citados antes, que están escritos en pergamino). Son, pues, unos cinco mil los manuscritos antiguos conservados del N. T. Por consiguiente, sólo los testigos directos (en la misma lengua original) del N. T. sitúan el archivo histórico-documental del N. T. sin comparación posible con ninguna obra de la antigüedad; las obras cumbres de la literatura clásica greco-romana no pasan de un número de manuscritos superior a tres cifras, gran parte inferiores a 20 copias, y muy tardías, por lo general de la Edad Media. Ello quiere decir que no existe documento alguno de la antigüedad que pueda compararse al N. T. en cuanto a la verificabilidad históricocrítica de la conservación fiel de su texto.

b. Las versiones antiguas. Una traducción es también testimonio valioso en cuanto que testifica cuantitativa y cualificativamente el contenido del original. De este modo las antiguas versiones, algunas hechas ya pocos siglos, y aun pocas décadas, después de redactados los autógrafos, adquieren un valor notorio. En este sentido, los manuscritos de las antiguas versiones latinas, p. ej., constituyen un precioso tesoro testimonial: el códice Bobiensis (s. IV- V), o el Vercellensis (s. V), p. ej., de la antigua versión latina, son coetáneos de los más antiguos códices griegos (Vaticano, Sinaítico, Alejandrino). Además, los códices conservados de las antiguas y diversas versiones del N. T. pertenecen a áreas geográficas y culturales bien diversas, por lo cual, la coincidencia textual de testimonios de origen tan diverso, es un elemento inestimable a la hora de la reconstrucción y verificación crítica del texto original. Desde este punto de vista de las antiguas versiones, el N. T. tampoco admite parangón posible con ninguna obra de la literatura clásica. Un cálculo preciso de las copias manuscritas de las diversas versiones del N. T., no se ha hecho; pero puede calcularse que sobrepasaría los 40.000 ejemplares, entre copias de amplio contenido y fragmentos. Compárese con los números de obras capitales de la literatura clásica, de tradición documental muy restringida.

c. Finalmente, las citas de los antiguos escritores eclesiásticos, son tan frecuentes que uniéndolas puede reconstruirse todo el N. T ., tanto en griego como en latín. Hay libros, como los Evangelios y algunas epístolas de S. Pablo, que podrían reconstruirse multitud de veces sólo con tales citaciones. El uso, sin embargo, de tales citaciones, ha de hacerse con prudencia crítica, pues con frecuencia, los escritores más antiguos citan los pasajes neotestamentarios de memoria, lo que produce infinidad de pequeñas variantes y transposición del orden de las palabras y de las frases. Por ello, la importancia de tales citaciones radica más en la exégesis que en la crítica textual. No obstante, las citas de escritores eclesiásticos antiguos son a veces testigos indirectos valiosos de traducciones que tienen su significación en la historia del Texto del N. T.

3. Los códices griegos del Nuevo Testamento. a. Designación. Dada la gran cantidad de códices conservados, los editores críticos del N. T. sobre todo desde el s. XIX, comenzaron a usar siglas para designarlos en los aparatos críticos a pie de página. Pronto se vio la conveniencia de usar un código universal de siglas, pero no puede decirse que ninguno de los propuestos haya alcanzado un consensus absoluto. J. J. Wettstein (+ 1754) introdujo un primer sistema, adoptado, con ligeros retoques por C. von Tischendorf (1869). Consistía en citar cada códice griego uncial (escritura griega sólo en caracteres mayúsculos) con las letras de los alfabetos latino y griego (a excepción del códice Sinaítico, para el que su descubridor Von Tischendorf usó el K 'alef, primera letra del alfabeto hebreo ). Este sistema resultó pronto insuficiente y, además, era tan convencional que no indicaba ninguna característica del códice. Para atender a estas particularidades, Von Soden, en 1902, propuso un sistema bastante completo pero complicado.. Utilizaba las tres letras griegas minúsculas a (= diathēkē = testamento) E (= evangélion = = evangelio) ya( = apóstolos = apóstol) para designar respectivamente su contenido: todo el N. T.; sólo los Evangelios, o, finalmente, otros escritos apostólicos. A la letra griega seguía un número arábigo que indicaba la época del códice, también de una manera complicada.

Pero los editores y estudiosos no recibieron en la práctica el sistema de Von Soden, y siguieron usando el anterior de wettstein-tischendorf, retocado, a su vez, por C. R. Gregory en 1908. Este último introduce un número en arábigo, precedido de cero para los unciales. Más o menos el sistema de Gregory es el comúnmente empleado ahora. Como son 250 los códices unciales, una misma letra sirve para varios, pero éstos se distinguen por el número que le precede o sigue. Por ejemplo, B (03) es el célebre códice Vaticano del s. IV, que contiene evangelios, actos, epístolas paulinas y católicas (por tanto, eapc); B (046) es otro códice vaticano uncial, del siglo VIII, que contiene sólo el Apocalipsis (por tanto, α).

En cuanto a los códices griegos en caracteres minúsculos, son designados simplemente por un número, progresivo, en cifras arábigas. Finalmente, los papiros se indican por una P mayúscula, con un exponente que distingue individualmente al papiro (p. ej., el papiro Bodmer II se cita con la sigla P66).

b. Los principales códices griegos del Nuevo Testamento. Mencionamos a continuación los seis principales códices griegos del N. T. por orden de importancia:

Vaticano, B (03): estimado como el más valioso de todos. Contenía primitivamente todo el A. T. en la traducción griega de los Setenta y todo el N. T. en su lengua original griega. Después se perdieron los primeros y los últimos folios, de modo que queda interrumpido en Hebr 9,11, faltándole 1 y 2 Tim, Tit, Philm y Apc. Fue copiado seguramente en el s. IV en Egipto. Se conserva en la Biblioteca Vaticana. Está escrito a tres columnas, con letra elegante y clara, y con tal corrección que pasa por ser el códice que tiene menos erratas de copia y el que más se acerca en fidelidad al original (autógrafo).

Sinaítico, S (01), o bien K, según gustaba designarlo a Von Tischendorf, que lo descubrió en 1844 en el monasterio de Santa Catalina sobre el Monte Sinaí. Escrito en el s. IV-V, tiene grandes afinidades con el Vaticano B (03). Primitivamente contenía toda la Biblia en griego: el A. T. según la versión de los Setenta; el N. T. como apógrafo del original. En la actualidad el manuscrito ha perdido algunos folios, sobre todo del A. T. El British Museum lo compró en 1933 a Rusia, en cuya antigua Biblioteca Imperial de San Petersburgo lo había depositado Tischendorf. Puede considerarse como el segundo códice griego en importancia textual. Alejandrino, A (02). De origen egipcio como los dos anteriores, contiene también toda la Biblia en griego, salvo algunos folios perdidos. Se data en el s. V. Importantísimo también. Del Patriarcado de Alejandría pasó al British Museum, donde se custodia.

Ephremi rescriptus, C (04). También de origen egipcio y del s. V. Contiene el N. T. casi completo y fragmentos del A. T. en griego. Es palimsesto, es decir, fue raspado en el s. XII para escribir encima las obras de S. Efrén, sirio, traducidas al griego. Por procedimientos técnicos se ha podido restaurar la antigua escritura bíblica del s. V. Muy importante para la historia del texto original griego del N. T. Se guarda en la Biblioteca Nacional de París.

Códice de Reza o Cantabrigense, D (05), copiado en occidente en el s. VI; contiene sólo Evangelios y Hechos de los Apóstoles, en griego (pág. izq.) y latín (pág. derech.). En 1572 fue donado por T. Beza a la Universidad de Cambridge. Presenta variaciones abundantes respecto a B, S y A.

Claromontano, D (06). Copiado en occidente en el s. VI. Contiene el epistolario paulino en griego y latín, más el llamado canon claromontano, de los libros sagrados, cuyo origen se data en el s. IV. Del monasterio de Clermont pasó a la Biblioteca Nacional de París. Se asemeja al D (05).

Acerca de los restantes códices más importantes del N. T., tanto unciales (mayúsculos) como minúsculos.

4. Papiros griegos del Nuevo Testamento. Los relativamente escasos papiros del N. T. conservados (K. Aland elenca 76 en su catálogo), son, sin embargo, de extraordinaria importancia por su antigüedad: s. II-IV (y I si se comprobara la hipótesis de los fragmentos estudiados por J. O'Callaghan). Por no citar sino los más importantes, mencionaremos los p45, p46 y p47, del grupo Chester Reatty; son del s. III: el p45 es un conjunto de 28 folios, restos de un códice que contenía los cuatro Evangelios. El p46 consta de 86 folios, que contienen casi íntegramente el epistolario paulino. El p47 son 10 folios, y contiene Apc 9, 10-17,2.

El p52, llamado papiro Roberts o papiro Rylands es el más antiguo ciertamente datado de todo el N. T.: hacia el a. 125. Contiene sólo unos cuantos versículos, lo 18, 31-33.37.38, pero es de tanta importancia que su publicación en 1935 desmontó gran parte de los estudios críticos de las escuelas racionalistas y protestantes liberales alemanas acerca de la fecha de composición del Evangelio de S. Juan (pretendían no haber podido ser compuesto hasta la segunda mitad del s. II).

P66, llamado Rodmer II, fechado hacia el año 200, contiene unos dos tercios del Evang. de S. Juan (1,1-14,26). Acerca de los otros papiros neotestamentarios.

La importancia de los papiros para la historia del texto griego del N. T. radica en que, aunque de modo incompleto, rellenan la laguna documental que existía entre la época de redacción de los autógrafos (segunda mitad del s. I) y las copias completas conservadas en los grandes manuscritos de pergamino (s. IV en adelante). El descubrimiento de papiros comenzó en los últimos años del s. XIX, y se ha ido incrementando. En los fragmentos en papiro se está llegando prácticamente hasta casi enlazar con la época de composición de los originales: caso único en la literatura universal antigua.

Todo ello ofrece una prueba documental, absolutamente singular, para la comprobación histórico-crítica de la trasmisión del Texto revelado del N. T. La conclusión, no sólo basada en la fe, sino en la ciencia histórica-Iiteraria, es que poseemos el texto original revelado del N. T. de una manera que es unánimemente calificada de mucho más que sustancial.

5. Crítica textual. Las numerosísimas variantes que presenta la rica tradición documental de códices y fragmentos papiráceos del texto griego del N. T. implican, hoy día, opciones de valor secundario en cuanto a su contenido doctrinal o histórico. Quiere ello decir que, aunque se elija unas u otras variantes en los numerosos casos que ninguna de ellas se impone claramente como la auténtica (fiel al original), el contenido no altera nada sustancial en la enseñanza revelada. Sólo se exceptúan a esta consideración una docena de casos, en que una u otra opción varía sustancial mente el sentido del Texto, pero no la doctrina cristiana. Esta seguridad documental en la trasmisión del Texto, además de la medida providencial que suponga, ha sido debida a la veneración y cuidado con que los cristianos conservaron muy pronto los textos sagrados, ya la infatigable labor de trabajos críticos que, ya desde la antigüedad, pusieron mentes precIaras entre los estudiosos cristianos para esclarecer las dudas que las erratas de los copista:; o de los traductores infligían al texto original.

Los criterios para resolver las dudas producidas por lecciones variantes entre unas copias y otras, han ido a lo largo de los siglos plasmándose en unos principios que forman parte de lo que hoy se llama crítica textual. Ésta tiende a fijar unas normas o reglas generales, para que puedan resolverse del modo más objetivo, las posibles opciones que presentan las lecciones variantes, y alcanzar de ese modo el texto griego del N. T., que sea literalmente idéntico del que salió de los hagiógrafos.

No obstante el esfuerzo crítico de siglos, todavía no se ha conseguido que los diversos editores críticos del N. T. sigan en la práctica unos principios absolutamente fijos. Por esta causa, generalmente se considera a la crítica textual más bien un arte que una ciencia: la diversidad de criterios prácticos respondería a una exigencia real del trabajo crítico, que no puede ser sometido a reglas absolutas e invariables, sino más bien a la experiencia en el oficio ya la capacidad de cada crítico. Pero esta circunstancia obliga a que cada investigador de la Teología no pueda partir, como un dato resuelto definitivamente, de la lección elegida por un determinado editor, sino que tenga el derecho y aun el deber de adoptar su opinión personal. Desde luego, para que ésta sea lo menos subjetiva posible, se encontrará en la necesidad de tener una iniciación en la crítica textual, con el fin de aprovechar la experiencia de los que le han precedido y poder formarse una opinión legítima sobre las variantes que prefiere.

Es de advertir, una vez más, que para el uso normal de las necesidades de la vida de piedad y aun para el uso científico de la Biblia, el lector o investigador puede en la mayoría de los casos seguir una buena edición griega del N. T. (ver infra): en ella encontrará un texto por lo general bien seleccionado y unas notas en el aparato crítico que le ponen en la pista de las probabilidades de otras opciones.

6. Los fenómenos literarios. En la trasmisión de los textos se observan dos series de variaciones, la primera corresponde a variaciones involuntarias de los copistas, los cuales, sin pretenderlo, introducen erratas materiales de copia, debidas a errores visuales, si copiaban de un manuscrito, o a errores auditivos, si escribían al dictado. Entre los errores visuales se enumeran las omisiones, las adiciones, las permutaciones y las confusiones. Omisiones de una letra, sílaba, palabra o frase pueden ser producidas por simples lapsus: el copista salta de una palabra a otra idéntica o semejante, omitiendo las intermedias: a este fenómeno se denomina haplographia: zēson por zētēson. Las adiciones se producen por fenómenos del mismo fundamento, pero contrarios; se llama dittographia: el copista repite la frase contenida entre dos palabras iguales, o añade por simple lapsus alguna sílaba o letra: edynethesan por edynthesan. Por la misma razón se permutan sílabas: ébalon por élabon, o bien de palabras, en este caso por error de la memoria al haber intentado retener una frase larga.

Las erratas de oído afectan a sonidos parecidos: ex ou por ek sou. Las confusiones por no haber entendido bien o confundido las grafías de una o varias letras: u por n.

Las variaciones voluntarias son los intentos de corregir el ejemplar que se tiene a la vista al pensar que tiene error donde no lo hay, 0 al evitar una palabra que por proceso semántico ha pasado a significar otra cosa. Igualmente existen variantes debidas a preocupaciones doctrinales: el nuevo copista juzga que la frase, tal como está, no es apta para la capacidad de sus lectores. En estas variaciones voluntarias aparecen también los fenómenos de omisión y de adición. Es, sobre todo, más frecuente el fenómeno de adición, para explicar el texto, que considera oscuro.

En este sentido, en los manuscritos antiguos suele haber escritas anotaciones en los márgenes. Pasado el tiempo, el copista del manuscrito, ante la duda de si la anotación o glosa pertenecía o no al texto, suele optar por incluirla, para que nada se pierda. Pero la incluye ya en el texto continuo, que así incorpora la glosa.

Estas variaciones, por lo que respecta al N. T. han podido ser aclaradas en su mayor parte, gracias a la abundancia de manuscritos conservados: la comparación de unos con otros ha permitido a los críticos restituir el texto original, al detectar la ocasión de la variante. Sin embargo, no todas las veces la restitución es evidente, por falta precisamente de más documentos sobre el mismo pasaje. Entonces es donde tienen lugar en mayor proporción los criterios personales del crítico.

Finalmente, se dan también sobre todo en los Evangelios Sin ópticos (Mt, Mc, Lc) el fenómeno de la armonización: una frase según la redacción de uno de los evangelistas le suena más al copista, o le parece más elegante o correcta que la de otro, y entonces, involuntaria o voluntariamente, escribe en un pasaje de un evangelio la fórmula redaccional de otro, que era semejante, pero no literalmente igual.

7. Recensiones o familias de códices. La elevada cantidad de códices griegos del N. T. y una preliminar advertencia de que en algunos de ellos se daban características comunes con otros y discrepancias, llevó a los estudiosos al intento de clasificación de los códices. J. A. Bengel distingue una tradición asiática y otra africana ( 1734 ). J. J. Griesbach ( 1777) propuso la hipótesis de que todos los manuscritos existentes se remontaban a tres tipos o recensiones, en las cuales se había diferenciado con el tiempo el texto original. Griesbach distinguía el tipo alejandrino (códices CLK), el occidental (códice D como fundamental) y el bizantino (códice A como básico). J. L. Hung ( 1808) introduce algunos matices. El infatigable investigador C. von Tischedorf, descubridor del célebre códice Sinaítico ( = S, o como él prefirió llamar k) siguió a su modo la corriente de distinguir las recensiones, aunque su mayor preocupación fue la de incrementar el material y cuidar una edición crítica, verdaderamente asombrosa para el esfuerzo de un solo hombre, que todavía sigue siendo la fundamental e imprescindible: es su Novum Testamentum Graece. Editio octava critica maior (Leipzig 1869-72), en dos volúmenes.

Una nueva revisión de la Teoría de las recensiones fue llevada a cabo por los ingleses B. F. Westcott y F. J. A. Hort, en colaboración. En su edición crítica del N. T. griego (1881) distinguieron los tipos: presiriaco (texto neutral, con representantes de la calidad de los códices Vaticano, B, al que por primera vez se consideró con acierto el más importante de todos, y el Sinaítico, S), occidental (códices D, F, G, y las versiones latinas y siriaca antigua), alejandrino (no conservado puro en ningún códice, pero con fuerte influjo en A, S, C, I, X, 33, etc.) y siriaco (base de las versiones Peschitta y Hardensis).

H. Von Soden revisaba de nuevo la teoría de los tipos o recensiones y establecía ( 1902-13) tres: Koiné ( = K, muy numeroso en representantes y base del llamado textus receptus de las ediciones impresas europeas de los s. XVI-XVIII), Hesiquiano ( = H, al que pertenecen los códices mejores B, S, C, etc.) y jerosolimitano ( = I, no conservado exactamente en casi ningún códice, pero con fuertes influjos en muchos). Sin embargo, la imponente investigación de von Soden pareció demasiado conjetural a muchos eruditos.

M. J. Lagrange, en su Critique Textuelle, París 1935 pensó haber encontrado finalmente la clave de la cuestión de las recensiones. Propuso cuatro: la recensión A (texto de la Iglesia de Constantinopla, con el Códice A como representante más ilustre, recensión que estaría formada ya en el s. IV. Poco más o menos coincidía con el tipo koiné, K, de von Soden). La recensión B (con su representante más egregio en el cód. Vaticano, B; coincide en líneas generales con el tipo Hesiquiano, H, de Von Soden, y el texto neutral o presiriaco de Westcott-Hort). Recensión C (texto Cesariense, con cód. 9 565 como principales, de carácter un tanto ecléctico). Recensión D (con el cód. D como característico y de cualidades armonizantes y populares; de formación muy antigua, hacia la primera mitad del s. II).

Tales recensiones o tipos vendrían a ser las formas en que, por diversos motivos, se habría diferenciado el texto original. Las recensiones se habrían formado en algunas áreas particulares, como las iglesias de Alejandría, Cesarea de Palestina, Constantinopla, Siria y difundido por las otras en que aquéllas tenían mayor influencia. Pronto se habrían extendido también a Occidente. Los diversos códices existentes procederían de alguno de los códices prototipos antiguos, bien por copia directa o bien más comúnmente a través de uno o varios códices intermedios. De esta manera, los códices actuales deben ser clasificados dentro de familias de códices, que proceden, en línea directa o indirecta de los prototipos y éstos representarían las antiguas recensiones o tipos.

Tal concepción ha llegado a casi imponerse entre los estudios hasta 1950 poco más o menos. Pero los descubrimientos de bastantes papiros, anteriores o coetáneos de las fechas de formación de las supuestas recensiones, están imponiendo en las dos últimas décadas una revisión y hasta un desprestigio de las teorías anteriores de las recensiones, que van considerándose demasiado artificiosas. P. ej., el papiro Bodmer II (P86), escrito hacia el 200, muestra ser de idéntica forma (al menos para el Evangelio de S. Juan) que el cód. Sinaítico y que el Vaticano, que son siglo y medio a dos siglos posteriores. Ello querría decir o que la recensión B hay que retrasarla en unos dos siglos (del IV al II), o que la teoría de las recensiones es arbitraria. En este caso, habría que enlazar más directamente con los originales, sin intermedio de las recensiones, Las variantes habría que explicarlas por otros procedimientos, desechando las recensiones o dando a éstas un concepto mucho más elástico. Pero mientras esa paciente revisión se lleva a cabo, todavía la mayoría de las ediciones críticas se apoyan por razones prácticas en los conceptos y clasificaciones recensionales, de modo que el conocimiento de estas clasificaciones aún es imprescindible para el uso de las ediciones críticas del N. T.

8. Principales ediciones críticas. Prescindiendo de las antiguas, que se editaron en las grandes Biblias Políglotas y en las otras ediciones de los primeros siglos de la imprenta (de Erasmo 1516), Estienne 1546, T. Beza, 1565, hermanos Elzevir, 1624, etc.), hoy día están en uso las grandes ediciones críticas de C. Von Tischendorf (NT graece. Editio octava critica maior , Leipzig 1869-72, reimpresión 1965), H. Von Soden (Die Schriften des NT..., Gottingen 1912) y de Westcott y Hort. Son las tres protestantes, pero hechas con tal honestidad y rigor que muy difícilmente se dejan influir por posiciones confesionales.

Entre los investigadores católicos la más completa es la de E. G. Vogels (Novum Testamentum Graece et Latine, Freiburg in Br. 1920-22, dos vols.). Con aparato crítico más reducido, pero muy bien seleccionado está la de A. Merk (M. T. Graece et Latine, 8 ed. Roma 1933, 1957), excelente por su buen criterio. Más discutida, con agudos aciertos y algunos defectos es la de J. M. Bover (Novi Test. Biblia graeca et latina, Madrid 1952).

Aparte de tales ediciones críticas, que abarcan todp el N. T. griego, hay otras más especializadas para cada libro o conjunto de libros.

9. Necesidad de la crítica textual. Puede darse por resultado seguro de la investigación histórico-críticá que no se encuentra ningún códice griego neotestamentario que reproduzca de modo absolutamente fiel el texto original. Este resultado no contradice la bondad extraordinaria de muchos códices (B, S, A, 8, etc.). Pero puede asegurarse que el estado actual de los estudios permite establecer un Texto reconstruido crítica mente que es mejor que el de cualquiera de los manuscritos, tomado por separado. De ahí que, precisamente por la veneración suma que merece el Texto sagrado, se justifique y se imponga el esfuerzo de la crítica textual para acercarse lo más posible al texto original, aunque tal enorme esfuerzo sólo consiguiera perfeccionamientos de valor muy secundario. Tal actitud se merece la Palabra de Dios y ha sido constante en la historia toda de la Iglesia, en la medida de las posibilidades culturales.

De este modo, en la actualidad, la crítica textual ha desarrollado unos principios o reglas, con el fin de que la labor crítica se aproveche de la experiencia pasada y sea lo más objetiva posible. Tales reglas se dividen en dos clases: criterios externos y criterios internos.

a. Criterios externos. Son los que se deducen de las pruebas documentales, es decir, de la fuerza argumental que implican los códices griegos, las versiones y las citas de los escritores eclesiásticos antiguos.

Regla 1: La lección más apoyada por mejores y más variados testigos es preferible.

No basta con un apoyo cuantitativo, esto es, que la lección se encuentre en mayor número de códices. En efecto, éstos podrían proceder todos de un solo ms., que habría introducido una errata, copiada por los demás.

Tampoco es suficiente que una lección aparezca en unos cuantos de los mejores códices, si tiene en contra otra que aparezca en códices de distinta procedencia y tipo. En tales casos hay que aplicar también los criterios internos antes de decidir.

Los mejores códices, en principio, son B, S, A, C, D (05), D (06) P45-47, P52, P66, etc.

Regla 2: Hay que valorar el influjo de los textos paralelos y la influencia de los Setenta en las citas del Antiguo Testamento.

En principio es preferible la lección que menos coincide con la de los lugares paralelos, pues podría haber habido armonización.

Si se trata de una cita del A. T. es preferible, en principio, la que se aparta del texto de los Setenta, pues la lección que coincide con ésta, podría haber sido armonizada posteriormente.

Regla 3: Entre varias lecturas variantes hay que atender a la relación entre sí.

Esto quiere decir que hecha una corrección por un copista, p. ej., un sujeto corregido en plural, también el verbo debe haber sido puesto en plural, o viceversa. En tales casos hay que fijarse bien para ver la relación: a veces el corrector de una palabra se ha olvidado de corregir algunas de las que deben concertar con ella. Esto es un indicio de texto corregido y, por tanto, no primitivo.

b. Criterios internos Éstos no se deducen inmediatamente de los datos documentales en sí, sino de la experiencia ya más que secular de los trabajos críticos. Los criterios internos deben añadirse a los externos, pero no sustituirles.

Regla 4: La lección más difícil es más segura.

La razón de ello es que los que copian suelen intentar aclarar. Esta regla no ha de llevarse hasta el extremo, pues también la lección más difícil puede proceder de errata de copia.

Regla 5: La lección más breve es preferible.

Es bastante general, aunque en casos menos frecuentes puede darse lo contrario. La razón de esta regla estriba en la experiencia de la historia documental de todas las literaturas: las notas y aclaraciones puestas en los márgenes por el usuario de un manuscrito, tienden de suyo a ser incluidas en el texto por copistas posteriores.

Por el contrario, puede darse el caso de saltar de una palabra a otra idéntica, omitiendo las que hay entre ambas.

Regla 6: La lección que mejor explica la aparición de las otras es la auténtica.

Esta regla es la principal de los criterios internos. En efecto, cuando una lección explica fácilmente la aparición de otras, porque éstas son una corrección, aclaración, o bien obvia errata o confusión de la primera, ésta se impone.

Regla 7: Sólo en casos extremos es admisible la conjetura.

Se llama conjetura la corrección crítica del texto que no está apoyada en prueba documental alguna. Dada la riqueza documental del N. T. (códices griegos, latinos y de otras antiguas versiones, citas de escritores, etc.), hoy día ya no hay casi lugar para emplear la conjetura, salvo en casos extremos, agotado todo otro recurso.

BIBL. : Magisterio: LEÓN XIII, Enc. Providentissimus Deus (1893); BENEDICTO XV, Enc. Spiritus Paraclitus (1920); PÍo XII, Enc. Divino afflante Spiritu (1943).

Literatura científica: Católicos: H. ZIMMERMAN, Los métodos histórico-críticos en el N. T., Madrid 1969, 20-79; A. WIKENHAUSER, Introducción al N. T., Barcelona 1966; E. JACQUIER, Le N. T. dans l'Eglise chrétienne: Le Texte du N. T., París 1913; M. J. LAGRANGE y S. T. LYONNET, Critique textuelle. La critique rationnelle (Introduction a l'étude du N. T.), París 1933; G. SACCO, La koine del N. T. e la Trasmissione del sacro Testo, Roma 1928; L. VAGANAY, Initiation a la critique Textuelle neotestamentaire, París 1934; J. M. BOVER, Novi Testamenti Biblia graeca et latina, Madrid 1952; A. MERK, Novum Testamentum Graece et Latine, 8 ed. Roma 1957; H. J. VOGELS, Handbuch der Textkritik des N. T., 2 ed. Bonn 1955; ÍD, Novum Testamentum Graece et Latine, 4 ed. Friburgo de Br. 1965.

Acatólicos: C. TISCHENDORF, Novum Testamentum Graece, editio octava critica maior, 2 vols. Leipzig 1869-72, re impresión 1965; H. VON SODEN, Die Schriften des N. T. in ihrer iiltesten erreichbaren Textgestalt hergestellt auf Grund ihrer Testgeschichte, 2 ed. Gotinga 1911; F. G. KENYON, Handbook of the Textual Criticism of the N. T. 3 ed. Londres 1936; V. TAYLOR, The Text of the N. T., 2 ed. Londres 1963; K. ALAND, Kurzgefasste Liste der griechischen Handschriften des N. T., Berlín 1963.

J. M. CASCIARO RAMÍREZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991