Nombre


II. NOMBRE EN LA BIBLIA.N. (en hebreo: sem; en el griego de los Setenta: ónoma; en el latín de la Vulgata: nomen) es la palabra que se apropia o se da a una persona, animal o cosa para conocerla y distinguirla de las demás.

Naturaleza. En Israel, como en los pueblos primitivos, el n. expresa la realidad profunda del ser que lo lleva, y revela su misión en el mundo. El n. es algo esencial a los seres. Lo que existe, tiene n. Un hombre sin n. es despreciable. Por lo mismo, la creación culmina, cuando cada ser recibe su n.

Nombrar una cosa o persona es conocer su naturaleza y tener poder sobre ella. Dios pone a los animales bajo el dominio de Adán, cuando les hace desfilar ante él Jara que les dé un n. (Gen 2,19 20; cfr. 1,28). Sin embargo, Adán no encuentra una creatura, que se le asemeje. y sólo, cuando Yahwéh le presenta a su «otro yo», impone un n. equivalente al suyo (Gen 2,23).

El nombre se identifica con la persona. Manifestar el n. es lo mismo que revelar la persona (Ex 3,13-14; Is 52,6). Quien conoce el n. de una persona, puede ejercer influencia, sobre ella. De aquí que, en ocasiones, se rehúse dar el n. Gen 32,30). Se puede proteger o perjudicar a una persona, cuyo n. se conoce (Ex 33,12.17). Dios conoce a cada uno por su n. El Buen Pastor conoce por su n. a cada una de las ovejas (lo 10,3). Pero Dios es un ser inefable, a quien el hombre no puede comprender, aunque se halle en posesión de su n. (Idc 13,18). Ello, no obstante, el conocimiento del n. divino supone que se le puede invocar eficazmente, en la seguridad de ser escuchado (Ex 3,15; Ps 9,11).

Cambiar de nombre importa un cambio de personalidad y de misión, dado que el n. es un símbolo, que descubre el carácter y destino del hombre. Esto explica la sustitución del n. de Abraham (Gen 11,5-6), de Sara (Gen 17, 15-16) y de Jacob (Gen 32,29) por el mismo Dios. Cristo hará lo mismo con Pedro (Mt 16,18). En otros casos, Dios se adelanta a imponer el n. a personajes representativos. Así Ismael (Gen 16,11), Isaac (Gen 17,19), Juan el Bautista (Lc 1,13) y Jesús (Lc 1,31) reciben de Dios su n. En general, el cambio de n. manifiesta un acto de dominio en el señor que lo efectúa (Gen 41,45; 2 Reg 23,34; 24,17; Dan 1,7).

Borrar el nombre de una persona o cosa vale tanto como hacerla desaparecer (Dt 29,19; 1 Sam 24,22). Yahwéh entregará a los reyes en manos de Israel, y éste borrará su n. de debajo de los cielos (Dt 7,24). Los n. de los impíos son borrados del libro de la vida (Ps 69,29; cfr. Ex 32,32). En cambio, los justos tienen inscritos sus n. en el cielo (Lc 10,20), o en el libro de la vida (Philp 4,3; Apc 3,5; 20,15), esto es, son aceptados como miembros del Reino, o tienen asegurada la bienaventuranza eterna. Yahwéh, airado por la prevaricación de su pueblo, está a punto de borrar su n. de sobre la tierra (Dt 9,14). Pero, la promesa divina, de que el n. de Israel no desaparecerá, garantiza su subsistencia ( Is 56,5; 66,22; cfr. 2 Reg 14,27). Mientras el n. de Babilonia será suprimido (Is 14,22) y esta ciudad dejará de ser llamada «Soberana» (Is 47,5), Jerusalén será llamada «Ciudad fiel» (Is 1,26). Ser llamado significa simplemente ser, como dejar de ser llamado es igual a no ser. El Mesías será llamado Consejero admirable... (Is 9,5), Jesús será llamado Hijo del Altísimo (Lc 1,32) e Hijo de Dios (Lc 1,35), los pacíficos serán llamados «hijos de Dios» (Mt 5,9), porque lo «son realmente» (I lo 3,1).

El nombre sobre todo nombre es el que designa el Ser que domina y supera en perfección a todos los demás. Tal es el n. de Yahwéh, en el A. T. (Zach 14,9; cfr. Is 45,21-23). Y tal el n. del Señor, que recibe el Resucitado (Philp 2,9-11; Eph 1,20-21), y el n. de «Hijo de Dios», en el N. T. (lo 3,17-18; Heb 1,3-5).

a) En el Antiguo Testamento Dios confía su n. a Moisés en el Horeb (Ex 3,13-15). No se permitirá, en adelante, otro n. divino en labios de Israel (Ex 23,13). Yahwéh será el único n., ante el que se prosternarán (Ex 34,14), porque Él es el solo auténtico (Ex 3,15).

El Pueblo de Dios estará compuesto por aquellos sobre los que sea invocado el n. de Yahwéh (2 Par 7,14; Dan 9,19). Y son los israelitas, sobre los que es invocado este n. (Num 6,27). La invocación del n. divino sobre una persona hace de ésta una propiedad personal de Dios, colocándola bajo su protección inmediata. Israel, por lo mismo, pertenece a Yahwéh. Es un pueblo consagrado a Él, y los demás pueblos temerán a Israel, porque lleva el n. de Yahwéh (Dt 28,10). Todo atentado contra el pueblo, es un atentado contra el n. de Dios, o sea, contra Dios mismo (los 7,9).

Dado que el n. se identifica con la persona, allí está Dios presente, donde se encuentra su n. (Ex 23,21; Is 18,7; ler 7,10-12). Y el mismo respeto se debe al n. que a la persona. Así al n. de Yahwéh se le debe invocar (Gen 4,26; 12,8; 13,4), glorificar (Ps 66,2), amar (Ps 5,12; 69,37), santificar (Is 29,23; cfr. Mt 6,9 y par.), etc. En el n. de Yahwéh, o lo que es lo mismo, con su virtud, ya que el n. actualiza el poder de la persona (Ps 54,3), se lucha (Idc 7,20; 1 Sam 17,45), se habla (Ex 5,23; Dt 18,22), se profetiza (Ier 11,21; 14,14 ss.), se bendice (Dt 21,5; 2 Sam 6,18) y se maldice (2 Reg 2,24). Por su n. se jura (Dt 6,13; los 9,19; Is 48,1). En su n. se confía (Is 50,10; Ps 33,21). Se prohíbe rigurosamente pronunciar su n. en vano (Ex 20,7; Dt 5,11).

I El respeto por el n. divino se acentúa hasta convertirse en temor religioso. y se termina por llamar a Yahwéh simplemente «el Nombre» (Lev 24,11.16). Los Setenta traducirán por Señor el n. de Yahwéh.

b) En el Nuevo Testamento se prolonga la doctrina del n. sobre todo n.; pero aplicada, ahora, al n. de Señor en la persona de Jesús. Este n. sugiere a los cristianos tanto como el n. de Yahwéh a los israelitas.

El nuevo Pueblo de Dios está formado por aquellos sobre los que ha sido invocado el n. del Señor (lac 2,7) en el Bautismo (Act 8,16; 19,5). Los cristianos vienen a ser propiedad del Señor y se hallan bajo su protección. Se designan a sí mismos como «los que invocan el nombre del Señor» (Act 9,14.21; 1 Cor 1,2), en la seguridad de que la invocación de este n. les salvará (Act 2,21; Rom 10,9-13). Invocación, que supone la fe en la Resurrección (Rom 10,,9-14) y en el dogma fundamental cristológico (Jesús es el Cristo, el Señor, el Hijo de Dios). El n. del Señor no es, por tanto, una palabra mágica, que produce efecto como quiera que se la pronuncie y por cualquiera que la emplee (Act 19,13-17). Sin fe el n. no actualiza su efecto (Act 3,16), como el mismo Jesús se vio obstaculizado en su virtud por la falta de fe (Mc 6,5-6); la acción de Dios respeta la libertad que rl ha dado al hombre.

Cuando los cristianos se reúnen en su n., el Señor en persona se encuentra entre ellos (Mt 18,20). Igualmente, Jesús se hace presente y actúa, cuando se apela a su n. (Act 4,30). Así los discípulos efectúan curaciones en su n. (Act 3,6.16; 4,7.10; 9,34) y hasta los demonios se les someten, cuando invocan este n. (Lc 10,17; Act 16,18). Por el poder de este n. se perdonan los pecados (Lc 24,47; Act 10,43; 1 lo 2,12). y es éste el único n., que nos es dado para salvarnos (Act 4,12).

El n. del señor compromete a los cristianos. Su conducta debe dar motivo para que el n. sea glorificado (2 Thes 1,11-12) y no para que sea blasfemado (1 Tim 6,1). Los Apóstoles y discípulos tienen la misión de predicar el n. (Act 9,15) y en su n. (Lc 24,47; Act 4,18-19; 9,28). Por amor a este n. lo dejarán todo (Mt 19,29) y estarán dispuestos a soportar todos los sufrimientos (Mt 24,9 y par.; lo 15,20-21; Act 9,16; etc.). Pero su recompensa será grande (Mt 5,11). En Act 5,41 aparecen los Apóstoles dichosos de haber padecido «por el Nombre», sin complemento. La Iglesia primitiva aplica a Jesús la fórmula, que, en el ambiente judío, designa a Dios (cfr. Lev 24,11).

En el cuarto Evangelio el n. sobre todo n. es el de Hijo único de Dios (3,17-18). En este n. se ha de creer para tener la vida eterna (20,31; 1 lo 3,23; 5,13; etc.). El que no cree en el n. del Hijo de Dios, está ya condenado (3,18). A la revelación de la verdadera naturaleza de Jesús con el n. de Hijo, responde la revelación del ser íntimo de Dios con el n. de Padre (17,3-6.25-26; cfr. Mt 11,27). Los que creen en el n. del Hijo de Dios, participan de la filiación divina (1,12). Todos ellos serán marcados con el n. nuevo (Apc 2,17; 3,12; etc., cfr. Is 56,5; 62,2; 65,15).

Bibl. V,547-548; H. CAZELLES-J. DUPONT, Nombre, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 1967, 520-524; B. BAUER, Nombre, en Diccionario de Teología bíblica, Barcelona 1967, 710-714; I. DUPONT Nom de Jésus, DB (Suppl.) VI, 514-541; R. CRIADO, Valor hipostático del nombre divino en el A. T., «Estudios Bíblicos 12 (1953) 273-316.345-376.

M. MÁRQUEZ RENTERO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991