MOVIMIENTO DE OXFORD
Con este título se denominan los intentos que realizaron entre 1833 y 1845 unos
cuantos clérigos y profesores de Oxford para combatir la influencia laicista
sobre el anglicanismo (v.).
El movimiento tuvo su origen en Oriel College, de donde eran fellows
-tutores- tres de sus fundadores, John Keble, John Henry Newman y Richard
Hurrell Froude. Keble era reputado como uno de los más brillantes intelectuales
del momento, pero aunque ocupaba la cátedra de Poesía, prefería la tranquilidad
de una labor pastoral en la parroquia rural de su padre, hecho que le mantenía
distanciado de Oxford durante ciertos periodos de tiempo. Por esto y otros
motivos, no estaba capacitado para encabezar un movimiento; como tampoco lo
estaban Newman y Hurrel Froude en el momento de su comienzo debido a que eran
relativamente jóvenes y poco conocidos. Por esto, el movimiento ganó un cierto
prestigio intelectual con el acceso a sus filas de E. B. Rusey, profesor de
hebreo y fellow de Christ Church.
Estos tractarianos, como se les llamó a raíz de la publicación de su
panfleto Tracts for the Times, ganaron muchos partidarios y discípulos, de los
cuales los más destacados fueron H. J. Rose, W. Palmer, I. Williams, W. Ward y
R. Wilberforce. Algunos de ellos se desgajaron del principal núcleo del
movimiento, pero muchos otros acompañaron a Newman en su posterior incorporación
a la Iglesia católica. Éste fue el último aldabonazo del m. de O., que de hecho
había quedado extinguido a raíz de la condena que impuso el Claustro de la
Universidad a W. Ward en febrero de 1845. De los cuatro fundadores originales,
sólo Newman murió católico; queriendo esto significar que si bien su conversión
condujo a muchos al catolicismo, éste no fue el objetivo original de los
tractarianos.
Causas del movimiento. Las causas inmediatas fueron los acontecimientos
históricos de la época, mientras que las remotas hay que buscarlas en el
temperamento y la vocación teológica de los principales lÍDeres. Los años
treinta se caracterizaron por la liberalización de muchos sectores de la vida
inglesa, en concreto, la aprobación de la ley de Catholic Emancipation (1829) y
el Great Reform Bill de 1832, que amplió el derecho a voto. El secularismo en
materia religiosa tendía a ser un frecuente acompañante del deseo de reforma; y
los obispos anglicanos se opusierón al proyecto temiendo por la sujeción del
anglicanismo a un Estado que se revelaba liberal, oportunista y que en último
término gobernaba a la comunidad eclesiástica. El secularismo se manifestó, p.
ej., en el establecimiento de un comité judicial en el Privy Council-un órgano
secular como tribunal de última instancia en materia eclesiástica-. Los
políticos empezaron a entrometerse en la competencia eclesiástica a partir de
laentro ' Church Temporalities Act, que les facultó para reestructurar las
diócesis irlandesas y condujo a la supresión de diez sedes episcopales. Los
fundadores delm. de O. no estaban políticamente alineados, ya que estaban
igualmente defraudados por. el partido Tory -conservádor-, que sugería la
liberalización de las leyes contra los no-conformistas (v.), abriendo así la
posibilidad de una dirección del anglicanismo por políticos judíos, católicos o
protestantes no anglicanos. De ahí su deseo de encontrar para el anglicanismo
unas bases distintas de las del Estado. Un parlamento liberalizado dejaba sin
sentido a una Iglesia Establecida y abría el camino a la desconfianza.
Los tractarianos no se interesaban en los temas de Iglesia-Estado,
política eclesiástica, obispados y beneficios en sí, sino únicamente en tanto en
cuanto fueran representativos del carácter interno de la Iglesia. Les inquietaba
la renovación de la Iglesia por dentro, y la de sus miembros; querían una
reforma, una vuelta a los ideales anglo-católicos del S. XVti. Éste era el
partido de los no jurantes, aquellos que no profirieron el juramento de
fidelidad a la Supremacía Real, representado por los arzobispos Andrews, Laud,
Hammond, etc. Así fue resumido su programa por Newman, como una defensa del
principio dogmático y del sistema sacramental, y como un retorno a la Iglesia
universal y católica aun cuando no a la romana.
órganos y métodos. Newman, durante un viaje a Sicilia, en 1832, sintió una
poderosa llamada para desempeñar una función especial en su nativa Inglaterra.
Su capacidad para la organización y su inteligencia le hicieron el líder natural
de un movimiento cuyo propósito era atraer a la causa de la reforma a la
clerecía y a los fieles anglicanos. Esta labor fue ejecutada por medio de
panfletos (conocidos como tracts), escritos y conferencias publicadas
inmediatamente, y sermones. El conocimiento del movimiento ha llegado hasta
nuestros días en gran parte a través de estos tres tipos de documentos.
Especialmente característicos del movimiento fueron los Tracts for the
Times que le dieron su nombre. De ahí que sea igualmente conocido como el
Tractarian movement. Los tracts eran panfletos que trataban los más importantes
aspectos de la teología cristiana tocantes a las discusiones en boga, enviados
desde Oxford a las provincias y distribuidos entre el clero de las localidades.
Los primeros tratados contienen los principios esenciales de su programa, es
decir, su apelación a la autoridad apostólica y la doctrina de la sucesión
apostólica en oposición al erastianismo (teoría según la cual el poder de la
Iglesia depende en última instancia de un monarca secular) de los partidarios
del sistema, por una parte, y, ppr otra, al liberalismo de sus oponentes.
Entre 1833 y 1840 se elaboraron en total noventa tratados, escritos
principalmente por Newman, aunque colaboraron todas las principales figuras del
movimiento. El tratado 90, así como el 71, versaban sobre la relación de los 39
artículos anglicanos con la doctrina de la Iglesia católica y, en contenido,
eran considerados muy romanizantes. Esto condujo a una oposición considerable
del clero anglicano.
Los principales escritos que el movimiento produjo fueron las Conferencias
sobre la misión profética de la Iglesia de J. H. Newman (1836) y las
Conferencias sobre la justificación que proponían la famosa teoría de la
verdadera Iglesia como una vía media. La evolución del movimiento se ha de
buscar en el último trabajo de Newman como anglicano, El desarrollo de la
doctrina cristiana (1845). Gran parte del contenido de estos años puede
remontarse a The Christian Year (1827) de John Keble y su espíritu al Remains
(1836) de Froude. A estas obras debe añadirse el esbozo que Froude hace de su
héroe S. Tomás Becket y la vida del papa S. Gregorio VII de Bowden, La
autobiografía de Isaac Williams y El ideal de la Iglesia Cristiana de William
Ward. Numerosos artículos de estos hombres aparecieron en el «British Magazine»
de H. J. Rose, fundada sobre líneas paralelas a las del movimiento.
De 1828 en adelante, Newman fue rector de St. Mary, la Capilla
Universitaria, y desde su púlpito ejercía una considerable influencia sobre la
Universidad y, ciertamente, sobre todas las inteligencias del país. Estos
sermones se publicaron en ocho volúmenes, titulados Plain and Parochial Sermons,
y le siguieron una serie de University Sermons. El púlpito de St. Mary fue la
tribuna de muchos de los colegas de Newman. Fue, sin lugar a dudas, el sermón de
John Keble sobre la apostasía nacional, en julio de 1833, lo que señaló el
nacimiento del m. de O.
Doctrina: La Iglesia de la vía media. El fundamento del dogma era la luz
que guiaba el movimiento; la batalla en religión era con el liberalismo,
entendido como «el principio antidogmático y su desarrollo». Religión sin dogma
era una contradicción; «religión como mero sentimiento es para mí un sueño y una
burla», escribe Newman. En otra parte de su Apología escribe: «Pensé que si el
liberalismo obtuviera alguna vez un apgyo dentro de él (el anglicanismo), tarde
o temprano conseguiría la victoria. Vi que los principios de la Reforma
protestante eran impotentes para rescatarle... Siempre me había parecido que
había algo más grande que la Iglesia Anglicana Establecida, y que era la Iglesia
Católica y Apostólica, fundada desde el principio y de la cual el anglicanismo
no era sino la manifestación local. Hacía falta una segunda Reforma». El
contacto con Hawkins, Provost de Oriel College, había enseñado a Newman que la
tradición era una fuente fundamental para nuestro conocimiento de la Revelación,
y Hurrell Froude había contribuido a la idea de que la sola Biblia era una
fuente inadecuada para la verdad religiosa.
Basado en este principio del dogma, existía una clara enseñanza religiosa,
a saber: la existencia de una Iglesia visible, con sacramentos y ritos que son
los canales de la gracia invisible. Era lo que Newman llamaba el principio
sacramental, que es «la doctrina consistente en que las cosas reales y visibles
pueden ser la imagen y figura de las realidades invisibles». Este era uno de los
principios que los tractarianos habían aprendido del libro de John Keble The
Christian Year, aunque no fue una idea original suya.
La odisea del m. de O. fue una búsqueda para descubrir la fuente y la
localización actual de la sucesión apostólica, del corpus de la doctrina
cristiana y los sacramentos. Era una búsqueda que conducía a sus protagonistas
hacia distintos destinos. Sin embargo, durante la mayor parte del movimiento
estaban todos de acuerdo en que la verdad no podía encontrarse en Roma, que
según ellos había ampliado la verdad, ni en el protestantismo, que la había
reducido; ni tampoco en el anglicanismo, que había abusado de la misma. Así
Newman siempre consideró el antirromanismo como el tercer principio del
movimiento. En alguna parte del anglicanismo la verdad seguramente habría sido
conservada; precisamente el objetivo de su investigación teológica era descubrir
la base verdadera de la Iglesia Apostólica en el anglicanismo.
Quizá la Iglesia de Inglaterra, escribe Newrnan, «nunca representó una
doctrina... nunca tuvo una base intelectual... quizá no había sido más que un
nombre, o un departamento de Estado». La eclesiología del m. de O. no se basaba
en ninguna iglesia existente; era una teoría que una vez construida sería
aplicada a la realidad.
El mismo Newman fue un gran admirador de la Iglesia de los Padres y la
cuestión era dónde estaba la permanencia de esta Iglesia. Hurrell Froude
admiraba mucho la Iglesia medieval, y ejerció una cierta influencia sobre sus
colegas. Valiéndose de las Escrituras, de los Padres y del Anglican Prayer Book,
los tractarianos construían su teología de la Iglesia verdadera, expuesta en los
Tracts for the Times y en otras publicaciones, especialmente en los tracts 11,
71 y 90 y en las conferencias sobre The Prophetical O f f ice o f the Church.
Fue en estos escritos en los que Newman profundizó su visión de la Iglesia de la
vía media, que era un intermedio entre el anglicanismo actual y la Iglesia de
Roma, cuya posición había sido mantenida siempre por los anglocatólicos. La vía
media no era una teoría nueva. La base de la Iglesia visible eran las
Escrituras, especialmente los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas. Para su
defensa de los sacramentos, Newman recurrió al Anglican Prayer BOak. Otra
característica fundamental era el sistema episcopal que se fundaba en las
Epístolas de S. Ignacio de Antioquía. Con el santo, Newrnan sostenía que el
obispo era el representante del «Obispo Invisible», representante de Dios sobre
la tierra para los fieles. «Mi propio obispo era mi papa», escribe. Esta
doctrina atacaba directamente al erastianismo establecido en el anglicanismo. El
poder de la Iglesia está en manos de los obispos.
Los tractarianos, sin embargo, no admitieron la autoridad del Papa, ni la
devoción a la Santísima Virgen y a los Santos, ni el sacrificio de la Misa, a
pesar de que creían en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. No
eran, pues, católicos, ni aun los más entusiastas, como Froude, aunque algunos
les acusaran de serlo. Por otra parte, no aceptaron la supremacía real y por
esto no eran anglicanos ortodoxos. Su objetivo era encontrar el fundamento
común, la vía media entre las dos Comuniones, que diferían mucho. «En ambos
sistemas se reconocen los mismos Credos. Además de otros puntos en común, los
dos sostenemos que es necesario creer ciertas doctrinas para salvarse; ambos
creemos en las doctrinas de la Trinidad, Encarnación y Salvación; en el pecado
original; en la necesidad de regeneración; en la gracia sobrenatural de los
sacramentos; en la sucesión apostólica; en la obligación de la fe y la
obediencia, y en la eternidad del castigo futuro» (Profetical Office of the
Church). Esto condujo a los tractarianos a la idea de la naturaleza tripartita
de la Iglesia católica. La Iglesia verdadera habría sido una desde el principio
y durante muchos siglos, pero distintos sectores habían seguido a veces su
propio camino, perjudicando así la verdad y la caridad de la única Iglesia. La
Iglesia católica, hablando en sentido amplio, estaba formada por tres Comuniones
o ramas: la latina, la oriental y la anglicana. «Las tres ramas coincidían en
todo menos en sus últimos errores accidentales». Conviene hacer notar que así
como en las comunidades cristianas orientales separadas de Roma se conserva la
sucesión apostólica y la validez del sacerdocio, no ocurre lo propio con los
anglicanos, como declaró León XIII en su encíclica Apostolicae curae del 13 sept.
1896 tras detenidos estudios de los aspectos históricos, litúrgicos y
doctrinales de la cuestión (cfr Denz.Sch. 3315-3319).
Esta era la esencia de la doctrina tractariana y en esto todos los
dirigentes estaban de acuerdo. A partir de aquí empezaban las diferencias. Keble
y Pusey se contentaban considerando la difusión de estas doctrinas como
finalidad del movimiento. Les interesaba reafirmar, frente al clero anglicano,
doctrinas tales como la Sucesión Apostólica (en la que algunos habían dejado de
creer), la regeneración bautismal y la autoridad de los obispos. Pero Newman y
Froude no temían las inferencias y conclusiones de su postura. Sin embargo,
Froude había muerto en 1836. Newman quedó para sacar conclusiones, y siempre le
había preocupado que la Iglesia de la vía media fuese una simple teoría, una
Iglesia ideal sin una estructura objetiva.
Desenlace final. Una serie de acontecimientos llevaron a Newman a ver que
la Iglesia católica y universal tenía su sede en Roma. Pero el principio del fin
para eJ m. de O. fue la publicación en 1841 del tract 90, cuya finalidad era la
revisión de la relación de los 39 Artículos Anglicanos con la doctrina católica
romana. Fue considerado católico romano por gran número de personas de Oxford y
fue condenado por un obispo tras otro. Sus adversarios buscaron que Newman se
retractase, pero él no estaba dispuesto a hacerlo. Al no conseguirlo, intentaron
obtener la promesa de que no continuara los artículos ni defendiera el
tractarianismo. A esto Newman accedió y en una carta al Obispo de Oxford
renunció su lugar en el movimiento y se sumió en una existencia semimonástica en
Littlemore, junto a unos cuantos discí pulos suyos. Su lugar como lÍDer del m.
de O. fue asumido por William Ward, a estas alturas tan romano como Newman y
mucho menos discreto. Después del tract 90, los tractarianos sufrieron claras
desventajas en Oxford. Isaac Williams perdió la oposición para la cátedra de
Poesía, antes ocupada por Keble, por ser del partido de los tractarianos. El
acceso a los fellowships (puestos de tutores) les fue clausurado, y los
documentos necesarios para ordenarse en el anglicanismo no eran facilitados a
simpatizantes del movimiento.
El entusiasmo de William Ward llegó a su culmen en el otoño de 1843 con la
publicación de un panfleto sobre The Ideal of a Christian Church considered in
comparison with Existing Practice. En esta obra sostenía abiertamente que el
anglicanismo no poseía las cuatro notas de la Iglesia universal, mientras la
Iglesia romana las poseía todas. Preveía la atracción que representaría la
Iglesia católica para numerosos anglicanos, clérigos o no, y recalcó que su
acusación de que la adhesión a los 39 Artículos no llevaba consigo ningún
rechazo de doctrina católica romana había quedado sin disputar por parte de la
jerarquía anglicana. Así profirió un desafío que fue aceptado. En la reunión del
Claustro de febrero de 1845, el Ideal de Ward fue condenado y fue privado de sus
puestos y títulos universitarios. Una propuesta para la censura del tract 90
experimentó, sin embargo, el veto. Esto era suficiente para que la historia
considerara febrero de 1845 como fecha de la desaparición del m. de O. En
septiembre, William Ward se convirtió al catolicismo. El 9 oct. 1845, la
escalofriante posibilidad de la conversión de Newman se hizo realidad. Fue la
señal para que muchos de sus discípulos siguieran su ejemplo; eran tales como J.
B. Morris, J. D. Dalgairns, Oakley, Macmullen, F. Faber y A. St John. Conforme
iban pasando los años, otros seguían sus pisadas, sobre todo Robert Wilberforce
y T. W. Allies en 1849 y el futuro card. Manning (v.) y J. R. Hope-Scott en
1851. Lo que había empezado como un movimiento anglicano y anticatólico terminó
suministrando a la Iglesia católica inglesa naciente (la jerarquía había sido
restaurada en 1850) un grupo de los intelectuales más prestigiosos del país.
A pesar de que el destino de los cuatro lÍDeres fue distinto, se mantenían
de acuerdo sobre los puntos fundamentales. El m. de O. defendía el carácter
sobrenatural del cristianismo contra sus adversarios dentro y fuera de la
Iglesia. El movimiento de los tractarianos no fue una reacción momentánea contra
la legislación eclesiástica de un parlamento dedicado a la reforma, ni un
intento de adaptar los hechos de la historia a una teoría particular de la
Iglesia. Era, más bien, una afirmación de la necesidad de la vida sobrenatural
en los miembros de la Iglesia y el carácter divino de su jerarquía y autoridad
frente al liberalismo y naturalismo de los racionalistas.
V. t.: NEWMAN, JOHN HENRY.
BIBL.: J. H. NEWMAN, Apologia pro Vita sua, Londres 1455; R. W. CHURCH, The Oxford Movement, Londres 1891; W. WARD, W. G. Ward and the Oxford Movement, Londres 1889; J. A. FROUDE, The Oxford Counter-Reformation, Londres 1883; Tracts for the Times, 6 vol. 1838-41; Remains of the late Reverend Richard Hurrell Froude, 2 vol. Londres 1838; C. DAWSON, The Spirit of the Oxford Movement, Londres 1933; M. WARD, The Young Mr. Newman, Londres 1948.
PETER BRISTOW.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991