MITO Y MITOLOGIA II. PRINCIPALES MITOLOGIAS. B. ARTE.
1. Introducción. La Mitología, en su significado de conjunto de mitos de la
Antigüedad, es potenciadora de vastísimos campos de manifestación dentro del
panorama general de las Artes plásticas. Si aceptamos como definición de mito la
de «una historia que explica ciertas concepciones religiosas de un pueblo, su
visión cosmológica, su testimonio del hombre en sí y el origen mismo de su
existencia» comprenderemos que el vocablo mito se haya llegado a convertir en un
término científico de la Historia de la Cultura como definidor de una realidad
cultural (v. i). 'Dejando a un lado las relaciones entre mito y ética o el
análisis de la pujanza de circunstancia entornante que el mito comporte, lo que
interesa aquí es el estudio de las imbricaciones que los mitos tienen dentro del
contexto general de la Historia del Arte. El mito es un sujeto artístico total:
unas veces, como representación real de su contenido, y otras, como motivación
alegórica. La concitación, interrelacionada múltiples veces, de dioses, hombres
y héroes en el mito -o su actuación por separado- se manifestará en jugosísimas
formas artísticas, ocupando casi siempre el protagonista o los protagonistas el
plano, principal de representatividad, a diferencia de lo que ocurre en las
expresiones verbales del mito, en las que los sucesos suelen tener más
principalidad que las individualidades de personificación.
Un problema de interpretación surge aquí, y conviene recordarlo antes de
entrar en el análisis compartimentado de las representaciones míticas a través
de los principales capítulos del arte de la Antigüedad. Se trata de distinguir
lo específicamente mítico dentro del extensísimo mundo del arte religioso. En
nuestra opinión, el problema hunde sus raíces en el análisis de las fronteras
entre mito y concepción religiosa profunda y de hondura superior; por eso hemos
indicado que considerábamos al mito como portador de «ciertas» concepciones
religiosas (para este tema v. I y II, A). Al margen de esta cuestión, hay que
tener en cuenta, al colocarse frente al hecho de la parcela del mito en el campo
de la Cultura y con respecto al Arte, en la diferenciación -reconocida por los
especialistas- entre mito y leyenda, teniendo ésta siempre un trasfondo fáctico
cierto; como también -y esto plenamente en el terreno del Arte- la situación del
matiz que separa la representación plástica de un mito de la de un simple ídolo:
matiz inexistente acaso algunos veces, puede ser que profundo otras, pero
difícil de limitar siempre.
2. Prehistoria. El estudio de las relaciones entre religión primitiva y
arte prehistórico se torna, como es sabido, muy nebuloso, dada la ausencia de
fuentes escritas que define antonomásicamente a la Prehistoria (v.), con la
secuela de inseguridades subsiguientes en la estimativa del contorno espiritual
de los primeros grupos humanos, por más que nos apoyemos en la observación
comparada de los pueblos primitivos (v.) contemporáneos. Parece casi
unánimemente aceptada la explicación de las representaciones plásticas de la
Edad de Piedra considerándolas como fruto de una magia de propiciación en la que
los animales representarían la vertiente cazadora, y las figurillas femeninas la
vertiente de fecundidad.
¿Pero hasta qué punto podemos hablar de mitología en los estadios
culturales prehistóricos? Es factible pensar como respuesta que estamos ante
representaciones premíticas, ante un mundo espiritual en lenta adquisición de
premisas y corolarios en donde lo estrictamente religioso mezclado con lo mágico
y lo totémico tienen mucha más entidad que una auténticamente organizada
mitología (v. el art. anterior, y EUROPA VI).
3. Egipto. El arte egipcio, tan pródigo en la representación de las
relaciones del faraón (v.) con la divinidad -aspecto teogámico muchas veces en
función de mito-, o en el enaltecimiento del faraón, no es esencialmente
fecundo, sin embargo, en la narrativa de héroes o semidioses. Los especialistas
distinguen dos grandes ciclos míticos: el de Osiris y el del Sol; ambos tienen
profundas transcripciones artísticas.
El primero, que llegó a formar parte de un ritual necrolátrico, produce
muchas representaciones tanto en relieves -el gran arte plástico egipcio- como
en estatuillas y pinturas. Vinculado a él aparece el subciclo de Horus y Set en
el que surge la originalísima iconografía de Isis amamantando a su hijo,
antecedente cronológico de tantas representaciones cristianas. El ciclo del Sol
es fundamental para la plástica egipcia alcanzando su climax bajo la revolución
religiosa, política y artística que supuso la vinculación mental e idealizadora
de Amenofis IV (v.) a Aton. Las representaciones de animales serán asimismo muy
numerosas a favor de la tendencia egipcia a conferirles sentimientos humanos en
sus concepciones deíficas (V. EGIPTO III).
4. Asia Anterior. El hecho mítico más sorprendente en el conglomerado de
pueblos y en la sucesión de imperios que quedan englobados en esta área
geográfica (v. MESOPOTAMIA II y IV) es la subyacente unidad de los temas
iconográficos desde los tiempos de cultura religiosa más remotos hasta los más
recientes. Esto, que produce una atractiva unidad dentro de la diversidad,
dificulta, sin embargo, la correlación entre textos e imágenes míticas,
principal problema de la mitografía mesopotámica, patente, p. ej., en el caso de
Gilgamesh (v.). El mundo animal alcanza iconográficamente una importancia
fundamental de honda resonancia en culturas posteriores (v. BABILONIA II).
5. Irán. En su carácter fuertemente religioso el pueblo persa manifiesta
en su arte una tendencia constante hacia formas simbólicas o puramente
decorativas más que a representar plásticamente sus mitos (v. IRÁN III). Esto no
obstante, encontramos sujetos míticos en algunos bronces del Luristán. Con la
eclosión aqueménida (v.) que ha de consecuentar en el expansionismo persa, los
valores míticos son pospuestos en el arte a los de glorificación del poder; y ya
hay que esperar hasta el mundo sasánida (v.), en el que los temas míticos pasan
a veces a la decoración de objetos de cerámica. Cuestión muy distinta es la
plástica del mito en la religión de Mitra (v.), que trasciende del área
iraniana: aquí florecen las representaciones y entre ellas, sobremanera, la del
rito del toro (v.).
6. Grecia. Frente a otras mitologías, la helénica presenta un fondo de
naturaleza racional que al traducirse en formas plásticas produce un mundo de
arquetipos absolutamente fundamentales para la comprensión del arte occidental.
Hoy día se tiende a la creencia de que el arranque mítico griego proviene de
Creta (v.). Lo minoico y micénico potencian así su mundo plástico, y la
iconografía de la Gran Diosa cretense o el mito de la mujer sobre el toro
vierten su problemática de continuidad en los mitos y el arte de la Grecia
clásica (V. MICENAS). Tras la invasión de los dorios (v.), con todos los
trasvases étnicos que supuso hasta su definitivo aquietamiento racial, las
primeras representaciones míticas aparecen en los vasos del último periodo
geométrico, hacia la mitad del s. VIII a. C. Pero es a partir del s. VI a. C.
cuando comienzan plenamente los dos campos en que tales representaciones se
manifestarán: la de los dioses-arquetipos, aislados, y la de las aventuras de
héroes y semidioses, siendo el campo plástico normal de las primeras la
imaginería de bulto redondo, y el de las segundas, el relieve -sobre todo en
frontones y metopas- y los vasos pintados. El ápice de este desarrollo llega con
la época de Pericles (v.), comenzándose desde las fronteras con el s. IV a. C.
un lentísimo proceso de desarquetipización -esto es, de mayor densidad de
humanizaciónCon el mundo y el ideario helenísticos a los que abre paso Alejandro
Magno (v.) cambian, con respecto a los mitos, las cosas. El mito pierde ahora
mucho acento de sacralidad y se convierte en algunos casos en deliciosa
prospección arqueológica. No es casual la aparición de Evhemero (final del s. IV
a. C.), el filósofo cuyas teorías míticas van a preconizar unas veces y avalar
otras el cambio de concepción. Tales teorías pueden resumirse en la creencia de
que los mitos representan una transcripción de hechos reales, y que los dioses y
semidioses son simples mortales elevados en el recuerdo, por amor de sus
hazañas, a categoría óptica divina. No obstante todo lo cual, la tradición de la
vieja mítica perdura en ciertos focos artísticos, y así vemos, p. ej., aparecer
en friso corrido el proceso de la Gigantomaquia en el altar de Zeus en Pérgamo
(V. GRECIA III).
7. Etruria. Que el pueblo etrusco recibió una impronta cultural griega
pero que, al margen de ella, tenía una inmensa personalidad creadora son los dos
pilares en que ha de asentarse aún el más mínimo de los acercamientos a su
creatividad artística. Así, el tratamiento etrusco de la mitología helena
presenta dos vertientes claramente nítidas: una de aceptación de lo griego que
plasma en ciertas sítulas y objetos femeninos, no exento todo ello muchas veces
de una comicidad típicamente etrusca; y otra en que el acento del mito se pone
más en lo sobrenatural que en lo antropocéntrico (v. ETRUSCOS II).
8. Roma. Enlazando con los supuestos culturales helenísticos pero a escala
de mentalización «romana», los viejos mitos no perdieron en las representaciones
artísticas de la Urbe aspectos caracterológicos de espiritualidad. Las poderosas
corrientes del estoicismo y del epicureísmo tuvieron que ver con ello, y así Pan
será a éste lo que Hércules a aquél.
El fuerte repertorio iconográfico de la pintura romana tiene su basamento
en la mitología pero derivando en muchos casos hacia un decorativismo hedónico
que compatibiliza en otras ocasiones con un trasfondo de propósitos religiosos o
filosóficos. En la escultura el mito tendrá menos cabida a medida que con las
grandes conquistas militares el semidiós sea sustituido en los relieves -gloria
de la plástica romana- por el emperador y sus ejércitos (V. ROMA II y VI).
9. Germania y Escandinavia. Bajo un común denominador mítico de
divinidades mayores, con diferencias nominativas, podemos unir a los diversos
pueblos germanos y escandinavos. Artísticamente, representaciones toscas pero
muy expresivas de Odín, Thor y de guerreros en marcha hacia el Walhalla aparecen
en un conjunto de estelas de piedra o en placas de bronce. Los mitos solares
pueden tener su representación plástica más notoria en el famoso carro de
Trundholm (V. GERMANIA; ESCANDINAVIA).
10. Desde la Edad Media a hoy. El Medievo recogió el tesoro de la antigua
mitología occidental adaptándolo a sus concepciones vitales, proceso en el que
el pensamiento de Evhemero marca su impronta. Desde el s. XIII toma fuerza su
introducción en el arte bajo diversas manifestaciones entre las que lo
astrológico y los repertorios iconográficos tienen preponderante papel. En la
segunda mitad del s. XV se establece y expande por todo el arte europeo una
tipología mítica de doble vertiente: por un lado, de transmutación de las formas
literarias en personajes góticos, con una buena carga de alegoría; por otro, de
definición hedónica y revitalización de lo pagano. A partir de este momento se
abrirá paso impetuosamente la presencia de los antiguos dioses en el arte
occidental.
El Renacimiento (v.) pleno y el Barroco (v.) hundirán fuertes raíces en el
campo de la mitología; y desde entonces, aunque con rotundos altibajos, hasta
nuestros días. Así, desde la celebérrima Iconología de César Ripa, cuya primera
edición es de 1593, hasta los modernos estudios de Panofsky; desde las
glorificaciones mitológicas de la Francia de los Luises XIV y XV hasta las
pastorales picassianas.
V. t.: los artículos a los que se ha remitido en el texto del anterior
(1I, A).
BIBL.: W. H. ROSCHER, Aus/ührliches Lexikon der griechischen und rómischen Mythologie, Leipzig 1884-1927; VARIOS, The Mythology oj all rases, dir. L. H. GRAU, Bcston 1916-32; G. CONTENAU, Manuel d'Archéologie Orientale, 4 vol., París 192747 (1.311 ilustraciones); M. RUTTEN, Le Moyen-Orient Ancien, París 1950 (64 láminas); M. VIEYRA, Hitite Art, Londres 1955 (122 ilustr.); A. DEMPE, La expresión artística de las culturas, Madrid 1962 (numerosas ilustraciones).
J. L. ALONSO-MISOL.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991