MISIONES II. MISIONES CATÓLICAS. 1


1. Carácter esencialmente misionero de la catolicidad. 2. La evangelización de los pueblos hasta el s. XV. 3. Las misiones bajo el Patronato portugués. 4. Las misiones bajo el Patronato español. 5. Las misiones bajo Propaganda Fide. 6. Las misiones en la época contemporánea. 7. Obras pontificias de cooperación misionera.
      1. Carácter esencialmente misionero de la catolicidad. La acción misionera de la Iglesia existió siempre. El mandato de Cristo de evangelizar a todo el mundo (Mi 28,18-20), en virtud del cual la Iglesia fue constituida católica por esencia y por dictado expreso de su Fundador, impuso ya desde el principio el derecho a misionar, y la obligación misionera de la Iglesia. Esto nunca ha sido objeto de discusión, si exceptuamos quizá algunos autores protestantes. La actividad misional de la Iglesia pudo estar más o menos descuidada en determinados periodos de la historia, pero el derecho y la obligación de misionar nunca ha sido desconocido. La historia de las m. coincide, pues, cronológicamente con la historia de la Iglesia.
      El carácter misionero es -decíamos- propio de la Iglesia católica, consecuencia clara de esa propiedad suya que es la catolicidad y por eso nota distintiva de su ser (v. IGLESIA II, 4). Las religiones no cristianas en general -con alguna excepción-, no han manifestado nunca ese carácter de exigencia universal, sino que han estado por lo general centradas exclusivamente en sus propias razas o pueblos. Se han ciertamente difundido, pero no debe confundirse expansión geográfica de un pueblo determinado, más allá de las fronteras geográficas de su nación (lo que arrastra obviamente la expansión de sus ideas religiosas), con expansión religiosa, propiamente dicha, es decir, originada por una idea marcada y definida de misión. Puede darse y se da el hecho de expansión geográfica y religiosa, sin que sea precisamente expansión proselitista de misión. Hay, en efecto, pueblos que han iniciado una diáspora multisecular a través de todo el mundo, llevando consigo y conservando su propia religión, pero sin que ello implique que su religión sea misionera. Un ejemplo claro es la diáspora judía, de antaño y de la actualidad: el pueblo judío está extendido y afincado por todo el mundo en colonias bien delimitadas y definidas, y conserva celosamente su religión, pero carece de idealismo misional; antes bien, lucha por mantener cerradas herméticamente las puertas de su religión y de su raza. El sintoísmo (v.) japonés -supongámoslo como religión por el momento, al menos en su pasado, carácter que le niegan en la actualidad muchos autores- está asimismo extendido por innumerables regiones del mundo, pero en una expresión basada en razones demográficas; y lo mismo cabe afirmar de la diáspora china con sus ideas éticofilosóficas confucianistas. Hay, pues, en esos casos, expansión demográfica o diáspora de un determinado pueblo, pero no una expansión religiosa misional. Es un fenómenogeneral, que atañe, como norma o carácter común, al conjunto de Religiones no cristianas.
      Sólo pueden excluirse de este enfoque tres grandes religiones históricas: el hinduismo (v.), el budismo (v.) y el islamismo (v.); las tres, en efecto, se extienden, con cifras de millones, a otros pueblos distintos del pueblo en que esa religión se originó. ES necesario hacer notar, no obstante, por lo que se refiere a las dos primeras, que su expansión se ha producido más bien al modo en que se expanden las ideas filosóficas, que al modo de un proselitismo religioso-misionero propiamente dicho; en cuanto al islamismo, y aparte de la importancia que el factor político-bélico tuvo en su expansión, hay que señalar su dependencia de la revelación judeo-cristiana de la que Mahoma tomó bastantes elementos.
      Para el cristianismo la difusión misionera no es una mera manifestación de la sociabilidad humana (todo hombre aspira a comunicar a otros sus ideas y descubrimientos y a recibir de los demás las ideas o conocimientos que puedan iluminar su vida), sino algo que deriva de un mandato expreso de Cristo, y, más radicalmente, de su misma esencia: forma parte integrante de la fe cristiana el conocimiento de que en esa fe se revela el designio divino sobre la humanidad, es decir, algo no parcial sino universal. Lo que ocurre en la Iglesia es algo que afecta a todo el mundo: ella es, en efecto, como dice el Conc. Vaticano II, «sacramento universal de la salvación» (Const. Lumen gentium, 48; Decr. Ad gentes, 1). Es eso lo que, en su sentido más profundo expresa la nota de la catolicidad: no la simple expansión geográfica, sino la ordenación a toda la humanidad, la posesión de bienes salvíficos que afecta a la humanidad entera de todo lugar y de todo tiempo. Por eso los Apóstoles y los primeros cristianos podían ver a la Iglesia a pesar de lo limitado de su expansión sociológica en aquellos tiempos, como vivificando ya toda la tierra.
      Es de ahí, de esa exigencia intrínseca de la catolicidad, de donde deriva la actividad misionera: toda comunidad cristiana ha de ser esencialmente misionera. Obviamente esa exigencia se manifestará con más fuerza y pujanza, allá donde la fe cristiana y los medios salvíficos que la realizan se conserven y vivan en toda su integridad. Es por eso por lo que, como atestigua la historia, la acción misionera ha revestido una particular fuerza y vitalidad en la Iglesia católica por encima de las diversas confesiones cristianas separadas. En el caso de las Iglesias ortodoxas (v. III), tan sólo con respecto a la rusa cabe hablar de actividad misional en sentido propio; y aunque eso depende también de factores histórico-políticos (el aislamiento a que ha estado condenado gran parte del oriente europeo), no deja de ser significativo. Con respecto a las confesiones protestantes (v. IV) la cuestión es más paradójica, y merece un comentario más detenido.
      Las ideas de Lutero (v.) y Calvino (v.) sobre la predestinación, según las cuales el destino eterno de cada hombre está fijado por un decreto incondicionado que es independiente del efectivo comportamiento de ese hombre en su vida terrena, conducían a un fuerte individualismo religioso, y no promovían, sino que más bien sofocaban, toda vocación al apostolado, toda iniciativa o esfuerzo misionero. En efecto, si Dios salva sin contar con la libertad humana a aquellos a que ha predestinado, no es necesario que nosotros nos esforcemos por atraer a la fe y por convertir, aparte de que no podremos localizar a aquellos a los que Dios desea salvar, ya que la predestinación es conocida sólo de Dios. Más aún, en nuestra ignorancia, al hacer actividad apostólica, nos esforzaríamos por llamar a la fe a quienes están predestinados a la condenación (o por no haber sido elegidos, según la terminología de Lutero; o por haber sido positivamente reprobados, según la de Calvino) y, por tanto, estaríamos haciendo no sólo una obra inútil, sino aun reprobable, pues iría directamente contra el decreto eterno de Dios. Encontraba así una plena justificación el particularismo religioso, plasmado en el axioma que se aplicó durante la época de las guerras de religión: cuius regio eius et religio, que cada región tenga su propio credo.
      De hecho, educados en esos principios doctrinales, los primeros protestantes abandonaron toda clase de actividad misionera. Fue sólo siglo y medio más tarde, cuando (por variadas razones, entre las que ocupa un papel importante una reflexión sobre las S. E. más desligada de la estricta confesionalidad protestante originaria) los protestantes se lanzaron por primera vez a la labor misional, desarrollando desde entonces una amplia actividad, sobre todo en Asia, América y África. Es muy significativo el hecho de que los protestantes advirtieron en seguida la necesidad de justificar esa actividad, que no se deducía de sus postulados originarios: de ahí que fue entre ellos donde nació la ciencia misional (v. MISIONOLOGÍA). Hay, pues, que ver en todo ello no una aplicación de los mismos principios protestantes, sino más bien del alma cristiana que siguió palpitando en ellos a pesar de esos principios. En otras palabras, es por una reminiscencia católica por lo que los protestantes han podido iniciar y realizar una actividad misionera universal.
      Situada así brevemente la actividad misionera en el contexto de la fe cristiana, pasemos a exponer el desarrollo de las misiones llevadas a cabo por la Iglesia católica: su antigüedad, amplitud y universalidad, confirman cuanto acabamos de decir sobre el carácter esencialmente misionero de la catolicidad.
      2. La evangelización de los pueblos hasta el siglo XV. Se inicia con las primeras actividades de los Apóstoles, sobre todo de S. Pablo (v.), que es, por antonomasia, el Apóstol de la gentilidad, en cuanto que no limitó, en su doctrina y en su acción, las fronteras del cristianismo a la sinagoga o grupo de judaizantes, sino que las abrió a todas las naciones, llamadas por disposición divina a formar parte de la cristiandad. Así fueron integrándose, paso a paso, en el cristianismo, pueblos como los de Palestina, Siria, Asia Menor, el Ilírico, Grecia, Italia, Francia, España; y en África, Egipto con la Nubia cristiana, y toda la región septentrional en torno a su gran Iglesia de Cartago. A la par con Occidente, se iba asimismo cristianizando el Oriente. Son conocidas las antiguas Iglesias de Armenia y Georgia, en las estribaciones del Cáucaso y con entronque con el Asia Menor; y más al Oriente aún, las Iglesias de Persia y Mesopotamia, donde, al parecer, entraba el cristianismo durante el s. in de nuestra Era. Según una tradición, discutida por los mismos historiadores, el Apóstol S. Tomás pudo evangelizar la lejana India y hasta se ha venerado su sepulcro en S. Tomé de Meliapur, cerca de la actual Madrás. En todo caso, es de los primeros siglos la cristiandad de Malabar (v.) que lleva precisamente el nombre de cristianos de S. Tomás. Habría de ser ésta una de las mayores sorpresas de los portugueses cuando en los albores del s. XVI llegaron con sus naos al Oriente Lejano.
      Por lo que a Europa se refiere, países enteros iban agregándose a la Iglesia entre los sajones, escandinavos, germanos y eslavos. En Inglaterra su primer cristianismo, en una etapa inicial de evangelización, se remonta a los tiempos de dominio romano. Hubieron de marchar, peroquedaba instalada una incipiente Iglesia, que tendría luego sus roces, en una segunda etapa de evangelización, con la Iglesia anglosajona establecida gracias a la actividad misionera de S. Agustín de Canterbury (v.). Por sus pasos fueron integrándose en el cristianismo los siete reinos de la Heptarquía: Kent, Nothumbria, Mercia, Anglia oriental, Wessex, Essex y Sussex, llegándose al fin a una unificación eclesiástica en torno al de Kent, cuna del cristianismo anglosajón, y concretamente en torno a su Iglesia de Canterbury. Conjuntamente iban integrándose también los irlandeses (gracias a la actividad de S. Patricio) y los pictos de Caledonia y de Escocia.
      Por el mismo siglo comienza la evangelización de los países escandinavos: Dinamarca, Suecia y Noruega. El primer apóstol que entró en contacto con los daneses fue S. Wilibrordo (v.), apóstol de los frisones (Holanda). Su primer viaje a Dinamarca es poco anterior al a. 700. Se distinguiría más tarde su verdadero apóstol, S. Anscario (v.), n. en el a. 801 en la Picardía de Francia. El mismo S. Anscario había de ser también el primer evangelizador de los suecos, echando los cimientos de una futura cristiandad, de donde se pasaría a la primera evangelización de la actual Finlandia. Parece que S. Anscario envió algunos misioneros alemanes a Noruega, que no debieron conseguir grandes resultados. La evangelización noruega, procedería más bien de Inglaterra, y aunque comenzada después de la de Dinamarca y Suecia, pudo llegar antes a buen término, haciendo de Noruega una nación cristiana.
      Los pueblos germánicos tuvieron una doble evangelización, en y después de la ocupación de sus territorios por las legiones romanas. Van convirtiéndose al cristianismo las regiones de los alamanes. Luego la Franconia y la Turingia, donde se distinguiría el apóstol de Alemania, S. Bonifacio (v.), como gran obispo-misionero, organizador de la Iglesia germana, y mártir. Los hab. de Sajonia resultaban difíciles de convertir en aquellos primeros años.
      Los pueblos eslavos de todo el E europeo fueron fruto del apostolado de misioneros occidentales y orientales a un mismo tiempo. Los eslavos del S como los eslovenos, croatas y serbios, y junto a ellos los búlgaros, estaban a caballo entre las esferas de influencia oriental y occidental, aunque acabaron por formar una Iglesia nacional propia. Por otro lado, también estaban los eslavos del O, entre los que se distinguen los moravos con sus grandes apóstoles los santos hermanos Cirilio y Metodio (v.), que introdujeron una metodología científico-apostólica y ritual particular, a base del respeto a los ritos y costumbres e idiosincrasia propia de los pueblos que debían evangelizar: moravos, checos y polacos. Además, los eslavos del E, esto es, los rusos propiamente tales, ganados al cristianismo a mediados del s. IX, con misioneros llegados de Bizancio y de los países germanos al amparo de sus grandes patrocinadores la princesa Olga y el rey S. Wladimiro. Y junto a los eslavos, el pueblo magyar o húngaro, con su gran rey S. Esteban (v.); los wendos y los obodritas de la Pomerania; y, finalmente, los países bálticos, comprendidos en los actuales territorios de Prusia, Estonia, Letonia y Lituania.
      Tienen mucho interés las m. mongólicas de los s. xilt y xiv. El pueblo mogol había nacido en el corazón de Asia Central, junto ,al Baikal; su caudillo Temudjin, más conocido en Occidente con el nombre de Gengis Khan (v.) gobernó de 1162 a 1227, y dirigió los primeros movimientos invasores hacia Occidente, logrando fundar el gran Imperio mogol; en 1206 se apoderaba de Karakorum, capital del recién estrenado Imperio; desde allí despachó a sus generales que, en muy pocos años, se apoderaron de casi toda Asia, y de gran parte de Europa: era, pues, un enemigo poderoso y temible al que era menester apaciguar y tratar de ganar para el cristianismo. Ahí tienen su explicación las legaciones enviadas por Inocencio IV (v.) y S. Luis IX de Francia (v.), una vez conocida la tolerancia religiosa de los khanes. Fracasadas las legaciones, se pensó en las m. apostólicas, que serían origen de las m. que iban a fundar en seguida los franciscanos y los dominicos en los cuatro grandes reinos a que dio origen el Gran Imperio mogol, a la muerte de Gengis Khan: Persia (v.), Kiptziak u Horda de Oro (v.), Turquestán (v.), y sobre todo China (v.), donde se distinguió en los últimos años del s. XIII, el franciscano Juan de Montecorvino (v.). En los demás reinos, sobre todo en los de Kiptziak y Persia, seguía la labor de franciscanos y dominicos, actuando conjuntamente con los cristianos separados, monofisitas (v.) y nestorianos (V. NESTORIO Y NESTORIANISMO). Se iniciaron asimismo algunos contactos con los musulmanes de Egipto y del N de África, en Marruecos (v.), pero sin resultado. Por otro lado, llegaba ya la época de las m. modernas, emprendidas al socaire de los grandes descubrimientos.
      3. Las misiones bajo el Patronato portugués. En la segunda mitad del s. xv activan los portugueses y los españoles sus viajes marítimos, que son verdaderos y arriesgados descubrimientos. Era una operación triple, de comercio, de dominio y de evangelización. Portugal se comprometía a acometer a sus expensas la evangelización de los nuevos territorios descubiertos y ocupados y la Santa Sede la concedía una serie de privilegios en toda esa acción misional, que constituiría lo que llamamos el Real patronato.
      Primero se desarrollaron las m. de la india, adonde llegaban los portugueses a principios del s. XVI. Goa sería la capital política y religiosa de este gran Imperio. El Imperio colonial portugués del Oriente sería más bien insular y costero, sin penetración hacia el interior de los pueblos. No sería posible esa conquista ulterior en tan extensas superficies, y tan sólo puntos determinados de la costa, bien defendidos y equipados, salvaguardarían el comercio y el dominio portugués del Oriente. Las ciudades portuguesas de la India: Goa, Cochín, Malaca, S. Tomé de Meliapur, etc., serían los primeros focos de irradiación misionera en todo el Lejano Oriente, donde trabajarían franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, principalmente. Un recuerdo emocionado merece ante todo S. Francisco Javier (v.), llegado a la India en 1542, y fallecido a las puertas de China diez años después. Los acontecimientos destacados son los siguientes. En la India misma, la evangelización de la llamada costa de la Pesquería, con S. Francisco Javier y los jesuitas, y las primeras escaramuzas franciscanas en Ceilán. En el S de la península la Iglesia de los cristianos de S. Tomás, repartidos por toda la costa del Malabar, que se uniría oficialmente a Roma en 1599; y en el interior hacia el N la famosa misión del Gran Mogol, fracasada en dos primeras tentativas, y definitivamente inaugurada por Jerónimo Javier, sobrino segundo del santo, en 1595. Lástima que la buena marcha de las m. indias, sobre todo la de Maduré, quedaran frenadas por la fatal controversia de los ritos malabares (v.), iniciados, o mejor, tolerados por el P. Roberto De Nóbili (v.). En Ceilán vino a frenar la marcha ascendente del catolicismo, la ocupación calvinista de los holandeses, que iniciaron una persecución devastadora de los cristianos romanos.
      Dependieron también del Patronato portugués las m. en diversas islas de Indonesia, como las Molucas, visitadas por el propio S. Francisco Javier, y proseguidas por sus sucesores jesuitas. La gran misión del Japón iniciada por S. Francisco Javier en 1549, tuvo unos comienzos extraordinarios prometedores, pero fue agostada en flor por la persecución sangrienta, que ocasionó centenares de mártires, extranjeros y nativos (v. JAPÓN, MÁRTIRES DEL). La misión de China, que no pudo iniciar S. Francisco Javier, caído a sus puertas en 1552, la iniciarían a fines del siglo sus sucesores, particularmente Matteo Rice¡ (v.). Se malograría asimismo por la desastrosa controversia de los llamados ritos chinos (v.), originada en parte por la distinta metodología empleada en el apostolado por las distintas órdenes religiosas. Finalmente, las m. africanas, generalmente costeras a lo largo de todo el Continente, dependían asimismo del Patronato portugués. Hay que nombrar, de ellas, las Canarias, Cabo Verde y Guinea, Congo (v.) y Angola (v.), Mozambique (v.), con su excursión y tentativa hacia el interior en el reino de Monomotapa; la misión intentada y fracasada de Madagascar (v.) y la misión famosa de Etiopía (v.). Por lo que respecta a América, aún podríamos recordar como directamente dependiente de este Patronato toda la evangelización y cristianización del Brasil (v.).
      4. Las misiones bajo el Patronato español. El Patronato español sigue en sus líneas jurídicas una marcha similar a la del portugués, pero se localiza fundamentalmente en el continente americano, descubierto por Colón el 12 oct. 1492, a partir de sus islas antillanas, al mando de un grupo de audaces marinos hispanos. Sus características serían distintas de las del Patronato portugués, ya que no sólo se trataba de asegurar sus costas, sino de ir conquistando, ocupando, civilizando y cristianizando todo el continente. En la evangelización de América existió toda una metodología político-misional, que tendía a resolver del modo más equitativo y fructífero las dificultades que presentaban los pueblos americanos recién descubiertos. La obra de la colonización sería llevada a cabo por las autoridades españolas, y la obra de la cristianización, en combinación con la colonización misma, especialmente por cinco famosas órdenes religiosas: franciscanos, dominicos, mercedarios, agustinos y jesuitas. Tampoco puede olvidarse la cooperación prestada por el clero secular, ocupado sobre todo en el servicio de la catedral y de las parroquias, particularmente en las regiones más hispanizadas. Esa combinación maravillosa entre el poder civil y el eclesiástico dio como resultado práctico, no sólo la civilización de todos aquellos pueblos americanos, a base de una cultura netamente occidental, sino su plena cristianización y organización eclesiástica ordinaria. Lo mismo hemos de decir de las Filipinas, adonde llegaron los españoles partiendo de México.
      En toda esta historia eclesiástica misional, podemos distinguir una primera evangelización, que produce el establecimiento de las Iglesias particulares en los diferentes países americanos: Antillas, Nueva España (México), Centroamérica, Nueva Granada (Colombia y Venezuela), Perú Ecuador, Bolivia, Chile, Uruguay, Argentina y Paraguay (v. voces correspondientes). Siguen luego las que podemos llamar m. radiales, esto es, la irradiación misional que desde esas Iglesias ya constituidas se llevaba, en régimen de m. vivas, entre tribus aborígenes que se trataba de integrar en la civilización general, en la colonización y en el cristianismo. Correrían a cargo de los religiosos, sobre todo de los franciscanos y de los jesuitas. Así, en México nos encontramos con las llamadas m. Septentrionales fundadas por los jesuitas entre diversas tribus, como los chichimecas, parras, tepehuanes, sinaloas, chínipas, tarahumaras, yaquis y otras tribus vecinas, y finalmente los nayarits. Hacia el O se establecieron las m. de Sonora entre las tribus de nebomes Bajos y Altos; la Pimería, donde comenzó su labor misionera el famoso P. Eusebio Kino (v.); y las m. de California, tanto en la península homónima, evangelizada con grandes heroísmos por los jesuitas, como en la California Alta (la actual California de los Estados Unidos), donde sobresalió su fundador fray junípero Serra (v.), al frente de sus franciscanos. En el interior septentrional mexicano hemos de recordar las m. franciscanas de Tejas y Nuevo México, ricas en heroísmos, persecuciones y martirios, como la evangelización de los apaches, y la tragedia del puesto central de San Saba. Y en la costa oriental norteamericana, las m. de la Florida y de Georgia, donde trabajaron y sufrieron martirio varios dominicos, franciscanos y jesuitas.
      Pasando al continente sudamericano, en Colombia trabajaron capuchinos, franciscanos y jesuitas en las m. del Darién y del Choco, y en las m. llamadas de los Llanos y del Orinoco, siendo de destacar las famosas expediciones a través del río, desde la meseta interior hasta su desembocadura en el Atlántico. Digamos cosa parecida de las m. capuchinas de Cumaná en la costa venezolana, las de los llanos venezolanos y las m. franciscanas de Píritu, Guayanas, Goajira, etc. Dependientes de los jesuitas de Quito, aunque ubicadas en territorio del Perú, fueron las famosas m. de los maynas, establecidas entre sus diversas tribus de geveros, cocamas, omaguas, cunibos y jívaros, en todo el conjunto de las m. del Marañón; y lo mismo las de los franciscanos en el Huallaga y en el Ucayali. De Bolivia son las m. con los chiriguanos llevadas por franciscanos y jesuitas; las de los chunchos, y sobre todo las de los mojos y las de los chiquitos, a cargo de jesuitas. Algo parecido debería decirse de las famosas m. araucanas en Chile, donde trabajaron jesuitas y franciscanos. Más importancia han tenido en la historia misional las famosas reducciones (v.) del Paraguay (v.) con su sistema político-colonizador-evangelizador a un mismo tiempo, en el que los misioneros se oponían a cualquier injerencia de las autoridades españolas, prefiriendo un sistema de gobierno propio, a base de los misioneros y de los mismos indios. Y fuera del Paraguay, los jesuitas llevaron otras m. con indios del Chaco paraguayo-argentino, como los mocobíes, abipones, vilelas y lules; con los indios pampas, y con los de la Patagonia.
      5. Las misiones bajo «Propaganda Fide». La creación del organismo central eclesiástico misional, que se llamó Propaganda Fide (v. 7), comenzó a ser una necesidad, no tan sólo porque se requería una dirección más pontificia, más eclesiástica, en una actividad tan espiritual como en la actividad misional, sino también porque a causa de su decadencia progresiva, los dos Patronatos ibéricos no podían en adelante atender debidamente al progreso constante e ininterrumpido de las m. Ello no quita que el nuevo organismo pontificio tuviera continuados conflictos, aun de orden jurisdiccional, con los Patronatos, que rehusaban renunciar a sus derechos adquiridos, conflictos sobre todo con el portugués, que hubieron de solucionarse al fin con una serie de concordatos.
      En el orden de la jerarquía, ideó Propaganda Fide la figura jurídica de los vicarios apostólicos, responsablesdirectos de la evangelización. Era una solución de emergencia, por no poder aplicarse a ellos los derechos que los Patronatos podían exigir en relación con los nombramientos de los obispos residenciales. Los conflictos se presentaron particularmente agudos en las m. en Siam, Indochina, India y China, donde chocaron, a veces violentamente, los misioneros de uno y otro grupo, llamados comúnmente patronalistas y propagandistas. La institución vicarial es de 1659, y comenzaría muy pronto su actividad, teniendo como misioneros propios a su disposición a capuchinos, carmelitas y sobre todo a los misioneros del Seminario para misiones extranjeras de París. Es verdad que sobre los elementos jurisdiccionales propiamente dichos, ya que a los religiosos se le mermaban privilegios, entraban en liza otros argumentos de índoles nacional o política, puesto que los misioneros de París eran franceses, en una época en que potencias como Francia e Inglaterra disputaban a Portugal en Oriente su Imperio colonial.
      De Propaganda Fide dependían las m. del Próximo Oriente: Siria, Georgia, Persia y Babilonia, donde no había otras apetencias patronales. En cambio, en la India, donde entraron carmelitas, capuchinos y parisienses de Propaganda Fide, se agudizaron pronto esos desagradables conflictos, sobre todo en la región del Malabar y en Bombay. Propaganda Fide comenzó creando sus propios vicariatos al margen del Patronato, el de Idalcán y Golconda primero, y luego los de Kanara y Malabar; tenía además sus m. en Siam y Cambodia, llevadas por los misioneros de París, también en conflicto con los patronalistas; y luego en Cochinchina y Tonkín, donde estaban entonces muy perseguidas las cristiandades, por cierto bien florecientes, y que habían de proporcionar a la Iglesia un subido número de mártires. Todavía intentó fundar Propaganda Fide sus m. en el Tibet y Birmania; y trabajaron sus misioneros en China, juntamente con los del Patronato portugués y español, como ya hemos visto antes. Con respecto a África, fueron m. de Propaganda Fide las establecidas en Egipto, Abisinia, Tripolitania, Túnez, Argelia, Marruecos, Guinea Ecuatorial, Congo, Angola y Madagascar.
      Por desgracia, muy pronto comenzaría una decadencia misional alarmante, que llevó casi a la ruina a muchas de las m. de los Patronatos y de Propaganda Fide. Las causas fueron diversas. En Europa, fuente casi exclusiva de los misioneros, hubo factores de orden político, como la Revolución francesa (v.) con su secularización de bienes eclesiásticos y persecución de las órdenes y Congregaciones religiosas; causas de orden religioso, como el menos sentido cristiano de la vida, la supresión de los jesuitas (v.), la decadencia de la Congregación de Propaganda Fide, atacada por los revolucionarios franceses en su misma existencia y sus haberes económicos. En una palabra, escasez de subsidios y de personal; es lo que vino a ocasionar a fines del s. xvin una ruina casi total de las m.
      6. Las misiones en la época contemporánea. A la decadencia antes anunciada seguiría, ya muy entrado el s. XIX, un resurgimiento misional que tuvo sus propias causas. El creciente movimiento misional protestante venía a ser como una censura a los católicos por su propia decadencia misional. El renacimiento católico comenzaría con un Pontífice dé grandes arranques, como Gregorio XVI (v.), que había sido antes prefecto de Propaganda Fide. Como auxiliares misioneros encontró franca colaboración en los antiguos, como los jesuitas, ya restablecidos por Pío VII (v.), los parisienses, lazaristas y lo del Espíritu Santo, rehechos ya de los golpes asestados contra ellos por la Revolución francesa; y otros Institutos misioneros de nueva creación, como los de los Sagrados Corazones, comúnmente llamados de Picpus, los maristas, los oblatos de María Inmaculada, y otros laicales o de hermanos, y varios más de religiosas, que comenzaban a dedicarse a la obra de las m. En el aspecto económico surgieron obras como las de la Propagación de la Fe y la de la Santa Infancia, con la finalidad propia de allegar recursos para las m. El renacimiento misional siguió una línea ascendente con Pío IX (v.), León XIII (v.), S. Pío X (v.), Benedicto XV (v.), que escribió la Maximum lllud, primera gran encíclica misional, Pío XI (v.), con su Rerum Ecclesiae, Pío XII (v.), con sus Evangelü Praecones y Fidei Donum, luan XXIII (v.) con su Princeps Pastorum, y Paulo VI (v.) con su Ad Petri Cathedram y con los documentos conciliares al respecto. Se reemprendieron con todo vigor esas m. decaídas, dirigidas en adelante exclusiva y directamente por Propaganda Fide.
      Las m. de Asia en Oriente Próximo, como las de Turquía, Siria y Líbano, y Palestina-Jordania siguieron una línea de continuidad. En el Oriente Medio las de Mesopotamia o Iraq, intentos en Arabia, y las de Persia o Irán, encomendadas generalmente a las grandes órdenes misioneras: franciscanos, dominicos, carmelitas, agustinos y jesuitas, más los lazaristas. Más importancia tuvieron y tienen las del Oriente Lejano, las de India, a pesar de los conflictos jurisdiccionales con las autoridades del Patronato. Al margen de él se crearon desde 1834 en adelante vicariatos propios como los de Calcuta, Madrás, Pondichery, Maduré y Bombay. Los jesuitas comenzaron de nuevo su labor en cuatro regiones distintas: Bengala, Maduré, Bombay y Mangalore. Los Misioneros de París se encargaron del vicariato de Pondichery, y darían origen con el tiempo a las m. de Coimbatore, Mysore, Kumbakonan, Salem, Bangalore, etc. En el vicariato de Madrás entraron más bien sacerdotes seculares de origen irlandés, aunque pronto hubieron de apoyarse en diversos religiosos. Los carmelitas se encargaron de seguir adelante con su vicariato de Malabar, trasladado luego a Verápoly, y que dio origen a nuevas divisiones eclesiásticas.
      Los capuchinos siguieron con sus m. de Agra y Lahore, y con las innumerables m. que se les fueron desmembrando de las suyas, encomendadas a otros religiosos. En Ceilán, pasado el periodo holandés, aparecía como nueva potencia dominadora la Gran Bretaña, que concedió amplia libertad de religión y de culto, con lo que pudieron activarse las m. católicas, un tanto arruinadas. Ahora entraban con todo su vigor de Congregación nueva, los oblatos de María Inmaculada, y más tarde los jesuitas. En Birmania, después de los barnabitas, instalaron las suyas los del Seminario de París, lo mismo que en Siam, Malasia e Indochina, ayudados aquí por dominicos en Tonkín. Los jesuitas hicieron muy buena labor en Indonesia, dentro del Imperio holandés, por lo que los misioneros eran holandeses también. Solos hasta fines de siglo, a partir del s. XX comenzaron a llegar misioneros de otros Institutos, para hacerse cargo de las muchas m. que en rica floración resultaban de las desmembraciones sucesivas del primitivo vicariato de Batavia.
      China vino a constituir uno de los principales centros de misión con una proliferación asombrosa de territorios misionales en todas las provincias de la nación. La antigua misión de Pekín, ahora encomendada a los lazaristas, como sustitutos de los jesuitas después de suextinción, daría origen a las diversas m. del N, con la nueva aportación de los mismos jesuitas y de otros misioneros. Las m. de la región de Nankín volvieron a ser encomendadas a los jesuitas, que regresaron en 1842, y dieron nacimiento a muy florecientes m., como eran las del centro de Shanghai. En las provincias de Kiangsi y Chekiang había también misioneros lazaristas. Los de París trabajaban con buenos resultados en las provincias de Szechwan, y en sus vicariatos de Yunnan, Kweichow, Kwangtung y Kwangsi. Los dominicos seguían con sus m. en Fukien; y los franciscanos irían desprendiendo numerosos territorios de misión nuevos, confiados a otros misioneros, en sus m. de Shangtung, Shensi, Shansi, Kansu, Hopehhuman, Honan, etc.
      Hubo que luchar contra las reacciones xenófobas de los chinos, que obligaron a intervenir más de una vez a las potencias occidentales para salvaguardar sus mismas vidas, muchas de ellas dramáticamente terminadas en la rebelión famosa de los boxers (v.) de 1899 y 1900; rebelión que proporcionó numerosos mártires a la Iglesia. Todo acabó con la invasión comunista que expulsó a todos los misioneros extranjeros. Quedan aún las m. tibetanas, de Mongolia y de Manchuria, de Corea, de Formosa y del Japón, con sus características propias.
      Las nuevas m. africanas, si prescindimos de las del N africano, y de las ya mencionadas en el Patronato portugués, son de fundación más reciente, al menos en lo que toca a las regiones interiores del continente. Sólo en 1843 aparecen los primeros PP. del Espíritu Santo en la costa occidental; y también en la oriental, a partir de 1860. En 1859 hicieron la primera tentativa de establecimiento, que fue trágicamente truncada, los misioneros de las m. Africanas de Lyon, los cuales sólo en 1864 pudieron establecerse en Dahomey. Por su parte, los Padres Blancos (v.) del cardenal Lavigeria (v.) comenzaron sus fecundas m. a partir de 1874. Son los principales misioneros del continente africano, a los que con los años se fueron añadiendo misioneros de otras órdenes y congregaciones religiosas. El retraso se ha debido en gran parte al hecho de que ni siquiera era conocido, por no haber sido todavía explorado. Y esta actividad previa exploratoria no comenzaría hasta muy entrado el s. xix. Al explorador le habría de seguir naturalmente el colonizador, y al colonizador, o conjuntamente con él, el misionero, que algunas veces incluso le precedía. En los últimos tiempos ha intervenido un nuevo factor, el fin del colonialismo y el resurgimiento consiguiente de los nacionalismos que ha ido dando origen a los actuales Estados africanos. En estos medios hay que estudiar la historia de las m. en Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, Senegal, Guinea Francesa, Dahomey, Costa de Marfil, Malí, Alto Volta, Níger y Mauritania, en la antigua África Occidental Francesa; Sierra Leona, Ghana (Costa de Oro), Nigeria y Gambia dentro de la influencia inglesa; Togo, Camerún, Sahara Español, Río Muni, Guinea portuguesa, y Liberia, de distintas influencias; Gabón, Congo (Brazzaville), República Centroafricana y Tchad, en la antigua África Ecuatorial Francesa; el Congo ex belga, Ruanda y Burundi, de influencia belga; Angola y Mozambique, de influencia portuguesa; África Sudoccidental, de influencia alemana; Sudáfrica, Rhodesia, Zambia, Tanzania, Uganda, Malawi y Kenia, de influencia inglesa; Madagascar y sus islas contiguas; Somalia y Eritrea, Etiopía, el Sudán y Egipto, cuya historia misional no podemos abordar por falta de espacio (v. voces correspondientes).
      En América quedan muy pocos territorios en régimen misional. En Canadá subsisten los 8 vicariatos elevados a jerarquía residencial con fecha 13 jul. 1967 con los nombres siguientes: Grouard-McLetma, Prince George, Mackenzie-Port Smith, Keewatin-Le Pas, Churchill, Moosonee y Labrador-Schefferville y Whitchorse, encomendados todos ellos a los oblatos de María Inmaculada. En Estados Unidos continúan una diócesis en Alaska, además de la labor propiamente misional con negros y algunos indios en sus reservas. Dos territorios en México (los de Tarahumara y La Paz); cuatro en la América Central (S. Pedro de Sula en Honduras, Bluefields en Nicaragua, Limón en Costa Rica y Darién en Panamá); otros cuatro en Venezuela (Caroní, Recupita, Machiques y Puerto Ayacucho); 18 en Colombia (Casanare, Arauca, Siboundoy, Leticia, Florencia, Valledupar, Riohacha. Quibdó, Istmina, Vichada, Mitú, S. Jorge, Tierradentro, Tumaco, Buenaventura, Guapí, San Andrés y Providencia, sin contar con la antigua Misión del Río Magdalena, hoy diócesis de Barrancabermeja); ocho en Ecuador (Napo, Canelos, Méndez, Zamora, San Miguel de Sucumbíos, Aguarico, Esmeraldas y Galápagos); otros ocho en Perú (Puerto Maldonado, Iquitos, San Ramón, Yurimaguas, San José de Amazonas, San Francisco Javier, Requena y Pucallpa); 6 en Bolivia (El Beni, Cuevo, Chiquitos, Nuflo Chaves, Pando y Reyes); dos en Chile (Araucania y Aysén); y otros dos en Paraguay (Pilcomayo y Chaco paraguayo). En el S de Argentina trabajaron los salesianos en la región de la Patagonia, hasta que pasó a ser territorio de régimen eclesiástico normal. Quedan las m. de las Guayanas: Georgetown en la antigua Guayana inglesa, Paramaribo en la holandesa, y Cayena en la francesa. En la América insular británica hay territorios misionales en Nassau (Bermudas), Kinhston (Jamaica), Belize (Honduras británica), Port of Spain, Saint GeorgesGrenade, Sastries, Roseau y las Flakland o Malvinas. En la América insular francesa, Saint Pierre y Miquelon, Basse Terre y Pointe Noire, y Fort de France y Saint Pierre. Finalmente, Willemstad (antigua Curagáo) en las islas holandesas.
      En Oceanía las m. son todas de mediados del siglo pasado, por obra de los PP. de Picpus y de los maristas principalmente, con sus dificultades características de aislamiento, falta de comunicaciones, enfermedades, escasez de asistencia sanitaria, analfabetismo, plurilingüismo y pobreza acusada. Australia (v.) constituye campo aparte. Las m. están en Nueva Guinea (v.), Nueva Zelanda (v.), Polinesia (v.), Melanesia (v.) y Micronesia (v.).
     
     

BIBL.: V. MISIONOLOGÍA, 3.

 

A. SANTOS HERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991