METODISMO


Movimiento religioso de tipo más espiritual que doctrinal, nacido en el seno del anglicanismo, iniciado por John Wesley (v.) con ayuda de su hermano Charles y George Whitefield y que, más tarde, por excomunión de la comunidad anglicana oficial, quedó plasmado en un conjunto de comunidades eclesiales que hoy día cuentan con unos 20 millones de miembros comunicantes y una feligresía total (incluidos niños y simpatizantes) que, según los cálculos, varía entre 45 y 50 millones de afiliados, constituye en la actualidad uno de los grupos más importantes del cristianismo protestante. Geográficamente su núcleo principal se halla en Estados Unidos, con casi 25 millones de fieles, seguidos por Gran Bretaña y los territorios del África del Sur con un millón de adherentes en cada una de las regiones. En Iberoamérica hay concentraciones metodistas en Brasil (donde mantienen obras educativas de cierta importancia), México y Puerto Rico, con unos 50.000 miembros por nación; y en proporciones mucho menores en Argentina, Chile, Cuba y otras repúblicas. Australasia ha sido, desde los comienzos, uno de los sectores predilectos de su actividad: el m. cuenta allí con más de un millón de fieles, la mayoría de ellos en Australia. En Filipinas tienen una comunidad total de más de 200.000 miembros; en la Costa de Oro, 100.000 afiliados; en la India 150.000 y en Corea 150.000.
      1. Historia. El inicio del movimiento y su desarrollo durante la vida del fundador se encuentra en la voz WESLEY, IOHN. A su muerte, en 1791, con las fuertes energías y la sólida organización que éste había dado a su movimiento, éste ha ido creciendo de manera continua durante los doscientos años que han transcurrido desde su fundación. Sin embargo, se ha dividido en un cierto número de grupos independientes.
      Las principales rupturas son del s. XIX. En Gran Bretaña apareció en 1797 la Methodist New Connexion porque un predicador, William O'Bryan, pensaba que el wesleyanismo oficial no era suficientemente democrático; en 1807 los Metodistas Primitivos, teniendo al frente a otropastor expulsado del m. oficial; ocho años después los Bible Christians. A mediados de siglo nació la Union of Methodist Churches, separadas del movimiento original por motivos constitucionales.
      En los Estados Unidos, el punto de partida es la Methodist Episcopal Church que en 1784 se constituyó en la rama oficial del wesleyanismo en América. Fue la rama metodista que tomó parte activísima en el renacer religioso que conmovió al país, inauguró la obra misionera del m. en tierras paganas y contribuyó a la labor roturadora en el avance norteamericano hacia los territorios del Oeste. Pero aquella hegemonía no fue duradera y pronto el m. estadounidense empezó a sufrir disgregaciones. La grande -aunque no única- causa de la misma fue la esclavitud. El m. había sido desde sus comienzos una de las denominaciones protestantes que más habían trabajado entre los negros norteamericanos. En cierto sentido, los sectores más cultivados habían llegado a ser los esclavos en el S del país y sus descendientes. Algunos de éstos habían formado, antes de las controversias raciales, sus propias comunidades, como la Union American Methodist Episcopal Church, la Colored Methodist Protestant Church y otras. En cambio, la gran mayoría de los metodistas negros se había adherido a las confesiones de sus amos, frecuentando sus capillas desde lugares separados y sin mezclarse con los feligreses blancos que acudían a las mismas. Los historiadores metodistas explican la creciente inquietud antiesclavista de sus comunidades: primero porque sus actividades se desarrollaban principalmente en el S, tierra donde la controversia alcanzó mayor furia; y segundo, por la penetración de los principios democráticos entre las filas del m. norteamericano. Lo cual no quiere decir que su solución fuese rápida ni alcanzada en una atmósfera de amistad. La oposición de los metodistas del S (que en las Conferencias anuales suponían las tres cuartas partes de los delegados) hacía muy difícil el mutuo entendimiento. No solamente los fieles, sino hasta sus predicadores, pastores y obispos tenían un elevado número de esclavos a su servicio. En general, los metodistas del N eran mucho más liberales y, siguiendo la legislación anti-esclavista que empezaba a regir en varios de aquellos Estados, lucharon denodadamente por su abolición. En cambio, los meridionales no cedían. Estas desavenencias afectaron a todo el m. norteamericano y fueron la causa de las escisiones que, de manera casi ininterrumpida, empezaron a producirse. Por una parte, los de raza negra decidieron separarse de su respectiva comunidad madre y formar sus comunidades propias. Tal fue el origen de la African Methodist Episcopal Zion Church (1844), de la First Colored Methodist Protestant Church (1866), de la Christian Methodist Episcopal Church (1870), de la African Methodist Church (1887) y otras. Pero la más devastadora de todas las separaciones fue la de la misma comunidad metodista oficial que, en 1844, quedó fraccionada en dos mitades: la del N, que desaprobaba la esclavitud como algo totalmente contrario a los principios del Evangelio; y la del S, donde sus dirigentes mantenían que el sistema debería tolerarse al menos hasta que la nación experimentase nuevos cambios en sus estructuras económico-sociales.
      El m. ha trabajado también por restañar las heridas de la división. Las tendencias unionistas alcanzaron su primer éxito tangible en el Canadá. Tras muchos forcejeos, en julio de 1884 las cuatro principales comunidades metodistas decidieron unirse para formar la Canadian Methodist Church. También el m. australiano hizo esfuerzos parecidos y en 1902 pudo hablarse de una Australian Methodist Church aunque quedaran aún pequeños grupos que no se avenían a las condiciones de la unión. Los metodistas irlandeses -una minoría dentro de la población del país- alcanzaron su unificación en 1905. Tres de las comunidades británicas: la Methodist New Connexion, las United Free Methodist Churches y los miembros de las Bible Christians se amalgamaron en 1907 para crear la United Methodist Church. Otros grupos aún dispersos: la Wesleyan Methodist Church, la United Methodist y la Primitive Methodist Church lo hicieron en 1932. El m. británico ha tomado parte activa en los esquemas de unión entre diversas confesiones, empezando por la Unión del Sur de la India. En los Estados Unidos la meta inicial se puso desde los comienzos en la reunificación de las dos grandes porciones del m. separadas entre el N y el S desde 1845. Las conversaciones con ese fin se habían iniciado ya en 1874 y partían del supuesto de que la futura unión significaría fraternidad y no precisamente unión orgánica. Hubo muchas dificultades que superar, no tanto en el terreno doctrinal cuanto en el campo administrativo entre los partidarios de la integración total y los del federalismo eclesiástico. Las comunidades del S temían también el día en que sus fieles hubieran de vivir sujetos a obispos negros. Pero las dificultades se allanaron, y el 10 mayo 1939 sus 50 obispos y 900 delegados reunidos en Kansas pudieron realizar la unión. Ello no quiere decir que todos los grupos norteamericanos que se dan el nombre de metodistas formen parte de aquella reunificación: Frank S. Mead menciona más de una veintena de comunidades metodistas que en los Estados Unidos se niegan a integrarse en el m. nacional. Pero la unificación principal es un hecho.
      Existe también como organismo universal de los seguidores de Wesley una World Methodist Alliance que, sin embargo, parece tener hasta la fecha influjo limitado en la vida del m.
      Los metodistas estadounidenses, no contentos con su reunión, trabajan activamente en acercarse y en aglutinarse con las demás confesiones. Figuraron como grupo importante en la creación de la Iglesia del Sur de la India (v. INDIA VIII) y en los conatos de unificación (algunos coronados por el éxito, otros no tanto) llevados a cabo en numerosos países de misión. Su contribución al poderoso organismo norteamericano The National Christian Council ha sido decisivo. Como lo fue su participación (con personajes, tan relevantes como John Mott) en el International Missionary Council y en el Consejo Mundial de Iglesias.
      En cuanto a la unión con otras denominaciones, en Gran Bretaña los contactos parecen ir ya muy adelantados para una paulatina reunión con el anglicanismo. En los Estados Unidos el último conato unionístico, llamado de Blacke-Pike por el nombre de los iniciadores, ha merecido la aprobación, y en ocasiones el entusiasmo, de un gran número de metodistas, preparados a olvidar sus diferencias para lograr el amalgamiento de cinco de las comunidades protestantes más fuertes de Norteamérica.
      2. Rasgos doctrinales. Movimiento más espiritual que doctrinal, la teología nunca ha sido el fuerte del m., quizá porque su propio fundador mostró una extraña despreocupación por las doctrinas que debían distinguir a su organización. Sin embargo, tal indiferencia doctrinal (heredada en buena parte de la comprehensividad del anglicanismo, v. y de la influencia del pietismo, v.) no impide que el m. tenga su credo y sus características doctrinales, administrativas y cultuales propias. Éstas se basan principalmente en los siguientes documentos: 1) Los VeinticincoArtículos de la Religión, extractados por Wesley de los 39 Artículos de la comunión anglicana, eliminando de ellos temas tales como el descenso de Cristo a los infiernos, la autoridad de los Concilios Generales, el presbiterado y el episcopado como órdenes característicos de la Iglesia; ciertos puntos importantísimos en materia de Bautismo y de Eucaristía; el predestinacionismo calvinista, etc.; 2) Los Sermones y Notas sobre el Nuevo Testamento, que Wesley había compuesto basándose en los trabajos y teorías del pietista Bengel, y que tratan de la salvación por la fe, el pecado original, la gracia y el testimonio del Espíritu Santo; y 3) el Libro de la Disciplina, en el que se contienen las reglas morales, disciplinares y prácticas esenciales. La obligatoriedad de estas creencias y de estas normas varía según la categoría de los miembros en las distintas ramas metodistas. Ninguno de los documentos mencionados puede ser modificado sin la aprobación de la autoridad suprema de la Conferencia General.
      La confesionología señala ciertos trazos distintivos del m. en el marco de las comunidades protestantes. Todos ellos se centran alred,,dor de la salvación del individuo, idea obsesionante que guió a Wesley en sus preocupaciones y fatigas. El m. rechazó desde los comienzos el predestinacionismo rígido de Calvino, así como teorías más o menos afines aceptadas en el luteranismo: si Cristo murió por todos, ello implica que Cristo ofrece oportunidades de salvación (v.) para todos. Por parte humana basta que el hombre haga lo posible para alcanzarla. La salvación es por eso también libre; en otras palabras, el hombre no quedó herido de muerte por el pecado original; conserva su libertad e, impulsado por la gracia preveniente, puede aceptar o rechazar la invitación divina. «La definición wesleyana del pecado y de la culpa original difiere radicalmente de la de los reformadores del s. XVI» (F. Mayer). Se trata, asimismo, de una salvación total que incluye, al menos como meta propuesta al hombre, su perfección y santidad personal. La justificación (v.) por la sola fe no satisfizo a Wesley. «Sin la santidad, decía, ningún hombre verá al Señor». Por eso, el cristiano es «aquel que vive según el método prescrito por la Biblia; que ama al Señor de todo corazón y ora sin cesar; cuyo corazón está lleno de amor hacia todo el género humano, purificado de la envidia, del odio y de toda clase de malos afectos; que guarda los mandamientos de Dios, desde el mínimo hasta el supremo; no sigue los consejos del mundo, no habla mal del prójimo ni miente, sino sólo hace bien a todos» («Christian Advocate», 19 mayo 1938, 38). No es claro si, a los ojos de Wesley, esta perfección era instantánea o debía alcanzarse progresivamente. Hay en sus escritos expresiones que favorecen ambas hipótesis. De dos cosas estaba seguro el iniciador del m.: el hombre debe conocer experimentalmente, incluso a veces con impresiones cuasi físicas, que está completamente salvado, y los resultados de tal santidad serán la eliminación (al menos de una manera consciente) del pecado, así como una existencia regulada por puros motivos de amor de Dios. Este proceso recibe en el m. el nombre de «nuevo nacimiento» (New Birth). Señalemos, finalmente, que el m. subraya fuertemente, al hablar de la salvación, su seguridad, con la intención de colmar la aspiración humana de alcanzar una garantía de su eterna salud. La predicación metodista basa esa seguridad en la persuasión del «propósito benévolo de Dios de salvar a todos aquellos que confían en Él», y en la afirmación de que el sello de la autenticidad de ese sentimiento nos viene dado por «el testimonio infalible del Espíritu Santo».
      Con respecto a los sacramentos (v.), el m. no se ha distinguido por un especial aprecio de los mismos, incluso de aquéllos aceptados por el resto del protestantismo. Wesley empezaba por no creer en la absoluta necesidad del Bautismo (v.) para la salvación. En sus comunidades, al contrario de lo que ocurre en el luteranismo y en el anglicanismo, el Bautismo pierde su poder regenerador para convertirse en «un rito de incorporación en la Iglesia cristiana». Algunos de sus teólogos han protestado contra esta «degeneración del gran sacramento de la iniciación cristiana»; pero no parece que hayan reaccionado todavía con suficiente vigor. Unas Declaraciones de los metodistas británicos en 1951 y 1961 manifiestan que el ministro del Bautismo es el mismo Cristo; en nombre suyo la comunidad recibe al candidato «en la congregación del rebaño de Cristo»; al mismo tiempo los padres del bautizando y la comunidad hacen lo posible para que el nuevo cristiano crezca en la estatura de Cristo. Ha conservado el Bautismo de los niños, fundado en que los niños son «el embrión de los ciudadanos del cielo», y han quedado incluidos en la alianza pactada entre Dios y su pueblo; la afiliación definitiva a la comunidad se hace con la confesión de fe, que suele tener lugar cuando los niños alcanzan la edad de los 13 años.
      Sobre la Eucaristía (v.) los metodistas nunca han formulado su diferencias oficial, y probablemente existen amplísimas diferencias de opinión al respecto; las doctrinas del propio Wesley (aun cuando se contrastan con ciertas expresiones favorables en la himnología de su hermano Charles) son aquí todo menos claras y específicas. «Los metodistas modernos no gustan se haga mención alguna del aspecto sacrificial de la Eucaristía». Creen en la presencia real, «cualquiera que sea la definición que den de la misma», aunque la mayoría se inclina hacia «una presencia espiritual a la manera calvinista». Es verdad que sus ministros «emplean siempre las palabras de la institución», aunque en no pocos casos «la fórmula empleada sea una abreviada y hasta mutilada» (R. Davies, o. c. en bibl. 70 ss.). Pero lo importante es saber si, al pronunciarla, se atienen al significado figurativo que le daba Wesley, para quien el texto de S. Mateo: «éste es mi Cuerpo» equivalía a: «este pan es, en otras palabras, significa y representa mi Cuerpo» y las palabras de S. Marcos: «ésta es la Sangre del Nuevo Testamento», debían traducirse por: «deseo que éste sea el signo perpetuo y el memorial de la sangre derramada para sellar la Nueva Alianza» (Bett, o. c. en bibl. 60 ss.).
      La liturgia metodista se inspira en el Common Prayer Book (v.) del anglicanismo, pero dejando amplio margen a la inspiración de la comunidad local. En sus servicios religiosos ocupa parte muy importante el canto comunitario de himnos, lo que le ha merecido al m. el título de Singing Church.
      El episcopado y el sacerdocio recibieron rudo golpe de manos del fundador del m. Dos son las ideas centrales de Wesley sobre el problema. Primera, la identificación de todos los ministerios, laicales o clericales: sus funciones son diversas; su naturaleza no. Segunda, la negación de que el episcopado sea un orden superior al presbiteral. Sin embargo, este segundo punto lo pasó por alto el propio Wesley al consagrar a un colaborador suyo, Coke, como superintendente (obispo) para las colonias inglesas de Ultramar (v. ORDEN, SACRAMENTO DEL; OBISPO).
      Los metodistas confiesan no tener una doctrina eclesiológica fija. Según A. C. Outler, esto se debió a que,en los comienzos, el movimiento iniciado por Wesley no necesitaba de tal teología eclesial. Aun ahora creen que es mejor hablar de una doctrina eclesial formada más por la acción que por formularios teológicos bien delimitados. Sin embargo, existen ya algunos «autorizados documentos» (p. ej., uno de 1937 titulado Naturaleza de la Iglesia Metodista) de los que podemos desgajar algunas notas propias, sobre su manera de pensar al respecto. El propio Wesley tenía nociones bastante vagas sobre la teología de la Iglesia. Una de sus definiciones más conocidas rezaba: «La Iglesia es una compañía de hombres que tienen la forma y buscan la santidad, unidos para rezar en común, para recibir la palabra de exhortación y para observarse mutuamente con amor a fin de ayudarse los unos a los otros en el camino de la salvación» (General Ruler). Un metodista moderno, Flew, ha definido la Iglesia como «la casa del Espíritu Santo y, por tanto, una familia que vive su vida propia, distinta, y que, bajo la dirección del mismo Espíritu, debe enriquecerse continuamente manifestándose con nuevo vigor a medida que se agregan a Ella nuevas naciones... Es la sociedad de creyentes redimidos cuyo deber y cuyo privilegio consiste en ser partícipes del don del Espíritu Santo y en gozarse en la unión con Dios Padre que se nos cla por el perdón de los pecados» (The Nature for the Church, Londres 1950, 197). Esta idea, en sí preciosa, de la koinonia, de ayuda mutua bajo la dirección del Espíritu Santo, deja en la penumbra el concepto de Iglesia como continuadora de la obra de la redención y distribuidora, entre los regenerados, de las gracias alcanzadas por Cristo en su Pasión y Muerte. El fellowship (compañerismo, quizá hasta hermandad) sustituye así a lo que en la eclesiología tradicional es su fundamento: la acción de Cristo que da origen al Cuerpo Místico (v.). Asimismo los metodistas se niegan a identificar la Iglesia con cualquiera de las comunidades eclesiales existentes. La Iglesia tiene que estar siempre bien ordenada, pero «su forma precisa será aquella que indique el Espíritu Santo según las circunstancias de tiempo y lugar». Admiten las notas de la Iglesia propuestas por Nicea, pero explicándolas a su manera: una, porque uno es el Pueblo de Dios; santa, puesto que todos sus miembros deben aspirar a la santidad bíblica, lo que la convierte también en sociedad santa; católica, por estar llamada a extenderse por todo el mundo según el axioma de Wesley: «mi parroquia es el mundo entero»; y apostólica, no en el sentido atribuido por católicos y anglicanos a la sucesión apostólica perpetuada en el episcopado, sino porque la Iglesia de hoy profesa las mismas doctrinas enseñadas por los apóstoles (v. Notas, en IGLESIA n, I).
      3. Organización. Tomando como modelo al m. norteamericano, podemos resaltar algunas de sus peculiaridades estructurales. En la base de todas sus estructuras está la comunidad local, aunque como tal unidad no goce de la independencia propia de algunas otras entidades protestantes, p. ej., las confesiones baptistas. Al frente de dicha comunidad local se halla el pastor (con menos frecuencia otros oficiales clericales inferiores) nombrado por la Conferencia Anual. La comunidad local cuenta también con fideicomisarios (trustees), a quienes incumbe el cuidado de las propiedades eclesiásticas, y los administradores (stewards), que se encargan de las demás finanzas. Varias comunidades locales forman un distrito (circuit), y varios distritos constituyen un territorio más extenso (carente de nombre propio) gobernado por la Conferencia Anual, que viene a ser «el organismo básico administrativo a cargo de la superintendencia de un territorio determinado». La Conferencia la componen el obispo presidente, los ministros y los miembros seglares de las comunidades locales y de distrito (los dos últimos grupos a partes casi siempre iguales), a cuya autoridad corresponde el nombramiento de pastores, diáconos, predicadores, cte., así como la administración de los asuntos más universales de toda la comunidad. Goza de poderes plenos cuando la Conferencia General no está en sesión. Esta última constituye el organismo supremo, legislativo y judicial. Se reúne cada cuatro años y es la encargada de estudiar y resolver los negocios que afectan a todo el m.
     
      V. t.: WESLEY, JOHN; ANGLICANISMO, 4.
     
     

BIBL.: Autores católicos: K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 1151-1167; P. DAMBORIENA, Fe católica e iglesias y sectas de la Reforma, Madrid 1961; R. HEDDE, Methodisme, en DTC 10,1614-1621. Autores protestantes: K. ANDERSON (ed.), Methodism, Nashville 1948; J. M. MOORE, Methodism in Belief and Action, íb. 1946; N. B. HARMON, The Organization of the Methodist Church, íb. 1948; H. BETT, The Spirit of Methodism, Londres 1943; W. E. TOWNSEND, A New History of Methodism, Londres 1909; W. R. CANNON, The Theology of John Wesley, Nueva York 1956; J. BARCLAY, History of Methodist Missions, Nueva York 1952 ss.; J. BISHOP, Methodist Worship, Nashville 1957; R. DAVIES, Methodists and Unity, Londres 1962; VARIOS, The History of American Methodism, 3 vol. Nueva York 1963-65

 

PRUDENCIO DAMBORIENA

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991