MEDITACIÓN


De la palabra latina meditatio (reflexión, consideración), significa etimológicamente «aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de una cosa o discurrir sobre los medios de conocerla o conseguirla» (Diccionario de la Real Academia). Teológicamente se considera como un tipo de oración (v.) caracterizada por la «aplicación de la mente a una verdad sobrenatural de la que se deducen reflexiones y consideraciones personales». S. Teresa nos ha dejado una definición muy expresiva: «no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida, 8,5).
      Reflexión histórica. El equivalente hebreo a la palabra m. puede ser el término hágÚlI, que significa arrullo de la paloma, leer suavemente, reflexionar murmurando. En la S. E. la palabra de Dios y su ley son objeto de reiterada m. (Ps 1,2 ss.; 119,4; Eccli 6,37). La m. de los mandatos de Dios lleva consigo la efectividad de seguirlos y de lograr las bendiciones del Altísimo (los 1,8). Cuando se medita sobre las obras de la creación se llega al conocimiento de Dios, así como al de su poderío y al de su gloria (Ps 19,2 ss.; Iob 12,7-9; Sap 13,1-9).
      El N. T. afirma que la Virgen María guardaba en su corazón el mensaje de los pastores y las palabras de su Hijo, meditando sobre ellas (Le 2,19). Jesús mismo insiste en que se mediten los hechos y acontecimiento de la Historia Sagrada (cfr. Le 17,32). También los Apóstoles recuerdan a los primeros fieles que el Señor ha resucitado, y así fortalecer su esperanza por la m. de los hechos salvíficos (cfr. Rom 8,18-25; 2 Cor 4,14-18; 2 Tim 2,8).
      Según Van der Meer en la época de S. Agustín no se conocía la m. tal y como se entiende modernamente, ni aun en los monasterios (cfr. S. Agustín, Pastor de almas, 229). Pero si partimos de la base de que toda oración, aunque sea vocal, para que se haga bien ha de ser en cierto sentido mental, podríamos afirmar que desde los primeros tiempos del cristianismo se ha hecho m
      Casiano (v.) expone un modo de oración mental que consistía en proponer continuamente a la mirada interior estas palabras: «Ven, oh Dios, en mi ayuda, apresúrate, Señor, a socorrerme» (Ps 69,2). Explica las ventajas de esta forma de orar y afirma rotundamente que «en cualquier situación en que nos pongan las circunstancias de la vida, esta plegaria nos será siempre útil y necesaria» (Collationes, 10-10). S. Gregorio Magno exhorta vivamente a que el obispo se dedique a la m. diaria de la Sagrada Escritura (Liber.Regulae Pastoralis, 11,33). S. Bernardo destacará las ventajas de la m. (De Consideratione, 1,7), y señala las líneas de un cierto método de m., aunque no resulte muy preciso en su determinación (íb. 2,2). Hugo de S. Víctor indica todo un itinerario de la oración en el cual la m. ocupa el segundo lugar (Eruditio didascalica, 5,9).
      Importancia y necesidad. Hay muchas personas que no aciertan a llevar una vida auténticamente cristiana porque no meditan. Con razón sostiene S. Alfonso de Ligorio que la oración mental es incompatible con el pecado, pues con la oración mental bien hecha no se podrá permanecer en él mucho tiempo: o se dejará la oración o se dejará el pecado (Praxis Confes. n° 122).
      El hombre, sobre todo el de esta época, se encuentra muchas veces agobiado por eJ trabajo, por la actividad, etc., y, si no sabe liberarse de esa inquietud, terminará por arruinar el equilibrio de su vida, tanto física como espiritual. Es preciso, pues, pararse en ese caminar y abrir cauces para la oración mental. A este propósito ha indicado J. Escrivá de Balaguer: «Me has escrito, y te entiendo: `Hago todos los días mi «ratito» de oración: ¡si no fuera por eso! » (Camino, 23 ed. Madrid 1965, n° 106). La tarea de encontrar unos minutos de remanso espiritual para dedicarlos a la m. no es asunto que presente dificultades insolubles para el hombre de la calle, basta con que se le dé la importancia que merece a la m. y que tome su ejercicio con la seriedad equivalente a su trabajo profesional u otra ocupación similar. La dejadez en la m. -además de la pereza que lleva consigosuele radicar muchas veces en una concepción pietista que sólo entiende la m. como un acto devocional que se puede posponer en cualquier momento a gusto del interesado.
      Métodos. A partir del s. XVI comienzan a aflorar métodos detallados de oración discursiva y empiezan a divulgarse en manuales y escritos ascéticos. En casi todos ellos se nota una carga notable de barroquismo y un carácter marcadamente conventual. A título meramente informativo daremos cuenta de algunos más generalizados: Luis de Granada (v.) enseña que en la m. se pueden considerar cinco partes o momentos: preparación, lección, meditación, acción de gracias y petición (Libro de oración y meditación, 1,21).
      S. Ignacio de Loyola (v.) propone en sus Ejercicios espirituales varios métodos de m.: la aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad (nn. 4554); es el método más conocido entre los ignacianos. Otro método es el de la contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo (nn. 101-117). También reseña el de la aplicación de los cinco sentidos (nn. 6571; 121-126). Y los llamados tres «modos de orar» (nn. 238 ss.).
      El método de S. Sulpicio (v. SULPICIANOS), que procede del Seminario parisiense de su nombre y cuyo iniciador fue el card. Bérulle (v.), tiene como idea fundamental la unión del alma con el Verbo Encarnado. Esquemáticamente consta: Primero, de una preparación en tres tiempos. Segundo, del cuerpo de la oración que se desarrolla en: adoración, comunión y cooperación. Tercero, de la conclusión, que lleva consigo la acción de gracias, la petición de perdón y de que bendiga los propósitos, así como un «ramillete espiritual» y ponerlo todo en manos de María (cfr. G. Letoumeau, La méthode d'oraison mentales du Séminaire de S. Sulpice, París 1903).
      Como se puede observar, los modos de hacer m. son muy variados, pero todos tienen un común denominador, que es el trato del alma con Dios. En el fondo, hacer la m. es algo muy sencillo, aunque la prolijidad de alguno de los métodos expuestos pudiera dar la impresión de lo contrario. «Me has escrito -dice J. Escrivá de Balaguer-: `orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?' ¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas! : y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ` ¡tratarse!' (Camino, n° 91). De modo que por el simple hecho de situarse el alma en la presencia de Dios y de comunicarse con Él ya se está haciendo m.
      Un buen modo de iniciarse en la m. es el de la lectura espiritual (v. LECTURA IV). Lectura hecha sin apresuramientos, tratando de profundizar en ella con detenimiento. Luego, de este arsenal de lecturas irá sacando el alma consideraciones y aplicaciones prácticas en relación a su vida y a su trata con Dios. Al principio convendrá llevar una determinada materia a la m., pero sin perjuicio de cambiarla si el alma se sintiera movida a meditar por otros derroteros, siguiendo el consejo de S. Teresa: «déjela andar (al alma) por estas moradas arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una sola pieza» (Moradas, la,2,8). En resumen, convendrá siempre conjugar un gran sentido de libertad espiritual con un cierto orden o disposición, que en el mejor de los casos se puede someter al consejo de un prudente director de almas.
      Dificultades. Además de lo que se diga acerca de las dificultades de la oración (v.), nos fijaremos concretamente en las que acechan a quien practica la m. Estas dificultades son particularmente más costosas para aquellos que comienzan la oración discursiva. Veamos las más generalizadas:
      a) Por falta de experiencia, los principiantes están expuesto a convertir la m. en una pura lucubración de tipo más o menos filosófico o teológico. Para obviar este obstáculo convendrá llegar durante la m. a consideraciones prácticas, que se conviertan en propósitos determinados
      b) La falta de entrega hace que algunos se dejen llevar por el desánimo ante las primeras arideces o dificultades (v. ARIDEZ ESPIRITUAL). Hay que hacerles ver que el mérito está en la perseverancia de la oración, a pesar de que vengan tentaciones vehementes de abandonarla.
      c) Existen también temperamentos que encuentran serias dificultades para la m., por tratarse de personas en las que predomina la intuición sobre la reflexión. Estas personas deberán llevar la m. por el camino del diálogo espontáneo con Dios, dejando a un lado la reflexión, la especulación.
      Desarrollo. La oración discursiva lleva como de la mano a una m. simplificada -una vez que se van superando las dificultades-, en donde se da ya un predominio de los afectos sobre lo puramente discursivo. Como dice Royo Marín no hay diferencia específica entre la oración afectiva y la m. (o. c. en bibl. 675). El tránsito hacia esta forma de oración deberá hacerse con suavidad, como por un plano inclinado, sin forzar las cosas. Por tanto, no convendrá abandonar el plano discursivo hasta que se note un predominio de los afectos. Y aun cuando los afectos constituyan el núcleo de la m., a veces -en momentos de aridez, p. ej.-, será muy recomendable volver a la práctica reflexiva y al discurso.
      En el último estadio de la m. llegamos a los umbrales de la contemplación (v.) que constituirá la etapa final de la vida de oración. Aunque conviene hacer la advertencia de que en la vida interior las cosas no van encajonadas en esquemas absolutamente rígidos. No podemos olvidar que es el Espíritu Santo quien lleva la dirección de las almas, y Él puede hacer que un alma llegue a subida contemplación sin necesidad de pasar por etapas intermedias. El camino que hemos esbozado es, simplemente, el que puede considerarse normal para toda clase de personas, cualquiera que sea su estado o condición.
      De la eficacia de la m. habla S. Teresa cuando, refiriéndose a personas decididas a llevar su vida por caminos de oración, recuerda «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester, y cómo, si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación» (Vida, 8,4).
     
      V. t.: ASCÉTICA; ESPIRITUALIDAD; ORACIÓN; PERFECCIÓN; PIEDAD; RECOGIMIENTO; ARIDEZ ESPIRITUAL
     
     

BIBL.: E. BOYLAN, Dificultades de la oración mental, 6 ed. Madrid 1967; P. CRI56GONO DE JESÚS SACRAMENTADO, Compendio de ascética y mística, Ávila 1933; B. JIMÉNEZ DUQUE, Teología de la mística, Madrid 1963, 359' ss.; R. DE LANGEAC, La vida oculta en Dios, 2 ed. Madrid 1962; J. B. Lo-z, Meditación, en Conceptos Fundamentales de la Teología, III, Madrid 1967, 13-24; G. MANISE, Meditación, en F. ROBERTI, Diccionario de Teología Moral, Barcelona 1960, 778-779; F. MOSCHNER, La oración cristiana, 2 ed. Madrid 1966, 267-319; A. Royo MARíN, Teología de la perfección cristiana, 5 ed. Madrid 1968, 661-678; G. THILS, Santidad cristiana, 4 ed. Salamanca 1965, 511-530; L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual, Barcelona 1964, 77-131

 

D. RAMOS LISSÓN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991