MATRIMONIO II. SAGRADA ESCRITURA
1. TEXTOS Y DATOS FUNDAMENTALES. El relato del Génesis. El m. fue instituido por
Dios como último acto creador al formar a Eva de Adán (ex Adamo, Gen 2). Una vez
creado el hombre -nos dice el texto bíblico- dijo Dios: «No es bueno que el
hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él» (Gen 2,18). «Presentó
entonces Dios al hombre todos los ganados, las aves del cielo, y todos los
animales del campo, a los que Adán impuso nombre; pero en ninguno encontró una
ayuda adecuada para él» (Gen 2,20) y entonces es creada la mujer. «Y Dios hizo
caer un profundo sueño sobre el hombre. Quitó una costilla llenando el vacío con
carne, formó una mujer y la llevó ante el hombre, que exclamó: `Ésta sí que es
hueso de mis huesos y carne de mi carne, será llamada varona pues del varón ha
sido tomada'. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer y serán una sola carne» (Gen 2,20 ss.)
El Creador ha hecho al hombre (v.) y a la mujer (v.) el uno para el otro
de tal manera que su unión sea indisoluble, como encajan dos piezas, como se
sueldan y se articulan entre sí los componentes de una armadura. Serán una sola
carne. Además el autor sagrado no se contenta solamente con elogiar la unión
matrimonial, sino que también recalca la unidad monogámica frente a los muchos
abusos. Dios bendijo a la pareja y les dio dominio sobre la creación: «Y creó
Dios al hombre a imagen de Dios; los creó macho y hembra y los bendijo Dios y
les dijo: `Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla. Dominad en
los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la
tierra'» (Gen 2,27). Este mandato se refiere a la pareja matrimonial y no
exclusivamente a la primera. El mandato «Creced y multiplicaos» se cumplirá
inexorablemente, siendo desde ese momento la prolongación de la vida, la
procreación, el fin primario del m. (Gen 3,20; 1,28). La caída (pecado
original), al comer el fruto prohibido que estaba en el paraíso al lado del
árbol de la vida, ocasionó una turbación (pérdida del estado de inocencia
original) y ocasionó el darse cuenta de que estaban desnudos (Gen 2,25; 3,7). En
adelante el sufrimiento, la concupiscencia (v.), las tentaciones pasionales,
tratarán de dominar al hombre (Gen 3,16)
Celebración del matrimonio en el Antiguo Testamento. Llama la atención que
el hebreo y también el griego carezcan de una voz que equivalga a m.; el hebreo
desconoce también la voz esposo, pues mientras éste era el ba'al, dueño y señor
de la esposa y por ella tenía que pagar un precio (mohar) o prestación de
servicios (Gen 29,20), el m. es un convenio o asunto privado entre las partes
interesadas, el novio (o el padre del novio, o la madre o ambos) por un lado, y
los padres de la esposa (o el padre, o la madre o ambos) por otro, convenían la
boda. Yahwéh era el testigo y el protector de este acuerdo (berit; cfr. Tob 8,7;
10,15; Gen 1,28; 2,18; Mal 2,17). En tiempos de Salomón (v.) el interés político
influyó en las bodas y el mismo monarca contrajo múltiples nupcias con mujeres
extranjeras (1 Reg 11,1 ss.) para afianzar alianzas. Con alguna anticipación se
convenía la boda con todos sus detalles, especialmente el mohar (precio); pero
lejos de lo que se puede pensar, la adquisición de la esposa no era un contrato
de compraventa, porque el marido no podía disponer de su mujer como de un objeto
adquirido por compra o como se hacía con la esclava. El precio era más bien una
especie de compensación por los daños y perjuicios hechos a su persona o a sus
bienes. El m. se contraía a temprana edad, por lo general a los 18 años (Eccli
7,23; 2 Reg 8,16 ss.). Una vez pagado el precio, la esposa pasaba a ser
propiedad suya; era su poseedor (baal) y ella su be'ulat baal (Dt 22,22), la que
pertenece a un señor. Cuando entraba a su nuevo hogar bajo el poder conyugal del
esposo, la mujer estaba casada (Gen 24,65; Ez 16,18). Se celebraba una fiesta
que solía durar hasta siete días (Tob 11,21; Gen 29,27; Ruth 3,9). El hecho de
pasar la mujer a poder del marido podía simbólicamente expresarse extendiendo la
orla del vestido sobre ella. La esposa quedaba obligada a guardarle fidelidad so
pena de muerte (Dt 22,20). La ley protegía a la esposa contra las calumnias, que
castigaba con multas de hasta 100 monedas de plata y perdía el marido el derecho
al divorcio (Dt 22,15 ss.). El prometido que no se había casado estaba eximido
del servicio militar (Dt 20,7) para evitar su muerte en el combate y que otro
hombre la tomase por esposa
Matrimonio, poligamia y levirato. Del fuerte acento puesto en el fin
primario del m., la procreación, derivan en Israel la justificación de la
poligamia (1 Reg 11,1 ss.), del levirato (Gen 38,6 ss.), y de otras costumbres,
mientras que la falta de hijos era tenida por un castigo de Dios y una maldición
(Gen 30,1; 1 Sam 1,6 ss.; Ier 18,21; Is 47,9; Le 1,5 ss.). Aun así el amor y la
asistencia no se excluyen (Gen 2,20; 3,12; Tob 6,22; 8,8; Prov 5,18; Eccli
31,24; 40,23)
Poligamia. El pueblo de Israel llegó a la poligamia (v.) por la
preocupación de tener una familia numerosa y fuerte, tal como se ve en los
relatos de Idc 8,30; 12,8, y en 2 Reg 10,1; pero el Señor estigmatizó la
poligamia y a su introductor Lamec, hijo de Caín, que agudizó la maldición
existente en su padre (Gen 4,19). En la Antigüedad era frecuente tener dos
esposas (concubina o esclava); y así el Código de Hammurabí autorizaba al esposo
de mujer estéril tomar a su esclava. Algo parecido encontramos en los
patriarcas: Sara, al sentirse estéril, ofreció su esclava Agar a Abraham (Gen
21,14; cfr. Gal 4,30). Jacob tomó por esposas a las dos hermanas hijas de Labán:
Lía y Raquel (Gen 26,34 ss.; 28,65) y también a las esclavas de ellas. Esaú se
casa con tres mujeres (Gen 26,34; 28,65). En Idc 19,1 ss. y en Ez 21,7 se
relatan episodios análogos
Esa difusión de la poligamia no impide que la monogamia sea vista como
ideal matrimonial y la S. E. pone ejemplos encomiables como el de José, hijo de
Jacob y Raquel (Gen 30,22), que por la envidia de sus hermanos fue vendido como
esclavo a unos mercaderes ismaelitas en el desierto y llevado a Egipto (Gen 37,
25 ss.). Allí permaneció fiel a la ley del Señor y por no querer consentir en
adulterio con la esposa de su amo Putifar, mayordomo del Faraón, mereció la
cárcel (Gen 39,7). Dios premió su fidelidad y llegó a ser primer ministro de
Egipto (Gen 41,41 s.). Su esposa Asenat (Gen 41,45) y sus dos hijos Manasés y
Efraín fueron adoptados por su padre Jacob (Gen 48,5) y figuran en la
distribución de la tierra en la visión de Ezequiel (Ez 48,4) de los tiempos
mesiánicos junto al nuevo templo (Ez 40; cfr. Apc 7,6). El Sumo Sacerdote no
podía tener más que una sola esposa. En Ps 127,3 la poligamia se da por
desterrada: «Tu esposa será como una vid fecunda en el interior de tu casa» y en
el libro de los Proverbios se recalca la exclusividad de amor matrimonial: «Sea
tu fuente bendita, gózate en la mujer de tu mocedad, cierva amable, graciosa
gacela. Tenga ella su conservación contigo. Su amor te apasione para siempre»
(5,16 ss.). Es indudable que a partir del exilio la monogamia renace en el
Pueblo de Dios. El libro de Tobías es un claro ejemplo de la alta concepción del
m. en el pueblo hebreo: «Tú hiciste a Adán -dice Tobías recién casado con Sara-
y le diste por ayuda y auxilio a Eva, su mujer; de ellos nació todo el linaje
humano, Tú dijiste: No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda
semejante a él. Ahora, pues, Señor, no llevado de la pasión sexual, sino del
amor de tu ley, recibo a esta semejante a mí por mujer. Ten misericordia de mí y
de ella y concédenos larga vida» (8,5-8)
Matrimonio por levirato. El m. por levirato (del latín levir=cuñado) o m.
por afinidad existió siempre en Oriente y se funda en un principio de derecho
hereditario, que establece que la viuda debe pasar siempre a la familia del
marido. Según el A. T. la viuda de un hombre que muere sin hijos debe casarse
con su cuñado a fin de conseguir descendencia para el difunto (cfr. Gen 38,8;
35,22; 49,4; Dt 25,5 a 10). La legislación del levirato como su valoración moral
se establece en Gen 13,17; Jos 10,24; Ps 9,8; Ps 118,9; Lev 18,16 ss.; Ley
20,21. La costumbre del m. por levirato existía todavía en tiempos de Jesús (Mt
22,24)
El libelo de repudio. En los textos del Génesis el m. aparece claramente
descrito como uno e indisoluble: unión entre hombre y mujer, formando una sola
carne. La legislación mosaica no instituyó el divorcio, sino que lo tolera. El
divorcio no es una ley, sino una excepción tolerada. Así el Deuteronomio
autoriza al marido que descubre «algo escandaloso» en su esposa a escribir una
carta de repudio, que entrega a la mujer, enviándola a casa de sus padres, que
pueden darla nuevamente en m. (Dt 24,1-5). Según la mayor parte de los autores,
ese texto jurídico no es una concesión de divorcio, sino más bien una
limitación: es decir, opinan que en épocas anteriores, los esposos repudiaban
sin más a sus esposas; el Deuteronomio limita ese derecho exigiendo que exista
una causa. Sobre el problema de la causa se dividieron luego las escuelas
rabínicas, desde la concepción más severa de Sammay, que admitía como causas
sólo el adulterio o la mala conducta de la esposa, hasta la de Hillel, que lo
autorizaba por cualquier motivo, incluso fútil. Aunque en principio el divorcio
podía darse sólo por iniciativa del marido, posteriormente, en la diáspora, se
admitió también por parte de la mujer
Textos sobre el matrimonio en el Nuevo Testamento. Hay que mencionar en
primer lugar aquellos en los que Cristo restituye el m. a su primitiva
perfección poniendo de relieve que la tolerancia del repudio fue por motivo de
«la dureza del corazón» del pueblo judío y, por tanto, ajena al espíritu de la
ley (cfr. Mt 5,32; 19,4 ss.; Mc 10,2.12; Lc 16,18)
Recordemos también que Jesús participa en un banquete de bodas como
invitado especial y allí realiza su primer milagro (lo 2,1 ss.) convirtiendo el
agua en vino; la tradición ha visto en ese hecho una consagración por parte de
Cristo del valor de las nupcias, y por tanto una como proclamación de su
carácter sacramental en el cristiano
Con su predicación y con su vida, Jesús nos introduce en una nueva vida,
participación de la divina. Del anuncio evangélico deriva un nuevo ideal: habrá
hombres y mujeres que por razón al Reino de los Cielos renunciarán
voluntariamente al m. (Mt 19,11): es la vocación de la virginidad (v.)
cristiana, el carisma del celibato (v.). Pero eso no desprecia el m. ni niega su
carácter vocacional. En la nueva economía dos caminos a seguir hasta la parusía
del Hijo de Dios: el estado matrimonial y el celibato. En el tiempo de la
parusía el m. será abolido pues «ni los hombres tomarán mujeres ni las mujeres
tomarán marido, sino que serán como los ángeles en el cielo» (Mt 22,29)
El Evangelio ha elevado el estado matrimonial; ya no es solamente un pacto
o acuerdo entre los contrayentes, donde el esposo debe pagar un precio; el m.,
proclama S. Pablo, es un sacramento, un gran misterio, referido también a Cristo
y a su Iglesia (Eph 5,22-23). El estado matrimonial -dice también el Apóstol- es
un carisma (1 Cor 7,7), y de esa forma resuelve las polémicas suscitadas entre
los nuevos cristianos de las comunidades griegas de Corinto, donde chocaban con
las doctrinas y costumbres de orden moral y la escasa formación en los
fundamentos de la fe, sobre todo en materia de los novísimos (resurrección de
los muertos, vida futura, siglo venidero después de la venida del Señor; cfr. 1
Cor 15; 2 Thes 4,13 ss.; 5,1 ss.; 2 Thes 2,1 ss.). El desconocimiento de la
doctrina inclinaba a los nuevos fieles a doctrinas aberrantes: «todo me es
lícito», decían unos (1 Cor 6,9 ss.) desconociendo la santidad del cuerpo (1
Thes 4) y la resurrección, legitimando así la anarquía sexual; «es bueno no
tocar mujer», decían otros, suspendiendo el orden creacional. La doctrina del
Apóstol aclara las cuestiones planteadas: puede y debe contraer m. aquel a quien
Dios da ese don, pero de modo absoluto es mejor la virginidad; el que se casa no
peca aunque sea más de una vez. Llorar, alegrarse, comprar, casarse, hay que
hacerlo como si no se hiciese, porque pasa la escena de este mundo, y el tiempo
es corto. Y para dedicarse a las cosas del Señor es mejor estar célibe, pues el
que se casa tiene que estar preocupado por las cosas del mundo y cómo agradar a
su mujer; en cambio el que se mantiene célibe puede dedicarse con libertad a las
cosas del Señor (cfr. 1 Cor 7,1-11; 1 Tim 4,3 y 5,8-15)
Mencionemos finalmente los textos paulinos y de otros Apóstoles en los que
se hace referencia a cuestiones prácticas o a los deberes matrimoniales y
familiares: Heb 13,4; Eph 6,1-9; Col 3,18-22; 1 Thes 5,8-15; 6,1-2; Tit 2,1-10;
1 Pet 3,1-7. Tienen también interés para el tema lo referente al llamado
privilegio paulino (1 Cor 7,15), y las amonestaciones de S. Pablo sobre el
incestuoso de Corinto (1 Cor 5,1 ss.)
**AU
C. M. FERNÁNDEZ MOLINA
MATRIMONIO Sagrada Escritura 2. SINTESIS DE TEOLOGIA
BIBLICA.
Para exponer la teología bíblica sobre el m. seguiremos un
esquemahistórico, poniendo así de relieve cómo Dios ha llevado gradual y
progresivamente al m. hasta la perfección del amor y de la purificación moral.
Tarea ésta que en el A. T. se hizo en un clima de expectación mesiánica; y como
presencia de Cristo y de su gracia en el N. T. Sería, sin duda, equivocada una
presentación de la doctrina bíblica del m. que no tuviera en cuenta este
dinamismo de la historia de la salvación, no sólo por un peligro de anacronismo,
sino también porque tal exposición perdería el sentido de vitalidad inherente al
designio divino salvífico, que se desarrolla históricamente, comprendiendo como
factores fundamentales, en lo que al tema del m. cristiano se refiere, su
significación, su gracia y sus exigencias morales: por este orden. El tema del
m. tiene además un interés singular porque se trata de una realidad humana que
es asumida como componente de un orden revelado y sobrenatural: del misterio de
la salvación, es decir, de la Alianza de Dios con los hombres en Cristo; y de la
educación moral de los hombres en el seno de esta Alianza
Las primeras enseñanzas. Hay dos relatos en el Génesis sobre la creación
del hombre y mujer y sobre la formación de la pareja humana. El ver su contenido
y diferencias es fundamental para la debida comprensión de la doctrina y moral
del m. El relato de Gen 2,18-25 es el más antiguo de los dos; su contenido
fundamental se puede expresar en las siguientes afirmaciones:a) soledad del
primer hombre: «no es bueno que el hombre esté solo». A este respecto ya sabemos
que en la nueva creación, en la Iglesia, nadie está solo si vive el espíritu del
N. T.; y que, en concreto, hay dos formas de salir de esa soledad: por el m. y
por la virginidad: opción libre -ésta y aquél- hecha por el Reino de los
cielos;b) igualdad fundamental de hombre y mujer: se refiere a la igual dignidad
personal de ambos en cuanto a su naturaleza y destino sobrenatural;c) poderoso y
misterioso atractivo entre hombre y' mujer: esta reflexión del Gen 2,21-24 tiene
un interés extraordinario para la doctrina matrimonial, sobre todo en la
perspectiva de su unidad e indisolubilidad, tal como las interpreta Cristo
mismo: «¿no habéis leído que el Creador desde el principio los hizo varón y
mujer (en singular) y que les dijo: por esto el hombre dejará a su padre y a su
madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne?» (Mt 19,4-5);d)
unión total e íntima: se trata, en efecto, de una unión más íntima y prevalente
que la de padres e hijos, una unión de características fundamentalmente
distintas, ya que se trata de una unión que también es de orden físico,
corporal, conyugal; sin descuidar la espiritual, psicológica, cultural, moral,
personal. Todo esto y más está comprendido, o al menos sugerido, en el término
hebreo dabaq: aglutinar, adherirse, unirse íntimamente hombre y mujer. La
Vulgata traduce por la expresión adhaerebit uxori suae: se adherirá a su mujer.
La expresión bíblica una carne, expresión clara y misteriosa al mismo tiempo,
parece sugerir en un primer plano la unión conyugal mediante el acto carnal;
pero tiene también, como hemos dicho, un sentido más pleno y total: desde el
físico hasta el espiritual, y viceversa. El psicólogo más moderno estará de
acuerdo en la necesidad de armonizar para la felicidad del m. todos estos
aspectos. La Biblia se mueve en la perspectiva integral, humana y salvífica, de
la sexualidad (v.) y del amor (v.);e) exclusión de la poligamia y del divorcio:
es la consecuencia que se desprende obviamente de la afirmación anterior, en la
que el texto bíblico ha expuesto el plan divino primitivo: si son una misma
carne, estará claro que es ilícito, contra naturam, dividir y separar al hombre
y su mujer: «lo que Dios unió, el hombre no lo separe» dirá Cristo (Mt 19,6);
razón tiene el Conc. Vaticano II cuando afirma a este respecto que «esta íntima
unión de los esposos, puesto que se trata de la donación íntima de dos personas,
así como también el bien de los hijos, exigen plena fidelidad de los esposos
entre sí y urgen la indisolubilidad del matrimonio» (Const. Gaudium et spes,
48). Sólo el pecado constituirá una brecha y una ruptura en esta unidad e
indisolubilidad; la brecha comienza a abrirse en el cap. 3 del Génesis y la
ruptura se consuma en el siguiente
La segunda narración del plan de Dios acerca de hombre y mujer la
encontramos en Gen 1,26-28 y nos presenta las características de la institución
matrimonial establecidas por Dios: hombre y mujer son imagen de Dios (1,26); el
sexo es bueno por ser creación de Dios (27); la fecundidad es fruto de la
bendición de Dios (28). La imagen de Dios que nos ofrece este relato es «uniendo
y bendiciendo»
Presentando ahora sintéticamente el resultado unitario y coherente de los
elementos matrimoniales de ambas narraciones bíblicas, diremos que el m. según
el plan de Dios aparece como una comunidad de amor entre hombre y mujer,
enriquecedora para ambos (Gen 2); como una institución (Gen 1) que proviene de
Dios, con las leyes fundamentales de unidad e indisolubilidad; orientada hacia
la procreación y educación de los hijos
Progresiva redención del matrimonio en el Antiguo Testamento. La
restauración del m. en la historia de la salvación tendrá -en la pedagogía
divina- dos grandes coordenadas: el amor y los hijos; que son los dos valores
fundamentales del m. en torno a los cuales gira la palabra de Dios y el
ofrecimiento de su gracia en el seno de la Alianza. En primer lugar, es Dios
mismo el que da la capacidad de amar. La progresiva restauración del m. en el A.
T. sigue en los planes de Dios la línea de la educación en el amor: y es que
dignificando el amor y mostrando su ordenación a los hijos, se dignifica el m.
mismo y la familia
Siendo el pecado la corrupción del verdadero amor (v.), los Profetas
querrán poner remedio a este mal fundamental haciendo una verdadera teología del
amor. Los Profetas exaltan y dignifican el amor matrimonial valiéndose del
símbolo del amor de Dios a su pueblo elegido. Oseas es el primero en utilizar
este simbolismo (Os 1-3). Le siguen otros profetas en este mismo mensaje y
simbolismo, tan al alcance de la inteligibilidad de todos los humanos. La
literatura profética presenta indudablemente las páginas más bellas, luminosas y
profundas del A. T., sea por la concepción pura del monoteísmo como por la forma
conmovedora de la descripción del amor de Dios a los hombres. En el primer plano
de no pocos textos proféticos (ler 2,2; 3,1-13; Is 54,4-8; 62,4 y ss.; Ez caps.
16 y 23) aparece la Alianza de Dios con su pueblo, recurriendo siempre como
riqueza de imagen al símbolo matrimonial. Esos Profetas hablan en primer lugar
del amor gratuito (hesed) de Dios a su pueblo, y de los adulterios con que éste
responde al amor de Dios. En los Profetas se encuentran enseñanzas espléndidas
para la vida y santificación de los esposos, que deben comportarse a imagen de
Dios. Es preciso no olvidar que en las corrientes educativas del pueblo elegido,
la representada por los Profetas tenía una importancia excepcional. Estalectura
profética obtuvo efectos beneficiosos no sólo en el orden vivencial y práctico,
sino también en el orden doctrinal del m., haciéndolo progresar hacia formas más
puras y más en conformidad con el plan de Dios. Dios es grande no sólo por su
capacidad de amar, sino también porque la comunica en el seno de la Alianza. A
esto hay que añadir -teniendo en cuenta con realismo el pecado- que Dios añade
aspectos sanantes y elevantes al amor humano a todo nivel, es decir, en toda
condición: de m. y virginidad
El periodo posexílico (desde 587-538) señala una recuperación moral y
espiritual muy grandes, siendo muy clara la tendencia a la monogamia, al menos
como ideal del m. El adulterio era severamente castigado con la pena de muerte
para ambos cónyuges en la legislación mosaica (Lev 20,10; Dt 22,22). En cuanto
al divorcio, es decir, el repudio unilateral a la mujer por parte del varón
(practicado por todos los pueblos en torno a Israel) tenía una cláusula
limitadamente permisiva en el libro del Deuteronomio (24,1). Las familias judías
representadas en el libro de Tobías eran monogámicas (Tob 1,6,8). Y los libros
sapienciales exhortan a los hombres a exclusivizar su alegría matrimonial en la
mujer única de la juventud sin pretender otras (Prov 5,18). En fin, el ideal era
ya el m. monogámico (ler 3,1). El Profeta Malaquías se levantó con un mensaje
claro contra el libelo de repudio diciendo por parte de Dios: «Yo detesto el
libelo de repudio, dice Yahwéh, Dios de Israel» (Mal 2,14-16). Y no sólo en el
judaísmo oficial, sino también entre los esenios (v.) se notaba este mismo
movimiento hacia la vivencia y concepción monogámica del m. Así el Documento de
Damasco condena la poligamia, acusando y excusando la trasgresión poligámica de
David, diciendo que éste no había leído ni, por tanto, entendido la Ley divina
monogámica encerrada en el arca de Noé al ser incluidos allí dos y dos
(Documento de Damasco, IV,20; V,6)
Al decir que la pedagogía divina del m. en el A. T. fue de una educación
progresiva, todavía no hemos dicho lo principal. Jesús dirá que Moisés había
permitido el divorcio por la dureza de corazón (Mt 19,8). La aspiración y la
voluntad humana, inspiradas por Dios, de salir de esta dureza de corazón habían
sido profetizadas por David al hacer penitencia por sus pecados: pide la
intervención divina para que Dios lo lave (Ps 50,4), lo purifique más y más
(50,9); sobre todo pide la intervención creadora de Dios para darle un corazón
nuevo y limpio: «crea en mí, Dios, un corazón limpio» (50,12). S. Pablo dirá que
la antigua economía obedecía a cierta permisión de la paciencia divina (Rom
1-3), como si se tratara de menor edad espiritual de la humanidad hasta llegar a
la madurez y plenitud de gracia en Cristo. Pero para llegar a esta plenitud de
la Ley no basta la Ley, sino que se requiere ante todo la fe y la gracia de
Cristo, también en el tema del m. Son éstas las luces y las gracias que podemos
esperar de la Nueva Alianza, para que las grandes verdades del m. cristiano sean
comprendidas y aceptadas por la humanidad
El matrimonio en el Nuevo Testamento. Los Evangelios transfieren a Cristo
el título de Esposo atribuido por los Profetas a Yahwéh en el A. T. Y toda la
doctrina del Reino de Dios, núcleo de los Evangelios sinópticos, se articula
sobre el tema de la alegoría matrimonial, es decir, estos evangelios comparan el
Reino de Dios con las nupcias que el Rey (Dios) prepara para su Hijo (el Hijo
del Rey) con la humanidad (Mt 22,2 ss.). «El Reino de los cielos es semejante,
dice Jesús, a un banquete de bodas que eJ Rey preparó para su Hijo». Ahora bien,
a nadie se le oculta, en buena y profunda exégesis, quién es este Rey (Dios), el
Hijo del Rey (Cristo), de qué bodas se trata (la unión del Verbo con la
humanidad por amor y en m. indisoluble, salvífico para nosotros) y cuál es este
banquete de bodas (Eucaristía). Se nos habla también de que la iniciativa es del
Padre y de que la salvación consiste en participar de estas bodas (las de Cristo
con la Iglesia). A renglón seguido el evangelista nos habla de los siervos que
son enviados a trasmitir esta invitación divina a entrar y participar en este
Reino de Dios, presentado en esta alegoría del banquete nupcial. Se nos habla
también de múltiples resistencias humanas a entrar en el Reino de Dios y en el
banquete mismo que lo actualiza y representa (Mt 22,3; Le 14,18)
Uno de los puntos más significativos del mensaje de Jesús en el N. T. es
su enseñanza relativa a la indisolubilidad del m. en el espíritu de la Nueva
Alianza (Me 10,2-12; Le 16-18; Mt 19; 1 Cor 7). Tanto el Evangelio de S. Lucas
como el de S. Marcos, en los textos citados anteriormente, nos trasmiten la
doctrina por la que Cristo define como adulterio el repudio de la mujer. La
comparación crítico-literaria permite concluir que Le 16,18 reproduce fielmente
el tenor original 'de las palabras de Jesús: «quien repudia a su mujer y se casa
con otra, comete adulterio; y quien se casa con la repudiada comete también
adulterio». ¿Cuál es el contenido de Me 10,2-12, que es la perícopa más
importante? Que el libelo de repudio obedecía a una concesión precaria «por la
dureza de corazón» (5); «que al principio no fue así, sino que varón y mujer (en
singular) los hizo Dios» (6); que constituyen entre sí una unión más íntima e
inseparable que la que se tiene con el padre y la madre: «por eso dejará a su
padre y a su madre y serán los dos una sola carne» (7); Cristo insiste, en el
versículo siguiente, en esta misma unión íntima como argumento de
indisolubilidad: «así, pues, ya no son dos sino una sola carne» (8); «lo que
Dios unió, el hombre no lo separe» (9); el v. 10 nos habla de la sorpresa de los
discípulos que una vez en casa de nuevo interrogan a Cristo; lo cual demuestra
bien a las claras haber comprendido el alcance y la novedad de este mensaje
(10); pero Jesús insiste: «quien repudie a su mujer y se casa con otra, comete
adulterio contra aquélla» (11); «y si ella repudia a su marido y se casa con
otro, comete también adulterio» (12). Estas mismas.. enseñanzas encontramos en
el evangelio de S. Lucás (16,18)
¿Cómo explicar entonces las palabras de S. Mateo (19,9 y 5,32) que parecen
permisivas de excepciones en este tema de la indisolubilidad del m.? A esta
pregunta, se han dado diversas respuestas. Sin entrar en el detalle de las
mismas, hagamos algunas consideraciones generales. La primera tomada del
contexto del propio S. Mateo, que es claramente en favor de la indisolubilidad:
«¿No habeis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer y
que dijo: por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una
sola carne? De manera que ya no son dos sino una sola carne. Pues bien, lo que
Dios unió, no lo separe el hombre. Dícenle: entonces ¿por qué Moisés permitió
dar acta de divorcio y repudiarla? Respondióles Jesús: por vuestra dureza de
corazón os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt
19,4-8). Como se ve, este contexto y esta enseñanza de S. Mateo no esdistinta de
la de los otros evangelistas, sino favorable a la indisolubilidad y contraria al
divorcio. A esta primera consideración se añade que los vers. 19,9 y 5,32, que
podrían parecer insinuar -según la versión de la Vulgata- que hay lugar a
excepciones en el tema de indisolubilidad, serían, según algún exegeta, una
adición del propio Mateo: como una permisión de orden pastoral hecha por su
parte. Otros exegetas, por el contrario (p. ej., Bonsirven, Spadafora, Vaccari,
Spicq), traducen las palabras nisi ob fornicationem (me epi porneia) no como
«excepto caso de adulterio» sino como «excepto caso de concubinato», es decir,
la palabra griega porneia, que corresponde al rabínico zenut (m. inválido, no
verdadero, concubinato) indicaría el caso de la unión en que no existe el
vínculo matrimonial, y el desechar la mujer no sólo sería legítimo sino
obligatorio (cfr
J. Bonsirven, Le divorce dans le N. T., París 1948, 422 ss.). La tercera
consideración está tomada del Magisterio de la Iglesia: es impensable, dentro
del concepto católico del mismo, admitir que la Iglesia católica se equivoca en
la interpretación del Evangelio al no admitir excepciones a la indisolubilidad
del m. cristiano, rato y consumado. Ésta es la doctrina católica (cfr. Conc. de
Trento, Ses. XXIV, can. 7: Denz.Sch. 1807 y Conc. Vaticano II, Gaudium et spes,
48)
Expuestas estas enseñanzas del Evangelio sobre el m., todavía hemos de
recoger dos aspectos más, tomados de S. Pablo: ambos son de una tonalidad
típicamente neotestamentaria: el primero (cfr. 1 Cor 7,1-17) se refiere a la
consideración del m. como don y carisma de Dios: es una vocación de Dios. Por
otro lado, S. Pablo sitúa todo este tema del m. cristiano en la perspectiva del
misterio de la salvación: en la perspectiva cristiana y eclesial; en la
perspectiva bautismal y escatológica: «este misterio es grande: yo lo digo hacia
Cristo y hacia la Iglesia» (cfr. Eph 5,22-32)
V. t.: ADÁN; EVA; HOMBRE III; VIRGINIDAD
JOSÉ-LUIS LARRABE
BIBL.: H. LESÉTRE, Mariage, en DB IV,758-774; W. KORNFELD, Mariage, en DB (Suppl.) V,905-926; F. SPADAFORA, Temi di esegesi, Rovigo 1953, 345-357; ID, Matrimonio, en Diccionario Bíblico, Barcelona 1968, 404-407; R. CEUPPENS, Theologia bíblica, V, De Sacramentis, Turín 1958, 391-418; P. GRELOT, Le couple humain dans L'Écriture, París 1962; M. DE TUYA y J. SALGUERO, Introducción a la Biblia, 11, Madrid 1967, 308 ss.; P. VAN ImscHooT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969, 641 ss.; W. KORNFELD, L'adultére dans l'Ancien Orient, «Revue Biblique» 57 (1950) 92109; B. LAVAUD, Vidée divine du Mariage. Ses reflets en Israél et en chrétienté, «Études carmélitaines», 23 (1938) 165-203; A. GELIN, Le mariage d'aprés l'Ancien Testament. Rayons et Ombres, «Lumiére et Vie» « (1952) 7-20; M. MEINERTz, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1966, 104 ss., 110 ss., 484 ss.; R. SCHNACKENBURG, El testimonio moral del Nuevo Testamento, Madrid 1965; F. PRAT, La théologie de saint Paul, París 1938, 1,124-135; 11,327330; J. BOVER, Carácter sacramental del matrimonio cristiano según la epístola a los Efesios, «Razón y Fe», 42 (1915) 315-322; J. BONSIRVEN, Le divorce dans le N. T., París 1948, 442 ss.; P. A. VACCARi, La clausola del divorzio in Mt 5,32; 19,9, «Rivista Bíblica», 3 (1955) 97-119
C. M. FERNÁNDEZ MOLINA. JOSÉ-LUIS LARRABE
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991