MARIAS, LAS
Además de María (v.) la Madre de Dios y de M. Magdalena (v.), aparecen en la S.
E. otras seis mujeres así llamadas: una en el A. T., tres en la vida de Cristo,
y dos en los primeros tiempos de la Iglesia.
En el Antiguo Testamento. Figura la hermana de Moisés y Aarón con el
nombre de María (Miryam). Según la genealogía del código sacerdotal era hija de
Amrám y Yókébed (Num 26,59) de la tribu de Leví. Niña aún colaboró con su madre
para salvar a Moisés (v.) expuesto en la ribera del Nilo y consiguió de la hija
del Faraón que su propia madre lo amamantase (Ex 2,1-10). Se vuelve a hablar de
ella en la celebración del paso del mar Rojo según era costumbre entre las
mujeres conmemorar las victorias (cfr. Idc 11,34; 1 Sam 18,6); tocando un
tímpano dirigía el coro de las mujeres en sus danzas, y cantaba: «Cantemos al
Señor porque hizo brillar su gloria precipitando en el mar el caballo y al
caballero» (Ex 15,20-21). María era profetisa, no sólo por ser hermana de
Moisés, sino también porque era portavoz de Dios (cfr. Num 12,2; Miq 6,4). En
Hasérót, la segunda estación del éxodo, M. murmuró con Áarón acerca de Moisés y
delante del Tabernáculo; quedó cubierta de lepra como castigo ejemplar (Dt
24,9), y aunque por intercesión de Moisés fue curada de la enfermedad, fue
arrojada del campamento durante siete días (Num 12,1-15) como castigo. La S. E.
no dice que tuviera marido e hijos, por eso hay Padres de la Iglesia que la
juzgan virgen. Acabó sus días y fue sepultada (Num 20,1) en el desierto de Sin,
en la región de Cades, donde Israel acampó 38 años. Había transcurrido un mes
desde la salida de Egipto y tenía cerca de 90 años. La Biblia calla acerca de
sus funerales; es de F. Josefo (Ant. lud., 4,4,6) de donde se toma referencia de
los mismos.
En la vida de Cristo. Además de M. Magdalena (v.), los Evangelios nos
hablan de otras mujeres llamadas María. La tradición popular venera a las tres
de la Pasión, a las que califica como «las tres estrellas más brillantes de la
constelación de Oriente». Pero los exegetas no consiguen aclarar si son dos o
tres las que aparecen en el drama del Calvario. Los datos de los Evangelistas
son los siguientes: Mateo dice que allí estaban muchas mujeres, y entre ellas
«María Magdalena, María la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de
Zebedeo» (Mt 27,55); en la sepultura (27,61) se encontraban M. Magdalena y otra
M. sentadas delante del sepulcro, las mismas que vuelven el domingo (28,1).
Marcos dice lo mismo (Me 15,40.47; 16,1). Lucas especificalos nombres de las
mujeres en la resurrección: M. Magdalena, Juana, M. de Santiago y otras (Le
23,49.55.56; 24,10). Juan relata que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre,
y la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena» (lo 19,25); no
habla de mujeres en la sepultura y sólo cita a M. Magdalena en la resurrección.
Los Evangelios Sinópticos, pues, mencionan dos M.: la Magdalena y la madre
de Santiago y José; S. Juan habla de un nombre nuevo: M. de Cleofás. Parece que
ya tenemos las tres M. de la tradición, pero no hay unanimidad entre los
autores, pues muchos identifican la M. madre de Santiago y José con la M. mujer
de Cleofás. La crítica textual no dirime la cuestión, pues la conjunción
copulativa y, entre «la hermana de su madre» y «María de Cleofás» (lo 19,25)
aunque mantenida por los importantes testimonios de Taciano y códices de la
versión peschita y siropalestinense, no puede imponerse como texto original. Sin
embargo, aun sin esta conjunción y, se puede admitir que estas dos M. son
distintas personas, aunque también se puede entender que son la misma: «María de
Cleofás» estaría en oposición a «hermana de su madre».
En conclusión, las M. citadas son:
a. María, madre de Santiago y José (Mc 15,40), hermano del Señor (Mt
13,55). Era una de las mujeres de Galilea que seguían y servían a Jesús (Mt
27,55); estuvo al pie de la Cruz y en el sepulcro (Me 15,40-41.47; 16,1-2),
donde un ángel le habló de la resurrección de Jesús (Me 16,5-7). No es cierto
que el Señor resucitado se le apareciese (Mt 28,8-10).
b. María de Cleofás, que también estuvo junto a la cruz (lo 19,25), es
identificada por muchos con la anterior. Sería esposa y no hija ni madre de
Cleofás, según era costumbre designar a las mujeres por el nombre del marido.
Muchos consideran a este Cleofás hermano de S. José: así Hegesipo (cfr. Eusebio,
Hist. Ecl. 3,11.32,14.6.4,22,4). Este Cleofás debe de ser distinto del de Emaús
(Le 24,18). Los que la identifican con la madre de Santiago el Menor encuentran
la dificultad de que entonces debería decirse M. de Alfeo y no M. de Cleofás.
Cabría la posibilidad de que Alfeo, padre del apóstol (Mt 10,3), hubiera sido el
primer marido ya fallecido, y Cleofás el último, padre según algunos de Simón y
Judas (Mt 13,55); y entonces Alfeo y Cleofás podrían ser dos nombres de una
misma persona. Además, Santiago el Menor (Me 15,40), pariente del Señor (Mt
13,55), puede que no sea hijo de Alfeo (Mt 10,3), como piensan muchos. No falta
quienes opinaron que M. de Cleofás era hermana de la Virgen, hipótesis
absolutamente inverosímil, pues no habría dos hermanas con el mismo nombre;
sería prima de la Virgen (lo 19,25). A causa de la pobreza de vocabulario los
judíos usaban el mismo vocablo para primos y hermanos, así, p. ej., los hermanos
de Jesús (v.).
c. María de Betania, hermana de Marta y Lázaro (v.). cuya tierra, Betania,
quedaba en la cuesta oriental del monte de los Olivos (v.) a unos 3 Km. de
Jerusalén; aparece en tres escenas evangélicas: la primera cuenta que Marta
recibió a Jesús en casa (Le 10,38-42) y que su hermana M. se sentó a los pies
del Maestro para escuchar su palabra dejando a su hermana sola para hacer la
comida y los servicios de la casa; a una protesta de Marta, Jesús alaba a M. por
haber escogido la mejor parte: escucharle e intimar con El como la única cosa
necesaria. De este modo quedó M. como modelo de las almas contemplativas y
enamoradas. Vuelve a aparecer en la resurrección de Lázaro (lo 11,1-4; v.), y en
la unción de Betania (lo 12,1-11) en casa de Simón el leproso (Mt 26,6-13; Me
14,3-9), seis días antes de la pascua. Su gesto de romper (Me 14,3) un vaso de
alabastro y derramar perfume de nardo genuino y de alto precio sobre la cabeza
de Jesús (S. Juan habla de los pies) quedó como ejemplo (Mt 26,13) en la Iglesia
de cómo hay que honrar dignamente al Señor, destinando al culto divino lo mejor.
Jesús la justifica por ser un anticipado homenaje a su cuerpo sepultado. Sobre
la cuestión de la identificación con la pecadora (Le 7,36-50) y con la
Magdalena, v. MARÍA MAGDALENA, SANTA.
En los primeros tiempos de la Iglesia. Encontramos dos M.:
a. La madre de Juan Marcos, el evangelista (Act 12,12) que aparece como
propietaria de una casa en Jerusalén donde. muchas personas se reunían para
hacer oración y adonde se dirigió S. Pedro después de la liberación milagrosa de
la cárcel (Act 12,12,17). Sería entonces viuda, pues no se habla de su marido.
Otros autores opinan que su casa no sería el sitio habitual de las reuniones de
los discípulos, pues no estaban en ella Santiago y los hermanos (Act 12,17), y
que Pedro al salir de la cárcel (Act 12,12) escogió la casa de M. por ser más
discreta o estar más cerca. Hay autores que piensan que era la propietaria del
huerto de los Olivos (v.) donde habría alguna casa de la que en la noche de la
pasión salió un muchacho envuelto en una sábana (Me 14,51-52), que sería el
mismo evangelista Marcos. Otros autores van todavía más lejos y sostienen que M.
sería la dueña del Cenáculo (v.), y Marcos el hombre del cántaro de agua (Mc
14,13-14), que enseñó a los dos discípulos enviados por el Señor la sala de la
Cena.
b. M., cristiana de Roma, más probablemente de ascendencia judía por su
nombre, aunque podría tratarse de nombre latino (femenino de Marius) a la que S.
Pablo saluda en Rom 16,6, dato por el que se deduce que sería una mujer
importante en la comunidad.
V. t.: MARÍA MAGDALENA, SANTA; LÁZARO
BIBL.: F. SPADAFORA, María, en Diccionario Bíblico, dir. F. Spadafora, Barcelona 1968, 391-393; B. UBACH-P. ESTELRICH, María, en Ene. Bibl. IV,1308-1314; H. LESÉTRE, Marie, en DB IV, 776-777; J. M. LAGRANGE, Építre aux Romains, París 1931, 365; H. SIMON-G. DORADO, Novum Testamentum, Turín 1947, 569 ss.; J. A. OÑATE, María Magdalena, María de Betania y la pecadora del Evangelio ¿son una misma?, «Cultura Bíblica» (1944) 215-218.
GERALDO DE FÁTIMA MORUJAO
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991