MALDICIÓN (Sagrada Escritura)
El concepto bíblico de m. está estrechamente emparentado con el de bendición
(v.). Para percibir, por tanto, en plenitud el alcance bíblico-religioso de
ambos conceptos, sería preciso considerarlos conjuntamente.
Terminología y contenido. Maldecir en nuestros idiomas occidentales
significa desear o conminar un mal de cualquier tipo. Entre los semitas, sin
embargo, el vocabulario de la m. es muy rico y matizado. El hebreo bíblico, en
concreto, emplea tres voces principales para maldecir: 'ctláh, 'tirar y quil-lél,
cada una de las cuales reflejaba diversas realidades sociales y diversos matices
de pensamiento, hoy oscurecidos al conocer sólo vagamente las instituciones que
dieron origen 'y vida a los conceptos. El griego del N. T. emplea sobre todo dos
términos, anatema (v.) y katara, para expresar la idea de m.; ambos vocablos
derivan en cuanto a su fuerza del veterotestamentario 'árar y evocan el recurso
a un poder superior contra la cosa o la persona maldecida.
Pero al margen de estos términos estereotipados, existen en la Biblia
numerosos pasajes en los que se desea un mal a determinadas personas o cosas y
que, por tanto, deben considerarse como auténticas maldiciones. Maldiciones cuyo
contenido es amplísimo: la muerte sobre todo (nótese que la gran m. del N. T. se
refiere a la muerte eterna: Mt 25,41), la esterilidad, el aborto,- la sequía, la
enfermedad, la peste, la esclavitud, la derrota a manos de los enemigos, el no
ser enterrado, etc.
Empleo en la Biblia. En Israel, como en los demás pueblos orientales de
cuya cultura e instituciones participaba la sociedad israelita, el uso de la m.
es muy variado. Aunque no todos, la mayor parte de estos usos están
testimoniados en la Biblia. Señalamos aquí los principales. Uno de los empleos
más genuinos de la m. es el que se relaciona con los pactos y convenios, sean
colectivos o individuales: se invoca una m. contra quien viole un pacto y ya más
en concreto contra los transgresores de la Ley de Yahwéh (Dt 27,15-16) y contra
quienes rompan la Alianza pactada entre Dios e Israel (Dt 11, 26-28; 28,15-20;
29,9-20).
Esta m. que se considera como defensa y garantía del pacto o juramento,
puede vincularse también a un convenio humano (Idc 21,18). Se maldice a los
enemigos de la nación o del individuo (Ps 79,6-12; Ier 10,25; 2 Sam 3,39; lob
27,27; Ps 35,4-8; Ier 11,20), a los asesinos (Gen 49,7; 2 Sam 3,29), al lugar
donde ha ocurrido una catástrofe (1 Sam 1,21), a los hijos que han cometido
algún crimen contra su padre (Gen 9,25-27; 49,4); por su parte el esclavo
calumniado, el hambriento, el explotado por el usurero, se defienden con una in.
de la injusticia de que son víctimas (Prv 30,10; 11,26; Ier 15,10). Una m. puede
ser un excelente medio para defender la integridad de una propiedad (Di 27,7),
de un escrito real (cfr. Esd 6,12) de una tumba, o para impedir la reedificación
de una ciudad como en el caso de Jericó (los 6,26). Finalmente, es interesante
constatar el que llamaríamos recurso literario a la m. para explicar el origen
misterioso de un mal que aflige, bien a todos los hombres, bien a un grupo
determinado de ellos, bien a seres irracionales. Tal podría ser el caso de Gen
3, 14-19 y de los 9,23.
En el N. T. apenas hay lugar para la maldición. Cristo y los Apóstoles
mandan bendecir siempre, incluso a los enemigos (Le 6,28; Rom 12,14; Iac
3,8-10). Sin embargo, también el N. T. hace uso de la m., más que como un deseo,
como la constatación de un hecho (Gal 1,8; 3,10-12; 1 Cor 16,22) o de un
misterioso decreto divino (Me 11,21; Mt 25,41).
Características. Algunos han querido encontrar en las prácticas mágicas,
sobre todo cultuales, el origen de las concepciones del A. T. sobre la m. (cfr.
S. Mowinckel). Así se explicarían -según ellos- en primer lugar las fórmulas
empleadas, con frecuencia rítmicas y esquemáticas, se explicaría el carácter
irrevocable de la m. (Gen 27,35) hasta el punto de que el arrepentimiento puede
diferir, pero no evitar el desastre invocado por una m. (2 Reg 22,19-20); se
explicaría el carácter contagioso que bendiciones y m. tienen a veces en la
Biblia (cfr. Gen 12,1-3; 26,26-31; 1 Sam 14,24-44). Paralelamente el hecho de
que en la Biblia apenas se mencione al ejecutor de la m. ha hecho pensar a
ciertos estudiosos (entre ellos Blank) que, para los semitas, la eficacia de una
m. dependía de las palabras mismas: era como un conjuro cuyas mágicas palabras
automáticamente obtendrían el resultado apetecido (cfr. Num 21,17; los 10,12; 2
Sam 16,17).
Es cierto que la m. bíblica presenta huellas de prácticas mágico-cultuales
comunes, por lo demás, a todo el Oriente. Pero sólo huellas. Lo que de verdad
resalta en Israel es el esfuerzo por subordinar todos los poderes a su fuente
suprema, es decir, a Yahwéh. A Él hay que referir la eficacia que se atribuye a
las bendiciones y m. bíblicas (Num 22,6; Ps 109,18; Eccli 3,11). De aquí que
cuando un padre, un jefe de tribu, un profeta. un rey o un justo cualquiera
maldice, lo hace en realidad investido del poder de Dios. De aquí también que
Yahwéh pueda trasformar en bendición una m. injusta (Ps 109, 28; 2 Sam 16,12),
mientras que la m. lanzada sin motivo no surte ningún efecto (Prv 26,2).
En la historia salvífica. Los planes de Dios sobre la humanidad son planes
de salvación y de vida; por eso la historia del mundo tal como la ha intuido el
autor inspirado del Génesis se abre con una maravillosa bendición divina (Gen
1,28-30). Una bendición que tiene como contenido esencial la vida. Según esto la
m. no es un valor primordial en la religión israelita como pudo serlo en otras
religiones orientales tocadas de dualismo (v.). En la Biblia la m. es sólo el
contrapunto de la bendición, el eco invertido de la palabra divina creadora. La
bendición será siempre la palabra prevalente de Dios con respecto al hombre.
Sólo al gran instigador de la caída, al diablo (Sap 2,24; lo 8,44), alcanza una
m. sin paliativos (Gen 3,14-15). La mujer seguirá trasmitiendo la vida aunque
con dolor; la tierra seguirá siendo fecunda aun a costa de un trabajo ingrato y
duro (Gen 3,16,20); todo esto indica que la bendición original no se ha
extinguido, sino que continúa activa en el corazón de la historia esperando la
victoria final. Mientras tanto la m. va ganando batallas parciales: la muerte
(Gen 4,11), la corrupción que acarrea el diluvio (Gen 6,5-12), el orgullo que
abrirá brechas tremendas y casi insalvables entre los hombres (Gen 11,7).
Después Dios se elegirá a un pueblo para bendecir en él a todas las naciones de
la tierra (Gen 12,1-3; 28,14-15); pero las repetidas infidelidades de este
pueblo atraerán sobre él la ira de Dios (Lev 26,14-39; Dt 28,15-68) y los
profetas de Israel habrán de volver constantemente al lenguaje de la m. (Is
9,7-10,4; ler 21-23; Ez 11,1-12; Am 2,1-16; etc.). Una m., sin embargo, que
nunca será total porque Dios es emocionantemente fiel a su promesa hasta el
punto de enviar al mundo a su Hijo, su Palabra encarnada, que haciéndose
paradójicamente por nosotros pecado (2 Cor 5,21) y m. (Gal 3,13) nos reconcilia
con el Padre y nos libera de la m. del pecado y de sus consecuencias (Rom
5,10-11; Eph 2,16; Col 1,20). Con Cristo, pues, la m. queda vencida y por lo
mismo el cristiano no podrá ya emplear el vocabulario de la m. sino el del
perdón (Rom 12,14) y del amor (Mt 5,44; Lc 6,28; 1 Pet 3,9). No obstante, la m.
sigue siendo en el N. T. el contrapunto de la bendición (Mt 25,34.41), aunque ya
no como un destino fatal sino como libre elección de quienes voluntariamente se
han excluido del amor. En este sentido es preciso entender la expresión
triunfadora del profeta Zacarías (14,11) y del Apocalipsis (22,3): «No habrá ya
maldición alguna», con lo que la última página de la Biblia cierra la herida que
vio abrirse en la primera.
V. t.: ANATEMA; BENDICIÓN II; PECADO ll; MUERTE V; RETRIBUCIÓN.
BIBL.: M. TUYA, El problema bíblico de las imprecaciones y principios de solución, «La Ciencia Tomista» 78 (1951) 171-192 y 79 (1952) 3-29; B. SANTOS OLIVERA, De imprecationibus in Psalmis, «Verbum Domini» (1924) 143-148; A. LEFEVRE, Malédiction et Bénédiction, en DB (Suppl.) V, París 1957, 746-751; F. B. GERRITZEN, Maldición, en Enc. Bibl. IV,1212-1215; S. H. BLANK, The Curse, the Blasphemy, the Spell and the Oath, «Hebrew Union College Annual» XXIII, 1 (1950-51), 73-95; l. SCHARBERT, Fluchen und Segnen im A. T., «Biblica», 39 (1958) 1-26; H. C. BRICHTO, The Problem of «Curse» in the Hebrew Bible, Filadelfia 1963.
M. SALVADOR GARCÍA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991