Macedonio y Macedonianos

Macedonio. La personalidad y vida de M., como la de tantos otros obispos y jefes de sectas heréticas de los s. III y Iv, resulta enigmática. La documentación es poco precisa y sólo a base de fuentes indirectas puede trazarse su fisonomía. Nacido probablemente en Tracia en la segunda mitad del s. III, su vida se desarrolla en Constantinopla. Sumergido en los problemas y ambiente religioso de la época (V. ARRIO y ARRIANISMO; SEMIARRIANISMO), M. aparece públicamente como diácono experimentado y cargado de años a la muerte de Alejandro, obispo de Constantinopla (338-340). Durante los 23 años del pontificado de Alejandro, había predominado el partido católico. Ahora los semiarrianos se siente más fuertes y presentan su propio candidato para la sede constantinopolitana. Los católicos ponen su mirada en el joven Pablo, piadoso, ejemplar e instruido; los arrianos y semiarrianos prefieren al diácono M. por considerarlo hombre práctico, muy hábil y de piedad externa irreprochable. A duras penas y no sin grandes disturbios callejeros, los católicos consiguen la entronización de Pablo. M., en un principio totalmente opuesto al nuevo obispo, se somete más tarde y consigue la ordenación sacerdotal.
El emperador Constancio, irritado ante la elección de Pablo, hecha al parecer en su ausencia y sin tener en cuenta la oposición del partido arriano, reúne, contra todo derecho, una especie de sínodo en Constantinopla, declara indigno de la sede a Pablo y coloca en su puesto al viejo obispo de Nicomedia, Eusebio. A los dos años de gobierno moría Eusebio (ca. 342). El partido católico de Constantinopla restablece en su antigua sede a Pablo, mientras los arrianos, guiados por Teognites de Nicea, Teodoro de Heraclea y otros obispos de Panonia, consagran obispo a M. Una cruenta guerra religioso-política se desencadena en la ciudad. Se hace precisa la intervención del Emperador, quien por medio de Hermógenes, jefe del ejército, intenta arrojar a Pablo. La violencia de Hermógenes exaspera a los católicos y su táctica irreflexiva produce el amotinamiento y muerte cruel del emisario imperial. Constancio castiga la temeridad del pueblo con la reducción de trigo y la expulsión de Pablo. Sin confirmar la elección de M., permite a éste y a sus partidarios tener asambleas en su propia iglesia.
Macedonio, obispo de Constantinopla (a. 342-359). Con el apoyo de Constancio vuelve de nuevo Pablo a la sede de Constantinopla. Poco después, el prefecto Felipe, en nombre de Constancio, le expulsa de nuevo y, apoyándose en el partido arriano, le destierra. El recorrido triunfal de M. en el carro del prefecto y los excesos de los soldados, excitan los ánimos de la muchedumbre que se agolpa en las calles y alrededores de la iglesia, y su entrada en la sede patriarcal se ve nuevamente sellada con la sangre de numerosas víctimas. El ambicioso M. persigue apasionadamente a cuantos se oponen a sus planes y doctrina. Sus dos colaboradores principales: Eleusio y Maratonio, eran hombres pudientes. Convertidos en jefes de distintos hospitales y monasterios, sirven incondicionalmente a los planes de M. y consiguen de su protector las sedes de Cícico y Nicomedia.
El fanatismo religioso de M. crece de día en día. Hacia el 356 consigue del Emperador un edicto en virtud del cual los defensores de la «consustancialidad» definida en Nicea (v.) debían ser expulsados y sus iglesias destruidas. A los que no son arrianos, sean católicos o novacianos (v.), se les confiscan los bienes y se les persigue. Sozomeno (Historia eclesiást. IV,20,21) afirma que tanto en Constantinopla como en Cícico y Paflagonia hubo verdaderos mártires. El excesivo rigor de M. le hace odioso ante el pueblo y sus propios partidarios ven con malos ojos tanta crueldad. Un hecho aparentemente incidental y sin importancia le priva de la confianza y apoyo de Constancio. El a. 356, M., contra la voluntad del pueblo y sin consultar al Emperador, decide sacar de la iglesia de los Apóstoles el cuerpo de Constancio el Grande. Nuevos disturbios callejeros, numerosas víctimas, acusaciones contra el obispo y, finalmente, caída de M.
Reunidos los obispos orientales en Seleucia (a. 359), después dé mil excusas, M. participa como representante de los semiarrianos. Un año más tarde vuelven a reunirse los orientales en Constantinopla y allí, tal vez a instancias del mismo Emperador, entre otros obispos se condena y depone a M., no tanto por sus errores doctrinales, cuanto por haber recibido la comunión de manos de un diácono adúltero. También es depuesto su protegido Eleusio de Cícico y otros correligionarios.

Macedonianos. A partir de esta condena, M. aparece como cabeza principal de una secta, designada más tarde con su propio nombre: «macedonianos». Pero fueron sus colaboradores y discípulos, especialmente Maratonio de Nicomedia y Eleusio de Cícico, quienes con su dinero y poderoso influjo entre el pueblo y monjes, consolidan y extienden definitivamente la ideología e incipiente secta de M. La liberalidad y comprensión de Maratonio, unida a las costumbres intachables y casi monásticas de sus obispos y correligionarios, favorecieron su rápida difusión, especialmente en Constantinopla, Cícico, Tracia, Bitinia, Helesponto y provincias vecinas.
La figura de M. comienza a oscurecerse bien pronto y su nombre se pierde en el misterio de la historia. Su propia secta semiarriana, vitalizada ahora por Eleusio y Maratonio, adquiere un nuevo calificativo; a sus prosélitos se les designa con el nombre de «maratonianos». Más tarde, a todas estas sectas semiarrianas cuyo fondo doctrinal coincide en la negación de la «consustancialidad» (divinidad) del Espíritu Santo, se las conoce con el calificativo común de pneumatómacos (v.) o enemigos del Espíritu Santo, incluyendo en ellas tanto a los macedonianos como a los «eudomianos», «novacianos» (v.), «trópicos», etc. Algunas de estas sectas adquieren independencia y personalidad, y puede considerárselas como verdaderas corrientes teológicas, tanto por su contenido, como por su originalidad. Otras, sin embargo, no hacen más que reproducir y matizar con ligeras variantes la doctrina y expresiones comunes de los pneumatómacos.

Obras y doctrina. Una de las dificultades principales para interpretar a M. y a su secta es la carencia de escritos originales. Parece que M. y, con más seguridad, Maratonio o alguno de sus discípulos escribieron en forma de diálogo algún corto tratado sobre la Trinidad. Dídimo el Ciego en sus tratados De Trinitate (PG 39,604D,633A) y De Spiritu Sancto (PG 39,1046), hace frecuentes referencias a una obra macedoniana. Lo mismo ocurre en el Adversus Macedonianos (PG 28,1285,1291-1337), dos diálogos de origen desconocido y atribuidos especialmente a S. Ata- . nasio, en los cuales se transcriben e insertan textos incompletos de distintos diálogos macedonianos.
Los diversos concilios y sínodos en que fue condenada esta secta y, sobre todo, los escritos e impugnaciones de Dídimo, S. Atanasio, S. Basilio, S. Gregorio Nacianceno, el papa S. Dámaso I, S. Ambrosio, etc., nos permiten penetrar un poco en su ideología. Advertimos, sin embargo, que la doctrina de los macedonianos sobre la naturaleza y divinidad del Espíritu Santo es bastante confusa. Apegados excesivamente al literalismo exegético en todo lo referente a la Trinidad, creen que el Espíritu Santo no aparece en el N. T. como creador o causa primera, sino más bien como criatura primerísima, como espíritu servidor, en el cual se halla la vida en primer término. Confundiendo estas dos operaciones divinas: generación y procesión, parecen reconocer la divinidad del Hijo y su consustancialidad con el Padre, pero la rechazan en el Espíritu Santo, por considerarlo criatura supraangelical, procedente exclusivamente del Hijo y subordinado al Padre y al Hijo (V. t. TRINIDAD SANTÍSIMA; ESPÍRITU SANTO II).
Condenación. Los Conc. de Nicea (a. 325) y Ancira (a. 358) reconocen y proclaman la divinidad de las tres personas invocadas en las distintas fórmulas bautismales, sin hacer especial hincapié en lo referente al Espíritu Santo. S. Atanasio en sus cartas a Serapión de Thmuis (ca. 358) se muestra conocedor de la doctrina macedoniana, extendida ya por buena parte de Oriente (PG 26,529 ss.). Sus argumentos sobre la Trinidad y naturaleza del Espíritu Santo adquieren especial relieve en el Tomus ad Antiochenos (PG 26,800A). El Conc. de Alejandría (a. 362), completando al de Nicea, declara abiertamente que sólo pueden ser recibidos en el seno de la Iglesia católica los que rechazan que el Espíritu Santo sea una creatura. Los PP. Capadocios (v.), en particular S. Basilio y S. Gregorio Nacianceno, con gran caridad y procurando no escandalizar a cuantos se atenían al credo niceno, salen al paso de las distintas corrientes pneumatológicas (PG 32, 977; 36,137C-D,160C; 37,114). Hacia el 377, los sínodos de Iconio (Epístola Synodica: PG 39,93-98) y Antioquía (a. 379) condenan de nuevo esta herejía. El papa Dámaso I (a. 379-380) en la Confessio fidei catholica anatematiza como sacrílegos a los macedonianos: «qui de Arii stirpe venientes non perfidiam mutavere, sed nomen» (PL 13, 358-59, Anath. IV). A raíz del Conc. de Aquilea (a. 381) y a petición de Graciano, S. Ambrosio de Milán, en sus tratados De fide y De Spiritu Sancto, hace una exposición magistral del misterio de la Trinidad, demostrando contra arrianos y macedonianos que el Espíritu Santo es verdadero Dios, igual que el Padre y el Hijo (PL 16,548-851).
Al Concilio general de Constantinopla (a. 381; v.), los macedonianos envían 36 obispos, en su mayoría del Helesponto. La asamblea de obispos católicos, en número de 150, confirma solemnemente la doctrina de Nicea y ante la reserva y oposición de cuantos negaban la consustancialidad del Hijo o del Espíritu Santo, considera herejes no sólo a los arrianos, sabelianos y apolinaristas, sino también a los macedonianos, eumonianos, eudoxianos, etc., añadiendo estas palabras al Símbolo niceno: «... Et in Spiritum Sanctum, Dominum et vivif icantem, ex Patre procedentem (qui ex Patre (Filioque) procedit, qui] cum Patre et Filio adorandum fsimul adoraturj et conglorificandum...» (Denz.Sch. 150).
El 25 jul. 383, el emperador Teodosio I hace suyas las decisiones del Conc. de Constantinopla condenando públicamente las reuniones y proselitismo de macedonianos, apolinaristas, pneumatómacos, etc., por considerarlos heréticos y perniciosos para la Iglesia católica (Cod. Theod. XV1,5,11: 3 ed. Th. Mommsen, 859). Finalmente, Nestorio (PC, 67,807; v.) da a los macedonianos el último golpe de gracia. El celo apostólico del nuevo patriarca de Constantinopla (ca. 428) degeneró en abierta persecución contra las diversas sectas pneumatómicas. Cerradas definitivamente sus iglesias, los macedonianos dejan prácticamente de existir como secta religiosa.

V. t.: CONSTANTINOPLA, CONCILIOS DE, l.


A. RIESGO TERRERO.
 

BIBL.: Sobre Macedonio y los macedonianos no existe en español ninguna obra o trabajo monográfico de valor; por razón de la bibliografía es útil para consultar: J. QUASTEN, Patrología, II, Madrid 1962, 22 ss.; G. BARDY, Macedonius et les Macédoniens, en DTC 9,1464-78; H. GOETZE, Dissertatio historica de macedonianis, en Biblioth. hist. haeresiologicae, I, Hamburgo 1723, 165-199; F. LOOFS, Macedonius und die Macedonianer, en Protest. Realenzycl., t. 12, 3 ed. Leipzig 1903, 41-48; íD, Zwei macedonianische Dialogue (SAW), Berlín 1914, 526-551 ; !D, Eustathius von Sebaste, Halle 1898.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991