LUIS DE LEÓN, FRAY


l. Biografía. Ilustre poeta y escritor español del s. XVl, n. el 15 ag. (?) de 1527 en Belmonte (Cuenca), en la Mancha aragonesa. Hijo de Lope de León y de Inés Varela. Su sangre judía, por línea principalmente materna, influirá en su personalidad y en su obra (criticismo, tendencias exegéticas, amor por el detalle, capacidad de abstracción, predilección por la música...).
      En 1543, ingresa en la Orden de los agustinos. Más tarde obtiene en Salamanca su licenciatura en Teología, que enseña como lector en Soria, de donde luego es desterrado. Son los primeros choques con su Orden, que se repetirán en 1556, en Alcalá, donde estudia hebreo. En 1558, es Maestro en Teología, pero no consigue la cátedra de Biblia a que aspiraba. Hacia 1560 empieza a trabajar sobre el Cantar de los Cantares, poniendo de manifiesto sus teorías acerca del estudio de textos bíblicos, preludio de su enfrentamiento futuro con la Inquisición.
      También en esta época interviene en las discordias que agitaban la Universidad salmantina: fray Luis, de espíritu libre y sincero, resulta a veces intrigante y hasta egoísta, cayendo en los mismos defectos que condena. En su curso De Fide, insiste en sus ideas sobre la exégesis bíblica recurriendo a los textos hebreos y eliminando las versiones intermedias de los Santos Padres. Por ello, en la polémica de la Biblia de Vatablo, fray Luis y los
      profesores hebraístas se enfrentan a los escolásticos (dominicos y jerónimos) que les acusan de herejía ante la Inquisición. En 1572, fray Luis es encarcelado, más por las intrigas de aquéllos que porque el tribunal tuviese la convicción de su herejía. En 1576, sale absuelto, volviendo a la Universidad entre un entusiasmo apoteósico. Renuncia a su cátedra de Durando; pero consigue otra de Teología y su carrera universitaria será rápida y segura: gana las cátedras de Filosofía y Biblia (1578 y 1579), es nombrado Maestro de las Artes, y salva un nuevo expediente que sus detractores levantan a la Inquisición (1582).
      En 1586, después de un viaje a París, se establece en Madrid. El Consejo Real le encarga la recensión de las obras de S. Teresa. Defiende la reforma de la Santa y trabaja en la de su propia Orden. Por ello no acude a las repetidas llamadas de la Universidad, hasta que resuelve renunciar a su cátedra. Es nombrado vicario general de Castilla y luego provincial. Muere el 25 ag. 1591 en Madrigal de las Altas Torres (Ávila).
     
      2. El aspecto renacentista de fray Luis de León. Desde Italia, las características renacentistas (independencia de la razón frente a toda autoridad tradicional, individualismo, criticismo, sentido antropocéntrico, veneración de lo clásico, estudio de la naturaleza, ruptura con la tradición) se extendieron por los restantes países europeos. En unos se aceptó el renacimiento «integral», es decir, la imitación del arte, vida y costumbres de los antiguos. Otros modificaron el renacimiento en un sentido «moderado», vivificándolo con un espíritu de tradición cristiana, al que no se muestran dispuestos a renunciar. El renacimiento (v. RENACIMIENTO IV) español, tiene este carácter ecléctico del cual es figura representativa fray Luis de León.
      Producción en latín. Consta principalmente de traducciones de poetas clásicos, comentarios bíblicos, tratados teológicos (v. 5) y la versión (realizada por orden de sus superiores) de sus comentarios al Cantar de los Cantares, de 1580.
     
      3. Creación literaria en prosa castellana. Entre sus obras en castellano, la primera es el Cantar de los Cantares, traducción literal del libro de Salomón con los comentarios correspondientes a cada capítulo. «Pretendí que respondiese esa interpretación con el original no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire dellas». Con arreglo a sus ideas sobre la Biblia, no busca en el libro ninguna clase de alegoría, huye del tópico y habla puramente de amor humano: «el amor sólo el amor le habla y le entiende y le merece»; tratando este amor como símbolo del Amor entre el Alma y el Esposo.
      Al Cantar de los Cantares le sigue cronológicamente La perfecta casada, comentario del último capítulo del libro de Los Proverbios. Trata de «cuanto las Escrituras exponen del sacramento del matrimonio». Tiene como influjo más directo El jardín de las nobles doncellas, de Martín de Córdoba (s. XV), y De Institutione f eminae christianae de Vives (v.). Obra que no se limita a dar sus ideas sobre la armonía matrimonial, sino que expresa un pensamiento acerca del carácter de cada oficio del hombre en la sociedad. El orden vigente entre el cielo y la naturaleza es base de la moral y la convivencia: «el casado agrada a Dios en ser buen casado, y en ser buen religioso el fraile, y el mercader en hacer debidamente su oficio...». Aunque desarrolla el concepto de «mujer fuerte» del libro de Los Proverbios, no tiene reparos en recurrir a escritores paganos para corroborar sus afirmaciones.
      Con De los nombres de Cristo se llega a su obra más compacta e importante. Es la versión cristiana de las doctrinas de Platón (v.), centrada armónica y directamente en la figura de Cristo. Los personajes (Sabino, Marcelo y Juliano) discuten sobre los nombres que se dan a Cristo en las Escrituras, en escenarios que denotan el sentimiento de la naturaleza que palpita en el autor. La obra consta de tres libros. En el primero, encontramos los nombres de «Pimpollo, Faces de Dios, Camino, Monte, Padre del siglo futuro, Pastor». En el segundo, «Brazo de Dios, Rey de Dios, Príncipe de la Paz y Esposo», y el libro tercero contiene los de «Hijo de Dios, Amado, Jesús y Cordero». Las disquisiciones teológicas alternan con toda clase de citas clásicas y opiniones personales.
      En cuanto al estilo, viene definido por el mismo fray Luis en la dedicatoria del libro tercero «...y destos son los que dizen que no hablo en romance, porque piensan que hablar en romance es hablar como se habla en el vulgo, y no conoscen que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juyzio, ansí en lo que se dize como en la manera como se dize; y negocio que de las palabras... elige las que convienen... y las pesa y las mide... Quise escrivir en diálogo, siguiendo en ello el exemplo de los escriptores antiguos, ansí sagrados como profanos, que más grave y elocuentemente escrivieron». En esta dedicatoria, expone fray Luis de León las cualidades del estilo retórico clásico que debe seguir un escritor renacentista: orden (presente en toda su obra), claridad, belleza (la prosa artística en De los Nombres de Cristo aparece engalanada con toda clase de figuras literarias usadas por los antiguos, lo que él llama f igurae verborum, paralelismo, antítesis, quiasmo, hipérbaton...).
      Siguiendo su tendencia al clasicismo, usa de los tres estilos que había diferenciado Quintiliano (v.): llano, templado y sublime. El estilo llano, para exponer las Escrituras, de manera clara y concisa, es sencillo y sin adornos. El templado es elegante y moderado, con suaves ornatos que gustan y deleitan; es el estilo que predomina en la obra. El sublime se utiliza en los momentos de gran emoción; «el estilo sublime difiere del templado sobre todo en que no aparece tan engalanado de figuras de palabras cuanto violento por las emociones del alma. Puede recibir ciertamente todas estas figuras, pero, si no le vienen naturalmente no las busca» (De Doctrina Christiana, libro cuarto).
      También a la manera clásica, vuelve a la estructura periódica de la frase, olvidada en favor de la ecclesiastica consuetudo, «y si acaso dixeren que es novedad, yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que escriven en esta lengua poner en ella número, levantándola del decaimiento ordinario». Hallamos cuatro tipos de movimiento de la frase: el ritmo llano, de dos o tres cola; el ritmo lírico, de hasta cinco cola; el ritmo argumentario, cuando desarrolla ideas por medio de razonamientos y comparaciones aristotélicos, y el movimiento áspero de la frase, en que se abandona la estructura periódica para acudir a la ecclesiastica consuetudo de su época. De los Nombres de Cristo es una gran obra en la que se revela tanto como humanista cuanto como teólogo, mezclando los estilos: oratorio clásico, por una parte, y estilo de predicación cristiana, por otra.
      Entre sus escritos en prosa, El libro de lob recorre la mayor parte de su vida, con varias interrupciones y recaudaciones en su elaboración. Traduce directamente del hebreo, comenta en lentas paráfrasis el sentido del texto y, al final de cada capítulo, añade como glosas composiciones en tercetos. El autor se siente identificado con Job (es muy significativo que la primera parte se escribiera en la cárcel). El tema de Job le sirve para expresar su tremenda lucha interior, en la que se hacen presentes todos los interrogantes de la vida del hombre. El libro está cargado de melancolía, la cual no es otra cosa que un estado de absoluto abandono donde no hay ni esperanza, «tiniebla más tiniebla», de una melancolía rayana en el existencialismo, del que sólo se salvará con la confianza en el perdón de Dios: «¿No veis cuál de la muerte me ha librado,/y cómo ha reducido el alma mía/al viso dulce deste sol dorado?» (XXXIII).
     
      4. Producción poética. Para tratar de fray Luis como poeta, hay que tener en cuenta su personalidad ascéticomística. Fray Luis es un asceta de hecho, un asceta que actúa; pero su obra no va dirigida a dar nuevas teorías sobre el ascetismo; él lleva una vida según las normas cristianas e intenta enseñarla. Lo que no se puede negar es el misticismo que se refleja en su poesía, aunque no consiga las esferas más elevadas, como S. Juan de la Cruz. En él la unión es un deseo, no un hecho, no importa que le muevan razones intelectuales, ni que sea más platónico que teresiano: «¿Cuándo será que pueda/libre de esta prisión volar al cielo,/Felipe, y en la rueda/que huye más del suelo/contemplar la verdad pura, sin velo?» (Oda A Felipe Ruiz).
      Fray Luis dejará de dar la tradicional importancia a la palabra del español (que parece crear de nuevo el objeto al nombrarlo), en favor de otra pasión superior, que intenta sublimar todas las experiencias humanas, la nostalgia de lo eterno. Las palabras sólo serán un medio de evasión hacia el sosiego, la paz, la divinidad (cuyos símbolos son la música, el campo, el sueño, la muerte, etc.).
      De todo esto surge un poeta solitario, de lírica sosegada, a pesar de lo que significa el que en él se den cita todos los motivos que, de algún modo, conmueven la vida espiritual de la España de su tiempo. A su soledad íntima se añade el sentimiento solitario en el aspecto exterior de su obra, ya que nunca pensó en publicarla. De esta última característica se deriva el aparente desaliño y descuido de sus composiciones. Fray Luis se pasa toda su vida luchando por un ideal; aunque pertenezca «a una clase de espíritus heroicos, dice Cernuda, divididos entre un ideal inasequible y una urgente realidad» y en los que lo verdaderamente importante es la lucha.
     
      División cronológica de sus «Odas». El primero, antes de la cárcel, incluye temas objetivos, descriptivos y morales. Utiliza ejemplos clásicos y citas reelaboradas sólo como instrumento para cristianizar o afirmar sus tesis. A veces los nacionaliza, como en La profecía del Tajo. En otras trata de la pasión amorosa (Las sirenas, en donde recomienda seguir el camino de Ulises con respecto al sexo femenino: «huye, que sólo aquel que huye escapa»). En De la Magdalena no esquiva nada material, porque el cuerpo es también herido por el Amor, y transforma la pasión mundana de aquélla en amor a Dios: «...las llamas apagó del fuego ardiente/las llamas del malvado/amor con otro amor más encendido...».
      Al segundo periodo, en la cárcel, corresponde la oda Noche serena: «Cuando contemplo el cielo,/de innumerables luces adornado/y miro hacia el suelo/de noche rodeado...» Si fray Luis se vale del mundo es para elevarse a la Divinidad, es decir: del abandono de lo corporal en que está su alma encarcelada, como en «Cuándo será que pueda...»; en esta oda el medio de la contemplación divina es el cielo estrellado. Su canto de dolor se basa en la antítesis tierra-cielo y en la descripción del cielo como morada de la Divinidad. En las odas
      A todos los santos y A Santiago se encuentra también una clara potenciación a lo divino; pero no como destrucción o mitificación de lo real, sino con una sustitución miembro a miembro de todas las potencias y divinidades clásicas por otras de la teología cristiana (Orfeo por David, Júpiter por Cristo, etc.). En «A una esperanza que salió vana» y en «¿Y dejas, Pastor Santo...» vuelve a embargarle la soledad, tanto que ninguna clase de alegría puede morar en él: «Huid, contentos de mi triste pecho/¿Qué engaño os vuelve a do nunca pudisteis/tener reposo ni hacer provecho?...». La sensación de soledad abrumadora recuerda sus errores y sufre, se mezcla el daño causado con el recibido, y esto produce la violencia de su impulso hacia la fuga definitiva, eliminando toda clase de detalles idílicos, como los que aparecen en su primera oda «Qué descansada vida... ». En la oda A Juan de Grial expresa la desolada tristeza del prisionero con descripciones de base horaciana al principio, para volver luego a su oscuridad y desolación.
      Escribe en esta segunda época odas místicas (A la ascensión, A todos los santos y Noche serena) y fuera de la cárcel la oda A Salinas (Francisco Salinas, v., era profesor de música de la Univ. de Salamanca), A Felipe Ruiz y Altna, región luciente... Las odas místicas surgen en él uniendo a su técnica clásica, la angustia existencial y la voluntad de salvación. La oda A la Virgen está escrita en los momentos más amargos de su vida; la justicia, le ha fallado, el amor y la amistad se han quedado a la otra parte de las rejas. Sólo le queda la esperanza en la Virgen: «Atiende a mi bajeza/mira mi abatimiento, de mi pena/contempla la graveza/con mano de amor llena/rompe de mis pecados la cadena». La misma relación entre el hombre abandonado que implora, y el ser trascendente se encuentra en la oda A la Ascensión del Señor. El poeta representa como real el recuerdo evangélico de la Ascensión, y teme que con la marcha de Cristo la tierra se quede sumisa en un caos inarmónico y terrible.
      La tercera etapa, después de la cárcel, muestra su evolución a la oda moral. Ya en la primera etapa, en su «En vano el mar fatiga...» (A Felipe Ruiz), trata de la avaricia. De ésta, enteramente horaciana, pasa, en la época de cárcel, a «Aunque en ricos montones...» contra un juez avaro, donde los materiales horacianos se unen al grito solitario del poeta encarcelado. Cuando se ve en libertad, el poeta, en «Qué vale cuanto ve...?», a pesar de que empieza con la avaricia, aísla la figura del tirano. De aquí se desencadenan las antítesis de tiranía y libertad, prisión y cielo. También en esta época vuelve al tema de la soledad: «Oh, ya seguro puerto...», que debe ser muy poco posterior a la liberación. El tema heroicomoral aparece en la oda A Portocarrero («No siempre es poderosa...») en la que el inocente resulta vencedor.
      En resumen: Fray Luis de León es, además de político, orador, moralista, teólogo y filósofo, un gran poeta. En él se funden armoniosamente las corrientes cristiana, judaica, y pagana que predominan en su tiempo. Es tanto su amor por la cultura hebraica que en las versiones bíblicas, sus laudes parecen obra de un poeta judío. Su espíritu rebelde y a la vez conservador y restaurador de la tradición, da nueva vida a la lengua castellana, y a partir de él se multiplican las variaciones de la lírica española.
     
     

BIBL.: F. L. DE LEÓN, Obras, B.A.E. XXXVII, Madrid 1934; K. VOSSLER, La poesía de la soledad en Espalia, Buenos Aires 1946; íD, Fray Luis de León, Madrid 1960, S. MUÑOZ IGLESIAS, Fray Luis de León, teólogo, Madrid 1950; L. CERNUDA, Tres poetas clásicos, en Poesía y Literatura, Barcelona-México 1960; A. Gur, El pensamiento filosófico de fray Luis de León, Madrid 1960;

 

JENARO TALÉNS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991