LUCAS EVANGELISTA, SAN I. NOTICIAS BIOGRÁFICAS.


El nombre de Lucas, autor del tercer Evangelio (= Lc) y del libro de los Hechos de los Apóstoles (=Act), puede ser contracción de Lucano, y en efecto algunos códices de la versión bíblica llamada Vetus Latina y S. Cipriano lo llaman así (C. H. Turner, Prolegomena to the Testimonia of St. Cyprian, «Journal of Theological Studies» 6, 1905, 246-270; G. Mercati, Lucas or Lucanos, ib. 6, 1905, 435). De la terminación contracta del nombre no se deduce con evidencia, como han supuesto algunos, su condición de liberto. También se usaba Lucas en lugar de Lucius (en el Templo de Men en Antioquía de Pisidia se han encontrado inscripciones votivas con ambos nombres; (cfr. W. M. Ramsay, The name of Luke, «The Exposition» VIII-4, 1912, 502-507, y The bearing of recent discovery on the trustworthiness of the N. T., Londres 1920, 370-384), y por ello algunos, aunque infundadamente, identifican a nuestro evangelista con Lucio de Cirene, mencionado en el libro de los Hechos (13,1; así S. Efrén en su comentario a Hechos 13,1 y más recientemente R. C. Ford, St. Luke and Lucius of Cyrene, «The Expository Times» 32, 1920 ss., 219 ss.), o con el Lucio cuyos saludos envía S. Pablo en su Carta a los Romanos (16,21) añadiendo que era pariente suyo (A. Diessmann, Lucius-Lukas, en Festgabe A. Harnack dargebracht, Tubinga 1912, 117-120; le refuta M. Meinertz en «Theologische Revue» 23, Münster 1924, 439).
      Los testimonios de la antigüedad (Prólogo antiguo, Prólogo monarquiano, Eusebio, S. Jerónimo) lo consideran originario de Antioquía de Siria, y hacen poco probables las opiniones que lo tienen por filipense (E. Renan, Saint Paul, París 1809, 130-134) o antioqueno de Pisidia (W. T. Whitley en «The Expository Times» 21, 1909 ss., 164-166). Era de familia gentil, según se desprende de la mención de S. Pablo en su Epístola a los Colosenses (4,14) que lo contrapone a los «que provienen de la circuncisión». Debió de convertirse muy pronto al cristianismo. Si se admite como auténtica la variante de los códices D y W en Hechos 11,28 («Y estando nosotros congregados»), variante que recoge S. Agustín y que en todo caso es muy digna de tenerse en cuenta por su antigüedad, resultaría que L. era miembro de la comunidad cristiana de Antioquía cuando el año 42 se presentó allí Agabo profetizando el hambre que había de suceder en Palestina.
      Apoyándose sin duda en el mencionado texto de Col 4,14, ya el Canon de Muratori (v.) -y con él la tradición unánime- hace de S. Lucas un médico. Algunos autores han creído poder demostrar, por el vocabulario médico que emplea en el tercer Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, la gran cultura médica de Lucas. Así A. Harnack (Lukas der Artz, Leipzig 1906) y sobre todo W. K. Hobart (The medical language of St. Luke, Dublín 1882) que llega a descubrir en dichos escritos cerca de 400 palabras técnicas de medicina. Otros, en cambio, como H. J. Cadbury (The style and literary method of Luke, Cambridge 1919), consideran que el vocabulario lucano en la materia no supone mayores conocimientos médicos que los comunes a los escritores cultos de su época, como Josefo, Plutarco o Luciano de Samosata. Entre las precisiones tecnológicas médicas de L. se suelen citar: Lc 4,35.38; 5,18.31; 7,10; 8,44; 13,11; 21,34; Act 3,7; 5,5.10; 9,18.40; etc. Generalmente, sin embargo, se considera médicamente superior a la descripción del epiléptico en Mc 9,26. Y por el procedimiento del vocabulario técnico se podría deducir que el autor de Hechos cap. 27 y 28 era marino de profesión. Sea de ello lo que fuere, la condición médica de L. forma parte de la más antigua tradición sobre la persona del evangelista, y nos parece cierta.
      No se puede decir lo mismo de la tradición, mucho más tardía, que lo hace pintor. La primera noticia sobre el particular es de Teodoro, lector de la Iglesia de Constantinopla, el cual en el s. VIrefiere que la emperatriz Eudoxia le regaló a Pulqueria un cuadro de la Virgen pintado por Lucas evangelista en Jerusalén (PG 86,156). El cuadro en cuestión, que se conserva en Santa María la Mayor de Roma y se venera bajo el título de Salus populi romani, es claramente de época bizantina. Por lo demás, S. Agustín aseguraba que en su tiempo no se conocía la cara de la Virgen. De todas formas es evidente que si L. no pintó el rostro exterior de la Señora, en su relato sobre la infancia de Jesús nos dejó el mejor retrato del interior del alma de la Virgen.
      S. Lucas no conoció al Señor personalmente. Así lo afirma expresamente el Canon de Muratori a mediados del s. II, y lo da a entender el propio evangelista cuando en el prólogo de su Evangelio se contrapone a los testigos oculares (Lc 1,2). En consecuencia, deben considerarse desprovistas de fundamento histórico la opinión de S. Epifanio (Haeres, 20,4 y 51,11: PG 41,280.908), que lo hace uno de los 72 discípulos basándose en que sólo él refiere este episodio (Lc 10,1-24), y la de S. Gregorio, que sospecha fuera uno de los discípulos de Emaús por la viveza con que relata esta aparición (Lc 24,13-35) y por el hecho de que sólo da el nombre de uno de ellos (Expositio in Job, prefacio: PL 75,517).
      Fue compañero de viajes de S. Pablo. Esta noticia unánime de la tradición antigua se ve confirmada por el libro de los- Hechos de los Apóstoles (1 Act), cuyo autor es evidentemente el mismo que el del tercer Evangelio (= Lc). Aparte de la nota personal antes mencionada (Act II,28), hay tres secciones del libro (las comúnmente llamadas Secciones Nosotros) en las que el autor habla en primera persona de plural indicando que él mismo era uno de los viajeros. Así, en el segundo viaje apostólico (Act 16,10-17), a raíz de una visión que S. Pablo tiene en Troas, se narra, en primera persona, el viaje desde esta ciudad a Filipos, donde L. debió de quedarse, porque a partir de aquí la narración sigue en tercera persona. Y, en efecto, a la vuelta del tercer viaje, mientras Pablo y varios de sus compañeros (Act 20,4) hacen por tierra el viaje desde Filipos otra vez a Troas, el autor vuelve a narrar en primera persona de plural su viaje por mar para reunirse con S. Pablo en esta última ciudad. Cuenta, pues, el viaje por mar hasta Asson, donde Pablo, que había continuado por tierra, se les une y juntos siguen a Mitilene, Samos, Mileto, Coum, Rodas, Patara,
      Tiro, Tolemaida, Cesarea, Jerusalén (Act 20, 5-21,18). Aunque a partir de aquí deja de hablar en primera persona, parece que L. permaneció en Jerusalén durante la cautividad de S. Pablo en Cesarea, porque cuando éste, cautivo, embarca rumbo a Roma, el relato prosigue en primera persona (Act 27,1-28,16), describiendo el viaje por mar hasta la Capital del Imperio (v. t. PABLO APÓSTOL, SAN; HECHOS DE LOS APÓSTOLES).
      Las dos menciones explícitas que S. Pablo hace de él en sus Cartas (Col 4,14; 2 Tim 4,11) muestran que L. lo acompañó durante sus dos cautividades en Roma. Otra alusión en la pluma de Pablo, probable para algunos, se encontraría en 2 Cor 8,18; el Apóstol anuncia el envío a Corinto de un «hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las iglesias» y que acompañará a Tito. Aunque se trate de L., no parece probable que se refiera al Evangelio escrito, sino a la predicación oral.
      Fuera de estos datos, muy poco más sabemos con certeza sobre la vida de S. Lucas. El famoso prólogo antimarcionita, que algunos autores (De Bruyne, Harnack) consideran del s. II y otros (Gutwenger) del s. IV, refiere algunas curiosas noticias que, por lo menos, tienen a su favor una venerable antigüedad: «Lucas, antioqueno de Siria, de profesión médico, fue discípulo de los Apóstoles; más tarde siguió a S. Pablo hasta el martirio de éste. Sirvió al Señor sin falta, no tuvo mujer ni engendró hijos; murió en Beocia lleno del Espíritu Santo a la edad de ochenta años. Habiendo ya sido escritos los evangelios de Mateo en Judea y de Marcos en Italia, por inspiración del Espíritu Santo escribió este Evangelio en la región de Acaya. Él explicaba al principio de su evangelio que otros habían sido escritos antes del suyo, pero que le había parecido necesario exponer a la atención de los fieles de origen griego un relato completo y cuidado de los acontecimientos...».
      Sobre la vida de L. después de la muerte de S. Pablo los testimonios antiguos no son unánimes. S. Epifanio dice que evangelizó Italia, las Galias, Dalmacia y Macedonia. Simón Metafraste añade que estuvo en el Egipto superior. Sólo una tradición tardía dice que murió mártir (S. Gregorio Nacianceno en el s. IV y S. Paulino de Nola en el v). El Martirologio Romano se limita a decir que «habiendo padecido mucho por el nombre de Cristo, murió lleno del Espíritu Santo». Y añade que «sus huesos fueron después trasladados a Constantinopla, y de allí a Padua».
     
     

BIBL.: La citada en el texto, y la indicada en II al final.

 

S. MUÑOZ IGLESIAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991