LITURGIA II. LITURGISTAS.
l. Época patrística. 2. Época carolingia. 3. Del siglo XI al Concilio de Trento.
4. Desde el Concilio de Trento hasta Dom Guéranger. 5. Siglos XIX y XX.
En sentido general se entiende por liturgistas todos aquellos que en
cierto modo han escrito o tratado de la L. bajo diversos aspectos: elaboración o
transcripción de textos litúrgicos, exposición doctrinal de la L. en general o
de alguna de sus partes, etc. En otro sentido, parecido, el nombre de liturgista
se da más recientemente a cuantos han intervenido con cierta eficacia y relieve
en el movimiento litúrgico (v.) iniciado por Dom Guéranger (v.) a mediados del
s. XIX. Aquí trataremos de los liturgistas en ambos sentidos.
l. Época patrística. Aparte del N. T., la primera obra con indicaciones
litúrgicas que conocemos es anónima, es la llamada Didajé (v.) o Doctrina de los
Doce Apóstoles, con datos muy interesantes en orden al Bautismo y Eucaristía.
Sigue S. Clemente Romano (v.), que en su Carta a los Corintios describe una
celebración del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo habla de los oficios de
los obispos y diáconos. En las Epístolas de S. Ignacio de Antioquía (v.) se
encuentran también elementos valiosos en orden a la celebración eucarística, al
Bautismo y a los oficios de los ministros sagrados. Los mismos paganos y judíos
dan no pocas noticias del culto cristiano en los primerso siglos, p. ej., Plinio
(v.), en su Carta al emperador Trajano como prefecto de Bitinia; Celso (cfr.
Orígenes, Cont. Celsum; v.); Flavio Josefo.
A mediados del s. II las noticias sobre el culto litúrgico son más
frecuentes y ricas. Tienen gran valor las descripciones que hace S. Justino (v.)
sobre el Bautismo y la Eucaristía. El Martyrium S. Polycarpi da noticias sobre
el culto en general y sobre las reliquias de los mártires (v.). S. Ireneo (v.)
da la primera estructuración del Símbolo, del Bautismo, de la Eucaristía, del
sacerdocio, de la significación de la Pascua.
Tertuliano (v.) da muchas noticias sobre el culto litúrgico en varias de
sus obras, especialmente del Bautismo y de la preparación al mismo, de la
Confirmación, de la Eucaristía, del culto de los santos, de los difuntos y de
los lugares sagrados. De todo esto habla también S. Cipriano (v.), que de modo
especial es interesante desde el punto de vista del latín cristiano, por las
muchas expresiones litúrgicas que aparecen en sus escritos. Clemente de
Alejandría (v.) testimonia datos de alguna importancia sobre el culto litúrgico
en sus obras Pedagogus y Stromata. Lo mismo que Orígenes, su sucesor en la
Escuela de Alejandría (v.), que en realidad hace alusión a todas las cuestiones
litúrgicas, sin llegar a escribir un tratado expresamente dedicado a ellas; por
eso es necesario acudir a los índices de sus obras, especialmente en PG. San
Dionisio de Alejandría (v.) escribió sobre el ayuno pascual, la intercesión de
los mártires y el Bautismo de los herejes (cfr. PG 10,1272). S. Gregorio
Taumaturgo (v.) da algunos datos sobre el culto de los ángeles custodios y sobre
la Penitencia (cfr. PG 10,963-1232). Encontramos datos interesantes también en
los Apócrifos del N. T. (v.), Actas de los Mártires (v.), en las inscripciones
cristianas, en las pinturas de las catacumbas, etc.
Una obra sumamente importante para la L. de la Antigüedad cristiana es la
Traditio Apostolica, atribuida con ciertas reservas a S. Hipólito Romano (v.).
Lo mismo hay que decir de la Didascalia (v.), Constituciones Apostólicas (v.),
Cánones de Hipólito, etc. Eusebio de Cesarea (v.) ha recogido, en su Historia
Eclesiástica y en otras de sus obras, muchas descripciones de las celebraciones
litúrgicas y algunos formularios de los cuatro primeros siglos de la Iglesia.
Ofrecen no poco interés desde el punto de vista litúrgico los autores
siguientes: Paladio (cfr. Historia Lausiaca: PL 73,1091-1218), Juan Mosco (cfr.
Pratum spirituale: PC, 87,2851-3112), Las Reglas de S. Pacomio (v.) y las de S.
Basilio (v.). También se describen ritos litúrgicos en las Hagiografías de los
monjes antiguos, como en la de S. Antonio Abad por S. Atanasio (PG 26,835-976) y
S. Pacomio (PL 73,227-282).
Aportan datos de no escaso valor los autores siguientes: S. Atanasio (v.;
PG 25-28), S. Efrén (v.; cfr. Th. J. Lamy, S. Ephraem Syri hymni et sermones, 4
vol., Malinas 18821902) y S. Juan Crisóstomo (v.; PG 47-64). En lugar destacado
hay que colocar las descripciones de los ritos litúrgicos que se encuentran en
la Peregrinación de Eteria (v.), en la Catequesis de S. Cirilo de Jerusalén
(v.), en las obras de S. Ambrosio (v.), de modo especial en De Mysteriis y De
Sacramentis (PL 16; o la ed. crítica de B. Botte en Sources Chrétiennes, 25).
San Agustín (v.) trata expresamente del Bautismo, preparación al mismo,
funerales, fiestas litúrgicas, la Misa, los demás sacramentos, la dedicación de
las Iglesias, la consagración de las vírgenes y de los textos litúrgicos (para
una investigación más detallada puede acudirse a los índices de sus obras en PL
32-47).
Como autores de himnos litúrgicos (v.) puede citarse al mismo S. Ambrosio,
a S. Hilario de Poitiers (v.; cfr. V. Buzna, De hymnis S. Hilari Pictaviensis,
Kalocsa 1911), Prudencio (v.; cfr. PL 59-60), C. Sedulo (PL 19, CSEL 10),
Nicetas de Remesiana («Revue Bénédictine»,1907, 180-223), S. Paulino de Nola
(v.; PL 61) y Venancio Fortunato (v.; PL 88).
Entre los Papas de esta época, fuera de lo que dice el Liber Pontificalis,
que es una fuente muy dudosa hasta el s. V-VI, podemos destacar a Inocencio I
que escribió sobre la validez del Bautismo de los herejes (Epist. 2), sobre el
rito de la reconciliación (Epist. 6), la Confirmación por sólo el obispo y de la
Unción por cualquier fiel (Epist. 25); pero su aportación más importante se
encuentra en la Carta a Decencio obispo de Gubbio (PL 20,463 ss.); y a S. León
Magno (v.) que tanto en sus Cartas como en sus Homilías da un gran número de
datos acerca de la historia y doctrina de las celebraciones litúrgicas. De este
Papa puede afirmarse con todo fundamento que es un teólogo de la Liturgia; a él
estudió O. Casel (v.) para la elaboración de su doctrina sobre la
reactualización de los Misterios de Cristo en el culto litúrgico (cfr. PL 54-56;
Epistolae, ed. C. de Silva-Tarouca, Roma 1936; S. Taliga, Opera S. Leonis Magni
quid contineant de sacra liturgia, Dissertatio Anselmiana Ms., Roma 1943; M.
Garrido, San León Magno, Homilías sobre el año litúrgico, Madrid 1969, con
selecta bibl.). (En cuanto a las relaciones de S. León Magno con el
Sacramentarlo que durante mucho tiempo ha llevado su nombre y hoy se conoce con
el nombre de Sacramentarium Veronense, v. LIBROS LITÚRGICOS).
Al papa S. Gelasio I (v.) se le atribuyen varias composiciones litúrgicas,
entre ellas la Deprecatio Gelasii, aunque el Sacramentarlo conocido con el
sobrenombre de Gelasiano no es posible atribuírselo. San Gregorio Magno (v.) da
muchas noticias acerca de las celebraciones litúrgicas, incluso en algunos de
sus escritos prescribe el modo en que se ha de realizar el culto sagrado;
reorganizó el de Roma, sobre todo en lo referente al canto litúrgico; tampoco se
le puede atribuir el Sacramentarlo llamado Gregoriano. Aquí hay que insertar la
Carta a Senario de Juan diácono, pues, según parece, éste fue más tarde papa con
el nombre de Juan I; la Carta es de gran importancia para la historia de los
ritos del Bautismo (cfr. PL 59,399-408).
Entre los liturgistas de esta época hay que incluir a S. Julián de Toledo
(v.), S. Isidoro de Sevilla (v.), S. Ildefonso (v.), S. Eugenio de Toledo (v.) y
el mismo S. Leandro (v.). Aunque de época posterior podemos insertar aquí dos
obras clásicas de la L. hispana: Liber Ordinum y Liber Sacramentorum (ed. por
Dom M. Férotin; v. HISPANO, RITO), pues algunos de sus textos litúrgicos son de
esta época e incluso más antiguos.
Con respecto al rito galicano (v.) es importante la obra Expositio brevis
antiquae liturgiae gallicanae que se atribuía a S. Germán de París (m. 576),
pero que en realidad hay que colocarla a fines del s. VII. Con respecto a esta
liturgia hay que tener presente a Musaeus (s. v), los Formularios publicados en
1850 por Mone, el Misal de Bobbio, el Missale gothicum, el Missale gallicanum
Vetus (publicados por Dom. K. Mohlberg en Roma) y el Leccionario de Luxeuil.
Entre los orientales, además de los ya dichos, hay que incluir el
Eucologio de Serapión de Thmuis (m. 362), el fragmento del papiro de Crum con
una anáfora eucarística, las Homilías de Narsai sobre la liturgia de las
iglesias siro-caldaicas y las obras del Pseudo-Dionisio (v.), sobre todo De
Ecclesiastica hierarchia, interesante desde el punto de vista místico y
simbólico de la Liturgia.
Como resumen de esta época podemos decir que hay elementos de grandísimo
valor litúrgico, aunque muy dispersos, como es natural; no llega a realizarse
una obra de síntesis. Son los comienzos del cristianismo, en los que se van
plasmando en la vida de los cristianos y en las fórmulas y ritos litúrgicos las
verdades y misterios revelados en Cristo. El aspecto creador de textos y de
ritos es característico de este periodo, de ahí su importancia y la riqueza de
sus formularios litúrgicos; su importancia es tal en la vida de la Iglesia que
aún siguen existiendo, como es lógico, en la celebración de la Liturgia.
2. Época carolingia. Su característica es la uniformidad de los ritos y
textos litúrgicos, pero con cierta flexibilidad, sobre todo en Occidente. El
comercio entre Roma y el mundo franco-germánico fue ocasión para que se
fusionasen los sacramentarlos romanos con las liturgias o ritos, conocidas con
el nombre de galicanas que dio origen a una gran variedad de formas litúrgicas
romanas (v. ROMANO, RITO). El rey Pipino estableció hacia el a. 750 que los
ritos litúrgicos en todo su dominio se acomodasen al modo de celebrarlos de
Roma, no por razones políticas, sino principalmente por motivos religiosos; la
obra era ardua y no pudo lograrla. Fue su hijo Carlomagno el que, con ayuda del
monje Alcuino (v.), puso en marcha esta empresa de honda repercusión en toda la
Iglesia Occidental; para ello, el papa Adriano le envió el Sacramentarlo
Gregoriano. No se logró una unificación completa, por eso se dice que fue una
«romanización a la francesa». Más tarde la misma Roma procuró esa uniformidad en
la L., buscando expresar la unidad y universalidad de la Iglesia, siempre con
cierta flexibilidad; la plena uniformidad se logró en el s. xi, cuando el papa
Gregorio VII (v.) prescribió que el rito hispano se cambiase por el romano, lo
cual se hizo por vez primera en el Monasterio de S. Juan de la Peña. Esta época
es sumamente rica en obras sobre la L. y en textos litúrgicos.
Destacó Alcuino (m. 804; v.), maestro en la escuela palatina de
Carlomagno, que redactó el Misal Romano y promovió la restauración de la
Liturgia. Aunque nacido en Inglaterra y formado en la escuela de Egberto de York,
contribuyó al esplendor cultural y litúrgico de los carolingios. Compiló un
leccionario, un homiliario, revisó el sacramentarlo Gregoriano, combinándolo con
elementos gelasianos y galicanos; compuso el Liber Sacramentorum, que es como un
misal semanal que inserta Misas votivas o comunes para cada una de las ferias.
Visitó España cuando la contienda adopcionista (v.) de Elipando, y utilizó para
su obra litúrgica los textos mozarábigos (cfr. E. DUEMMLER, Monumenta Alcuiniana,
Berlín 1873: PL 101; más tarde l. DESHUSSES, en Le Sacramentarle Grégorien,
Friburgo t. 1 1971, mostró que gran parte de la obra litúrgica de Alcuino debe
atribuirse a San Benito de Aniano).
Otros nombres destacados son: Amalario de Metz (v.); Rabano Mauro
(786-850; v.), discípulo de Alcuino y autor de varias obras de carácter
litúrgico: De institutione clericorum libri tres (PL 107,293), en la que
describe los oficios litúrgicos, aunque no siempre con exactitud histórica, sin
embargo, es importante para conocer la L. de su época; De sacris ordinibus et
vestibus sacerdotalibus es una ampliación del libro primero de la obra anterior.
Agobardo nació en España hacia el 719, se educó en Lyon junto al arzobispo
Leidrado al que sucedió en la sede (814); fue el gran opositor de la
interpretación alegórica de Amalario. Escribió el Liber de divina Psalmodia (PL
104,325) que es más bien una introducción al Liber de correctione antiphonarii
(PL 104,329) y Contra libros quatuor Amalarii (PL 104,339). Polemista por
naturaleza, hombre de elevada inteligencia y alma ardiente y áspera, es uno de
los personajes más interesantes del s. IX.
Floro Depranio, nacido en Borgoña (según otros en España), fue diácono de
la Iglesia de Lyon, murió hacia el a. 860; fue también un adversario de la
teoría de Amalario; escribió De actione Missarum (PL 119,15 ss.) en la que sólo
admite la interpretación de los Santos Padres; es interesante también su
Martirologio (v.). Walfrido Estrabón (808-849) monje de Reichenau, alumno y
sucesor de Rabano Mauro en la Escuela de Fulda, y abad de Reichenau; entre otras
obras suyas merecen citarse De exordiis et incrementas quarundam in
observationibus ecclesiasticis rerum (PL 114,919), no tanto por su valor
crítico-histórico, sino por su aspecto moral y espiritual.
Con respecto al rito hispano (v.) hay que añadir: el Missale omnium of
ferentium (PL 75,530-569); el Antif onario de León (ed. por los PP. Benedictinos
de Silos, 1928; una nueva transcripción del mismo por L. Brou y J. Vives, Madrid
1959); Oracional visigótico (publicado por J. Vives, Barcelona 1946); Liber
Comicus (D. Morin, Maredsous 1893; Pérez de Urbel-Zorrilla, Madrid 1950; Anscari
Mundó, Card. I. Schuster in memoriam, «Liturgica», 1, Montserrat 1957);
Psalterium mozarabicum (P. Gilson, The mozarabic Psalter, Londres 1905); el
Himnario mozárabe (Drevés-Blume, «Analecta hymnica Medii aevi», Leipzig; J.
Pérez de Urbel, Orígenes de los himnos mozárabes, 1932).
La liturgia celta está representada por el Anti f onario de Bangor (cfr.
Muratorin, «Anecd. Ambrosiana», Padua 1713, vol. 4, 119: PL 72,579) y algo por
el Misal Stoive (v. CELTAS ni, final). Al final de este periodo comienzan a
aparecer los Ordines Romani o libros con indicación de las ceremonias que deben
observarse en las funciones litúrgicas (V. LIBROS LITÚRGICOS).
3. Del s. XI al Concilio de Trento. Al mismo tiempo que la L. se romaniza
en Occidente, se insertan en la misma usos y costumbres locales que a su vez
influyen en la L. de Roma. Se crea en este periodo una gran variedad de himnos,
dramas litúrgicos, tropos, fiestas locales y ceremonias: el espíritu medieval
traducido en ritos.
Como representantes de la literatura litúrgica de este periodo pueden
citarse: Odón de Cambrai (m. 1113) con su Expositio in canonem Missae (PL
160,1053); Ivo de Chartres (m. 1117) con su obra De ecclesiasticis sacramentis
(PL 162,505). Anterior a éstos es Bernoldo de Constanza (1050-1100), monje de la
Abadía de San Blas, al que se debe atribuir según ha demostrado Morin, el
Micrologus de ecclesiasticis observationibus (PL 151). Se trata de una obra
seriamente documentada y de gran interés para la L. de aquella época: en los
primeros 21 capítulos se describe con mucha exactitud la Misa romana de
entonces; los siguientes están dedicados a las otras partes de la Liturgia.
Bernoldo, a diferencia de otros liturgistas de su tiempo, cuida mucho de la
crítica histórica.
Otros liturgistas de esta época son: Bruno de Sermi (m. 1123) que escribió
De sacramentas Ecclesiae mysteriis atque ecclesiasticis ritibus (PL 165,1089);
Ruperto de Deutz (m. 1135) cuyo tratado De divino of ficio (PL 170,9); es, según
Dom Cabrol una compilación sin originalidad; Hugo de San Víctor con su obra De
sacramentis (PL 171, 41); Honorio de Autún (m. 1145) que trata algunos puntos
del culto litúrgico en su Gemma animae quatuor libros (PL 172,541); y Juan
Deletch (m. 1165) con su Rationale divinorum Officiorum (PL 202,9). También han
de enumerarse el Decretum Gratiani, las Decretales de Gregorio IX (v.) las Sumas
de los escolásticos del s. XIII, el Tractatus de praeparatione ad Missam de S.
Buenaventura (v.), y la obra de S. Alberto Magno (v.) Opus de mysterio
Missae, que es lo mejor sobre el tema que se secribió en este periodo.
Tuvieron gran repercusión: Sicardo de Cremona (m. 1215), obispo de esta
ciudad (1185), que compuso un tratado, en nueve libros, de los oficios
eclesiásticos titulado Mitrale (PL 213,14), por razón de considerar la mitra
como símbolo de la Iglesia; en él expone las diversas partes de la L. con un
criterio alegórico y moralizante. Inocencio III (v.), elegido Papa en 1198, que
presidió en 1215 el IV Conc. de Letrán, y es considerado como uno de los Papas
más grandes de la historia de la Iglesia; su tratado De Sacrificio missae (PL
217,763) es una de las obras más importantes de la literatura litúrgica del
Medievo. Durando de Mende (1230-96), deán de Chartres y obispo de Mende (1285),
dejó toda una enciclopedia litúrgica en su Rationale divinorum of f iciorum (Bibl.
Patr. Lugd. XXV,378; se han hecho muchas ediciones de esta obra, una de las más
recientes es la de Nápoles, 1839); a él se debe una redacción del Pontifical.
En los s. XIV-XV decae la literatura litúrgica. Lo mejor de estos siglos
es la Expositio Missae de Dionisio Cartujano (v.), la Litteralis mystica canoros
expositio de Gabriel Biel, de Espira, y las dos obras de Randulfo de Rivo, De
canonum observantia y Tractatus de psalterio observando (Bibl. Patr. Lugd.
XXV1,289), en las que su autor defiende las antiguas tradiciones romanas contra
las novedades introducidas en su tiempo.
4. Desde el Concilio de Trento hasta Dom Guéranger. La L. romana queda
plenamente estabecida en toda la Iglesa latina, salvo algunos centros
determinados en los que perviven ritos antiguos, como el ambrosiano, el hispano
o mozárabe, etc. Esta uniformidad se hizo a petición de los concilios
provinciales y sínodos diocesanos que desde el s. XIV pedían a Roma que
uniformase toda la L. para evitar los abusos que se cometían en la celebración
del culto. La rebelión protestante iniciada por Lutero (v.) incitó a los
escritores católicos a investigar seriamente en lo referente al culto litúrgico.
La producción literaria de este periodo es sumamente rica, y como en ella
abundan los rubricistas (para ellos, V. RÚBRICAS II) restringimos nuestro elenco
a algunos nombres más destacados: G. Gassander (m. 1566) de Pitthem (Bélgica),
aunque laico se dedicó a los estudios teológicos; trabajó mucho para conciliar a
católicos y protestantes, aunque con un excesivo irenismo; la edición incompleta
de sus obras (París 1616) fue puesta en el índice. Lo mejor que escribió se
encuentra en Liturgica... (1658), siendo uno de los primeros que utilizaron la
palabra Liturgia para designar lo referente al culto oficial de la Iglesia; no
obstante sus imperfecciones, es uno de los pocos liturgistas originales del s.
XVI. Pamelius (Jacques de Joigny de Paméle, n. 1536, Brujas), arcediano de
Fiandre y elegido obispo de Sant'Omer (1587), pero murió antes de que su
elección fuese confirmada. Es uno de los liturgistas del s. xvi que dio a
conocer mayor número de documentos inéditos, siendo un verdadero precursor en
este campo, no obstante las deficiencias de su método; editó el Micrologus (Anversa
1565) y en Liturgia Latinorum incluyó muchos textos litúrgicos romanos,
ambrosianos y mozarábicos.
En otro sentido fue gran impulsor de los estudios litúrgicos el parisino
Jacques Goar (1601-53), profesor y misionero; su obra más importante fue la
edición del Euchologioum o Rituale Graecorum (París 1647). En el mismo plano
puede colocarse a León Altatius o Allacci (1586-1669) prefecto de la Bibl.
Vaticana (1661); dio gran importancia a la L. griega, sobre todo con la
publicación de su obra Del perpetuo accordo tra la Chiesa d'Occidente e quella
d'Oriente (1648).
Más que los dos anteriores merece un lugar destacado E. Renaudot (v.).
Sigue en la misma línea el veneciano Ángel Quirino (m. 1755), profeso en el
monasterio benedictino de Florencia (1696), arzobispo de Corfú (1723), cardenal
(1726), obispo de Brescia (1727), prefecto de la Bibl. Vaticana y luego de la
Congr. del índice (1740); sus obras principales son Orthodoxa veteris Graeciae
officia y Enchiridion Graecorum (Benevento 1721); es también interesante su
Officium quadragesimale recognitum et castigatum (Roma 1721). Con gran acierto
trataron de la L. oriental los Assemani, familia maronita que dio a la Iglesia
católica varios eruditos famosos; sobre todo José Simón (1687-1768), prefecto de
la Bibl. Vaticana y arzobispo titular de Tiro; su obra principal fue Kalendaria
Ecclesiae universae (Roma 1755), proyectada en 12 vol. de los que sólo se
publicaron seis. José Luis Assemani, sobrino del anterior (1710-82), profesor de
siriaco en la Sapienza y de L. en la Acad. Pontificia, publicó el Codex
liturgicus Ecclesiae universae (Roma 1746-66) que dejó incompleto, pues sólo se
publicaron 13 vol. de los 15 anunciados.
En la edición de libros litúrgicos antiguos, que es una de las
características propias de esta época, merecen ser citados: Hugo Menarde
(1585-1644), editor del Sacramentario Gregoriano (París 1642), según el ms. de
Corbie del s. IX que enriqueció con notas preciosas. También hay que citar a Dom
J. Mabillon (v.) y Dom E. Marténe (v.). El veronés Francisco Bianchini
(1684-1729), bibliotecario del cardenal Ottoboni (más tarde Alejandro VIII),
ordenado diácono (1699), por modestia no quiso acceder al presbiterado; Clemente
XI lo hizo prelado y secretario de la Comisión para la reforma del Calendario.
Además de sus trabajos sobre el calendario como Soluzione del problema pasquale
(Roma 1703), publicó el Liber Pontificalis con el título Vitae Romanorum
Pontificum (Roma 1718-28). José Bianchini (1704-64), sobrino del anterior,
canónigo y bibliotecario capitular de Verona, su ciudad natal (1725), ingresó en
el Oratorio de S. Felipe Neri (1732) y se le encargó que continuase los Annales
de Baronio (v.). Completó la obra de su tío Vitae Romanorum Pontificum, con la
particularidad de insertar en el vol. IV la primera ed. del Sacramentario
Leoniano y en el vol. III un Ordo Romanus, según el ms. de Verona; se le debe
también la publicación del Libellus orationum mozarabicus (Roma 1741) y Liturgia
antiqua hispanica (Roma 1746).
El teatino y cardenal Juan José Tomas¡, o Tommasi (1649-1713), beatificado
en 1803, había sido consultor y miembro de la Sgda. Congr. de Ritos; entre sus
publicaciones de textos litúrgicos merecen citarse: Codices sacramentorum
nongentis annis vetustiores (Roma 1680), Responsalia et antiphonaria romanae
Ecclesiae a Sancto Gregorio Magno disposita (1686), Antiqui libri missarum
romanae Ecclesiae (Roma 1791); un proyecto de Breviario para uso privado ha sido
editado por J. Wicham Legg (Londres 1904). L. A. Muratori (v.) aportó mucho a
los estudios litúrgicos en esta época. El jesuita escocés Alejandro Lesley
(1694-1758) dejó una edición del Misal mozarábico, Missale mixtum secundum
regulam beati Isidori dictum mozarabes (Roma 1755; cfr. PL 85); son de gran
valor sus anotaciones y sigue siendo una de las obras clásicas del rito hispano.
Domingo Giorgi (16901745), prelado romano, bibliotecario del cardenal Imperial¡,
publicó una edición del Martirologio de . Adán con suplementos inéditos (Roma
1745), pero su* obra más importante es De liturgia Romani Pontificis in
celebratione solemni missarum (Roma 1731), de la que dice Dom Cabrol «que es una
obra que ha hecho época». Martín Gesbert von Horman, natural de Wiirttemberg
(1720), monje benedictino de la Abadía de S. Blas en la Selva Negra y más tarde
Abad y restaurador de la misma, es considerado figura radiante en el aspecto
erudito y monástico. Entre sus obras merecen citarse: Principia theologiae
liturgicae (Augusta 1759), superficial, pero en aquella época ya era mucho que
se intentase tratar estas cuestiones; De dierum festorum numero minuendo,
celebritate augenda (San Blas 1765); De cantu et musica sacra (1774); Vetus
liturgia Alamannica (San Blas 1776); y Monumentis veteris liturgiae Alamannicae,
ex antiquis manuscriptis codicibus (1777-79). Juan Bona (1609-74) general de la
orden cisterciense (1651) y cardenal (1669), murió en olor de santidad; tanto
sus tratados De divina Psalmodia (Roma 1653) como De sacrificio missae (Roma
1658) siguen siendo clásicos; pero lo que le puso en el primer plano de los
liturgistas de esta época fue su obra Rerum liturgicarum libri duo (Roma 1671)
considerada por los liturgistas modernos como un curso de L. histórica realizado
con gran rigor científico; su mérito es haber armonizado perfectamente la L. con
la espiritualidad clásica de la Iglesia. Pedro Le Brun (1661-1739) del Oratorio
de S. Felipe Neri, profesor de Filosofía, y más tarde de Teología y de Historia
eclesiástica en el seminario de Saint Magloire; su obra principal, Explication
littérale, historique et dogmatique des priéres et de cérémonies de la Messe
(París 1716-26) en 4 vol. aún no ha sido superada; menos sólida es su
Disertación sobre la necesidad de la epiclesis para la consagración en la Misa
(París 1727). Juan Grandcolas, doctor de la Sorbona (1685) y capellán del Duque
de Orleáns, hermano de Luis XIV, publicó diversas obras referentes a la L.
llenas de erudición, pero algo desordenadas; las principales son: Commentaire
historique sur le Bréviaire romain (París 1727), traducido al latín (Venecia
1734) y Antiquité des cérémonies qui se practiquent dans 1'administration des
sacrements (París 1692); también escribió sobre la instinctio, sobre la Comunión
bajo una sola especie, sobre el antiguo sacramentario de la Iglesia, etc.
Merece un puesto destacado entre los liturgistas de esta época, Benedicto
XIV (v.), especialmente con sus obras: De servorum Dei beatificatione et
beatorum canonizatione (Bolonia 1734-38); De sacrosancto sacrificio (Roma 1748);
De festis D. N. fesu Christi et B. Mariae Virginis (Bolonia 1740). Siendo Papa
tomó importantes decisiones en el campo de la L. que pueden verse en su
Bullarium (Venecia 1768); se le deben las nuevas ediciones del Martirologio,
Ritual, Pontifical, y libros de la L. griega; proyectó una nueva edición del
Breviario, pero no llegó a realizarse. Hay que citar también a Luis Thomassin
(1619-95), que entró en el Oratorio a los 14 años, fue profesor de Teología en
Saumur, y luego en París; de sus obras destacan: Traité des fétes de 1'Église
(París 1683); Traité des jeúnes de PÉglise (París 1680); Traité de 1'of fice
divin (París 1686).
Quedaría incompleta esta época de la historia de la L. sin la mención del
benedictino parisién Claudio de Vert (1645), cuya madre, la venerable María de
la Encarnación, fue ursulina y misionera después de enviudar; durante un viaje a
Roma quedó impresionado por la celebración litúrgica en la Ciudad eterna y se
propuso estudiar a fondo la Liturgia. Su obra principal y más discutida es
Explication simple, littérale et historique des cérémonies de 1'Église, en 4
vol. (París 1706-13); Dom Cabrol lo califica de «espíritu original, sutil e
ingenioso, pero un poco aventurado». Merecen también ser destacados: Bartolomé
Gavanti (m. 1638) que en su Thesaurus sacrorum rituum (Milán 1628) comenta las
rúbricas del Misal y del Breviario; esta obra fue editada con observaciones de
gran valor por Gaetano Maria Merati (Roma 1736-38). En el mismo aspecto de las
rúbricas hay que considerar como uno de los más destacados del s. XVIII a José
Catalani que publicó y comentó el Pontifical Romano (Roma 1738-40), el
Ceremonial de los obispos (Roma 1744), Ritual romano (Roma 1757) y Sacrarum
caeremoniarum sive rituum ecclesiasticorum S. R. Ecclesiae libri III (Roma
1750).
De modo peculiar, sumamente apreciado en tiempos modernos, trató de la L.
el jesuita Francisco Antonio Zaccaría (1714-95) que publicó en Venecia (1761)
una disertación sobre el uso de las antiguas liturgias en la Teología y que
luego añadió a su Bibliotheca ritualis (Roma 1776-81) en 3 vol., donde hace una
síntesis del conocimiento litúrgico de su tiempo, al mismo tiempo que da una
bibliografía crítica de los autores que han escrito sobre la Liturgia. Es
también apreciado su Onomasticum rituales selectum (Faenza 1787) que contiene la
explicación de los términos litúrgicos.
En el s. XIX antes del movimiento de Dom Guéranger (v.) el liturgista más
destacado es Antonio José Binterim (1779-1855) primero franciscano y luego
párroco de Bilk; desde el punto de vista litúrgico son interesantes sus obras:
Die vorzuglichten Denkwurdigkeiten der christkatholischen (Maguncia 1832-41), 7
vol.; Calendarium Ecclesiae Germanicae Coloniensis s. IX (Colonia 1824).
5. Siglos XIX y XX. Para esta época, desde Dom Guéranger (v.) hasta el Conc. Vaticano II (v.), véanse los arts: LITÚRGICO, MOVIMIENTO; y REFORMA LITÚRGICA. BIBL.: P. H. OPPENHEINI, Instituciones systematico-historicae in sacrani liturgiam, I, Introductio historica in litteras liturgicas, Turín 1945; M. RIGHETTI, Historia de la liturgia, I, Madrid 1955, 69-100; M. GARRIDO, Curso de Liturgia Romana, Madrid 1961, 34-56; y la bibl. citada ya en el texto.
M. GARRIDO BONAÑO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991