LIMOSNA I. RELIGIONES NO CRISTIANAS.


A través del latín eleemosyna, limosna viene del griego eleemusyne, que primitivamente significa «compasión», y de ahí «beneficencia» en general y, finalmente, «donativo» dado a un necesitado. Socorrer a los pobres es un gesto natural y es practicado, en mayor o menor escala, en todos los lugares donde éstos existen. La valoración de ese gesto, bajo el aspecto religioso-moral, varía según el juicio de determinada sociedad con respecto al fenómeno de la pobreza (v.) y también según la apreciación moral del sentimiento de la compasión.
      En las obras de Homero aparece muchas veces la figura del mendigo, la mayor parte de las veces extranjero, generalmente objeto de desprecio, principalmente cuando su situación es resultante de la pereza. Pero el propio autor de la Odisea parece empeñado en infundir a sus lectores un sentimiento más benévolo para con los mendigos ambulantes, pues coloca en los labios de los protagonistas más nobles de la epopeya palabras como éstas: «... a nosotros viene él, como pobre extranjero, sin destino; y de él debemos cuidar. A Zeus pertenecen todos, hambrientos y extranjeros» (Odisea, 6,205 ss.; 14,56 ss.). Es la expresión de un noble sentimiento de solidaridad humana, inspirado por la religión, en contraste con la dureza de corazón de aquellos que el mismo poeta, en el curso de la narración, lanza al desprecio de sus lectores. Sin embargo, la liberalidad para con los pobres nunca contó entre los principales deberes inspirados por la religión griega. Esto se puede esperar menos aún en épocas posteriores y en círculos influidos por el estoicismo (v.), filosofía que consideraba la compasión (éleos) como una enfermedad del alma e indigna del sabio.
      Los sabios egipcios recomendaban mucho la bondad, sobre todo para con los subalternos. Se refleja esto en las inscripciones mortuorias, en las cuales los difuntos recuerdan a los supervivientes sus actos de liberalidad para con los necesitados. Uno se expresa así: «Si la beneficencia es motivo de transfiguración, entonces mi alma será divina.» En el Libro de los Muertos, la llamada confesión negativa o declaración de inocencia contiene una extensa serie de pecados que el muerto afirma no haber cometido; con eso el difunto espera inclinar a su favor la justicia del dios de los muertos y asegurarse una suerte feliz en el más allá. En esa larga declaración, en el único y además brevísimo pasaje en que en lugar de faltas evitadas se enumeran algunos actos positivos de merecimientos, el muerto acentúa sus obras de misericordia: «Contenté a Dios en aquello que le es agradable: Di pan al que tenía hambre, agua al que tenía sed, vestidos a quien estaba desnudo, un barco a quien no lo tenía...».
      Ciertas formas de pobreza voluntaria forman siempre parte del ideal religioso en diversas corrientes dé la India, uno de los países más religiosos del mundo (v. INDIA VI; HINDUISMO); aunque no todas esas formas de pobreza puden ser calificadas o consideradas moralmente de la misma manera; su calificación moral, incluso desde un punto de vista de religiosidad natural, será variable, según se deriven más o menos de la pereza, de una equivocada valoración del trabajo, o de una sincera o válida idea religiosa, etc. El hecho es que el monje solitario, que de puerta en puerta va mendigando su sustento, es allí figura familiar en todas las épocas; lo que supone que siempre ha existido gente dispuesta a socorrer a los mendigantes, por este o aquel motivo, y no sólo por una simple tradición. Ya en el periodo védico (v. VEDAS) la I. es vivamente recomendada; dice un texto védico: «Quien tiene que comer y muestra corazón duro para con el hombre flaco, sufridor que pide alimentos... no encontrará consuelo. Liberal es quien da lismosna al infeliz, que va de un lugar a otro, en busca de sustento; él será tenido en cuenta en el día de la lucha y para el futuro tendrá un amigo. Que el rico satisfaga al que procura ayuda y mire para un futuro más distante» (Rigveda, X,117). La motivación es, sin duda, bastante pragmática: dar con la esperanza de recibir, en caso de futura necesidad. El budismo (v.) se caracteriza por una acentuación de la transitoriedad de todas las cosas, y eso predispone hacia un actitud de indiferencia en relación a los bienes terrenos y, con eso, hacia cierta insensibilidad frente a la pobreza; aun así, la I. es valorizada, aunque de manera diversa en los diferentes campos en que se divide esa religión. En el Hinayana, en que los monjes se consideran como los más adelantados en el camino de la plena realización (V. NIRVANA), incumbe a los no monjes sustentar las comunidades monásticas; entre las prescripciones destinadas a estos últimos se encuentra la siguiente: «En los días de fiesta, el sabio... en la medida de lo posible provee a los monjes de comida y bebida. El dueño de casa que sin descanso practica esas cosas llega sin duda alguna a los dioses». La I. es, por tanto, un medio para acelerar el progresivo rumbo hacia la meta final de la existencia. En el Mahayana, rama budista menos monástica y más popular, la obligación fundamental es ayudar a los otros a realizarse, porque en la concepción del «Gran vehículo» el individuo es absorbido en una realidad universal, de manera que no existe progreso individual en el camino del Nirvana sin el progreso conjunto de todos los seres. La I. es sólo una de las expresiones de esa solidaridad universal. Dice un texto: «Yo desisto totalmente de todas mis propiedades... yo practico la perfección del dar. Esta dádiva yo la volví propiedad de todos los seres. Cuando el bodhisattva (el santo) da un donativo no distingue ni entre el yo que da, el otro que la recibe y la propia dádiva.»
      Desde la antigüedad el judaísmo (v.), tanto bíblico como posbíblico, acentuó más que ninguna otra religión el valor religioso-moral de la I. En el A. T. las motivaciones son muy variadas. Quien da I. la presta a Dios, que es generoso en su devolución y en la recompensa (Prv 19,17; Is 58,7.10); la I. es señal de gratitud para con Dios (lob 31,16-23), contrabalanza el peso de los pecados (Dan 4,24), libra de la muerte y equivale a un sacrificio a Dios (Tob 4,7-11); quien recusa una I. se expone a ser maldecido por el pobre y Dios ratifica tal maldición (Eccl 4,1-5). Igualmente o hasta más incisivos son los textos posbíblicos en que encontramos ideas como éstas: quien da I. participa de la actividad de Dios, que alimenta a todos los seres; la beneficencia torna a Dios deudor del hombre, y éste se vuelve semejante a Dios, mientras que quienes no ayudan al pobre son comparables a los idólatras. Es deber de cada uno ayudar a los necesitados, y esto constantemente, con espontaneidad, modestia y corazón amoroso, pues la I. vale en la medida del amor que la motiva. También los más pobres deben dar de lo poco que posean; y en último caso, al menos deben ayudar con palabras de consuelo. La I. vale más que los sacrificios y pesa más que todos los mandamientos.
      Fue, sin duda, por influencia judaica y cristiana que Mahoma (v.) insistía tanto en la obligación de dar I. Al principio, exhortaba a contribuir directamente para el sustento de los pobres, particularmente viudas y huérfanos. Pero con el tiempo, la comunidad y el estado musulmanes se encargaron de la recaudación y de la distribución de los auxilios, transformando en tributo lo que antes era I. voluntaria, y utilizando las sumas recaudadas no sólo para sustentar a los pobres, sino para cubrir también los gastos públicos. Es el llamado zakát, que junto a la profesión de fe, el ayuno, la oración y la peregrinación a La Meca, es uno de los cinco pilares del Islam. Aun después de la institucionalización del zakát se continuó insistiendo en la I. privada y espontánea, llamada sadaqa. Las motivaciones para la liberalidad son, en parte, las mismas del A. T.: recompensa por parte de Alá, gratitud, imitación de la misericordia divina, perdón de los pecados, etc. Entre las innúmeras citas del Corán (v.), a propósito del zakút y de la sadaqa, sólo dos ejemplos: «Si contribuyes para las causas públicas, es muy beneficioso. Y si ocultamente das al pobre es beneficioso para ti. Esto te librará de las faltas cometidas y Alá sabe lo que haces» (sura 11,271). Caracterizando a quienes están camino del paraíso, la sura LXXVI,8-9 declara: «Por amor a Él ellos dan alimento al pobre, al huérfano y al prisionero... Os alimentamos sólo para agradar a Alá y no esperamos de vosotros ni recompensa, ni agradecimiento.»
     
     

BIBL.: WENSINCK-KRAMERS, ZakHt y Sadaqa, en Hanswoerterbuch des Islam, Leiden 1941; H. BOLKENSTEIN, Woltiitigkeit und Armenplege im vorchristlichen Altertum, Utrecht 1939; G. MENSCHING, Soziologie der Religion, Bonn 1947, 110 ss.

 

OTTO SKRZYPCZAK.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991