Liberal, Teología Protestante
l. Significado. La expresión T.I. sirve para agrupar
muy distintas corrientes en la teología protestante del s. XIX. Si bien en sus
orígenes dicha teología no está rigurosamente vinculada al liberalismo
filosófico, político y económico del tiempo, ha de reconocerse, sin embargo, que
en ella dan las instituciones protestantes una respuesta congenial al espíritu
de la época, documentándose así a su vez la rivalidad de estos ambientes frente
a los movimientos pietistas y restauradores a que había prestado nuevo impulso
el pensamiento tradicionalista romántico (v. PIETISMO). Signo positivo de la T.
I. es su apertura a las creaciones políticas y culturales del tiempo, por lo que
la culminación de la T.I. en Harnack (v.) y Troeltsch (v.) equivaldrá a la
creación de un humanismo que aspira a dialogar con el mundo y la cultura. En
contrapartida, la T.I., precisamente en cuanto que seducida por su deseo de
dialogar con la cultura de la época, somete el dogma y la historia cristiana a
un tratamiento crítico con el que, en la mayoría de los casos, la esencia del
Cristianismo queda reducida a una serie de vagos enunciados, tras los que se
encuadra una actitud teísta-providencialista progresista, realizable sin una
estricta vinculación a la persona de Cristo y su significado en la historia de
la salvación, desembocándose a la postre en una postura hostil al dogma y a las
instituciones eclesiales. Bajo este aspecto, la T.I. es heredera de la
Ilustración (v.) y de las diversas fórmulas de crítica del cristianismo positivo
surgidas dentro del movimiento deísta (v. DEÍSMO). No en vano ha tratado el
último gran representante de la T.I., E. Troeltsch, de recuperar para los
empeños teológicos del comienzo del s. XX la reflexión críticoreligiosa de los
llamados librepensadores deístas.
2. Desarrollo histórico. Suelen distinguirse tres épocas en el desarrollo de la
T.I. En su primera época, la T.I. es tributaria de la especulación de Hegel
(v.), quien en su obra filosófica, a la vez que había racionalizado los
contenidos de la Revelación, ofrece una ambigua y cuestionable posibilidad
apologética de reconciliación entre fe y razón. Obra, asimismo, en esta época el
influjo de Schleiermacher (v.), con su reducción de la fe a sentimiento
religioso y con su visión de la Dogmática como una ciencia práctica, subordinada
a la filosofía de las religiones sobre base histórica. En la segunda época será
Kant (v.) el inspirador filosófico de la T.I., mas no el Kant de la Crítica de
la razón pura, sino el Kant de la Crítica de la razón práctica, o sea, el
filósofo que habiendo primero negado la viabilidad de la teología desde el plano
estrictamente especulativo-racional, intenta abrir una posibilidad hacia la
Trascendencia desde los llamados juicios prácticos. El descubrimiento del Kant
ético -y ya nada metafísico- es realizado por A. Ritschl (v.), por lo que la
segunda época de la T.I. queda centrada en torno a la escuela y a los personales
impulsos teológicos de Ritschl. También la tercera y última época de la T.I.
tiene que ver con el nombre de Ritschl, dado que la llamada Escuela de la
Historia de las Religiones (v.), en cuyo seno se desarrolla con un nuevo sesgo
la T.I., brotó de sus seminarios en la universidad de Gotinga.
a. Primera etapa. Hegel ejerce una especial fascinación sobre los teólogos
protestantes. Puesto que el problema que ha dejado planteado la Ilustración (el
proceso de la razón contra la historia, en frase de, Windelband) es el de la
valoración de la historia, problema decisivo para el enjuiciamiento del
Cristianismo, religión histórica y positiva, diversos autores creen encontrar
una vía acudiendo a la solución que Hegel presenta. Hegel procede de la
teología. Si bien sus primeros escritos, los posteriormente llamados teológicos
juveniles, son en gran parte protesta contra el cristianismo positivo y
continuación de la tarea crítica de la Ilustración, no es menos cierto que sus
primeras preocupaciones son de índole religiosa, como ha destacado incluso la
crítica marxista (Garaudy). El dogma de la Trinidad, como ha señalado Barth
(v.), si bien gravemente modulado e interpretado, es mantenido por Hegel como
«algo más que el deseo de mostrarse obsequioso con los teólogos». La
construcción histórica de Hegel, precisamente en lo que tiene de progresista,
puede parecer -aunque equivocadamente- análoga a las valoraciones de la historia
hechas por la teología patriótica y medieval. De hecho, en sus intenciones más
recónditas, el sistema de Hegel viene asimismo a salvar el hecho particular e
individual de la historia frente al pensamiento esquematizante de la
Ilustración. Hegel tratará de hacer plausible que en su especulación histórica
hay algo más que una genérica reconciliación entre la verdad y el hecho
histórico: la verdad será ahora, de una vez, historia; y la historia, verdad. Si
además se toma en cuenta que el propio Hegel fue quien dio el aviso sobre el
alcance apologético de su obra -una nueva, la única teodicea posible-, resulta
hacedero comprender por qué las generaciones protestantes posteriores se hayan
dedicado a someter el dogma cristiano a un tratamiento de procedencia hegeliana.
Pero repárese en los fallos que esta especulación arrastra consigo, y que
constituyen el grave impedimento que mina las empresas de la T.I. Hegel no posee
en su instrumentario conceptual ninguna clase de principio de individuación, ni
el medieval de la materia, ni el presentado por Leibniz (v.) en su monadología.
En un difícil juego dialéctico se esfuerza Hegel en ver lo concreto en lo
general, y el espíritu universal, reversiblemente, como individuo, por lo que lo
individual -la individualidad concreta en la historia de la salvacióndeviene
estadio fugaz en la evolución del espíritu. Concretamente: el significado de la
obra redentora de Cristo es interpretado como «muerte» de Cristo y
«resurrección» del grupo de sus discípulos, quienes al realizar en su
interioridad la muerte del Maestro adquieren una forma de encumbramiento
espiritual -Begeistung-, subsumible, por lo demás, en otras formas de
encumbramiento. Todas las formas de logros del espíritu en sucesivos avances del
desarrollo histórico podrán ser así interpretadas como realizaciones enmarcadas
dentro del signo de los acontecimientos del Calvario. Pero es obvio que la
relativización del hecho concreto ha sido puesta en marcha de manera radical, y
nada congruente con el auténtico pensar cristiano. Dado, por otra parte, que el
progresivo desenvolvimiento de la historia se orienta, según Hegel, hacia la
elaboración de la idea, en filosofía de la religión ocupará un lugar central la
idea pura de la religión. El Cristianismo, en su realización empírica e
histórica,, se califica así como «representación» de la idea pura, por lo que la
idea de la religión, competencia de los filósofos, ejercerá una primacía que
vendrá a devaluar la religión, confinada en el estadio intermedio de la
representación.
Fue, sin embargo, esa concesión de Hegel, considerando a la religión como
posible índice hacia la idea (si bien en la forma no depurada de la
«representación»), lo que sirvió de justificación a los teólogos liberales,
quienes en lo sucesivo distinguen constantemente entre el Cristianismo en su
forma empírico-histórica, amalgamada con innumerables impurezas, y la «esencia
del Cristianismo», sostenible aun ante las más críticas exigencias de la razón.
Esta distinción, que en lo conceptual es de suyo un cierto avance sobre la
visión ilustrada, que reducía el Cristianismo a puro «vehículo» de la idea (Kant),
no implica, sin embargo, una auténtica valoración de lo religioso. Su proyección
fue por eso sumamente peligrosa, toda vez que jamás será hacedero, desde esos
presupuestos, reconciliar la religión «cultivada» de los «filósofos», que se
nutre de la idea de la religión, y la religión de las masas, que perseveran en
la religión bajo la forma de la «representación», con lo que, quede esto también
apuntado, la T.l. verá reducida su influencia casi exclusivamente a los
ambientes universitarios, siendo repudiada por las comunidades eclesiales.
Desde los inicios de la especulación hegeliana juega un papel preponderante en
esta teología la demostración del carácter absoluto del Cristianismo, temática
que hereda la T.I. Esta tarea queda resuelta en Hegel gracias al procedimiento
de aproximar el hecho concreto del Cristianismo a la idea pura de la religión,
hasta acabar diciendo a la postre que ambas realidades se recubren e
identifican. La T.I. -bien de modo especulativo, como en los primeros hegelianos
de la derecha y más tarde en Troeltsch; bien de manera histórica y empírica,
como en Harnackhará uso de este esquema hegeliano, que deja abierta una amplia
gama de posibilidades, que alcanzarán trágica radicalización en la negativa de
Troeltsch a reconocer el carácter absoluto de la revelación cristiana.
Entre los múltiples seguidores teológicos de Hegel suele distinguirse entre
hegelianos de la derecha y hegelianos de la izquierda, caracterizándose los
últimos (Feuerbach, Strauss) por el carácter negativo y crítico de sus
posiciones. Entre los primeros se destaca A. E. Biedermann (1819-85), quien en
calidad de portavoz de los reformados suizos ejercerá una influencia que llega
hasta nuestros días en M. Werner y F. Buri. Biedermann afirma que hay que
depurar el Cristianismo de los llamados elementos míticos amalgamados con el
mismo, tarea que él ejerce con la misma decisión que el propio Strauss. Otros
autores que comparten la tesis de Hegel sobre la posibilidad de reducir el
Cristianismo a filosofía son Marheinecke, Daub, Erdmann, Goeschel, Rosenkranz,
todos los cuales siguen, aunque bajo esta precaria fórmula, pretendiendo
llamarse -teólogos cristianos. F. C. Baur (1792-1860) es el historiador de la
T.I. de la derecha hegeliana. Haciendo uso de la idea hegeliana del
desenvolvimiento histórico por ternarios, Baur ve el Cristianismo como una
unidad superior (síntesis) del paganismo (tesis) y del judaísmo (antítesis). En
la Iglesia primitiva distingue asimismo entre las corrientes antitéticas del
petrinismo y del paulinismo, que son reasumidos dialécticamente en la síntesis
del johanismo. Los datos de la historia del canon del N. T. que no se dejan
encuadrar en este esquema preconcebido son rechazados, por lo que los seguidores
exegéticos de Baur reciben el nombre de Tendenzschule. Baur no halló eco en la
comunidad eclesial de Wurttenberg, de signo pietista, en que ejercía su
profesorado (Tubinga). Su obra fue sometida a severa crítica por el más
representativo de los teólogos de la Escuela Católica de Tubinga, I. A. Móhler
(v.), quien habiendo hecho una clara crítica en el viciado sistema hegeliano
requiere con toda decisión que se mantenga en teología la «corporeidad de los
hechos teológicos». Otro continuador de la derecha hegeliana es Otto Pfleiderer
(1839-1908), quien arroja un interesante punto de vista para la valoración del
desarrollo de la T. l., toda vez que planteó explícitamente el problema de si la
religión, sometida al sistema hegeliano, merecía todavía tal nombre, o si más
bien no se la había convertido, de tapadillo, en filosofía. Pfleiderer no
abandonó el proyecto de realizar lo que, en su opinión, quedó reducido a un
«desafortunado intento» en Hegel y Schelling, tarea para la que él buscó ayuda
en el concepto de '«caparazón histórico» (sustitutivo de la noción de
«representación» en los primeros hegelianos). Tras deslindar el asunto del
caparazón histórico, Pfleiderer cree haber llegado a «lo que en un principio fue
el único justo y posible vehículo» de la Revelación, base desde la cual le es
hacedero someter a crítica las posteriores realizaciones del cristianismo
histórico.
Pero no es menos interesante registrar las peripecias que el método de Hegel
corrió a manos de los hegelianos de la izquierda: D. F. Strauss (1808-74) y L.
Feuerbach (1804-72; v.). La radical crítica de la religión que estos hombres
realizaron, y por la que se convirtieron en acerados críticos del mensaje
cristiano, pone de manifiesto los fallos del idealismo teológico de la corriente
hegeliana. Así, mientras que los hegelianos de la derecha se habían dado por
contentos con liberar la religión concreta de sus elementos impuros
-«representación» y «caparazón histórico»-, desembocando a la postre en la idea
pura de la religión, los hegelianos de la izquierda, por el contrario,
insistirán en el carácter mítico -desde el punto de vista de un hegelianismo
consecuente- de las cosas que se hallan implicadas con el caparazón histórico,
es decir, de la misma idea pura de religión. Por otra parte, mientras que la
derecha hegeliana pretendía descubrir en el cristianismo histórico la idea
absoluta de religión, la izquierda hegeliana argumenta que no es aceptable que
la idea absoluta pueda arrojar toda la plenitud de su contenido en una sola de
las realizaciones históricas. Es éste el llamado pesimismo hegeliano, que obrará
hasta los principios del s. XX, como lo documenta el caso de Troeltsch.
Las sugerencias llegadas del filósofo de la religión Friedrich Ernst
Schleiermacher (1764-1834; v.) se aprecian asimismo en la evolución de la T.I.
Suele distinguirse una doble vertiente en la obra de Schleiermacher, que
condiciona una doble proyección e influencia de su magisterio en la teología
protestante. Por una parte está el Schleiermacher que afirma en filosofía de la
religión el valor del «sentimiento de absoluta dependencia». Desde dicha
filosofía del sentimiento ha sido hacedero diseñar un programa de teología
protestante, que postula la vuelta a Lutero (ortodoxia protestante), hasta el
punto de que algunos creen haber hallado en Schleiermacher un segundo Lutero
(v.), descubridor, como el primero, de la radicalidad de la fe; que en la nueva
versión de «sentimiento» mantiene las características esenciales luteranas de fe
fiducial, fe no mezclada con datos objetivos, etc. Otros autores, los que forman
la T. I., afirman, por el contrario, que esa presentación de Schleiermacher es
un apaño de la teología conservadora (así Troeltsch), ya que, dicen, en
Schleiermacher está programáticamente diseñada la posibilidad de someter a un
tratamiento histórico-crítico el cristianismo empírico en orden a elaborar, al
estilo de Hegel, la idea pura de la religión. En efecto, en la «Breve exposición
del estudio de la teología» Schleiermacher atribuye a la exégesis, historia de
la Iglesia y dogmática, el carácter de ciencias prácticas, por contraste con una
disciplina de nuevo cuño, filosofía de la religión sobre base
histórico-evolutiva, denominada ciencia propia, mente dicha, en cuyo terreno se
toman las decisiones últimas, de las que depende la decisiva valoración del
cristianismo histórico. Bajo la inspiración de Schleiermacher, unida al método
especulativo de Hegel -sin olvidar el influjo de la idea ética de la realización
del Reino de Dios en las estructuras temporales-, surge la obra de R. Rothe
(1799-1867). Rothe es ya representante puro del protestantismo humanista
liberal, posición que le condujo a la tesis de la necesidad de que la Iglesia se
disuelva en el Estado. Como Rothe, también A. Schweizer (1808-88) pertenece a
los llamados teólogos de la mediación entre la fe y la razón (Vermittlungstheologie)
inspirada en Schleiermacher y Hegel. Schweizer reactiva en su Dogmática el
principio metodológico de la distinción entre caparazón histórica e idea de la
religión, afirmando que el significado del Cristianismo reside en la realización
en él de la idea de religión. Entre los representantes de esta primera época de
la T. l. se cuenta, además, R. A. Lipsius (1830-92), quien en el transcurso de
su creación teológica se orientó hacia Ritschl, distanciándose de los propósitos
hegelianos de Pfleiderer, quien a su vez combatió desde Berlín la naciente nueva
forma de la T.I. en Ritschl.
b. Segunda etapa. Con A. Ritschl (1822-89) se inicia la segunda etapa de la T.I.
La escuela por él fundada recaba para sí pretenciosamente el nombre de «Escuela
de la Teología de la Revelación». El resurgimiento de Kant en las cátedras
universitarias condujo a Ritschl a trabar una alianza teológica con el Kant de
la Crítica de la razón práctica. Puesto que dicho Kant ha renunciado a
afirmaciones metafísicas, Ritschl rompe en Teología con la tradición metafísica
de los hegelianos. Kant desde lo ético afirmó la posibilidad de postular -de
alguna manera- la existencia de Dios y el destino eterno del alma, diseñando a
la vez el programa ético del «reino de lo moral»; Ritschl intentó buscar en los
juicios prácticomorales un punto de arranque teológico y una fundamentación de
la ética, que corrigiera los diseños harto secularizados de Fichte, Hegel,
Schleiermacher y Rothe. De una parte. Ritschl se ciñe a Kant, quien había
mostrado mayor sobriedad que sus seguidores en su ética de la realización del
Reino de Dios. Por otro lado, mientras que para Schleiermacher el objeto de la
fe es de un modo genérico, asociable al panteísmo, el Universo (Dios), Ritschl
se inclina por una fundamentación de la fe en la aparición histórica de Cristo.
Si en la teología de Schleiermacher había predominado una noción románticamente
esteticista del universo -aunque en él también tiene cabida la noción del Reino
de Dios como correlato del sentimiento religioso en su dimensión ética-, Ritschl
se orienta hacia el Reino de Dios, donde Cristo, avistado principalmente en su
dimensión moral, ocupa el lugar central. De matriz axiológica, esta teología
acaba así abocada a la noción de Revelación. En todo caso, Cristo aparece aquí
como revelación del Padre, no subsumible, a común rasero, entre las múltiples
revelaciones de la Divinidad a lo largo de la historia. Pero al eliminar Ritschl
los criterios tradicionales de la autenticidad de la Revelación, somete la
dogmática a una violenta reducción moralizante.
Sus discípulos W. Herrmann (1846-1922) y H. Schultz (1836-1903) destacarán los
aspectos históricos del cristianismo como revelación, pudiéndose catalogar la
teología de Herrmann como «mística de Cristo», pero ambos acaban,
paradójicamente, a posiciones antihistóricas. El ritschlianismo ha obrado como
T.I. tanto en la creación de Ritschl como en la obra de sus discípulos; pero no
se olvide que K. Barth supera la T.I. no sólo a partir de Kierkegaard (v.), sino
también desde los presupuestos teológicos de Herrmann. Por lo que hace a los
seguidores de Ritschl en el campo de la investigación histórica, adviértese el
sello liberal y racionalista que preside la obra de estos exegetas (Holtzmann,
Wellhausen, Duhm, Weizsaecker, Juelicher, Schmidel...), lo que les lleva a una
deformación de la figura real de Cristo. Como señala sarcásticamente J. Weiss,
Cristo habla en la exposición de Wellhausen el mismo refinado lenguaje humanista
que Goethe.
c. Tercera etapa. La Teología de la Revelación de los ritschlianos dejó abierto
el camino hacia la investigación histórica. Los sistemáticos de la escuela, con
su tendencia a encastillarse tras el significado suprahistórico de la persona de
Cristo, provocaron un especial grado de malestar entre el resto de los
ritschlianos. Las grandes creaciones historiográficas (Banke, Mommsen), así como
la rebeldía del orientalista Lagarde, quien exigía que antes de decidir sobre el
alcance del Cristianismo había que sopesar la entera historia de las religiones,
y el aumento de los estudios sobre las religiones mundiales, conducen al grupo
primero de los discípulos de Ritschl -los llamados fundadores de la Escuela de
la Historia de las Religiones: Eichhorn, Gunkel, Wrede, Boussetasí como a los
posteriores -Weiss, Troeltsch, Heitmueller, Wernle- a una revisión crítica de la
historia, que, por los módulos teológicos en que dicha tarea se realiza,
representa la última etapa de la teología liberal. «Todo se derrumba», anunció
Troeltsch a principios de siglo en un congreso de pastoral. E. Troeltsch
(1865-1923) y A. Harnack (1851-1930) son los últimos grandes representantes de
esta escuela y últimos corifeos de la T.I. de viejo cuño. El primero aúna los
propósitos de la especulación histórica de Hegel con la empresa de elaborar un a
priori religioso que sea capaz de restituir a la religión un valor
intelectualracional, que se estima ha perdido ésta tras los amaños moralistas de
los ritschlianos. Fracasado en su primer intento, Troeltsch se dedica a estudios
de sociología religiosa en Berlín; en su propósito de reconstrucción de la
esencia del Cristianismo, Troeltsch reduce el mensaje cristiano a una mera ética
personalista, cuya noción capital es la libertad del individuo, entendida de una
manera humanista-burguesa de signo deísta. Harnack, tras realizar una reducción
del dogma radicalmente cuestionable, diseña un conjunto de verdades normativas
cristianas, de las que queda excluida la mediación de Cristo.
3. Alcance teológico de la Teología liberal. Puesto que la T.I. realiza su tarea
bajo el signo de la subjetividad y libre interpretación, les es relativamente
fácil a sus seguidores legitimarse como continuadores de Lutero, y, por así
decirlo, como última consecuencia del mismo. Está a la vista, no obstante, que
la T.I. se ha despegado de importantes presupuestos teológicos de la ortodoxia
protestante, sobre todo en lo que afecta a la radicalización luterana de la sola
fe. En efecto, el optimismo cultural de la T.I. tratará de asimilar fe a razón,
llegando a una transignificación del dogma, que deviene, de esa manera, verdad
filosófica. En Cristología es donde más suele manifestarse la incidencia de la
T.I. Mientras que los teólogos dependientes de Hegel aún se sirven del llamado
«principio cristológico» -Cristo como cifra de la absoluta libertad del
espíritu, etc-, de modo que la dogmática aún conserva resonancias cristológicas,
aunque desvaídas y ambiguas, más tarde se llega a abandonar dicho principio,
viniéndose a considerar el mensaje cristiano como algo separable de la persona
de Cristo y que sólo atañe a la verdad del Dios Uno, entendido, además, de modo
deísta. En su dimensión eclesial y social, la T.I. seculariza la idea del Reino
de Dios, al que concibe como meta a realizar en la tierra, por lo que dicha
teología parece haber sabido incorporarse a la marcha de los acontecimientos y
cooperar a la gestación de los mismos al nivel de lo que entonces se llamaba la
cultura -lo social sólo es avistado por algunos de los grupos minoritarios en la
T.I.-, aunque en realidad disuelve a la eternidad y a Dios en la historia. La
T.I. encontró acerados críticos tanto en el protestantismo como en el
catolicismo. Ante la crítica llegada del ala más extrema del protestantismo -D.
F. Strauss en su obra tardía, lakob Burckhardt, Franz Overbeck- muéstrase la T.I.
más dolidamente afectada. Universal resonancia alcanzó la controversia del
católico J. A. Móhler con F. C. Baur, en la que se establecieron niveles
valederos para la superación de la T.I. La construcción eclesiológica
secularizada de los liberales se desmoronó al descubrir uno de los discípulos de
Ritschl y yerno suyo (J. Weiss) el radical alcance escatológico de la
predicación de Cristo, con lo que se cortaban los vuelos al progresismo
culturalista de la T.I. El culto de la libre personalidad sufre asimismo una
grave sacudida con la llegada de la sociedad de masas. Es la hora, tras la I
Guerra mundial, en que K. Barth (v.) programatiza la teología de la crisis
-crisis de las formas humanas y seculares de religión, crisis también de las
creaciones culturales de los hombres- y recupera valores esenciales de la
ortodoxia luterana, aunque abriéndose a peligros nuevos (V. RADICAL, TEOLOGÍA).
En nuestros días, aunque se mantengan los logros de la llamada Teología
dialéctica (v.), que superó a la T.I., perduran en el protestantismo formas
racionalistas de procedencia liberal. P. ej., en Bultmann (v.), aunque se haya
desprendido del bagaje progresista de la T.I., mantiene en su programa de
desmitologización (v.) del Cristianismo principios filosóficos de sello liberal.
No es tampoco difícil apreciar en determinados movimientos modernos
-radicalización del significado de la Cruz y agnosticismo respecto a Dios Padre-
surgidos en gran parte de las reflexiones de Bonhoeffer (v.), así como en
genéricas reducciones del Cristianismo a religión del amor -crudamente
inmanentizado, como en Robinson y Cox- la impronta del pensar de la T.I.
V. t.: PROTESTANTISMO II, 3; ESCATOLOGÍA III1; FUNDAMENTALISMo; RITSCHL,
ALBRECHT.
J. ESCRIBANO ALBERCA.
BIBL.: K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 971 ss.; B. GHERARDINI, La Seconda Riforma, 2 vol., Brescia 1964-66, 1,3-67,144-295,367-445; II,7-77 (con abundante bibl.); R. GEISELMANN, Lebendiger Glaube aus geheiligter Ueberlieferung, Maguncia 1942; F. SCHNABEL, Deutsche Geschichte im 19. Jahrhundert, 3 ed. Friburgo Br. 1947; l. ESCRIBANO, Die Gewinnung absoluter Normen aus der Geschichte der Religion be¡ E. Troeltsch, Munich 196l.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991