LEOCADIA, SANTA


Mártir del s. IV, durante la persecución de Diocleciano. Patrona de Toledo. Se celebra su fiesta el 9 de diciembre. Los calendarios mozárabes atestiguan el culto de esta santa, cuyo martirio se narra en un relato compuesto en el s. VII. Según este relato -que, pese a su fecha tardía, goza de valor histórico para la crítica hagiográfica-, durante la persecución (v.) de Diocleciano (v.) penetró en España, procedente de las Galias, el gobernador imperial Daciano para cumplir los edictos imperiales de persecución. Tras sacrificar a muchos cristianos en Gerona, Barcelona, Zaragoza y Alcalá, llegó a Toledo hacia el a. 303. L. casi una niña, perteneciente a noble familia, fue una de las primeras denunciadas y llamadas por Daciano al tribunal. La muchacha se declaró cristiana y se negó una y otra vez a ofrecer sacrificios a los ídolos: «Tus recriminaciones no me apartarán de mi fe en Cristo, como tampoco la melosidad de tus palabras ni el apego a las comodidades de mi familia, con que intentas persuadirme, me van a arrancar de la servidumbre y promesa hecha a mi Señor Jesucristo, que, al redimirnos con su preciosa sangre, nos concedió la máxima libertad» (Año Cristiano, IV, 2 ed. Madrid 1966, 517).
      Daciano, compadecido por la edad de L. pero indignado, la mandó encarcelar sometiéndola a duros tormentos. Allí quizá supo L. de la muerte del primer obispo de Toledo, S. Eugenio, y de otra virgen egregia, S. Eulalia de Mérida (v.). Por fin, el 9 dic. 304 expiró en el calabozo; los textos litúrgicos hispanos la califican de confesora y mártir.
      Enterrada en el cementerio local, muy pronto surgió en torno a su tumba un culto martirial, sobre todo después del edicto de Constantino del 325. Posiblemente en el mismo s. IV se erigió sobre el sepulcro una basílica, que fue mejorada en el s. VII, cuando el culto a la santa vive su época de esplendor. Los grandes arzobispos de Toledo (S. Ildefonso, S. Julián) fueron enterrados en la basílica y en el mismo lugar se celebraron los famosos Concilios de Toledo (v.) del reino visigodo.
      Hasta el s. VIII-IX, los restos de L. descansaron en la basílica toledana. Durante la dominación árabe, para preservarlo de profanaciones durante la persecución de Abderramán I, su cuerpo fue trasladado, junto con el de S. Ildefonso, a Oviedo. De Oviedo pasó a Flandes, donde desde el s. XII se conservó en la abadía benedictina de Saint-Ghislain. En el s. XVI, en medio de las guerras de religión de los Países Bajos, los restos de la santa fueron devueltos a Toledo, haciéndose la traslación solemne el 26 abr. 1587, en presencia de Felipe II y del cardenal de Toledo Gaspar de Quiroga (cfr. M. Hernández, Vida, martyrio y traslación de la gloriosa virgen y martyr S. Leocadia, Toledo 1591).
      L. fue el símbolo religioso alrededor del cual catalizó el cristianismo toledano en la época visigoda y particularmente en la sociedad mozárabe durante el dominio musulmán.
     
     

BIBL.: I. MORALEDA Y ESTEBAN, S. Leocadia, Virgen y mártir: memoria histórico-arqueológica ilustrada, Toledo 1899; A. FÁBREGA GRAU, Pasionario Hispánico, I, Madrid-Barcelona 1953, 6778; Z. GARCÍA VILLADA, Historia eclesiástica de España, I, Madrid 1929; Flórez, VI,315-417; Analecta Bollandiana 71,100-132; l. FERNÁNDEz ALONSO, La cura pastoral de la España romano-visigoda, Roma 1955; C. GARCÍA RODRíGUEZ, El culto a los santos en la España romana y visigoda, Madrid 1966.

 

MIGUEL ÁNGEL MONGE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991