LECTURA IV. LECTURA ESPIRITUAL.
Llámase I. espiritual en la terminología teológica, la práctica de aplicarse
regularmente a la I. meditada de la S. E. y de otros libros aptos para alimentar
la vida espiritual, tanto en el aspecto doctrinal como en el afectivo.
Utilidad y valor formativo. Por lo que se refiere al primer aspecto, la
necesidad de la I. espiritual está en el hecho de ser ésta la fuente ordinaria
para adquirir la «piedad doctrinal» (Escrivá de Balaguer), es decir, la base de
doctrina cristiana indispensable para que la piedad lleve a la realización de la
vocación personal, mediante el perfecto cumplimiento de los deberes de estado
(religiosos, familiares, profesionales, sociales). La necesidad de la I.
espiritual, en este sentido, se advierte sobre todo en el caso de los fieles
que, en nuestra época, no tienen un grado de cultura religiosa adecuado a su
cultura profana (humanística o técnica), limitándose a vagos recuerdos de las
nociones elementales del catecismo y a superficiales informaciones recibidas a
través de los medios de comunicación social.
Por lo que se refiere al aspecto afectivo, la I. espiritual es de utilidad
para toda clase de personas que luchan por llevar una vida cristiana íntegra.
Con la I. espiritual, en efecto, el alma es introducida en un clima de valores
sobrenaturales que hacen saborear de nuevo el gusto de las cosas divinas; con
ella se completa o, en cierta medida, se suple a la dirección espiritual (v.) en
su función de criterio y de aliento; la I. espiritual, finalmente, propone metas
espirituales (ascéticas y apostólicas) y ejemplos vivos (Jesucristo, la Virgen,
los Santos) que encienden en amor de Dios y deseos de servirle más fielmente. Se
puede, por tanto, aplicar a la I. espiritual bien aprovechada la frase de la S.
E.: In meditatione mea exardescit ignis (Ps 38,4), al meditar sobre las cosas
divinas, vuelve a encenderse el fuego de los afectos sobrenaturales.
La historia de la espiritualidad cristiana confirma su valor formativo y
ascético. Un ejemplo conocido de conversión a Dios por medio de la I. espiritual
es S. Agustín (v.), que tras haber luchado con su conciencia por tanto tiempo,
recibió finalmente la gracia para vencerse, no en el momento en que escuchaba
los sermones de S. Ambrosio, sino en el momento en que se puso a leer el
Evangelio con la intención de encontrar en él la clara manifestación de la
voluntad de Dios (cfr. Confes. VIII, 12). Un caso parecido, siglos más tarde,
fue el de S. Ignacio de Loyola.
Los autores espirituales, por lo demás, han aconsejado siempre la I.
espiritual, y los primeros fundadores de comunidades monásticas la incluyeron
casi siempre en sus reglas. Por lo que se refiere al Magisterio de la Iglesia,
se pueden citar numerosos documentos en los que se insiste en la conveniencia de
incluir la I. espiritual entre los medios ordinarios de formación y de progreso
espiritual. Refiriéndose concretamente a los sacerdotes, S. Pío X la recomienda
como un gran medio de santificación (cfr. enc. Haerent animo: «Acta Pii X», Roma
1914, 237 ss.). Posteriormente, Pío XII habla de ella como elemento necesario
para la formación sacerdotal (cfr. enc. Menti nostrae: AAS 42, 1950, 657-702).
En las obras ascéticas de los Santos Padres se encuentran frecuentes y
concretas enseñanzas sobre la I. espiritual; S. jerónimo, p. ej., aconseja a los
monjes que lean unos versículos de la Escritura cada día, y «escritos
espirituales de hombres doctos, cuidando, sin embargo, de que sean autores de fe
segura, porque no hay que ir buscando el oro en medio del fango» (Epist. LIV,10).
Todas las normas tradicionales de los primeros Padres se encuentran
resumidas, en el s. V, en una célebre página de Pelagio: «Debes leer las
Sagradas Escrituras teniendo en cuenta que se trata de la Palabra de Aquel que
no se contenta con que se conozca su ley, sino que quiere que se lleve a la
práctica. No sirve para nada saber lo que hay que hacer, si no se hace. El mejor
modo de hacer la lectura espiritual es utilizarla como un espejo, para que el
alma se mire y descubra así los defectos, para corregirse, y las virtudes, para
aumentarlas. La lectura debe ser interrumpida frecuentemente por la oración,
para que el alma, que ha quedado unida al Señor, vaya encendiéndose cada vez
más. Lee a veces la historia sagrada, para instrucción; otras veces, deléitate
con los salmos de David, o aprende de la sabiduría de Salomón; otras veces,
siéntete movido al temor de Dios por los reproches de los Profetas; y, por fin,
la perfección que se encuentra en el Evangelio y en la doctrina de los Apóstoles
te unirá a Cristo con la santidad de todas las costumbres. Apunta en la memoria
los propósitos, y acuérdate de ellos; y sigue meditando luego también en lo que
necesitas profundizar... Sin embargo, la lectura espiritual no debe superar el
tiempo prudentemente fijado» (Epist. ad Demetriadem, 23). En el s. VI, S.
Gregorio Magno añade a las tradicionales recomendaciones acerca de la I. de la
S. E. la recomendación de leer las vidas de los santos: «Debemos conocer la vida
de los santos, para afinar en la corrección de nuestra propia vida... y así, el
fuego de la juventud espiritual, que tiende a apagarse por el cansancio, revive
con el testimonio y el ejemplo de los que nos han precedido» (Moralia, XXIV,8,15;
XXV,7,15). Entre los autores espirituales contemporáneos, cabe citar a Escrivá
de Balaguer, que insiste en la necesidad de la l. espiritual, especialmente en
función de la vida de oración y de la piedad eucarística (cfr. Camino, 23 ed.
Madrid 1965, n° 116 y 117).
Diversos géneros. A continuación se hacen algunas indicaciones concretas
sobre los diversos géneros de I. espiritual necesarios (con diferentes medidas)
a todas las almas.
1) Sagrada Escritura. Es evidente la primacía de los Libros Sagrados;
siendo la Escritura (v. BIBLIA) el tesoro de la Revelación divina escrita, no es
suficiente, de ordinario, el contacto que todos los fieles tienen con ella por
medio de la liturgia (v.), en la que se lee y se predica la Palabra de Dios; es
conveniente que cada cristiano tenga un contacto personal con ella, leyéndola
con la debida preparación y recogimiento y con la frecuencia más indicada en
cada caso.
Aunque es costumbre cristiana de muchos siglos la I. familiar de la
Biblia, es cierto que sólo en este siglo se ha producido un impulso organizado y
generalizado hacia la difusión de los Libros Sagrados, con el fin de que toda
familia cristiana los tenga en el propio hogar y los lea habitualmente (v.
BÍBLICO, MOVIMIENTO). También el Magisterio ha proclamado con autoridad la
conveniencia de la l. habitual y devota de la Biblia, y en particular del IV. T.
Ya en 1920, Benedicto XV afirmaba: «Por nuestra parte, no cesamos de exhortar a
todos los fieles a que reserven cada día un tiempo para leer los Libros Santos,
especialmente los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas, para
extraer de ellos la savia y la energía espiritual de que han de vivir» (enc.
Spiritus Paraclitus: AAS 12, 1920, 399).
Al leer las Escrituras, y especialmente el A. T., es un deber de prudencia
cuidar la debida preparación espiritual y doctrinal; la I. debe hacerse con las
disposiciones que requiere la palabra de Dios (humildad, fe y deseo de conformar
la propia vida a las enseñanzas divinas), y con el auxilio de explicaciones
teológicas autorizadas: introducciones, notas, comentarios, etc.
2) Clásicos de espiritualidad. Junto con la Biblia, la I. espiritual por
excelencia es la de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana, que son
un reflejo fiel, en mil tonalidades diversas, del espíritu del Evangelio. Por
«maestros de espiritualidad» hay que entender los Padres (v.) y Doctores (v.) de
la Iglesia que han tratado temas ascéticos, y luego otros santos cuyas obras
ascéticas la Iglesia ha ido indicando como fuentes genuinas de edificación para
los fieles. Entre los primeros, cabe citar: los Padres apostólicos, S. Clemente
de Alejandría, S. Agustín, S. Juan Cristóstomo, S. Gregorio Magno, S. Bernardo.
Entre los clásicos de las épocas posteriores, los más importantes son: S.
Francisco de Asís, S. Catalina de Siena, Tomás de Kempis, Nicolás Cabasilas,
Fray Luis de Granada, S. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, S. Francisco de
Sales. S. Alfonso Ma Ligorio, S. Teresita del Niño Jesús. Hemos nombrado los
clásicos de espiritualidad más asequibles a personas de diversas condiciones y
vocaciones, teniendo en cuenta que la mayoría de los fieles está llamada a
buscar la santidad (v.) en el mundo y no en la vida religiosa. Hay otros
clásicos que son más propios de la espiritualidad monástica (como las obras de
Casiano y S. Benito) o de otras formas de vida religiosa.
3) Vidas de santos. Como se ha visto, la eficacia de la I. de la vida de
los cristianos que han vivido hasta el heroísmo las virtudes evangélicas está
reconocida por los autores espirituales. Al hacer la I. espiritual con estas
vidas, hay que tener presente que el ejemplo de los santos sirve para animarnos,
viendo que personas como nosotros (con defectos también) han sabido corresponder
a la gracia; pero que el único modelo de perfección es el mismo Jesucristo, y a
Él debemos imitar. En efecto, cada santo ha seguido su camino propio, su
vocación específica, y por eso en su vida hay aspectos que no son imitables, ni
sirven directamente de ejemplo, porque Dios no lleva a todas las almas por el
mismo camino, y cada uno debe responder a su personal vocación. En este sentido,
las mejores vidas de santos (v. SANTIDAD III) son las que ponen de relieve la
humanidad de los que han sido hombres corrientes y que han tenido que luchar
contra sus propios defectos, al mismo tiempo que aumentaba su identificación con
Jesucristo por obra de la gracia. Las vidas más edificantes no son las que
relatan sólo hechos heroicos y milagrosos, o que pretenden mostrarnos a hombres
santos desde el nacimiento,sino las que nos animan a luchar, sabiendo que la
gracia no nos faltará tampoco a nosotros.
4) Lecturas teológicas. Para ir comprendiendo cada vez más el sentido de
las Escrituras, y también para comprender hasta el fondo la doctrina espiritual
de los libros ascéticos y el ejemplo de los santos, hace falta una progresiva
profundización teológica, es decir, un estudio sistemático del dogma, de la
moral y de la ascética en las fuentes del Magisterio y en los Doctores de la
Iglesia. En efecto, «cuanto más avanza un fiel en el camino de la perfección,
aparecen más problemas que requieren ciertos estudios teológicos» (G. Thils,
Santidad cristiana, 4 ed. Salamanca 1965, 551). Para esto, es muy útil que la I.
espiritual se haga también (alternándola con otros tipos de l.) con obras
teológicas acomodadas al grado de cultura profana y religiosa de cada persona.
Actualmente, y especialmente a partir de 1950, ha crecido notablemente el número
de publicaciones (revistas, folletos, libros, enciclopedias) destinadas a hacer
conocer a un público muy vasto la doctrina teológica. Esta gran variedad actual
de libros de divulgación teológica facilita mucho la tarea de escoger una I.
espiritual apropiada: pero hay que acudir al consejo de personas bien formadas,
para evitar I. desorientadoras, o incluso peligrosas para la fe y las
costumbres. En general, más que obras que intentan presentar nuevos «problemas»
teológicos (que interesan sólo a los especialistas de la ciencia teológica), hay
que escoger libros que ilustran los fundamentos de la doctrina común, exponiendo
claramente el contenido de la fe. Respecto a este último tipo de l. espiritual
vale de forma especial lo que se puede decir que todo tipo de l. hecha para
progresar en la vida interior: que la intención, al leer, debe ser la de buscar
alimento para la piedad y la lucha ascética, no para la erudición o la
curiosidad intelectual.
V. t.: BIBLIA VIII; ESPIRITUALIDAD, LITERATURA DE.
BIBL.: L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual, Barcelona 1964, 43-77; C. CHARLIER, La lectura cristiana de la Biblia, 3 ed. Barcelona 1965; F. GIARDINI, La lettura spirituale, «Rivista di Ascetica e Mistica» 4 (1959) 129-142; O. ZIMMERMANN, Lehrbuch des Aszetik, Friburgo de Br. 1932; l. LECLERCQ, L'amour des lettres et le désir de Dieu, París 1959; T. RICHARD, Théologie et piété d'aprés St. Thomas, París 1936. En castellano la"Biblioteca de Autores Cristianos y ed. Rialp (col. Neblí, Patmos) han publicado numerosas obras de espiritualidad clásica y moderna.
ANTONIO LIYI.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991