JUECES DE ISRAEL Y LIBRO DE LOS


Nombre y función. Se denominan Jueces (J.) a los personajes que presidieron la evolución político-religiosa de Israel en el periodo que va desde la muerte de Josué (v.) hasta el nacimiento de Samuel (v.). Su actividad se halla consignada en el Libro de los jueces (ldc) (hebreo: gofétim), uno de los libros protocanónicos del A. T. (v. BIBLIA II). No se trata propiamente de magistrados o jueces de oficio, aunque en algún caso no se excluya esa actividad, sino que la denominación mantiene un sentido político más amplio: son jefes o caudillos de tribu a la que liberan de sus enemigos y devuelven la plena y pacífica posesión de sus derechos. Se trata, pues, de hacer justicia al pueblo, frente a sus vecinos, de una manera pragmática. Este doble sentido del vocablo sofet (regir y juzgar) aparece ya en los antiguos textos cananeos, donde tpt se halla en paralelismo con zb1 (príncipe) y dn (juzgar); se mantiene igualmente en el título de los magistrados de Tiro y Cartago, denominados «Sufetes». En Israel se trata de hecho de jefes militares, que movidos de un espíritu religioso y dotados de una aptitud o carisma especial, son capaces de reagrupar a los miembros de su tribu y hacer frente a una situación de peligro por la que aquélla atraviesa. Su actividad es limitada temporal y socialmente, y aunque de tipo preferentemente político, conserva una profunda significación religiosa para el pueblo de Yahwéh, cuyo triunfo asegura. Todos los J. actúan movidos por un profundo sentido de fidelidad a su Dios y de recurso a su protección.
      Situación histórica. El Libro de los jueces (Idc), aunque no constituye un relato histórico sistemático y crítico, refleja bien las condiciones socio-políticas que siguieron a la ocupación inmediata de la Palestina por los Hebreos. A la muerte de Josué (ca. 1220-1200) se inaugura un periodo de penetración y sedentarización en el que las diferentes tribus de Israel van consiguiéndose poco a poco (Idc 1) un lugar para establecerse. No poseemos documentos extrabíblicos que iluminen este proceso, de suyo insignificante, ni aun este periodo de la Historia de Oriente, dado el estado de debilidad en que se hallan las grandes potencias, Egipto y Asiria, y la situación de turbulencia ocasionada por las invasiones de los Pueblos del Mar (V. FILISTEOS) y de los Hebreos. La Arqueología, no obstante, corrobora este estado de cosas, tal como lo refleja el relato bíblico. Después de la devastación motivada por esas invasiones, se constata la progresiva recuperación de una serie de ciudades cananeos. La nueva civilización es, con todo, inferior, correspondiente a pueblos seminómadas que se sedentarizan por primera vez y que aún no han asimilado la cultura anterior. En este momento Israel no constituye una unidad nacional bien definida, sino un acervo de tribus integradas en una fe común y cuyo punto de referencia es el Santuario central (v. SILO) donde se renueva la alianza y se guarda su signo máximo: el arca. Esta organización, siguiendo la nomenclatura de M. Noth, hacía de Israel una anfictionía, de la que nos ofrecen otros ejemplos el mundo clásico y el oriental. En este sistema tribal anfictiónico cada tribu o clan mantenía su autonomía y operaba por cuenta propia. En caso de apuro se podía recurrir al apoyo de las otras tribus o de la entera anfictionía. Éste es el estado de cosas que se refleja en Idc. Las tribus, en su proceso de establecimiento en Palestina, tuvieron que hacer frente a los ataques de sus vecinos: cananeos, moabitas, madianitas, filisteos, según la región en que se encontrase enclavada la tribu. El relato de esas peripecias no constituye un cuadro preciso y completo de la historia de la época. Recoge más bien una serie de tradiciones sueltas que cada tribu conservaba, referentes a sus orígenes y establecimiento en Palestina. Fue éste un periodo de adaptación. Socialmente, Israel salía del estadio nomádico, vivido en el desierto del Sinaí, para ajustarse a las condiciones de la vida sedentaria y agrícola. La Arqueología atestigua una progresiva y rápida evolución en la adopción de las nuevas técnicas de construcción y sistemas agrícolas.
      Frente al duro peregrinar por el desierto, el nuevo género de vida, aun en una tierra dura, pudo colmar la esperanza de la tierra prometida que «mana leche y miel». Naturalmente, esta adaptación socio-cultural a las condiciones del medio llevó consigo una contaminación religiosa, favorecida por la facilidad de la religión naturalística cananea (v. CANAÁN n) frente a las duras exigencias de la sinaítica. En un primer momento, Israel adaptó numerosas prácticas, sobre todo el sistema sacrificial, a la propia fe, pero acabó luego por adaptar ésta a las prácticas paganas, creando una situación de inseguridad teológica. En eJ fondo, no obstante, Israel permeneció fiel a sí mismo, como pueblo de la Alianza (v.) con Yahwéh. En los momentos de dificultad la conciencia de culpabilidad afloró espontáneamente y la vuelta al propio Dios centró todas las energías en torno al juez, el israelita fiel a Yahwéh que manifestaba las dotes, el carisma, de la asistencia salvífica de Dios en favor de su pueblo. Porque sólo en nombre del propio Dios se podía intentar una reagrupación de la tribu y llevar a cabo una lucha victoriosa contra sus enemigos. Pero, finalmente, este sistema de emergencia político-religiosa, que fue la anfictionía, tuvo que ser superado. Si se mantuvo durante casi 200 años, se debe sobre todo a lo circunscrito de los peligros que acecharon a Israel. Por otra parte, correspondía al espíritu de la alianza con Yahwéh y permitía a Éste aparecer siempre como el único Señor de Israel, que intervenía en su favor. Pero el mismo texto bíblico pone de manifiesto cómo el sistema no fue capaz de mantener la pureza de la fe yahwística (Idc 17-18) ni de impedir las rivalidades internas (12,1-6), ni de administrar justicia de modo eficaz (19-20). De ahí la aspiración hacia un sistema social unificado, hacia la monarquía. Será sobre todo la presencia de un enemigo fuerte y bien organizado, los filisteos, lo que obligará a esa evolución, al poner a Israel en riesgo de exterminio. La coronación de Saúl como rey consumará ese proceso, por encima de la nostalgia religiosa del régimen carismático de los J. (V. ISRAEL, TRIBUS DE).
      Actividad de los Jueces. El relato bíblico recoge la actuación de 12 de estos jefes de Israel. De algunos ofrece sólo una mención escueta, de otros presenta una narración más detallada de su hazañas. Surge así de modo natural la división entre J. menores y mayores. Los relatos van enmarcados dentro de un prólogo y un apéndice dobles, de los que luego hablaremos. Las noticias sobre los seis J. menores son breves y estereotipadas. Samgar (Idc 3,31) es posiblemente un príncipe cananeo cuya actuación contra los filisteos resultó benéfica para Israel. De Tóla` (Idc 10,1-2), de la tribu de Isacar, Ya ir (10,3-5), de Galaad, 'Ibsan (12,8-10), de Zabulón, 'Elón (12,11-12), también de Zabulón, y `Abdón (12,13-15), de Efraím, sólo se menciona la importancia de su familia, el lugar de su sepulcro y el hecho de que juzgó a Israel. Se trata probablemente de noticias sueltas, integradas tardíamente en el libro con la pretensión de completar el número, 12, de J. A. Alt estima que éstos representan la figura primitiva del Juez de Israel que posteriormente se combinó con la del caudillo militar, tal como la reflejan los J. mayores.
      Sobre éstos, el relato es más completo y viene enmarcado en el esquema teológico que caracteriza a todo el libro: la aparición del juez es una respuesta de Yahwéh al grito de los hijos de Israel que han sido abandonados bajo la opresión de sus enemigos por haberse apartado de Dios. El resultado de esta gracia, o de la actuación del J., es la salvación del pueblo, su reposo, libre de sus enemigos. En concreto, `Otrú'el, del clan de Caleb (Idc 3,7-11), es enviado a librar a Israel de la opresión de Kúáan-Ris'ataim, rey arameo según el texto de la Biblia, posiblemente de la región de Ousana-ruma, localizada en la Siria septentrional según un texto egipcio. O quizá se trate de un edomita, como hace suponer el emplazamiento del clan de Caleb en el sur de Palestina; por lo demás, Aram y Edom se confunden fácilmente en el texto consonántico hebreo. 'Ehúd (3,12-30), de la tribu de Benjamín, logró salvar a Israel de la tiranía moabítica por medio de un golpe de audacia, dando muerte a su rey y derrotando seguidamente a sus huestes.
      La historia de Débórah y Baraq (Idc 4-5), de las tribus de Efraím .y Neftalí, presenta doble redacción: un poema antiguo (cap. 5) y un relato en prosa (cap. 4). Se trata posiblemente del episodio decisivo de la lucha israelítica contra los cananeos en su intento de afincarse en el país. La victoria de Taanak significa la ruptura del predominio cananeo en la llanura de Esdrelón, que hasta entonces separaba las tribus del norte de las montaña de Efraím. Fue una gran victoria conseguida sobre el predominio militar cananeo por la mayor coalición de tribus (Efraím, Benjamín, Zabulón, Isacar, Neftalí) habida en la época de los J. (Idc 5,14-15). La causa inmediata de la victoria, en que se patentizaba la asistencia divina, fue una lluvia torrencial y el desbordamiento del torrente OYsón, que dejaron inoperantes los carros de combate cananeos (Idc 5,20-21; 4,15). Con todo, el relato resalta los elementos religiosos, otorgando el brillo de la victoria, la iniciativa y la muerte del jefe enemigo a dos mujeres, Débora y Yael, como consecuencia de la falta de fe y confianza en Yahwéh por parte de Baraq, el caudillo militar.
      La historia de Gedeón (v.) y de su hijo Abimelek (Idc 6-9), de la tribu de Manasés, nos ponen ante una situación diferente. Israel debe ahora hacer frente a la clásica incursión del beduino contra el sedentario. Tribus madianitas (v.) y amalecitas (v.) se venían lanzando periódicamente sobre Israel para arrebatarle sus cosechas y ganados. Aquí aparece por vez primera el camello como elemento primordial, que da movilidad y rapidez a esas incursiones. En esta situación desesperada surge en Israel el liberador, Gedeón, que derrota y extermina a las tribus nómadas del desierto transjordano. El relato ha sido desarrollado en todas sus implicaciones teológicas: vocación de Gedeón, presagios y signos, reducción del ejército, porque la victoria es de Yahwéh. Y, por fin, en la época de los J. aparece por primera vez el tema de la realeza. Israel va percibiendo cada vez con más claridad la insuficiencia de la organización anfictiónica para hacer frente a sus enemigos y ofrece la corona a Gedeón. Su reacción, al rechazarla, es típicamente profética y concorde con la teología de la alianza: en Israel no hay más rey que Yahwéh. No obstante, su hijo Abimelek (Idc 9), apoyándose en el clan de su madre, pretenderá establecerse como jefe hereditario en Israel. Su reino se organiza al modo de las ciudades cananeos, pero resulta efímero; debe hacer frente a la infidelidad de sus súbditos y muere en la lucha contra ellos.
      El enemigo a que hizo frente Jejté (Idc 10,6-1.2,7), de la región de Galaad, fue, según el texto bíblico, Ammón (v. AMMONfES); sin embargo, el contexto literario supone más bien Moab (v.). Posiblemente estamos ante una mezcla o confusión de tradiciones, dada la proximidad e implicación política de Ammón y Moab. Estos países presionaban sobre Israel, en particular sobre las tribus que aún le quedaban en la región transjordana y a las que sentían como intrusos. La aparición de Jejté y su actuación son típicas del carácter del J. De origen oscuro, se impone entre sus conciudadanos en virtud de su fama como depredador de fortuna. Puesto a la cabeza de su tribu, se alza en defensor de los derechos de Yahwéh y de su pueblo, lo que no le impide hacer un voto de inmolar en su honor a la primera persona que le salga al encuentro, que resulta ser su hija. Es un rasgo arcaico de autenticidad que manifiesta la contaminación religiosa con que se vivía el yahwismo en el ámbito cananeo. Por fin, su disputa con los efraimitas pone de manifiesto a su vez el estado de rivalidad existente entre las tribus, como ya aparecía en el caso de Gedeón.
      El último J. de que nos habla la Biblia es Sansón (v.) (Idc 13-16), de la tribu de Dan. En realidad, nunca aparece conduciendo a su tribu o clan en la lucha contra los filisteos, sino que sus hazañas son siempre singulares. Su fuerza quedó como proverbial en Israel. Para la mentalidad hebrea es un carisma o gracia divina por su efecto salvífico en favor del pueblo. Su boda con una filistea le da motivo para intervenir contra sus enemigos, cuyas mieses incendia y a los que derrota con una quijada de asno. Escapa a sus asechanzas, pero al fin cae, víctima de su debilidad con las mujeres extranjeras. Revela el secreto de su fuerza, su cabellera de nazareo, de hombre consagrado a Dios, a su mujer filistea, Dalila. Ésta le traiciona y cae en poder de sus enemigos, a los que finalmente destruye a costa de su propia vida.
      Idc se cierra con un apéndice doble (Idc 17,18; 19-21) donde se nos narran dos episodios que reflejan magníficamente las condiciones socio-políticas del momento y son una implícita introducción a la monarquía, al poner de manifiesto la inestabilidad religiosa y social de aquella época «en que no había rey en Israel y cada uno hacía lo que bien le parecía» (Idc 17,6; 21,25). El primer relato nos presenta a un israelita de la montaña de Efraím, de nombre Mika, que se construye un santuario familiar con una efigie de Yahwéh y consigue los servicios de un levita que le haga de sacerdote particular. Este hecho más o menos insignificante se une con la migración de los danitas, que no pudiendo establecerse cómodamente en el sur de Palestina, dada la presión filistea, emigran al norte y se apoderan de la ciudad cananea de Lais, a la que denominan Dan. Este dato bíblico, no comprobado hasta ahora, parece encontrar su confirmación en los documentos de Mari que nos hablan de una ciudad cananea, de nombre Lais, ubicada en la región septentrional de Palestina. En su marcha hacia el norte, los danitas se llevan la efigie de Mika y al levita que le hacía de sacerdote, y fundan en Dan un santuario de gran importancia en la época de la división del reino.
      El libro se cierra con el relato del crimen de los habitantes de Geba (Gib'ah) de Benjamín. Un levita vuelve con su mujer desde Belén a la montaña de Efraím y se detiene en Geba para pernoctar. Los habitantes de la ciudad, violando las leyes de la hospitalidad, abusan de la mujer y causan su muerte. El levita reparte su cadáver en trozos por las tribus de Israel que se congregan para vengar la ofensa. Todos los benjaminitas hacen causa común y la guerra termina con la exterminación casi total de la tribu. Para evitar su desaparición se recurre a diversas estratagemas, con el fin de proporcionar esposas al resto de la tribu. Estos capítulos parecen de época tardía en su redacción actual. Encierran una crítica implícita del reino del norte y explican su fracaso: el culto cismático de Dan y su santuario sólo desaparecen con el exilio de aquellas tribus nórdicas, posiblemente en 722 a. C.; y la tribu de Benjamín, a la que pertenece Saúl (v.), aparece manchada ya desde antiguo con un pecado colectivo y fundamental que la hace inepta para regir a Israel. No obstante, su pecado obtendrá perdón y el exterminio no será total, como tampoco el exilio significará una ruina total. En ambos casos, los protagonistas son levitas, tradición sacerdotal, y en relación con la tribu de Judá, en concreto con Belén.
      El problema literario. Desde el punto de vista literario, todo este material narrativo aparece de origen complejo. Tenemos una serie de tradiciones tribales, pertenecientes a diversos géneros y procedimientos narrativos, e integradas dentro de las grandes corrientes literarias del Hexateuco, la jahwista y la elohísta (v. PENTATEUCO). Esta duplicidad redaccional se percibe a lo largo de todo el libro, como lo testimonian las frecuentes repeticiones, interrupciones, contradicciones, en un mismo relato. Todo ello fue asumido posteriormente por el redactor deuteronomístico que lo acomodó a su marco teológico, del que luego se hablará. Finalmente, dos apéndices de origen sacerdotal dieron su aspecto definitivo al libro, que además ha sido siempre considerado como inspirado (v. BIBLIA II).
      Teniendo en cuenta estos datos, podemos trazar la siguiente estructura literaria del mismo: 1°) Prólogos. Idc 1,1-2,5, documento antiguo, de origen yahwista, que testimonia la lenta ocupación de la tierra por las diversas tribus; 2,6-3,6, interpretación teológica de esa lenta ocupación, de sentido teológico deuteronomístico, sobre todo 2,11-19. 2°) Cuerpo narrativo. Idc 3,7-16,31. En él hay que resaltar los relatos sobre los J. mayores (3,9-11; 15-30; 4,4-5,31; 6,11-8,35; 10,17-12,7; 13,2-16,31) con su introducción deuteronomística (3,7-8; 11-14; 4,1-3; 6,1-10; 10,6-16; 13,1), por su Teología. Dentro de ellos cabe destacar la presencia de dos piezas literarias antiguas: el Canto de Débora (Idc 5), epopeya heroica de los orígenes de Israel como nación, y el Apólogo de Jotam (9,7-16), quizá el primer testimonio de literatura sapiencial en Israel. Estos relatos, sobre todo los de Gedeón, Jefté y Sansón, delatan una doble redacción, cuyas características literarias les unen por una parte con el Hexateuco y, por otra, con los Libros de Samuel (v.). De este modo, las grandes escuelas literarias del A. T. extienden su actividad sobre todo el periodo de la historia del pueblo hasta la época monárquica. A este cuerpo fundamental se habría añadido posteriormente la noticia sobre los J. menores (Idc 3,31; 10,1-2; 3-5; 12,8-10; 11-12; 13-15), sin integración teológica. 3°) Apéndices, c. 17-21, de origen sacerdotal y de redacción compleja. Explican el origen del culto ilegítimo del reino del norte en Dan y la situación anárquica antes del advenimiento de la monarquía.
      Teología. Por otra parte, todo este material literario se halla enmarcado dentro de una intención teológica que es la que da unidad al libro. Esto se revela sobre todo en el doble prólogo con que comienza éste. El cap. primero traza un cuadro esquemático de la conquista de la tierra por las diferentes tribus, en contraste con la estilizada y fulminante ocupación de la misma que ofrece el libro de Josué (v.). Este reproducía el ideal, tal como lo exigían la fidelidad y poder de Yahwéh. Pero, en realidad, esa plena y pacífica posesión de la tierra sólo se logró en Israel en tiempo de David (v.). Desde la entrada en Canaán hasta ese momento se extienden unos siglos de inestabilidad y lucha en que Israel se ve sometido al duro contraste con sus vecinos. Este es un hecho que necesita justificación teológica. Dios había prometido la tierra como recompensa al mantenimiento de la alianza; ese retraso y dificultad en conseguirla son consecuencia de la infidelidad a la misma. En un primer momento, la presencia de los pueblos cananeos en medio de Israel se interpretó como una manera providencial de ejercitar al pueblo en la guerra (Idc 3,2) o de probar su fidelidad y amor a Yahwéh (2,21; 3,4). Pero la experiencia falló y entonces aparece claro para el redactor el sentido de este escándalo teologal: Israel se contaminó y prevaricó, y de ahí su penosa situación en ese tiempo. Se deduce así una dialéctica de la gracia que explica la historia. Los hijos de Israel hicieron lo que era desagradable a los ojos de Yahwéh y Éste les abandonó a sus enemigos, que les oprimieron. Entonces, el pueblo se volvió a su Dios que, clemente, se dejó conmover por sus gemidos y les envió un juez-salvador que les libró de aquéllos. Muerto el J., el pueblo vuelve a la misma prevaricación, y el ciclo teológico comienza de nuevo. Este desarrollo en cuatro tiempos: pecado, castigo, arrepentimiento, salvación, es el tema que se repite en las introducciones a los J. mayores, como señalamos más arriba, y que se halla formulada programáticamente en Idc 2,11-19. De este modo, el Idc se convierte en una Teología de la Historia de Israel en este periodo, interpretado a la luz de la Teología de la alianza, sobre todo tal como se encuentra desarrollada en el Deuteronomio (v.). Otro elemento de este marco teológico es la presentación de los J. como caudillos de todo Israel. Es decir, el libro se escribe desde la perspectiva de la unidad nacional, aunque en realidad aquéllos no fuesen más que héroes tribales. Aparecen así como precursores de la monarquía, cuyos brotes apuntan ya en los relatos de Gedeón, Abimelek y Jefté (v. REYES, LIBROS DE LOS).
     
      V. t.: ISRAEL, TRIBUS DE; GEDEáN; SANSóN.
     
     

BIBL.: Católicos: M. J. LAGRANGE, Le livre des Juges, París 1903; V. ZAPLETAL, Das Buch der Richter, Miinster 1923; R. TAMISIER, Le livre des Juges, en PIROT-CLAMER, La Sainte Bible, París 1949; F. NÓTSCHER, Das Buch der Richter, Wurzburgo 1950; A. VINCENT, Le livre des Juges, en Bible de Jérusalem, París 1952; B. UBACH, Josue-Jutges-Ruth, en Biblia de Montserrat, Barcelona 1953; L. ARNALDICH, jueces, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia comentada, II, Madrid 1961, 85-171; A. PENNA, Giudici e Rut, Turín 1963; G. Auzou, La force de 1'esprit. Étude du livre des Juges, París 1966; 1. VAN DER PLOEG, Les chefs du peuple d'Israel et leur noms, «Revue Biblique» 57 (1950) 40-61; A. PENNA, L'introduzione al libro dei giudici (1,1-3-6), en Miscellanea Biblica A. Fernandez, Madrid 1960, 217-225.

 

G. DEL OLMO LETE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991