JUDAÍSMO, I. ESTUDIO GENERAL.


1. Historia y geografía. La historia del pueblo hebreo (v.), tan diferente de las demás, se divide en edades, épocas y periodos muy distintos también de los generalizados para la Historia Universal. La división más tajante de la misma es la señalada por la Diáspora (v.), en el a. 70 d. C., que, al desaparecer Israel como nación, dispersándose sus habitantes por todo el Imperio romano y hasta por las más remotas regiones, escinde en dos partes totalmente dispares la historia y destino de este pueblo, el cual seguirá, no obstante, siendo el mismo, fundido, pero jamás confundido entre las naciones.
      Ahora bien, si lo que se intenta historiar es precisamente el j. posbíblico, resulta difícil fijar sus comienzos, pues desde el punto de vista judío habría que señalar en rigor la fecha del último libro del canon judaico, tarea nada fácil, máxime teniendo en cuenta los dos cánones: palestinense, que se atiene a la Biblia hebrea exclusivamente, y alejandrino, que admite los libros sagrados compuestos en griego, llamados por los católicos «deuterocanónicos» (v. BIBLIA II). Por otra parte, si en el término «posbíblico» se considera la Biblia entera, es decir, también el N. T., hay que tener en cuenta que sus últimos escritos aparecen antes del final del s. I. Por tanto, el calificativo «posbíblico» adolece de imprecisión y resulta más bien convencional; aunque aproximadamente se pueda considerar como tal al j. posterior a Jesucristo y al N. T. en general. Desde un punto de vista literario, histórico y aun religioso, parece lo más acertado considerar la situación del pueblo judío a partir del momento en que «la profecía calló», finales del s. v a. C., y se inicia aquel en que se clausura el canon bíblico del A. T. (ca. 200 a. C. para la Biblia hebrea, 100 a. C. para la Biblia griega), con una evolución bien marcada, de típicas características. Señalar como divisoria entre ambas vertientes de la historia judaica el año 70 d. C., o el 135, final de la sublevación de Barcoquebas (v. MESIANIsmo, 2), equivale a dejar un lapso intermedio de dos a cinco siglos, entre el hebraísmo bíblico y el j. posbíblico así considerado. Durante esos siglos va surgiendo el rabinismo (v. RABINO) y la nueva literatura judaica, antes de clausurarse la bíblica del A. T. Conviene, pues, partir de esa época, aunque sus límites se presenten bastante difuminados (v. HEBREOS).
      Podría, pues, señalarse los siguientes grandes ciclos histórico-cultúrales en el j. posbíblico: a. Intermedio o de transición: época anterior a la Diáspora (?-70 d. C.); b. Diáspora: Edad Media judaica (70 d. C.-1492), subdividido en dos épocas, oriental (70-950), subdividida, a su vez, en dos periodos: romano-persa (70-622) y árabe (622-950), y occidental o hispano-árabe (950-1492); c. Edad Moderna y Contemporánea: Cosmopolitismo (1492-1880), dividido en dos periodos: ítalo-holandés (1492-1750) y centroeuropeo (1750-1880); d. Edad Novísima: Sionismo (1880-actualidad).
      El término judaísmo, de variable significación según los tiempos, designa esencialmente la religión judaica y también el pueblo judío en general, sus instituciones y su cultura; es el equivalente de helenismo aplicado a la antigua Grecia, o cristianismo, referido al mundo cristiano. Dada la estrecha compenetración entre dichas facetas, mayor que en ningún otro pueblo, se impone la necesidad de estudiar conjuntamente la historia, con su secuela de vicisitudes; la religión. que abarca la vida entera, individual, familiar y social; la producción científico-literaria y actividades múltiples del pueblo judío en los ciclos mencionados.
      a. Periodo intermedio. Durante los siglos inmediatamente anteriores y el subsiguiente a la era cristiana, desde la vuelta de la cautividad de Babilonia hasta la Diáspora, cl pueblo judío estuvo sometido sucesivamente al dominio o influencia de persas, griegos y romanos. En los 200 años de esa primera época (537-330 a. C.) los repatriados judíos gozaron de paz y tranquilidad, y se dedicaron plenamente a la reconstrucción de su nacionalidad, sus ciudades y pueblos, su patrimonio literario y cultural. Contra la opinión hasta hace poco muy generalizada de que fue ésa una epoca oscurantista, hoy se cree fundadamente todo lo contrario. Los 70 años de cautiverio babilónico, bastante benigno, al menos para gran parte de los deportados, en contacto con un pueblo y un ambiente de alta civilización, beneficiaron a los doctores y selectos ingenios del pueblo judío. La lectura y más asidua meditación de los libros sagrados, verdadera ciudadela de Israel en las épocas y momentos de tribulación, entonces y siempre; la firme esperanza en Yahwéh, la reflexión acerca del destino inmortal del pueblo de Dios fueron otros tantos estímulos poderosos para el alma judaica concentrada en sí misma. Los grandes profetas del exilio, Ezequiel (v.), Daniel (v.) y, quizá, algunos más; los ilustres jefes políticos de los repatriados, tales como Zorobabel (v.) el gran sacerdote Josué y sus «hermanos», como también el gran doctor de la Ley Esdras (v.), figura cumbre en el j. posexílico y Nehemías (v.), enérgico hombre de gobierno, además de varios profetas claramente de esta época, como Ageo (v.), Zacarías (v.), Malaquías (v.), mantuvieron tenso el espíritu de los reconstructores de la nación judía y contribuyeron a elevar su nivel cultural, sobre el amplio sedimento del pasado, a un grado superior. De entonces data la introducción de la escritura cuadrada o «asiria», la división paulatina del canon bíblico (v.) en sus tres secciones, Toráh, Profetas (primeros y posteriores) y Hagiógrafos (o «escritos sagrados» restantes), y la redacción definitiva de varios libros. La tradición rabínica reconoce unánimemente la parte preponderante que en esa magna labor cupo a Esdras (v.) y sus discípulos, continuada con tesón y casi sin interrupción por los escribas (v.). Algunos libros y Salmos, que se venían considerando anteriores al exilio, fueron compuestos en esta época, según juicio cada vez más generalizado de los escrituristas, p. ej., el Cantar (v.) y el Eclesiastés (v.), tradicionalmente atribuidos a Salomón (v.), Job (v.), con toda probabilidad; gran parte de la ordenación definitiva de Daniel (v.), etc. Particular mención merece el cambio de lengua operado en el pueblo judío durante los años de la cautividad: el hebreo (v. HEBREOS iv), la lengua santa, quedó confinado, hasta nuestros días, al área sinagogal y académica, y fue sustituido por el arameo (v.), como lengua oficial y vernácula, si bien durante bastante tiempo, quizá varios siglos, ambos idiomas convivieron incluso en la misma esfera familiar.
      Al periodo persa sucede el griego. Tras la victoria de Alejandro Magno (v.) sobre Darío 111, la cultura helénica se expandió por toda el Asia occidental. Dicho periodo griego se divide en dos fases de influencia notoriamente dispares, representadas por los Ptolomeos (v.) de Egipto (323-200) y los Seléucidas (v.) de Siria (200-163). La primera se caracteriza por una benigna tolerancia y protección a la cultura, con su secuela de paz y relativo bienestar; en la segunda se desencadenó contra los judíos una furiosa persecución con la intención de absorber y eliminar la religión y observancia de la Ley mosaica, como supuestos obstáculos para la completa helenización de Judea. Las épicas contiendas de los Macabeos (v.) y Asmoneos (v.i iniciadas el 167 a. C., que empezaron siendo religiosas y acabaron siendo civiles, expulsaron de Palestina (v.) a los invasores sirios, lográndose la autonomía religiosa y, al par, la política con Simón Macabeo (145 a. C.).
      Sigue el periodo asmoneo a lo largo de un siglo; Judea volvió a ser una nación libre, regida por soberanos de la familia asmonea, que juntaron la dignidad sacerdotal con la regia, desde el susodicho Simón. Le sucedió su hijo Juan Hircano. En la lucha fratricida que estalló entre los últimos asmoneos (v.), Hircano II y Aristóbulo 11, el general romano Pompeyo, que a la sazón realizaba una campaña en Oriente, intervino a favor del primero, penetró en Jerusalén y dejó a éste, con el título de Sumo Sacerdote y Etnarca, pero no el de rey, como tributario y dependiente de Roma (63 a. C.). Judea no volvió a recoorar su independencia. Durante el gobierno y monarquía de los Asmoneos hubo un esfuerzo en pro del mejoramiento agrícola e industrial; se organizaron los partidos político-religiosos (v. SADUCEOS y FARISEOS), que tanta influencia habían de ejercer después con alternante prevalencia, y se realizaron notables reformas en la administración estatal, sobre todo bajo el gobierno de Juan Hircano, durante el cual se constituyó el Sanedrín (v.), y prosiguió la actividad literaria, exégesis bíblica, ordenación jurídica e instrucción, que tan copiosos frutos había de aportar durante el milenio siguiente en las Academias de Palestina y Babilonia.
      «Durante el periodo romano tuvieron lugar los sucesos más trascendentales de la historia de Israel, que constituyeron la clave de su vida anterior y todo el A. T., al par que son el inicio de una nueva existencia como pueblo, casi de un nuevo Israel, aunque fuertemente enraizado en el tronco racial, psicología y tesoros espirituales del antiguo. Sin esos sucesos no tendría explicación los dos mil años anteriores, ni los dos mil posteriores de la historia de ese pueblo. El proceso de helenización, incoado dos siglos antes, siguió avanzando en el presente, puesto que el griego y la cultura helénica predominaban en todos los países del Asia Occidental, Egipto y Península balcánica. Tres ramas vigorosas del árbol de Israel se nutren de fecunda savia griega durante este periodo: la literatura rabínica, que sigue su desenvolvimiento iniciado casi desde el retorno mismo del exilio babilónico...; la judeo-helenística, que llega a adquirir notable pujanza, con figuras de primer orden, como Filón (v.), Flavio Josefo (v.) y otros; y la judeo cristiana, que pone los cimientos de la Iglesia (v.) y con ella los de la civilización occidental» (D. Gonzalo Maeso, o. c. en bibl., 356). V. t. JESUCRISTO 1, 3; CRISTIANISMO.
      b. La Diáspora. (Galut en hebreo, Galutá en arameo) o gran dispersión del pueblo judío por todo el orbe, tras la primera guerra contra Roma, que terminó con la ruina de Jerusalén y destrucción de su Templo (v.) en el 70 d. C., había comenzado en realidad ya antes, no después de la primera eversión de la Ciudad Santa y el Templo salomónico por Nabucodonosor (587 a. C.), como dice Dubnow en su Historia judía, sino desde la deportación del Reino de las Diez Tribus (722, a Nínive, por los asirios), que no volvieron jamás a la tierra de sus mayores. Esa forzosa disgregación y dispersión mundial que culmina en el 70 d. C. es la catástrofe mayor que registra la historia de Israel. El mismo genocidio perpetrado por los nazis (1933-45) quizá no igualó en consecuencias político-sociales (que derivaron hacia metas insospechadas) al cataclismo del 70 d. C., con su apéndice del 135. Después de Jesucristo y de los acontecimientos del año 70, se inicia una era tan distinta en la vida del pueblo judío, que bien puede considerarse como el principio de su Edad Media, que aún tardará 400 años para Europa.
      La división dicha en dos épocas bien marcadas, oriental y occidental, refleja la especial situación y actividades judaicas en las comunidades de Oriente y Occidente. Sin embargo, unas y otras coinciden e que su historia externa será la del país al que se halen incorporadas; la propia será la interna, anclada en la religión, cifrada en la Biblia (A. T.), que será ya su verdadera patria y en torno a la cual florecerá una riquísima y variada literatura: Targum, Talmud (v.), Exégesis escrituraria, Cabalismo (v.), Poesía religiosa, Ciencias del j., etc. Pero además hay que considerar otra faceta en esta historia de Israel, otros anales suyos particulares, que estriban en sus relaciones, ora amistosas, otra de tolerancia, otra de animadversión, odio y persecución, por parte de los ciudadanos y gobernantes de las naciones de su residencia. También en este aspecto, de tan fluctuantes vicisitudes, hubo coincidencia en casi todos los países, sin más variación que la del tiempo y determinadas circunstancias.
      En Oriente (Palestina, v., y países adyacentes, como Egipto: v. ALEJANDRíA v), apenas finalizada la guerra contra Roma y hundida la nacionalidad judía, surgieron Academias judías en competencia de actividad intelectual, que prosiguieron su varia labor durante la dominación sasánida, e igualmente después bajo el Islam (622-950). En esas Academias se elaboraron obras colectivas, como los Targumes, Talmudes y abundante Jurisprudencia, la Masorá, la Cábala, y otras particulares, de carácter lingüístico, exegético, poético, científico, etc. Traspasado a Occidente, y más concretamente a la España musulmana y cristiana, el centro y cetro de las letras hebraicas a mediados del s. x, época del Califato cordobés, se dio durante cinco siglos un florecimiento cultural de envergadura, representado por la literatura judeo-árabe y la específicamente hebraica, con características de época áurea, con su iniciación rápida, culmen mantenido y honroso declivio, cual no se ha registrado después, y en la que brillaron eximios escritores, muchos de ellos de talla universal (v. SEFARDÍES; HISPANO-HEBREA, LITERATURA). En los principales países europeos aparecieron también en el Medievo algunos ilustres maestros, cuyos escritos y actuación constituyen timbre de honor del j.
      c. Cosmopolitismo. La expulsión general de los judíos de la península Ibérica (1492 y 1497) y, antes o después, de otras naciones europeas abre una nueva perspectiva en la historia de Israel en la Edad Moderna. Nuevos núcleos de población judaica surgirán en diversos países: Italia, Holanda, Balcanes, Norte de África en el periodo ítaloholandés, coincidente con la Edad Moderna, y en la Europa Central, Alemania, Austria, Polonia, Lituania, Rusia, etc., en el subsiguiente periodo centro-europeo, correspondiente a la Edad Contemporánea. Al final afluyen a Palestina colonos cuyo número irá en aumento y que llegarán a representar un papel insospechado.
      La literatura, antes netamente rabínica, es decir, obra de rabinos y maestros del j. o inspirada por ellos, adquirirá ahora un carácter universal y cosmopolita: se escribirán toda clase de obras literarias y científicas por toda clase de personas. En el campo de las letras aparecen en esos países muchas y notables figuras.
      d. Sionismo. El último ciclo, Edad Novísima, también anticipada en varios decenios a la universal, está regida por el Sionismo (v.), fundado por Theodor Herzl (v.). El afincamiento de judíos en Palestina y la emigración masiva al Nuevo Mundo e Inglaterra cambian la faz de la Diáspora judía. A partir del penúltimo decenio del s. xix se recrudece en Europa el antisemitismo, principalmente en Rusia (1881 Sur de Rusia, 1903 Kichinev en Besarabia, 1919 en Ucrania), que tendrá también cruentas manifestaciones en Palestina (1929) a manos de los árabes y culminará después en la hecatombe hitleriana.
      Los máximos acontecimientos ocurridos en este último ciclo son: el exterminio por los nazis de un tercio de la población total y casi todo el j. de la Europa Central y Balcanes, principalmente durante la 11 Guerra mundial, y, en segundo lugar, la creación del Estado de Israel (v.) en mayo de 1948, previo acuerdo de la ONU, que hubieron de hacer efectivo, en contienda contra los países árabes circunvecinos, los judíos residentes desde hacía varios decenios en Palestina. Estos dos hechos trascendentales en la moderna historia de Israel no dejan de tener relaciones, aunque parezcan contrapuestos, y han cambiado profundamente la faz del j. mundial. Por otra parte, el antisemitismo no ceja en bastantes países: en Rusia, donde continúan, sin poder emigrar, unos cuatro millones de judíos; en los países árabes del Asia occidental, Egipto y Norte de África, terminantemente opuestos a la creación y mantenimiento del Estado de Israel. En cambio, las comunidades judías, o simples individuos, ya que muchos mantienen muy tenues los lazos comunitarios y religiosos, de América, sobre todo del Norte, Inglaterra y algunos otros países europeos, gozan de bienestar y vida pujante en todos los órdenes.
      En el orden cultural, como fruto preparado por los escritores judíos de la Edad Moderna y la Contemporánea, y merced a la labor de una pléyade de filólogos, aparece el neo-hebreo. La milenaria lengua bíblica, renovada varias veces a lo largo de veintitantos siglos (rabínico posbíblico o misnaico, hebreo medieval, hebreo moderno; v. HEBREOS v), revive y muestra capacidad como cualquier lengua del s. xx, escrita y hablada, apta para los usos de la vida y la cultura actual, con precisión y lucidez en la expresión científica o literaria. Se publican enciclopedias (generales, bíblicas, talmúdicas, en hebreo y otras lenguas europeas), se funda la Universidad Hebrea de Jerusalén (1925), se publican revistas y obras sobre diversas ramas del saber, se traducen las obras maestras de la literatura universal, etc. «Mientras los judíos de la Europa central y oriental -dice U. Cassuto- iban creando una nueva literatura hebraica de tipo europeo y de inspiración europea, los de Oriente, sin contacto alguno con la joven literatura de sus hermanos lejanos, seguían las viejas formas y los viejos paradigmas... Pero incluso en las poesías compuestas en estas viejas formas y según estos viejos paradigmas se siente todavía latir la antigua vitalidad milenaria, y se oyen acentos notables y dignos de ser escuchados, aunque no fuera más que como continuación ininterrumpida de la antigua tradición, con la cual la literatura del mañana deberá reenlazarse, si verdaderamente aspira a volver a las fuentes de su vida» (Storia della Letteratura ebraica, 190-191).
      2. Vida interna. El pueblo hebreo en la Diáspora, aún carente de Historia nacional, debido a su situación política, mezclado, aunque no diluido, entre todos los pueblos del globo, no tiene otra vida política que la de los países donde reside, de cuyas vicisitudes necesariamente ha de participar, y, aun en ocasiones, masivamente por la acción preponderante de algún personaje de su estirpe encumbrado a las altas esferas. Paralelamente a esa vida externa y extraña, los judíos desarrollaron de modo constante y uniforme, con' hondas vinculaciones y relaciones a escala internacional, su vida interna como reflejo de su trama espiritual, ideológica y sentimental, tan rica y variada.
     
      a. Situación jurídica de los judíos en la Diáspora. El hermético aislacionismo impuesto al pueblo hebreo en los antiguos tiempos por razones fundamentalmente religiosas y de preservación de la estirpe, como «pueblo de Dios» (v.), y de las santas revelaciones de que era depositario hasta el Mesías (v.), hermetismo mantenido tenazmente por los judíos a través de las edades, tenía que conjugarse en la Diáspora con la forzada convivencia entre los ciudadanos de los países donde radicaban, y surgió el qahal (voz hebrea) o judería, la aljama (voz árabe: alyama'a), «reunión, comunidad» de judíos (o también de moros), el vicus iudaeorum (expresión latina medieval), el mel.lah (voz marroquí), el ghetto (voz de oscura etimología, tal vez italiana), nombres todos expresivos, según los tiempos y lugares, del típico barrio judío.
      Antes del a. 70, los que moraban en Palestina tenían el status civitatis correspondiente, y el Derecho romano les otorgaba la condición de peregrinos; pero en las ciudades griegas eran extranjeros de nacionalidad judía, sin derecho de residencia o domicilio los xénoi, o con él los pároikoi, o bien metecos, es decir, extranjeros allí domiciliados sin esperanza de volver a su patria de origen. Los judíos de esta última categoría eran los más numerosos. A partir de la nueva situación creada a los judíos desde el a. 70, se distinguen: 1° los que son ciudadanos griegos, tales como los residentes en Alejandría, Antioquía, etc.; 2° los que eran ciudadanos romanos, como Flavio Josefo; y 3° los peregrinos. La Lex Antoniana de civitate, promulgada por Caracalla en 212, suprimió toda distinción entre judíos ciudadanos y no ciudadanos; todos por igual se hallaban en posesión de los derechos y deberes inherentes a los ciudadanos romanos. Iudaei romano et communi iure viventes, dice el Código de Teodosio. Tal consideración la conservaron los judíos, al menos al principio, en algunas legislaciones aun después de la caída del Imperio de Occidente, p. ej., entre los ostrogodos, lombardos y visigodos.
      En siglos posteriores y bajo situaciones políticas bastante distintas, la comunidad o agrupación judaica está confinada, aunque no de modo absoluto por lo que a sus miembros se refiere, en un barrio de la ciudad, villa o aldea, que se rige, de puertas adentro y en la esfera espiritual y privada de sus componentes, por sus leyes ancestrales, profesa la religión mosaica y está integrada, por lo demás, en el complejo político-social del país, participa en las actividades comunes del mismo, habla y escribe en la lengua oficial y vernácula, pero sin gozar de la plenitud de los derechos políticos y está sometida a especiales impuestos o gabelas, sobre todo, en los países musulmanes, al emblemático de esta situación de inferioridad, la capitación o «contribución por cabeza». Los judíos son, en expresión arábigo-islámica, 'ahel al-dimma, «la gente del tributo», pero son también «en las cosas comunales, como cualesquiera otros vasallos», en expresión de las Partidas de Alfonso X el Sabio. En periodos de especial tirantez o exacerbada judeofobia, tanto en los países musulmanes como en los cristianos -incluso en la Alemania nazi- se les obligaba a llevar un distintivo especial de su condición de judíos: son las llamadas divisas en la Edad Media, que tanto dieron que hablar y hacer en determinadas ocasiones.
      La organización de la aljama, de abolengo talmúdico, presenta un sello peculiar en España, dentro de su antigua configuración. Sus limitaciones en el orden político, civil y penal, consecuencia del especial estatuto político que pesa sobre ese pueblo, se remontan a los tiempos mismos de la dominación romana en Palestina, cuando ésta perdió su independencia, como ya dijimos, pero con mayores restricciones. Entonces Judea era una provincia del Imperio; en la Edad Media, y antes, desde la Diáspora, los judíos constituyen núcleos de mayor o menor cuantía, enquistados dentro de una población extraña, tolerados a lo sumo, perseguidos y vejados con frecuencia. Tienen sus autoridades y dirigentes particulares en lo religioso y en lo social, judicial y cultural. El rabbí (v. RABINO) ha sustituido prácticamente, casi diríamos ha destronado, al antiguo kohén o sacerdote, y es el personaje clave en la vida israelita: oficiante sinagogal, consultor universal, maestro y doctor de la juventud, docto en las ciencias judaicas y en las demás, escritor y poeta a menudo.
      Los antiguos «ancianos (v.) de Israel», consejo o senado, son en las aljamas medievales personas constituidas en dignidad, los funcionarios comunales llamados bérurim, «elegidos» o diputados; muqdamim, «adelantados», como los de Castilla y Aragón de este nombre; ne'emanim, «fideicomisarios». Existe también una corporación de ya°asim, «consejeros», notables o ancianos, los Diez, los Veinte, los Treinta, según su cuantía y la importancia de este Consejo. Los decretos, leyes, disposiciones gire se promulgasen, siempre a tenor de la minuciosa legislación talmúdico-rabínica, que informa todo el j. posbíblico, recibían la denominación de taqqanot, «ordenaciones» o «instituciones». La pena más terrible que se imponía era el herem, especie de excomunión latae sententiae, de tal trascendencia, aun en lo humano, que hasta podía acarrear la ruina social y económica del inculpado. Otras, como el nidduy, a modo de anatema o excomunión menor, revestía menor gravedad, aunque apartaba al incurso de la comunidad y de ciertas prácticas religiosas.
      En el orden material, como hemos indicado, la judería era un recinto, a veces hasta amurallado, de calles angostas y casas apiñadas, como puede observarse en el mel.lah de cualquier ciudad marroquí o en los ghettos de las de Italia, países centroeuropeos y Balcanes, donde vivían hacinados, con todas sus consecuencias, la mayoría de los judíos residentes en tales poblaciones. Sin embargo, no ha de creerse que tal separación, ya existente en Alejandría en la época helenística, donde los judíos ocupaban dos barrios espléndidos, fuera impuesta sistemáticamente por los reyes o autoridades del país, como vejatoria discriminación u ominoso apartamiento. Más bien eran los propios judíos quienes preferían vivir así unidos, por su propia conveniencia y hasta por razones defensivas. Casi podría decirse que la judería constituyó a veces una pequeña ciudadela contra los asaltos y saqueos, que tran triste recuerdo dejaron tantas veces; pero su mejor defensa estaba a veces en los palacios de los reyes y magnates, cuando vivían en ellos o los frecuentaban altos personajes de estirpe judaica, fieles protectores de sus correligionarios; p. ej., cuando Jaime I conquistó Valencia (1239), ofreció a los judíos un barrio especial, como señalado favor. Sin embargo, el ghetto vino a convertirse en una cuasiprisión, que no podían abandonar sus moradores por la noche ni tampoco en ciertas solemnidades cristianas, so pena de castigo, por la imprudencia que implicaba.
      b. Religión e instituciones. El judaísmo, término complejo y hoy de más complicada definición que nunca, ha sido en el curso de los siglos, antes todo y sobre todo, una religión, y, en segundo término, una cultura y una forma integral de vida, profundamente influenciadas por esa religión, la del Antiguo Testamento (v.), que en consecuencia, resulta, con toda su secuela, la verdadera clave para comprender y explicar la más que trimilenaria, desde Moisés, historia de ese pueblo. Es también el principal, ya que no el único, módulo de discriminación entre judíos y no-judíos (los goyim). Por tanto, es acertada la definición que se da en el Título 24 de la Partida VII: «Judío es dicho aquel que cree et tiene la ley de Moisén, segunt que suena la letra de ella, et que se circuncida et fage las otras cosas que manda esa su Ley. Et tomó este nombre del tribu de Judas, que fue más noble et más esforzado que todos los demás tribus». Por ello, un converso del j. a cualquier otra religión deja de ser judío, lo mismo hoy que en tiempo de los Macabeos, para casi todos los efectos, lo cual no impide que haya, hoy como siempre, remisos y casi indiferentes por completo en la observancia de la religión mosaica; pero, no habiendo abjurado formalmente de ella, sigue perteneciendo de corazón y por su formación intelectual, troquelada en el molde judaico y en sus viejas tradiciones, a su pueblo y estirpe. En cuanto al concepto y valor de raza, hoy en crisis respecto a todos los pueblos, ya es imposible, al cabo de tantas mezclas, hallar razas puras; el pueblo judío, diseminado por todo el mundo, no podía, él menos que ninguno, sustraerse a esa ley universal. En el aspecto etnológico, más que de judíos, tienen de españoles, italianos, alemanes, polacos, ingleses o norteamericanos, según los casos y procedencias.
      Hoy día, en el terreno religioso se marcan notables diferencias entre los judíos; así, p. ej., en los Estados Unidos se distinguen tres clases: ortodoxos, conservadores y reformados o reformistas. En la Edad Media, principalmente en España, núcleo principal del j., pese a la diversidad de origen y a los siglos transcurridos desde la Iudaea capta por las legiones de Tito y a la distancia finis-terrenal de los grandes centros conservadores de las esencias espirituales del antiguo j. en Palestina y Mesopotamia durante el primer milenio de nuestra era, conservaron tenazmente su religión, sus ancestrales instituciones y sus estatutos y tradiciones patrios, que, guardados por Israel, guardaron a Israel, preservándole de su desaparición como pueblo. Hubo también muchos conversos al cristianismo, algunos de los cuales llegáron a ser notables teólogos (V. APOLOGÉTICA TI, 2).
      La sinagoga (v.), como templo, era el centro de la vida religiosa, cultural y comunal de las agrupaciones judías. Dondequiera radicaba un núcleo judaico, allí surgía una sinagoga. Las cortapisas que musulmanes y cristianos impusieron a este respecto son conocidas. En épocas de intransigencia o mínima tolerancia, sólo se permitía reparar las ya existentes, y ni por su altura ni por su elegancia podían destacarse entre los edificios colindantes. Pero los judíos españoles aprovecharon los periodos o reinados en que gozaban de mayor libertad y prosperidad para levantar espléndidos templos, nunca comparables, sin embargo, con las suntuosas mezquitas y menos aún con las extraordinarias catedrales románicas o góticas de la España cristiana. Con todo eso, es digna de admiración la de Samuel Abulafia, erigida durante el reinado de Alfonso X, transformada posteriormente en iglesia (Santa María la Blanca) en Toledo, y la del Tránsito, edificada en la misma ciudad gracias al valimiento del famoso tesorero de Pedro 1.
      En cuanto a las instituciones que se proyectan sobre la vida individual, familiar y social, lo mismo que la religiosa, tan relacionada con ésas, acomodábanse a los dictados y prescripciones del Talmud (v.), código fundamental del j. en la Diáspora. El número de obras y comentarios jurídicos elaborados por los rabinos españoles durante los cinco últimos siglos medievales, entre los que se destacan varios de Maimónides (v.), singularmente su obra cumbre jurídica Misné Toráh, llamado Código de Maimónides, admirable sistematización de todo el mare mágnum talmúdico, demuestran el vivo y constante interés de las comunidades y sus individuos por ajustar su vida y su conducta a los estatutos de sus mayores. También es digno de mención el Código Rabínico titulado con expresión bíblica Sulhán `Arúk («La mesa preparada», Ps 23, 5), por el que se rigen desde el s. xvi las comunidades judías, sobre todo las sefardíes; fue obra del español expulso José Caro.
      c. Credo y Moral. La religión, en la forma representada por el yahwismo, con su minuciosa reglamentación mosaica, tanto dogmática como moral, canónica, ritual, jurídica y social, conforme aparece en. el Pentateuco (v.), o Toráh fuertemente vinculada con la Alianza (v.) entre Yahwéh y su pueblo, constituye el credo nacional, y es el alma y nervio de toda la historia y del «misterio» de Israel. Los profetas, sacerdotes y supremos jerarcas confirmaron y completaron aquellos estatutos y prescripciones durante la época bíblica y la subsiguiente, hasta la catástrofe nacional del año 70 después de Jesucristo. La religión mosaica marcará la impronta perpetua de Israel a través de los siglos. El rabinismo, supremo y único dirigente espiritual del pueblo judío durante el bimilenio siguiente a Jesucristo, conservó como sagrado patrimonio la religión de sus mayores, pese a las facciones, partidos políticoreligiosos, diversidad de escuelas y corrientes ideológicas o tendencias que durante todo ese tiempo se han manifestado en el seno del j. La Toráh, con todas sus derivaciones, siguió siendo la más firme columna de Israel.
      Esa religión, que tiene en el Éxodo (v.) y el Levítico (v.) no solamente su clara formulación, sino su sacerdocio y culto externo, sus fiestas cardinales (v. FIESTAS II), sus normas taxativas de observancia, su santuario, el Tabernáculo, que siglos después se trocará en maravilloso Templo, símbolo al par religioso y nacional (v. TEMPLO II), al ser destruido éste y dispersada la nación judía, cambió radicalmente su estructuración formal por imperativo de las nuevas circunstancias, tratando de salvar del naufragio sus valores espirituales. La sinagoga y su liturgia (v. ii) sustituyeron a los antiguos sacrificios (v.) cruentos y prácticas culturales del Templo. La oración, siempre a base de la salmodia bíblica, pero con nuevas manifestaciones de piedad; los ayunos, también amplificados en función penitencial y subsidio de la plegaria; las limosnas, como instrumentos de caridad y solidaridad con el prójimo, constituyeron un variado complejo que se recogió y estructuró en la multiforme literatura rabínica, religiosa, litúrgica, poética, jurídica, ascética y mística. La Ley oral, expansión y complemento de la escrita, plasmada en la Miiná y sus vastos comentarios que forman los dos Talmudes (v.), jerosolimitano y babilónico, fuentes a su vez de una inmensa floración jurídica; la Cábala (v. CABALISMO), con sus abstrusas interpretaciones de la S. E.; los mahzores o rituales del culto, variables según los países y comunidades, y, en fin, los poemas religiosos, son otras tantas manifestaciones del sentimiento religioso fuertemente anclado en el alma israelita.
      Las instituciones mosaicas siguen en pie, ampliadas o modificadas en numerosos casos con las traditiones seniorum aludidas en los Evangelios, y, como base fundamental religiosa, social, incluso de alcance psicosomático, persiste inconmovible la observancia del Sábado (v.), que salvaguardó quizá más que ningún otro factor la religiosidad y el vigor espiritual y corporal de Israel en la Diáspora.
      La sutileza rabínica elaboró, siempre basándose en la Toráh, una larga y complicada serie de preceptos (miswót) en número de 613, de los cuales 248 se llaman positivos, y los 365 restantes, negativos. Esta numeración y distinción se encuentra ya en un autor del s. vIII d. C. y arraigó hondamente en la- literatura rabínica. La enumeración de todos ellos puede verse al principio del Misné Toráh, la magna obra o «Código» de Maimónides. Por otra parte, la actividad del pueblo judío, aguzada por el estudio constante del Talmud, con sus interminables discusiones, y las lucubraciones cabalísticas, el contacto con la filosofía y la cultura de otros pueblos y la milenaria convivencia en el Cristianismo y el Islam, hicieron aflorar nuevas ideas en determinados pensadores y esferas del j. medieval y posterior, influencias que en muchos casos han sido recíprocas.
      No obstante, la teología judaica, considerada en su conjunto, se muestra, al menos en su estructuración formal, bastante escasa de contenido, imprecisa y falta de sistematización; muchos problemas capitales no los aborda o lo hace de modo vacilante y oscuro. Inútil sería buscar una formulación taxativa de dogmas en la religión judaica de la Diáspora. Mendelssohn llegó a afirmar, temerariamente a nuestro juicio, que el j. era una religión sin dogmas, ya que en ninguna parte del A. T. se establece la obligación de creer; sin embargo, él mismo incorporó a su sistema filosófico la revelación del Sinaí como fundamento de toda religión.
      Muchos siglos antes algunos doctores judíos habían formulado ciertos principios fundamentales de tipo dogmático. El caraíta Yehudá Hadasí (ca. 1150) estableció diez; pero la formulación que se hizo más popular entre los judíos ortodoxos fue la de los Trece artículos (de la fe) de Maimónides, en su comentario a la Misná (tratado Sanhedrín, X). Son los siguientes: 1° existencia de Dios; 2° unidad de Dios; 3° espiritualidad e incorporeidad de Dios; 4° eternidad de Dios; 5° obligación de adorar solamente a Dios; 6° revelación por los profetas; 7° preeminencia de Moisés entre los profetas; 8° suprema jerarquía de la Toráh; 9° identidad de la Toráh con las leyes divinas promulgadas en el Sinaí; 10° omnisciencia de Dios; 11° retribución divina como premio o castigo por los actos humanos; 12° certeza de la venida del Mesías; y 13° resurrección de los muertos. El rabino Yosef Alho (s. xv) los resumió en tres: 1° creencia en Dios; 2° divinidad de la Toráh; y 3° justa retribución en la vida futura. No obstante, hay que advertir que, a pesar de la reputación de estos doctores, esas sistematizaciones nunca gozaron de autoridad infalible.
      En la edición abreviada del Sulhán `Arúk, antes citado, de José Caro, preparada por José Pardo, rabino de Amsterdan (1928), van al principio los diez mandamientos siguientes, yuxtaposición de los seis y los cuatro inculcados por dos autores: 1° Creer en Dios (bendito sea); 2° no creer en ninguno otro fuera de Él; 3° reconocer su absoluta unidad; 4° amarle con todo el corazón; 5° temerle constantemente; 6° no seguir las instigaciones del corazón y de los ojos,; 7° adherirse a Él; 8° recordarle (bendito sea) continuamente; 9° no olvidarse de Él; 10° no ser soberbio. Total: ocho positivos y dos negativos, y el conjunto de los diez corresponde al número de los Diez mandamientos del Decálogo (v.), y a las Diez palabras mediante las cuales fue creado el mundo. Se observará que esta última serie presenta una marcada orientación práctica en orden a la vida espiritual.
      El tema trascendental de premios y castigos como sanción de la conducta humana por Dios en la otra vida -11° de los susodichos Trece artículos de Maimónides-, vagamente delineado en el A. T. (v. RETRIBUCIÓN) y relacionado con el abstruso problema del sufrimiento del justo, que se plantea en el libro de lob (v.) y otros lugares del A. T., p. ej., en jeremías (v.) y Ezequiel (v.), aparece tardíamente en la teología rabínica. La idea bíblica predominante es más bien inculcar al hombre una absoluta sumisión y obediencia a Dios, su Creador y Señor absoluto. Los designios de Dios son inasequibles al hombre, por lo cual éste debe servirle incondicionalmente, sin pensar siquiera en la retribución futura; las buenas acciones llevan su premio en sí mismas. No obstante, se establece clara distinción entre el mundo presente y el futuro, en el cual se espera la condigna retribución. En el tratado misnaico 'Abót (v. TALMUD), que contiene las máximas favoritas de los doctores que elaboraron la Misná, se encuentran frecuentes alusiones.
      En cuanto al concepto tradicional y el moderno de los diversos sectores judaicos acerca del mesianismo, 12° de los mencionados Trece artículos, Y. MESíAS y MESIANISMO.
      El j. conservador actual sigue manteniendo fundamentalmente la creencia en dichos principios o artículos de una u otra forma como materia de fe; en cambio, los reformistas o liberales introdujeron notables restricciones, aunque las divergencias entre unos y otros se refieren más bien a observancias prácticas que a puntos esenciales de doctrina. No pocos de los últimos, que tal vez habrían abandonado la religión mosaica, hallaron una solución en el reformismo, que con sus cambios y adaptaciones parecía resolver espinosos problemas de la vida ordinaria. También es un hecho reconocido por los propios judíos que, en muchos casos, el reformismo fue un paso hacia la conversión al cristianismo (como ocurrió a la mayoría de los hijos de Mendelssohn). Por otra parte, muchos eruditos judíos cayeron en el racionalismo, con su secuela de rechazo de las leyes y normas bíblicas, que, a su juicio, no parecían tener justificación en los tiempos modernos, abandonando así diversos sectores del j. la religión mosaica.
      Finalmente, añadiremos que, al mismo tiempo que grandes lazos espirituales unen a cristianos y judíos, los dogmas fundamentales que marcan la máxima separación entre ambos son: el de la Sma. Trinidad (v.), con los misterios que del mismo se deducen (Encarnación, v., Eucaristía, v., etc.) y la doctrina relativa al pecado original (v. PECADO); en definitiva los que se deducen de la no aceptación de Jesucristo.
      d. Cultura. Los judíos en la Diáspora, ya desde los tiempos de la época alejandrina -e incluso en el cautiverio de Nínive y en el de Babilonia- empleaban en cada país la lengua vernácula del mismo como lengua materna, y en ella compusieron muchas de sus obras, rivalizando a veces en cuanto a maestría con los mismos hablantes del país respectivo. Al extenderse el Islam por las regiones donde radicaban núcleos importantes de población hebrea, Palestina, Siria, Mesopotamia, el habla aramea que imperaba hacía muchos siglos fue suplantada por el árabe, que los musulmanes imponían a la par de su credo, y aun con mayor amplitud, al establecerlo como lengua oficial de los países conquistados, en los que, sin embargo, se toleraba, de acuerdo con el Corán, a los adeptos del j. y al cristianismo. Como consecuencia, los judíos de esos países compusieron en árabe obras importantes, en prosa y en verso, algunas, como las del genial Saadías ha-Gaón, de mérito relevante en diversas ramas. De igual modo, los judíos españoles, que hablaban el latín en la época romana y en la visigoda, sustituyeron esa lengua por la arábiga al penetrar en España los musulmanes y adueñarse de casi toda la Península, y por las lenguas romances cuando éstas fueron surgiendo a compás del nacimiento de los reinos cristianos del Norte. La literatura judoo-árabe, de gran calidad, pieza importante en la historia literaria y científica del Medievo, comprende toda clase de obras realizadas por escritores judíos en estilo puro y elegante, de típicas características en el fondo y en la forma (v. t. YfDICA, LENGUA Y LITERATURA).
      e. Actividades. El pueblo judío se ha distinguido en todo tiempo y lugar por una entrañable devoción al trabajo. ¿Qué actividades ejercieron en los países donde residían en la Edad Media, y antes y después? Para España estamos bien documentados: todas las que se practicaban entonces en los ámbitos musulmán y cristiano. La famosa Pragmática de Da Catalina de Láncaster (1412) contiene una treintena de profesiones u oficios vedados a los judíos y es un elenco bastante completo de las usuales en aquel tiempo, que venían siendo practicadas por los judíos españoles. Buen número de conversos, como Pablo de Santa María (v.), escaló las más altas dignidades eclesiásticas, y otros lograron emparentar con miembros de la nobleza de Castilla, lo cual, andando el tiempo, originaría dificultades y resistencias en las llamadas «investigaciones de limpieza de sangre».
      f. Presente y futuro del judaísmo. La instauración del nuevo Estado de Israel (v.) ha abierto una era no sólo totalmente nueva, sino llena de problemas y de incógnitas, de perspectivas incalculables, tanto en el orden religioso, como en el político, social y cultural. Pero este presente, tan imprevisto para muchos, hunde sus profundas raíces en un pasado remoto, pues Palestina (v.), con todo lo que representa, es el símbolo y estrella de la unidad espiritual de los judíos, de su voluntad de subsistencia y hasta de su genio creador. La obra realizada allí en el transcurso de pocos lustros y en el espacio de pocos kilómetros habla por sí misma. Las aspiraciones de sus moradores son sin duda grandes, como lo son los problemas suscitados a la vieja población árabe-palestina; las dificultades que ofrece la tierra en el orden agrícola e industrial no son pocas ni exiguas; las necesidades en el orden humano crecen a compás del aumento de la población y los conflictos políticos superan a todos esos complejos. Pero sobre toda esa variada y espinosa problemática están los inescrutables designios divinos. Lo indudable es que si antes había un Israel, ahora viene a haber dos: uno el de la Diáspora o Galut, y otro el afincado en el viejo solar palestinense, el Israel del Yissub, que mantiene estrechas relaciones con los miembros de las otras colectividades judaicab.
     
      V. t.: ANTIGUO TESTAMENTO; INSTITUCIONES BÍBLICAS;PROFECÍA Y PROFETAS; PALESTINA; HEBREOS I-II; ASMONEOS; ESCRIBA; RABINO; SADUCEOS; FARISEOS; CELOTES; SANEDRfN; MESIANISMo; DIÁSPORA; CABALISMO; MIDRÁS; TALMUD Y TALMUDISMO; SIONISMO.
     
     

BIBL.: A. PENNA, La religión de Israel, Barcelona 1961; P. DEMAN, Los judíos (je y destino), Andorra 1962; E. ZOLLI, L'ebraismo, Roma 1953; P. TACCxI VENTURI y G. CASTELLANI (dir.), Storia delle Religioni, III, 6 ed. Turín 1971; L. DENNEFELD, Judaisme, en DTC VIII,1581-1668; F. SPADAFORA, judaísmo, en Enc. Bibl. IV, 720-734; F. PRAT, en DB (Suppl.) 111,1783-1789; G. RICCIOTI, Historia de Israel, 2 vol., Barcelona 1945-47; P. VAN IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969; M. 1. LAGRANGE, Le Judaisme avant Jésus-Christ, París 1931; J. BONSIRVEN, Le Judaisme palestinien au temps de Jésus-Christ, 2 vol., París 1934-35 (trad. resumida en italiano, Turín 1950); A. RAVENNA, El hebraísmo postbíblico, Barcelona 1960; D. GONZALO MAESO, Manual de historia de la literatura hebrea, Madrid 1960; F. CANTERA, La cuestión de Jesús en el judaísmo moderno, «Sefaradn 6 (1946) 143-161. Pueden verse también los artículos de las Enciclopedias judías: The Jewish Encyclopaedia, ed. 1. SINGER, Nueva York 1901-06, VII,359-368; Encyclopaedia Judaica, ed. ICLATZKIN-ELLBOGEN, Berlín 1928-34, 1X,542-544 y 528-530; Enciclopedia judaica castellana, ed. E. WENFELD, México 1948-51, VI,333-339.

 

D. GONZALO MAESO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991