JUDÁ, REINO DE


Introducción. En la historia del pueblo hebreo (v.) destaca como etapa singular la que comienza con la institución de la monarquía (cfr. 1 Sam 8). El primer rey ungido por voluntad de Dios fue Saúl (v.). Durante su reinado y especialmente durante el de su sucesor, David (v.), se mantuvo una fuerte unidad político-religiosa entre las 12 tribus. Este clima continuó durante el reinado de Salomón (v.); pero a su muerte (931 a. C.), se cumplió lo que había predicho el profeta Ajías de Silo (1 Reg 11,2940) acerca de la división que sufriría el reino de Salomón. En efecto, 10 tribus se desgajaron de la dinastía davídica y sobre ellas reinó Jeroboam, hijo de Nébát; sólo dos tribus permanecieron bajo el reinado de un sucesor de David.
      Así, tras la muerte de Salomón, se rompió la unidad política y territorial, llegándose también a la separación religiosa; se constituyeron dos reinos: el meridional o R. del. y el septentrional. El primero lo integraban la tribu de Judá, a la cual se había incorporado la de Simeón y varias ciudades del sur de Benjamín. Las otras 10 tribus, junto a la conquistada Transjordania, formaron el reino del Norte, llamado también de Efraím (o de la casa de José) o reino de Israel (v.), que perduró hasta el 721 a. C., año en que su capital Samaria fue destruida por Sargón II de Asiria. El R. de J. tuvo una vida más larga: hasta el a. 587 a. C., en que su capital Jerusalén quedó arrasada por las huestes de Nabucodonosor (v.), fundador del gran Imperio neo-babilónico. En la historia del R. de J. Podemos encontrar las siguientes etapas: a) desde el cisma de Jeroboam hasta la alianza entre los dos reinos en tiempos de Josafat; b) injerencia de Siria en los asuntos de Palestina; c) comienzo del predominio asirio en Judá; d) decadencia de los asirios y breve resurgir del Imperio egipcio; e) el Imperio neo-babilónico y la destrucción de Jerusalén; f) situación de J. después de la segunda deportación.
      1. Desde el cisma hasta la alianza. Muerto Salomón, le sucedió en el trono su hijo Roboam (931-913; cfr. 1 Reg 14,21-31; 2 Par 11-12), que tenía cerca de 41 años. Uno de sus primeros actos fue dirigirse a Siquem (v.) donde se había reunido todo Israel para proclamarle rey a condición de que aligerase el yugo que habían sufrido durante el reinado de su padre. Roboam, en vez de seguir los consejos de los ancianos, siguió el de los jóvenes y el que le dictaba su propio carácter. Ante el pueblo reunido, Roboam anunció que su régimen sería mucho más fuerte que el que hasta entonces habían tenido (1 Reg 12,14). Con esta actitud asestó un golpe de muerte contra su propio trono: los septentrionales le repudiaron. Pensó Roboam que se podría reprimir fácilmente la insubordinación con autoridad y cometió un nuevo error: envió para restituir el orden a Adoniram, odiado por los israelitas desde que había sido prefecto de los tributos durante las construcciones que había hecho Salomón. Adoniram fue lapidado por el pueblo y Roboam tuvo que huir. Refugiado en Jerusalén, convocó a las tribus, pero el profeta Semeyas, por revelación de Dios, habló a Roboam para que impidiese la lucha fratricida (2 Par 11,2-4). Roboam y todo el ejército acataron la palabra de Dios y desistieron de su intento. Así quedo afirmada la escisión.
      Desde el punto de vista religioso, Roboam no siempre fue fiel a los deberes de la Alianza (v.), tolerando la idolatría y el culto sincretista. Por esto, el año quinto de su reinado, Dios envió un castigo sobre el reino de J.: el faraón Sesac invadió Palestina. La penetración egipcia no sólo afectó a los de J., que fueron los más perjudicados, sino también al reino de Israel, como lo confirma la lista de 165 ciudades mencionadas en la pared meridional del gran templo de Ammón en Karnak (Tebas), que habla de las conquistas de Sesac. Se tomó Jerusalén, fueron deportadas las riquezas del Templo y del palacio. Impresionado ante los hechos, Roboam escuchó al profeta Semeyas, que le reprendió su idolatría; aquél se arrepintió y Dios le prometió que el castigo sería breve. En efecto, Sesac murió poco después y a partir de entonces, J. se vio libre de sus mayores enemigos en el límite sur por más de dos siglos; aunque en prevención Roboam fortificó algunas ciudades de esta región y otras del territorio de Benjamín.
      Reducido su dominio a sólo J. y a algunas ciudades de Benjamín, el monarca pasó gran parte de su vida intentando ensanchar los territorios del reino a expensas de las tribus septentrionales, lo cual motivó un estado de continua hostilidad que no se apaciguaría hasta el reinado de Josafat. Con Roboam se acentuó el declive iniciado por Salomón y que desembocaría en el castigo de todo el pueblo: la destrucción del reino y el exilio.
      Abías (931-911; cfr. 1 Reg 15,1-6; 2 Par 13). Fue designado por su padre, Roboam, para sucederle. En su odio, heredado de su padre, contra Jeroboam, buscó la alianza de Tabrimmón, rey de Damasco (cfr. 1 Reg 15,18). De este modo infringió a Jeroboam una greve derrota junto al monte Sémáráyim, apoderándose de muchas de sus ciudades. Su reinado marca el comienzo de una peligrosa injerencia siria en los asuntos de Palestina.
      Asa (911-870; cfr. 1 Reg 15,9-24; 2 Par 14-16). La S. E. lo presenta como un rey fiel al más puro yahwismo. En este sentido promovió una reforma religiosa: expulsó del país a los gédegim (hombres dedicados a los cultos idolátricos), suprimió los ídolos permitidos por sus padres y quitó las alturas idolátricas, incluso depuso de su dignidad a Ma'ákáh, la reina madre, por haber promovido un culto idolátrico a la diosa 'Ááéráh. Favoreció la centralización del culto en Jerusalén. Sin embargo, en su tiempo no fueron apartados los bámót, lugares sagrados en los que se daba culto a Yahwéh por iniciativa privada y con cierto tinte sincretista, a los que el pueblo era aficionado. El año 15 de su reinado, movido por el profeta Azarías, renovó en Jerusalén, ante todo el pueblo, la Alianza con Yahwéh (2 Par 15,9-16). Por esta fidelidad, Dios le ayudó a detener y derrotar al ejército del etíope Zérah, que había penetrado hasta las cercanías de Hebrón.
      En los últimos años de su vida Asa no perseveró en su piedad: hizo alianza con Ben-Hádad, rey de Damasco, entregándole tesoros del Templo y del palacio, para atacar a Basá, rey de Israel, y mandó encarcelar al profeta Hánáni por haberle reprochado duramente esta alianza, ya que Dios, desde los tiempos de Moisés, había prohibido que el pueblo hebreo hiciera alianza con otros reinos vecinos, debido al peligro que constituía para los israelitas de ser arrastrados hacia el sincretismo religioso. En los dos últimos años de su vida (40 y 41 de su reinado), cayó gravemente enfermo y puso como regente a su hijo Josafat.
      2. Periodo de alianza entre los dos reinos. Josafat (870-848; cfr. 1 Reg 22; 2 Reg 3; 2 Par 17,20). En su largo reinado, gobernó con celo religioso y fidelidad a los postulados de la Alianza, por eso es juzgado como uno de los reyes más piadosos de J.: «estuvo Yahwéh con Josafat, porque éste anduvo primero por los caminos de David» (2 Par 17,3). Continuó la represión de las prácticas idolátricas y sincretistas. Promovió con empeño la instrucción religiosa del pueblo, instituyendo una comisión de catequistas que recorrían las ciudades portandb el libro de la ley de Yahwéh y enseñando a los habitantes de J. (2 Par 17,7-9). Edificó varias fortalezas y ciudades de depósito con vistas a la defensa nacional. Hizo reformas en la administración judicial, constituyendo jueces en las principales ciudades de Judá.
      Durante su gobierno, las relaciones entre los dos reinos tomaron una dirección distinta de la mantenida desde Roboam, debido a la política de paz que se estableció entre ellos; fue confirmada por el matrimonio de su hijo Joram con Atalía, hija de Ajab, rey de Israel, y Jezabel, Esta amistad fue un grave error, dañina para J. y reprendida por los profetas. Josafat, en las empresas que realizó unido al rey de Israel, fue poco afortunado: quedó derrotado en Rámót de Galaad, batalla desaconsejada por el profeta Miqueas (v.), y en la que murió Ajab; la flota que había hecho construir, asociado a Ocozías, hijo de Ajab, para traer oro de 'Ofir, fue destrozada, probablemente en una tempestad. En cambio, actuando solo, cuando buscaba únicamente el apoyo de Yahwéh, salía triunfante: así consiguió un éxito militar frente a la invasión de los moabitas, ammonitas y algunos mineos del monte SI'ir que se había aliado. También recibió presentes y tributo en plata de los filisteos, y ganado de los árabes. El error más grave de Josafat fue, sin duda, haber casado a su hijo Joram con la hija de Jezabel, Atalía, mujer de carácter imperioso, que introdujo e impuso en Jerusalén el culto fenicio y cuyas consecuencias no tardaron en hacerse sentir en el campo religioso y político.
      Joram (848-841; cfr. 2 Reg 8,16-24; 2 Par 21). Guió a J. de un modo muy distinto a su padre, Josafat. Atalía influyó notablemente en su conducta. Ya desde el comienzo de su reinado asesinó a todos sus hermanos y a algunos magnates del reino (2 Par 21,4). Sólo la promesa de Dios a David de conservar siempre a uno de su descendencia, le salvó del castigo total de Dios (2 Reg 8,19). En el plano político su gobierno fue desastroso: los edomitas se hicieron independientes; los filisteos y las tribus árabes invadieron J., saqueando Jerusalén y deportando a sus moradores, sólo se salvó su hijo menor Joacaz (Ocozías).
      Joram murió a los 40 años, después de una larga, penosa y desconocida enfermedad, predicha por el profeta Elías (v.) y quedó sepultado, sin que nadie le llorase, fuera de los sepulcros reales.
      Ocozías (841; cfr. 2 Reg 8,25-9,29; 2 Par 22,1-9). Tenía 22 años cuando subió al trono. En su breve reinado (menos de 12 meses), debido al influjo de su madre, Atalía, gobernó con el mismo espíritu antiyahwista de su padre, Joram. Tomó parte, junto con su tío también llamado Joram, rey de Israel, en la expedición contra Jezael, rey de Siria, que se hallaba en Rámót de Galaad. Herido Joram, se resguardó en Jezrael, donde bajó a verle Ocozías. Mientras, Dios había decretado el fin de la dinastía de Omrí, padre de Ajab, y había mandado ungir rey, por medio del profeta Eliseo (v.), a Jehú, general del ejército de Israel. Una vez ungido, se dirigió a Jezrael, donde le salieron al encuentro Joram y Ocozías. Jehú mató a Joram e hirió a Ocozías, dándole muerte más tarde en Samaria, donde se había refugiado.
      Atalía (842-836; cfr. 2 Reg 11; 2 Par 22,9-23,15). Viendo que la muerte de su hijo Ocozías podía descomponer sus ambiciosos planes, mató a todos los descendientes de la familia real asegurando así el dominio que había ejercido durante la vida de Joram y del mismo Ocozías. Pero la profecía de Natán a David (2 Sam 7) sobre la perpetuidad de la dinastía davídica había de cumplirse: Yéhósebá', hija del rey Joram, hermana de Ocozías y mujer del sumo sacerdote Yéhóyádá °, escondió a Joás, su sobrino, que sólo tenía meses de edad, hijo de Ocozías, y le libró del regicidio. Durante seis años Atalía llenó Jerusalén de aras e ídolos para el culto a Baal.
      Joás (835-796; 2 Reg 12; 2 Par 23-24). El yahwismo, unido a un sentimiento de nacionalismo y de justicia, no podía tolerar esta usurpación y violencia por parte de una reina de origen fenicio. Cuando Joás cumplió los siete años, el sumo sacerdote Yéhóyádá ` hizo proclamar rey en el Templo a Joás. Atalía, oyendo el júbilo y alboroto que procedían del Templo, se dirigió allí; pero, arrastrada fuera, le dieron muerte. De este modo, hubo un giro hacia el yahwismo: se destruyó el templo de Baal y se dio muerte a su sacerdote Matán.
      Joás reinó 39 años (835-796). Al principio, bajo la tutela de Yéhóyádá`, se entregó a la reforma yahwista, aunque la Biblia hace hincapié en el hecho de que en su tiempo «los bámóth no fueron derrumbados» (2 Reg 12,4). Se interesó personalmente en las reparaciones del Templo, cuidando de que se recogiese y administrase bien el dinero que se recibía para este fin. Hacia el fin de su reinado, muerto Yéhóyádá`, se dejó llevar por las adulaciones de los príncipes y se abandonó a la idolatría desoyendo a los profetas que Dios suscitaba. Hizo matar a Zacarías (v.), hijo de Yéhóyádá`, que le reprendía sus pecados. Alejó la amenaza de Jazael, rey de Damasco, entregándole los tesoros del Templo y del palacio. Todo lo cual trajo el descontento del pueblo, y concluyó con la muerte de Joás por dos de sus cortesanos cuando dormía. Tampoco fue enterrado en los sepulcros de los reyes.
      Amasías (796-781; 2 Reg 14; 2 Par 25). Comenzó su reinado siendo fiel a Dios. Hizo matar a los asesinos de su padre. Llevó a cabo una expedición contra Edom, que se había independizado en tiempos de Joram, batiéndoles al sur del Mar Muerto y conquistando la importante ciudad de Séla`. Al regreso trajo consigo los ídolos del pueblo sojuzgado, no oyendo las advertencias de un profeta. Exaltado por su triunfo, emprendió una batalla fratricida contra Joás, rey de Israel, siendo derrotado en Bethsemes y capturado. Libertado por la benevolencia de Joás, volvió a Jerusalén. Al poco tiempo estalló una revuelta: tuvo que huir y se refugió en Laquis (Lákis), donde fue asesinado.
      Azarías u Ozías (781-740; 2 Reg 15,1-7; 2 Par 26). Su reinado fue afortunado en las relaciones exteriores y próspero en el desarrollo interior. Condujo campañas victoriosas contra los edomitas, filisteos, árabes y ammonitas. Mantuvo buenas relaciones con Jeroboam II, rey de Israel. Fue fiel a Yahwéh y manifestó un gran celo por el culto. Influyeron en su formación su piadosa madre, Jekolía (Yékólyahñ), y un profeta llamado Zacarías, por muchos años su consejero de confianza. La Biblia señala, sin embargo, la permanencia de los bámóth. En los últimos años de su vida se dejó llevar por el orgullo: quiso ocupar las funciones sacerdotales, entrando en el Templo de Yahwéh para quemar incienso en el altar de los perfumes. El sacerdote Azarías, con otros 80 sacerdotes, se le opuso enérgicamente. Ozías se enfureció, por lo que Dios le castigó con la lepra, debiendo así retirarse de los asuntos de gobierno y de la corte. Como regente le sustituyó su hijo Jotam durante los últimos 12 años, hasta su muerte.
      Jotam (740-736; 2 Reg 15,32-38; 2 Par 27). Reinó unos cinco años después de la muerte de su padre y se mantuvo fiel yahwista. Construyó la puerta superior del Templo; edificó algunas ciudades en las montañas de J. y fortalezas y torres en el bosque. Derrotó a los ammonitas. En su tiempo comenzaron las hostilidades siro-israelitas contra J., que se endurecieron durante el reinado de su hijo y sucesor Ajaz. Por entonces, surgió el profeta Isaías (cfr. Is 2-5; v.), que inició su ministerio el mismo año de la muerte de Azarías, prolongándose durante los reinados de Ajaz, Ezequías y Manasés.
      3. Comienzo del predominio asirio. Ajaz (736-716; cfr. 2 Reg 16; 2 Par 28). La mentalidad religiosa de Ajaz fue de un marcado sincretismo. Como hecho más sobresaliente de su reinado, destaca la guerra que tuvo que sostener desde el comienzo, ante la liga siro-efraimita contra Asiria, a la cual, como su padre, rehusó pertenecer. Debido a esto, Rasín, rey de Damasco, y Manahem, rey de Samaria, le asediaron en Jerusalén, con el fin de destruirle y nombrar, haciendo sus veces, a un hijo de Tabeel, inclinado a su causa. Isaías, seguro en Dios, ante el temor general (Is 7,2) hizo lo posible para que también Ajaz pusiera su confianza en Yahwéh, y resistiera solo, sin alianzas con pueblos extranjeros, pero éste, lejos de oír la voz de Isaías, se dirigió al rey de Asiria, Tiglatpileser 111, pidiendo ayuda. En su falta de fe, acudió incluso a los dioses de Damasco, su rival, sacrificando su propio hijo a Moloc. Tiglatpileser, efectivamente, intervino: destruyó Damasco el 732 a. C., deportó a sus habitantes y devastó Samaria. Ajaz entregó como presentes, en manos del monarca asirio, los tesoros del Templo y del palacio, J. quedó en una dependencia absoluta respecto de Asiria; su reino, a partir de entonces, fue uno de los tantos reinos vasallos sobre los que dominaba el rey de Nínive.
      El predominio político asirio provocó en J. el cultural y religioso, ante el cual reaccionaron los profetas. Ajaz mandó construir altares al modo asirio, sobre los que él mismo quemó holocausto y oblación. Más aún, sustituyó en el Templo el altar salomónico por uno de tipo asirio, y los bámóth se multiplicaron (2 Reg 16,4). Así se mantuvo, en este sistema de vasallaje total, hasta su muerte. El impío rey no fue sepultado en los sepulcros reales.
      Ezequías (716-687; cfr. 2 Reg 18-20; 2 Par 29-32). Sucedió a su padre, Ajaz, a la edad de 25 años. Su gobierno, sin embargo, siguió una línea muy contraria a la de su predecesor, tanto desde el punto de vista religioso como político. Se dejó guiar por los profetas de Dios, especialmente por Isaías, y emprendió una profunda reforma religiosa para purificar al país del sincretismo religioso que había introducido su padre, Ajaz. La Biblia hace de él grandes alabanzas diciendo que «obró con rectitud a los ojos de Yahwéh como lo había hecho David, su padre...» (2 Reg 18,3-5).
      La reforma religiosa comenzó con la purificación del Templo y los lugares de culto (2 Par 19). Ezequías reunió a los sacerdotes y levitas diciéndoles que quería renovar la Alianza con Yahwéh. Mandó que, quitando toda negligencia, se santificasen como ordenaba la Ley y luego purificasen el Templo. Los levitas hicieron lo que Ezequías les había ordenado: destrozaron el altar que Ajaz había puesto según el modelo asirio, purificaron la casa, el altar de los holocaustos y todos sus utensilios, la mesa de los panes de la proposición y todo cuanto se contenía en el Templo. Dieciséis días duró la purificación. Al final, muy de mañana, vino Ezequías con todos los príncipes y, por medio de sacerdotes, ofreció un sacrificio expiatorio por todos los pecados de Israel. Luego mandó ofrecer holocaustos, que se inmolaron con gran piedad. Trató también de acercar a los supervivientes del recién destruido reino de Israel a la pureza del culto yahwístico, convocando mediante emisarios a todos los habitantes de sus ciudades, desde Dan hasta Berseba, a la celebración solemne de la Pascua. Muchos acogieron la llamada, y acudieron allí para la celebración, hecho que no se había verificado desde el cisma de tiempos de Roboam. El libro de los Crónicas señala, como hecho significativo, que Ezequías mandó destruir los bámóth, los massébót y la serpiente de bronce que había hecho Moisés y que se había convertido con el tiempo en objeto de culto idolátrico. Ezequías procedió a organizar el culto y a proveer la manutención de los sacerdotes y levitas.
      Una labor de especial interés realizada por Ezequías fue la de recuperar el valioso patrimonio de tradiciones y documentos del reino israelita. El libro de los Proverbios (25,1) nos habla de una comisión instituida por Ezequías que estaba encargada de recoger y redactar documentos: así compilaron las sentencias de Salomón que se hallan en el libro de los Proverbios. Hubo también una prosperidad económica en el interior del país como se ve en las provisiones de sus tesoros y cofres (2 Reg 20,13), y los arsenales guerreros, que estaban bien abastecidos.
      Sin embargo, Ezequías, en algunos momentos, se dejó involucrar de las habituales concesiones políticas, como había sido frecuente entre sus predecesores. Vio con agrado la formación de una nueva liga antiasiria que estaba encabezada por Egipto y se decidió a formar parte de la misma a pesar de la fuerte oposición de Isaías, que hacía notar el grave peligro que para la fidelidad a los preceptos de la Alianza sinaítica suponía el pacto con las naciones vecinas, y que por el contrario la seguridad y salvación sólo se debía buscar en Yahwéh. Un primer intento de sublevación de los confederados, ca. el 711, fue fácilmente dominado por Sargón, que venció a Aziru, rey de 'A§dód. Muerto Sargón, le sucedió Senaquerib (705). Bajo las instigaciones de Merodak Baladán, jefe de la fracción antiasiria de Caldea, se volvió a constituir la liga. Por aquel entonces, Ezequías enfermó gravemente y acudió a Dios para que le curase de su enfermedad. Dios le escuchó y por medio de Isaías le aseguró que viviría aún 15 años más. El a. 703 estalló la revuelta. Senaquerib se dirigió primero contra los enemigos del este y en menos de un año fue dominado de nuevo Babel. Luego se lanzó contra occidente. Después de rendir a Sidón, tomó Ascalón y se dirigió contra Egipto, venciendo al rey Taraca en 'Eltégéh. Antes de perseguir al ejército derrotado y entrar en territorio egipcio, quiso asegurar la sumisión de J. pidiendo dos veces a Ezequías la rendición.
      Ante la insistencia de Isaías a resistir, Ezequías no accedió a la capitulación pedida por Senaquerib: puso su confianza en Dios, acudiendo a Él en humilde oración. Asediada Jerusalén, fue milagrosamente salvada por Yahwéh, cumpliéndose lo anunciado por Isaías: el ejército asirio quedó diezmado por un Ángel y Senaquerib se tuvo que retirar, muriendo poco después asesinado por sus hijos.
      Manasés (687-642; cfr. 2 Reg 21,1-17; 2 Par 33,4-20). Sucedió a Ezequías cuando sólo tenía 12 años de edad. Corrompido por sus preceptores y consejeros, llevó el reino a un grado de degradación moral y religiosa que nunca había alcanzado. Jamás se había dado un contraste mayor entre dos monarcas sucesivos.
      En su largo reinado, el mayor de todos los reyes de J., volvió a introducir en Jerusalén dioses extraños, entre los que ocuparon un lugar especial los asirios y cananeos, en particular Moloc, a quien Manasés sacrificó su propio hijo. En su tiempo florecieron también las artes mágicas, la nigromancia y otras formas de adivinación (2 Reg 21,3 ss.).
      Deportado por el rey asirio, fue llevado con cadenas a Babilonia. Manasés acudió con humildad a Yahwéh y su oración fue atendida: recuperó la libertad y pudo regresar a Jerusalén. Desde entonces se convirtió en un reformador yahwista y puso afán por desterrar la idolatría de Jerusalén.
      Amón (642-640; 2 Reg 21,19-26; 2 Par 33,21-25). A pesar de su breve reinado, el libro de las Crónicas lo juzga más impío que su padre, Manasés, por la cantidad de crímenes e infamias que cometió. Fue asesinado por sus propios servidores, a los que a su vez condenó el pueblo, que puso en el trono a Josías, hijo de Amón, que apenas contaba ocho años de edad.
      4. Decadencia del predominio asirio. tosías (640-609; 2 Reg 22-23; 2 Par 34-35). Su reinado presenta un marcado contraste con el de sus predecesores Manasés y Amón. La formación recibida durante la regencia hizo de él un celoso defensor del más puro monoteísmo (v.). La S. E. resume su obra diciendo: «Hizo lo recto a los ojos de Yahwéh y anduvo por los caminos de David, su padre, sin apartarse de ellos ni a la derecha ni a la izquierda» (2 Par 34,2). Cuando tan sólo tenía 16 años, se narra que «comenzó a buscar al Dios de David» (2 Par 34,3), y a los 20 inició una enérgica reforma religiosa en J. y Jerusalén: limpió a las ciudades de las 'ásérah, siendo demolidos en su presencia los altares de los baales y despedazados sus ídolos. En esta obra de reforma religiosa tuvieron un papel crucial los profetas de Dios, y de modo particular jeremías (v.), que comenzó su ministerio el a. 13 de tosías. Además su trabajo fue fuertemente apoyado por el sumo sacerdote Helcías. También profetizaron en este periodo Sofonías (v.), Habacuc (v.) y Nahúm (v.).
      Toda esta labor de reforma religiosa recibió un nuevo impulso gracias al hallazgo del libro de la Ley, durante las reparaciones del Templo, por el sumo sacerdote Helcías, el a. 18 del reinado de Josías. Su lectura causó honda impresión al monarca, viendo las maldiciones con que Yahwéh amenazaba a todo el que transgrediera lo perceptuado en la Tóráh; maldiciones que, por tanto, habrían de venir sobre el reino, ya que sus predecesores no habían obedecido las palabras del libro de la Ley, ni puesto por obra lo que allí se mandaba (2 Reg 22,13). tosías mandó consultar a la profetisa Juldá, mujer de Sallum, que vivía en Jerusalén y gozaba de mucha autoridad. Juldá confirmó la inminente realización de las amenazas divinas, mandando decir a Josías que no se aplicarían a su Reino, porque el rey se había conmovido en su corazón y humillado ante Dios al oír lo escrito en la Tóráh. Josías intensificó la reforma religiosa, con arreglo a las sentencias precisas y escuetas de la Tóráh escrita. De un modo solemne renovó la fidelidad a la Alianza: mandó que se reunieran en el Templo los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo. Después de leída la Tóráh, Josías hizo juramento de «seguir a Yahwéh y guardar sus mandamientos, preceptos y leyes, con todo su corazón y toda su alma, poniendo por obra las palabras de esta Alianza escrita en el libro» (2 Reg 23, 3) y todo el pueblo confirmó el juramento.
      El monarca se propuso la destrucción de toda idolatría: arrojó del Templo los ídolos y objetos del culto asirio, y tomó medidas para eliminar los cultos cananeos y el sincretismo yahwista, realizando así, por primera vez, la unidad de culto. Derribó el santuario cismático de Betel, y todos los templos de los altos de Samaria que habían hecho los reyes de Israel. De este modo, Josías comenzó a extender su reforma religiosa sobre lo que quedaba del desaparecido reino de Israel. Mandó a todo el pueblo celebrar la Pascua con gran honor. Ésta tuvo lugar el a. 18 de su reinado. El libro de los Reyes indica que jamás hubo una fiesta igual desde el tiempo de los jueces.
      Fueron años en que se vivió dentro de una cristalina pureza yahwista, en que la nación estuvo en torno a Yahwéh y su único Templo, guiada por profetas y con un rey celoso del más puro yahwismo. Murió tosías luchando contra el faraón Necao II y su cadáver fue enterrado en Jerusalén.
      Joacaz (609; cfr. 2 Reg 23,31-34; 2 Par 36,1-4). El pueblo eligió a Joacaz, hijo de tosías, en vez del primogénito Eliaquim. Joacaz, en su corto reinado de tres meses, se apartó de la fidelidad a los preceptos de la Alianza. El faraón Necao, queriendo asegurar su dominio sobre J., depuso a Joacaz y lo envió preso a Egipto, dejando en su lugar a Eliaquim, a quien dio el nombre de Joaquim (V. EGIPTO VIII).
      5. El Imperio neo-babilónico y la destrucción de Jerusalén. Joaquim (609-598; cfr. 2 Reg 23,35-24,7; 2 Par 36, 5-10). Con la batalla de Karkémi , (605 a. C.) se puso fin al breve predominio egipcio sobre Siria y Palestina. Necao, derrotado, vuelve a Egipto, y el nuevo Imperio babilónico reemplaza al asirio. Joaquim fue deportado a Babilonia. Nabucodonosor le dejó al poco tiempo en libertad y le restableció sobre el trono de J. Joaquim, sin embargo, continuó al lado de Egipto, persiguiendo encarnizadamente al profeta jeremías (v.), que, por orden de Dios, se oponía a esta alianza: varias veces le tuvo en prisión; quemó sus obras, que luego el mismo jeremías dictó a su secretario Baruc; y le vejó de muchos formas. El a. 601, Joaquim se negó a pagar el tributo al rey caldeo. Nabucodonosor no intervino entonces directamente. Lo hizo años más tarde (598) dirigiéndose personalmente contra Jerusalén. Joaquim esperó en vano la deseada ayuda egipcia. Cuando Nabucodonosor llegó a Jerusalén, hacía poco que Joaquim había muerto, y en su lugar estaba su hijo Joaquín.
      Joaquín (598; cfr. 2 Reg 24,8-17; 2 Par 36,9-10). Tenía sólo 18 años cuando comenzó a reinar. Al llegar Nabucodonosor, le salió al encuentro con su madre y varios de sus servidores, rindiéndose inmediatamente. Se da entonces la primera deportación en masa a tierras de Babilonia: con el rey y varios de la corte, Nabucodonosor se llevó unos 10.000 hombres, entre ellos el profeta Ezequiel.
      Estos primeros deportados se instalaron junto al río Kebar, que era el gran canal que atravesaba la ciudad de Nippur, al sudeste de Babilonia. La cautividad de Joaquín duró 37 años hasta que el hijo y sucesor de Nabucódonosor, 'Evil Méródak, entronizado en 571, le libró de su triste situación y le restituyó su categoría de rey.
      Sedecías (598-587; cfr. 2 Reg 24,18-25; 2 Par 36,11-21). Nabucodonosor dejó como rey de J. a Matatías, tercer hijo de tosías y tío de Joaquín, cambiándole el nombre por el de Sedecías. Era un hombre mediocre, que se dejaba influir fácilmente por quienes eran más numerosos o ejercían mayor presión. Se dejó llevar por los partidarios de la alianza con Egipto contra Babilonia, desoyendo los consejos del profeta jeremías, a quien tenía, sin embargo, una gran admiración y al que, aunque permitió que lo encarcelaran, consultaba en secreto. Durante algunos años la situación política se mantuvo en calma, hasta que en el a. 588 estalló la revuelta.
      La respuesta de Nabucodonosor fue inmediata. Meses después, tras situar su cuartel general en Ribláh sobre el Orontes, atacó en persona el centro de la coalición: Jerusalén. Era el día 10 del décimo mes (diciembre-enero) del año noveno del rey Sedecías. Mientras duraba el asedio, mandó parte de su ejército contra Fenicia, a la que dominó rápidamente, salvo la inaccesible Tiro, que resistió hasta el a. 573.
      La defensa de Jerusalén duró 18 meses, sosteniendo a los asediados sólo una ciega confianza en la ayuda que vendría de su aliada Egipto. Mientras tanto, Jeremías, fiel a su difícil vocación profética (por la que debía aconsejar al pueblo que era un mal preferible ceder a Babilonia que resistir) gritaba públicamente que era mejor entregarse. Por esto fue encarcelado como traidor y luego arrojado a una cisterna cenagosa, para ser llevado de nuevo a la prisión. Un hecho singular de Jeremías fue que, en esta situación, compró por mandato de Dios un campo en su tierra natal `Anátót, procurando que se hicieran todas las gestiones con esmero; el campo estaba en el sector ya ocupado por las tropas de Nabucodonosor. Jeremías quería significar con esto que después de la desolación Yahwéh traería de nuevo el consuelo sobre la elegida J. (Ier 32,1-15). Al año de asedio, las tropas de Jofrá, el nuevo faraón, subieron desde Egipto. El ejército de Nabucodonosor libró momentáneamente el asedio y, después de infligir una grave derrota a Jofrá, volvió a cercar Jerusalén. Toda esperanza era ya inútil. Las lamentaciones de jeremías nos dan algunos detalles de lo desesperantes que fueron para los judíos los últimos meses de asedio: se llegó a la atrocidad de que las madres enloquecidas por el hambre se comían a sus hijos.
      La ciudad fue tomada (28-29 jun. 587), saqueada, destruidas sus murallas, expoliada de toda su riqueza y dada a las llamas. El Templo corrió la misma suerte y sus tesoros deportados. Sedecías, después de una tentativa de fuga, fue conducido a Ribláh, donde Nabucodonosor hizo asesinar a sus hijos en su presencia y después le quitó la vista, mandándolo prisionero a Babilonia. Los jefes de la rebelión fueron matados y se produjo la segunda deportación en masa.
      En J. sólo quedaron campesinos, necesarios para el cultivo, y con pocas apetencias bélicas. Los deportados fueron destinados a varias localidades de Babilonia que el rey caldeo estaba ampliando y construyendo.
      6. Situación de Judá después de la segunda deportación. Para gobernar a los que quedaron en el país, Nabucodonosor colocó a Godolías, un judío amigo de los caldeos, a la vez que fiel yahwista. Ayudado por jeremías, comenzó una labor de restauración moral. Sin embargo, dos meses después de iniciar su tarea fue asesinado por un grupo de facinerosos, junto a otros oficiales caldeos. Temiendo la reacción del rey caldeo, casi todos huyeron a Egipto llevándose a Jeremías. El territorio ocupado quedó desolado, ya que Nabucodonosor no trajo gente de otras partes para repoblar la región. Gracias a esto, J. quedó libre de influencias extranjeras, al contrario de lo que sucedió en Israel.
      Los deportados, preparados fundamentalmente por Ezequiel y purificados por el exilio, serían los continuadores de la historia del pueblo elegido, constituyendo aquel Resto (v. ISRAEL, RESTO DE) del que habían hablado Jeremías y otros profetas. Con el edicto de Ciro entraron de nuevo en la tierra elegida por Dios esperando la instauración del reino mesiánico.
     
      V. t.: CRÓNICAS, LIBRO DE LAS; REYES, LIBRO DE LOS; CRONOLOGÍA II, 3; PALESTINA; HEBREOS I; ISRAEL, REINO DE; ISRAEL, TRIBUS DE; DIÁSPORA, 2; TEMPLO 11; JERUSALÉN; JUDEA.
     
     

BIBL.: G. RICCIOTTI, Historia de Israel, Barcelona 1949; J. SHUSTER, I. B. HOLZAMMER, Historia Biblica, 2 vol., Barcelona (A. T., 2 ed. 1944; N. T., 1 ed. 1934); F. SPADAFORA, Judá (Reino de), en Diccionario Biblico, Barcelona 1968; A. LEGENDRE, Juda, en DB 111,1755-1771; A. POHL, Historia populi Israel inde a dinisione regni usque ad exilium, Roma 1933; S. GAROFALO, 11 libro dei Re, en La Sacra Bibbia, Turín 1951, 105-294; A. VACCARI, La Santa Bibbia, 11, Florencia 1947, 361-479; P. LEM.AIRE, D. BALDI, Atlante Storico della Bibbia, Roma 1954; L. DESNOYERS, Histoire du peuple hébreu, 3 vol., París 1930; A. ROLLA, La Biblia ante los últimos descubrimientos, Madrid 1962.

 

M. A. TABET BALADY.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991