JUAN DAMASCENO, SAN


Padre y Doctor de la Iglesia del s. VIII.
      Vida. Existen pocas noticias fidedignas. Las biografías más antiguas son compilaciones en árabe y griego realizadas durante los s. x y xi, y carecen de sentido crítico. La Vida más antigua es atribuida comúnmente al patriarca Juan VII de Jerusalén (a. 965-969). Dos Vidas más, una anónima y otra atribuida a Juan Mercurópulos, también patriarca de Jerusalén ca. 1156-65, dependen bastante de la primera. De igual forma, ni la biografía atribuida al monje Miguel, ni la breve Vida descubierta por el P. M. Gordillo en la biblioteca Marciana de Venecia pueden adelantarse a la primera mitad del s. x. Los únicos datos seguros para la biografía del D. son los que emanan de su misma obra y las noticias que se desprenden de las alabanzas que le dedica el II Concilio de Nicea (v.) en las sesiones VI y VII.
      N. en Damasco entre los a. 650-674 en el seno de una familia árabe acomodada. Su padre, Sargum ibn Mansur, ocupaba un cargo importante en la corte, al parecer, recaudador de los impuestos que los cristianos debían pagar al califa. J. entra a formar parte también en la administración del califato, quizá sucediendo a su padre. Así parece deducirse de las Actas del 11 Conc. de Nicea: «Juan... dejadas todas las cosas, emuló el ejemplo del evangelista Mateo... estimando el oprobio de Cristo mayor riqueza que el tesoro que dejó en Arabia» (Mansi, XIII, 357). Hacia el 700 se retira al monasterio de S. Sabas, en el desierto entre Jerusalén y el mar Muerto. Ordenado de sacerdote, lleva a cabo una actividad literaria considerable, contestanto a las consultas de muchos obispos y predicando con frecuencia en Jerusalén. Su Exposición y declaración de fe parece ser la confesión de fe que J. leyó públicamente el día de su ordenación. «Me has llamado, Señor, ahora por manos de tu pontífice para administrar a tus discípulos» (o. c.: PG 95,418). Este pontífice que le ha impuesto las manos es Juan IV de Jerusalén (706-734), de quien J. se declara discípulo y amigo íntimo en la Carta sobre el Trisagio (PG 95,58b). En la citada profesión de fe, J. añade: «Me has apacentado, oh Cristo, Dios mío, en un lugar verde, y me alimentaste con las aguas de la recta doctrina por las manos de tus pastores» (ib.). Se deduce de aquí que gran parte de su formación la recibió de sacerdotes y obispos. El «lugar verde», es sin duda, el monasterio de S. Sabas. En esta profesión de fe no existe alusión alguna a la defensa del culto de las imágenes, dato que nos permite situar la fecha de su ordenación sacerdotal antes del 726, ya que, de haber comenzado la persecución iconoclasta (v.), la encontraríamos citada en la lista de herejías con que termina dicha confesión de fe. J. debió morir de edad muy avanzada. En su segunda Homilía sobre la dormición de la Virgen afirma que se encuentra ya en el «invierno» de su vida (cfr. PG 96,724).
      De vasta cultura teológica, su apasionado amor por Jesucristo y su tierna devoción a Santa María le colocan entre los hombres ilustres que han iluminado a la Iglesia tanto por su virtud como por su ciencia. Su culto comienza a raíz de su muerte, recibiendo ya del II Conc. de Nicea los más cálidos elogios tanto con respecto a su santidad como con respecto a su ortodoxia (cfr. Mansi, X111,357 y 400). Teófanes le llama «nuestro padre» y chrysorrhoas (río de oro) (Chronographia, PG 108,841b). León XIII le proclama Doctor de la Iglesia el 19 ag. 1890. Su fiesta se celebra el 4 de diciembre (hasta 1969, en la Iglesia latina el 27 marzo).
      Obras. J. es el último gran teólogo de la Iglesia griega. Utiliza sus conocimientos filosóficos con exclusiva preocupación de servicio a la teología. No intenta hacer una obra original. «Nada digo que sea mío», escribe en el prólogo de La fuente del conocimiento (PG 94,525). El interés de J. se centra en reunir y exponer lo esencial de la tradición patrística. Aquí radica su importancia: espíritu de una universalidad sorprendente y con gran capacidad de síntesis, reúne gran cantidad de materiales que engarza en un sistema completo, que no carece de fuerza creadora. Aunque normalmente no cita las fuentes que utiliza, es fácil identificarlas: Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianzeno, Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Nemesio de Emesa, Cirilo de Alejandría, el Pseudo-Dionisio, Leoncio de Bizancio y Máximo el Confesor. Son todos autores pertenecientes al Oriente; de ellos, el preferido es Gregorio de Nacianzo. De la literatura teológica occidental sólo parece conocer el Tomo a Flaviano de S. León 1 (v.), quizá a través de las Actas del Conc. de Calcedonia. Por otra parte, su interés recae sobre todos los campos del saber teológico y su actividad literaria se manifiesta en la forma más variada: escribe obras dogmáticas, polémicas, exegéticas, ascéticomorales, homiléticas y poéticas.
      1) Obras dogmáticas: Fuente del conocimiento, conocida comúnmente con el título De fide ortodoxa. Escrita después del 742, pertenece al último periodo de su actividad literaria y, al parecer, estuvo sometida a dos redacciones. Está dividida en tres partes: a) Dialéctica, 100 capítulos filosóficos introductorios a la exposición del dogma y consistentes en definiciones filosóficas tomadas sobre todo de la Isagoge de Porfirio, Aristóteles y algunos Padres de la Iglesia; b) De haeresibus (el libro de las herejías) consistente en la recensión de 103 herejías, las 80 primeras tomadas casi literalmente del Panarion de S. Epifanio (v.), las restantes de fuentes más recientes como Teodoreto, Leoncio de Bizancio y otros, y las tres últimas -islamismo, iconoclastas y aposkitas- de exclusiva redacción del Damasceno; c) De fide ortodoxa (Sobre la fe ortodoxa) que, en líneas generales, no es otra cosa que la exposición y desarrollo del Símbolo Niceno-Constantinopolitano (v. FE ti) y es la primera exposición sistemática del dogma católico. Dividida originariamente en 100 capítulos, suele presentarse en Occidente dividida en cuatro libros a imitación de las Sentencias de Pedro Lombardo. Los caps. 1-14 tratan de Dios y de la Trinidad; los caps. 15-44 de la Creación y de la Providencia; los caps. 45-73 de la Encarnación y sus consecuencias; los caps. 74-100 de asuntos diversos concernientes a cristología, sacramentos, mariología y escatología.
      A esta gran obra se suman los siguientes pequeños tratados: Introducción elemental al Dogma (Institutio elementaris ad dogmata), semejante a la Dialéctica, escrita, al parecer, cuando todavía el autor no había leído a Leoncio de Bizancio; Opúsculo sobre la recta doctrina (Libellus de recta doctrina), profesión de fe compuesta por el Damasceno para que el obispo Elías, quizá convertido del monotelismo, las recitase ante Pedro, obispo de Damasco; un pequeño catecismo titulado Sobre la Santa Trinidad (De Sancta Trinitate) y Exposición y declaración de fe (Expositio et declaratio fidei), recitada por el mismo J. el día de su ordenación sacerdotal. Aunque se han suscitado aleunas dudas en torno a las dos últimas obras citadas, la mayoría de los autores sigue atribuyéndolas a J.
      2) Escritos polémicos: J. escribió contra las herejías de su tiempo (nestorianismo, monofisismo, monotelismo, maniqueísmo, paulicianismo, iconoclastas), e incluso llegó a ensayar un método para discutir con los sarracenos. Los más importantes son: Contra los nestorianos, Contra los jacobitas, Acerca de la naturaleza compuesta contra los acéfalos, Sobre el himno del Trisagio, carta al archimandrita Jordán, y los Tres discursos en favor de las sagradas imágenes (Orationes pro sacris imaginibus), escritos entre 726-730 tras los edictos del emperador León 111 el Isáurico, y donde protesta enérgicamente contra el cesaropapismo.
      3) De los escritos exegéticos sólo es conocida una compilación con notas personales de los comentarios a las epístolas paulinas hechos por S. Juan Crisóstomo, Teodoreto y Cirilo de Alejandría, titulada Comentario a las cartas de S. Pablo.
      4) La obra más importante de las catalogadas entre las ascético-morales consiste en la compilación de textos extraídos de la S. E. y de los Santos Padres ordenados según las letras del alfabeto griego. De esta compilación existen dos recensiones, ninguna de las cuales parece reproducir fielmente la primitiva compilación realizada por J. Parece auténtico el prólogo, en el que J. explica la naturaleza y división de la obra. La obra, conocida comúnmente con el título de Paralelos sagrados, parece haber tenido como título original el de Sacra (textos sagrados). Su mayor importancia radica en conservar abundantes fragmentos de obras perdidas de autores antenicenos. Se conservan además los siguientes pequeños tratados ascéticos: Sobre los ocho espíritus de milicia (los pecados capitales); Sobre las virtudes y los vicios del alma y del cuerpo (al parecer, el anterior tratado corregido y aumentado); Sobre los sagrados ayunos, interesante para la historia de la cuaresma y las controversias en torno a su duración. De las trece Homilías publicadas como de J. en la edición de Migne, sólo nueve parecen auténticas: 1 Sobre la Natividad de la Virgen, 1 Sobre la Transfiguración, 1 Sobre la higuera estéril, 1 Sobre el sábado santo, 1 Sobre el Domingo de Ramos, 1 Sobre la Natividad del Señor y 3 Sobre la dormición de la Virgen.
      J. goza de gran renombre en la himnología bizantina por sus cantos e himnos litúrgicos (v.), principalmente referentes a las fiestas del Señor. No es fácil hacer el inventario de sus himnos. Los autores oscilan entre atribuirle una docena de cánticos o un centenar. Son especialmente célebres sus cánticos llamados Cánones, de nueve cánticos.
      Doctrina. J. no pretende más que ser el eco fiel de la S. E. y de la tradición anterior. Resumir, pues, su doctrina, vendría a ser lo mismo que resumir la teología de ocho siglos. Sin embargo, decir que es un eco fiel de la tradición anterior no equivale a llamarle un simple compilador. El De fide ortodoxa es un resumen muy personal, con fino sentido teológico, donde pone de relieve lo más esencial de la tradición griega, sin recogerla totalmente. Ya señalamos sus autores preferidos.
      Una de sus preocupaciones constantes es la precisión en los términos y conceptos que intervienen a la hora de elaborar la teología trinitaria y la cristológica. Buena prueba de ello es su Dialéctica. A más de las definiciones en torno a naturaleza y persona, J., siguiendo a Leoncio de Bizancio, utiliza el término «enypostasis» significando «aquello que no subsiste en sí mismo» y aplicándolo a la naturaleza humana de Cristo que subsiste en la hypóstasis del Verbo (cfr. Dialéctica, 44: PG 94,616-617). Igualmente, estudia el concepto de «enousia», unión, señalando las propiedades que caracterizan la unión hipostática: 1) unidad de hypóstasis, 2) perseverancia en dicha unión de las diversas naturalezas y sus propiedades sin cambio, mezcla o confusión, 3) indestructibilidad de esta unión, en el sentido de que es siempre la misma hypóstasis la que soporta las diversas naturalezas (cfr. Dialéctica, 66: PG 94,665-668).
      La Revelación llega a los hombres a través de la S. E. inspirada por Dios y de la tradición no escrita. J. ofrece la misma lista de libros inspirados que S. Epifanio (v.) en el Demensuris et ponderibus, pareciendo ignorar el Concilio Trullano que había aceptado ya la colección canónica africana, más tarde promulgada por el Conc. de Trento. J. exalta la autoridad de los Padres y doctores, llamándoles frecuentemente theopneustoi, inspirados. «La Ley, los profetas, los evangelistas, los Apóstoles, los pastores y doctores nos hablan movidos por el Espíritu Santo» (De fide ortodoxa, IV,17: PG 94,1176b). Esta inspiración es atribuida no a un solo Padre, sino al Magisterio de la Iglesia tomado en su conjunto. Admite el progreso dogmático, especialmente en la elaboración de las fórmulas doctrinales: «...y nosotros anatematizamos a aquellos que no quieren recibir esta terminología nueva» (III Oral. pro imag., 11: PG 94,1333). La regla de la fe es la tradición de la Iglesia (ib.). La Iglesia, cuya estructura es jerárquica y monárquica -es Pedro quien ha recibido la misión de ser jefe de la misma (Hom. in Transf. 6: PG 96,553)-, debe gozar de independencia ante todo poder temporal: «Es cometido de los sínodos y no de los emperadores el decidir las cosas eclesiásticas... No consiento a los decretos imperiales el gobernar la Iglesia; ella tiene sus leyes en las tradiciones de los Padres, escritas y no escritas» (Orat. in imag. I y III: PG 94, 1281 y 1304).
      J. es por excelencia el teólogo de la Encarnación, a la que dedica los libros 111 y IV del De fide ortodoxa (v. CRISTOLOGíA). He aquí cómo la describe: «Inmediatamente tras el consentimiento de la Virgen, el Espíritu Santo desciende sobre ella para purificarla y tornarla capaz de recibir al Verbo y convertirse en su madre. La Virtud y la Sabiduría subsistente del Altísimo, el Hijo de Dios, consustancial al Padre; la cubre con su sombra y se forma de la sustancia inmaculada y purísima de la Virgen una carne animada de un alma racional e inteligente... el mismo Verbo vino a ser hypóstasis para la carne, de forma que en el mismo momento que existió la carne ella fue carne del Verbo Dios... por eso hablamos no de un hombre deificado, sino de un Dios encarnado... Él se ha unido a la carne, tomada de la Virgen santa y animada de un alma racional, según la hypóstasis, sin confusión, ni cambio, ni separación» (De fide ort. III: PG 94,985-988). Santa María es real y verdaderamente Madre de Dios. J. es al mismo tiempo un claro expositor de la concepción inmaculada de María, de su virginidad perpetua y de su Asunción a los cielos. Finalmente, es el gran defensor del culto a las imágenes, a las que califica de «libros» para aquellos que no saben leer. Sobre su doctrina eucarística, V. EUCARISTÍA II, A, 5.
     
     

BIBL.: Ediciones: PG 94-96; P. VOULET, Homélies sur la Nativité et la Dormition, «Sources Chrétiennes», París 1961; E. PONSOYE, La foi ortodoxe, suivi de Déjense des icones, París 1966. En cuanto a las Vidas: Acta Sanct., mayo, t. II, 723 ss.; la de 1. Mercurópulos en «Analecta Ierosolimitana», IV, 303 ss.; M. GORDILLO, Damascenica, I, Vita Marciana, II, Libellus ortodoxiae, «Orientalia Christiana» VIII, Roma 1926; J. M. SAUGET, C. COLAFRAxCESCaI, Giovanni Damasceno, en Bibl. Sanct. 6,732-740.-Estudios: M. JUGIE, lean Damascene, «Dictionnaire de théologie catholique» VIII,693-751; VALIER, La mariologie de St. l. Damascéne, «Orientalia christiana analecta» XIV, Roma 1936; 1. NASRALLAH, S. Jean de Damas., Harissa (Líbano) 1950; K. ROZEMOND, La christologie de St. J. Damascéne, Ettal 1959; C. Votcu, La Mére de Dieu dans la théologie de St. Jean Damascéne, «Mitropolia Oltinei» (Cracovia) 1962, 165-184.

 

L. F. MATEO SECO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991