JUAN BAUTISTA, SAN


El Precursor: Los Evangelios ven cumplida en la persona y predicación del Bautista la profecía de Isaías (40,3), entendida en sentido mesiánico: él es «la voz que clama en el desierto», anunciando la próxima llegada del Señor y exigiendo que el pueblo prepare los caminos, convirtiéndose de su estado de pecado (Mt 3,1-12; Le 3,3-18). En lo (1,23) el Bautista se aplica a sí mismo el texto profético y Me (1,2-8) une, en la misma cita, al texto de Isaías otro de Malaquías (3,1) sobre el mensajero que Yahwéh iba a enviar delante de sí. La misión del Bautista es ser heraldo, precursor del Mesías, cuya llegada es inminente. Él no es la luz, sino quien da testimonio de la luz (lo 1,6-8). A preguntas de la multitud (Le 3,15) y de los sacerdotes y levitas enviados por los judíos (lo 1,19), J. responde que ni es el Mesías ni digno de desatar el calzado de otro más fuerte que va a venir después de él bautizando en Espíritu y fuego (Le 3,16-17; lo 1,20-28). Gracias a una revelación ha descubierto que Jesús es el que, viniendo detrás, ha sido puesto delante de él, porque era mayor que él (lo 1,29-34). Fiel a su tarea de dar testimonio de la luz y preparar al Señor un pueblo perfectamente dispuesto (Le 1,17), consigue con su predicación que algunos de sus discípulos sigan a Cristo (lo 1,35-42) y, a los que se sienten celosos del éxito de Jesús, responde J. que él no es el esposo, sino el amigo del esposo que se alegra de sentir su llegada; conviene que Jesús crezca y él disminuya (lo 3,22-30).
      A pesar de tan claro testimonio, no todos los discípulos de J. siguieron a Jesús: Act 18,24-19,7 parece indicar que en tiempo de la predicación apostólica hay todavía «discípulos» del Bautista, quizá una secta que lleva su nombre. Ya en los sinópticos (Me 2,18; Le 3,15), pero sobre todo en lo, hay indicios de la polémica que la Iglesia hubo de mantener con dicha secta. El cuarto evangelio silencia totalmente la actividad externa del Bautista, su vida austera, la predicación de la penitencia y del juicio; al evangelista le interesa primordialmente recalcar que J. da testimonio de Jesús, subrayando fuertemente la distancia que separa a éste del Precursor (lo 1,6-8.15.19 ss.29-34; 3,25-30; 10,40-41). Los términos usados por el evangelista dejan entrever que para estos discípulos el Bautista era la «luz» (lo 1,8), el Salvador. Le (3,15) constata que entre el pueblo surgió la sospecha de que J. era el Mesías. Por fin, las Pseudoclementinas (Recognitiones 1,60) afirman expresamente que algunos de, sus discípulos tenían al Bautista por Mesías.
      Su condición de Precursor sitúa al Bautista en un plano de absoluta inferioridad respecto a Jesús, pero a la vez le coloca por encima de todos los profetas (Mt 11,11); con él se cierra el tiempo de la antigua alianza (Mt 11,13; v.); a partir de él se proclama la Buena Noticia del Reino de Dios (Le 16,16; v.). Los cuatro Evangelios comienzan el relato de la vida pública de Jesús con la predicación del Bautista y del mismo modo se debió desarrollar la primera predicación cristiana (Act 1,22; 10,37), no principalmente en virtud de un interés por la cronología, sino debido al puesto que el Bautista ocupa en la historia de la salvación: aunque él no inaugura el reino, anuncia su inminente llegada, prepara al pueblo para recibirlo y da testimonio del que lo trae. Lucas resalta la importancia de la misión del Precursor y su vinculación a la de Jesús subrayando el paralelismo entre la infancia de ambos: el arcángel Gabriel anuncia su concepción preternatural (Le 1,5.22.26-35); un ángel proclama como Buena Noticia («evangeliza»), no sólo el nacimiento de Jesús (Le 2,10), sino también el de J. (Le 1,19); ambos reciben un nombre impuesto por Dios a través del ángel (Juan en Le 1,13.59-64; Jesús en Le 1,31; 2,21), signo de su especial tarea en la instauración del reino; como Jesús (Le 4,1 ss.), el Bautista se retira al desierto antes de comenzar su predicación (Le 1,80). El ángel anuncia que, lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, caminará delante del Señor con el espíritu y la fortaleza de Elías (Le 15,17; cfr. Mal 3,23-24), por lo que su padre le llama «profeta del Altísimo» (Le 1,76) y Jesús mismo, el profeta más grande nacido de mujer (Le 7,28); más que profeta, él es Elías que ha de venir (Mt 11,9-15); el Bautista sólo contradice en apariencia estas palabras de Jesús cuando responde negativamente a los judíos que le preguntan si él es Elías (lo 1,21): el judaísmo de la época esperaba, fundándose en Malaquías (3,23-24), que Elías en persona volvería al mundo, precediendo al Mesías como su precursor inmediato, con el fin de preparar al pueblo para la era mesiánica (cfr. Mt 17,10; Me 9,11; S. Justino, Diálogo 8,4; 49,1); J. niega ser Elías en persona vuelto al mundo, mientras Jesús subraya que en la persona y predicación del Bautista se ha cumplido la profecía de Malaquías.
      Predicación y bautismo: Le narra la llamada de J. a ejercer su función profética insertándola en el marco de la Historia Universal y de la situación político-religiosa de Palestina (3,1-3), subrayando así, al modo de los historiadores griegos, la importancia del acontecimiento para la historia de la salvación: con la predicación del Bautista comienza el «Evangelio» (Me 1,1 ss.). El hecho, descrito por Lucas en términos que recuerdan la vocación de los profetas (cfr. Ier 1,1-2; Os 1,1), tuvo lugar en el desierto de Judea, situado entre las montañas del mismo nombre y el Mar Muerto; J. se trasladó después a la cercana región del Jordán, donde comenzó su actividad (Le 3,2-3; cfr. Mt 3,6; Me 1,5). Con todo, J. es «el predicador del desierto» (Mt 3,3; Me 1,3; Le 3,4) y es correcta la afirmación de Marcos: «se presentó Juan el Bautista en el desierto predicando...» (Me 1,4; cfr. Mt 11,7; Le 7,24), porque al valle meridional del Jordán, estepario y sin cultivos, se le llama desierto en el A. T. y por la implicación teológica del término: los judíos esperaban que el Mesías se manifestaría en el desierto (cfr. Mt 24,26) o creían que en el desierto se realizaría la preparación de la era mesiánica [así los esenios (v.), que justificaban las convicciones de su secta con el texto de Is (40,3), aplicado en los evangelios al Bautista] ; consecuentemente, predicación en el desierto equivale a predicación mesiánica (v. DESIERTO II). La fama del Bautista se extendió rápidamente y «salía a él toda la región de la Judea y los samaritanos todos» (Me 1,15; cfr. Mt 3,5), atraídos por aquel predicador ambulante vestido como un severo asceta, de pieles de camello y ceñido con cinturón de pieles (Mt 3,4; Me 1,6), que, aun en su misma indumentaria, evocaba la figura de Elías (2 Reg 1,8) y se alimentaba austeramente de langostas y miel silvestre (cfr. Mt 11,7 ss.; Le 7,24-26). El Bautista anunciaba a quienes acudían a escucharle que la era de plenitud, el Reino de los cielos anunciado por los profetas para un tiempo impreciso, y cuya realización era objeto de las esperanzas y plegarias del pueblo, estaba cerca (Mt 3,2). Su predicación tiene un evidente carácter conminatorio: el juicio será el primer acto del inminente reino de Dios -«ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, todo árbol que no lleve fruto bueno será cortado y echado al fuego» (Mt 3,10; cfr. Le 3,9)-; en aquel día ninguna preeminencia terrena, ni siquiera la descendencia carnal de Abraham (v.), como esperaban los judíos (S. Justino, Diálogo, 140), preservará del castigo de Dios. La inminencia del Reino de Dios exige preparación: la penitencia (Mt 3,2); en la línea de la piedad profética, Juan predica una penitencia no ritual y -externa -prácticas de penitencia-, sino una conversión (v.), un cambio de maneras de pensar y valorar que ha de manifestarse en obras externas; por eso exhorta: «haced frutos dignos de penitencia» (Le 3,8; cfr. Mt 3,8). Le 3,10-14 detalla que hacer frutos dignos de penitencia es socorrer con ropas y alimentos a los necesitados, no estafar al cobrar los tributos... En resumen, hacer buen uso de las riquezas y cumplir los deberes de estado.
      Además de predicar, J. bautiza (Me 1,5); la administración del bautismo es de tan decisiva importancia en su ministerio que en los tres sinópticos (Mt 3,1; Me 6,25; Le 9,19...) y de labios del mismo Jesús (Mt 11, 11 s.; Le 7,23) J. recibe el sobrenombre de «el Bautista», o de «el que bautiza» (Me 1,4). Los escritos neotestamentarios especifican que el bautismo de J. es un «bautismo de penitencia para la remisión de los pecados» (Me 1,4; Le 3,3; cfr. Act 13,24; 19,4). Efectivamente, al bautismo precedía la penitencia (Mt 3,2-6), manifestada externamente en la misma administración del bautismo mediante la confesión de los pecados. La ablución era signo externo de la conversión interior, pero un signo de alguna manera eficaz como parece insinuar la expresión Kerison baptisma, usada en Me 1,4 y Le 3,3. El bautismo de J., lo mismo que su exhortación a la penitencia, tiene prevalentemente carácter escatológico; porque la llegada del Reino es inminente, urge preparar al Señor un pueblo perfectamente dispuesto (Le 1,17) para que en él se realice la aceptación del Reino. Mediante la penitencia y el bautismo, y no por la descendencia carnal de Abraham (Mt 3,9; Le 3,8), se entra a formar parte de este pueblo mesiánico. Por ello J. exige a todos los judíos la penitencia y amplios sectores de la población reciben su bautismo (Mt 3,5; Me 1,5). Esta universalidad, su carácter escatológico, y las exigencias éticas que lleva consigo, separan notablemente el bautismo de J. del de los prosélitos y lo aproximan al bautismo cristiano (v. BAUTISMO). Juan contrapone su bautismo «en agua para la penitencia» al bautismo «en Espíritu Santo y fuego» que realizará el Mesías (Mt 3,11; Le 3,16; cfr. una formulación secundaria en Me 1,8; Act 1,5; 11,16). No hay unanimidad completa entre los exegetas al precisar en qué sentido emplea el Precursor esta expresión. Está fuera de duda que Juan, en la perspectiva escatológica del A. T., conoce una única venida del Mesías: su advenimiento en poder para el juicio. Por eso, cuando asegura que el Reino está cerca, añadees inminente el día del juicio (Mt 3,2.7-10) y, al anunciar la llegada del Mesías, lo presenta presto a realizarlo (Mt 3,12; Lc 3,17). En este contexto parece queel bautismo en Espíritu Santo y fuego se ha de interpretar como una metáfora del juicio escatológico, castigo y purificación a la Vez (V. DÍA DEL SEÑOR; JUICIO PARTICULAR Y UNIVERSAL I).
      Prisión y muerte: El tercer evangelio señala que el ministerio del Bautista comenzó «el año decimoquinto de Tiberio César» (Lc 3,1); basándose en este texto, los exegetas creen, aunque sin absoluta unanimidad, que el acontecimiento se puede fechar en el otoño del a. 27 de nuestra Era o poco después. Lucas ofrece también indicios sólidos de que el bautismo de Jesús y el comienzo de su vida pública siguieron tras breve espacio de tiempo, quizá unas semanas, a la iniciación del ministerio de J. (Lc 3,1-2; comp. con 3,21; Act 1,22; 10,37-38). El. Bautista debió ser encarcelado al principio de la vida pública de Jesús. Los sinópticos, al subrayar el carácter preparatorio del ministerio de J., sitúan su encarcelamiento inmediatamente antes del comienzo de la predicación de Cristo (Mt 4,12-17; Mc 1,14; Lc 3,19 ss.). El cuarto evangelista, paca quien Juan Bautista es, sobre todo, testigo de Jesús, refiere que éste todavía predicaba y bautizaba cuando Jesús había realizado ya el primer milagro y tenía discípulos (lo 1,35-40; 3,22-36). Es imposible precisar la fecha exacta en que Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, encarceló al Precursor. Conocemos, en cambio, las causas de la detención: Flavio Josefo (Antiquitates Judaicae 18,5,2) -única fuente extrabíblica fidedigna sobre Juan Bautista- da como razón de este hecho el temor de Herodes a que el poderoso influjo del Bautista suscitara una revuelta entre el pueblo. El relato bíblico señala que Herodes hizo detener a J. por haber reprendido públicamente su vida de adulterio: el tetrarca había tomado por mujer a Herodías, esposa de su hermano Filipo (Mt 14,3-5; Me 6,17-19; Lc 3, 19 ss.). El Bautista había criticado implacablemente a escribas y fariseos (Mt 3,7-12; Lc 3,7-9), «era un hombre excelente y exhortaba a los judíos a que practicasen la justicia unos con otros y la piedad para con Dios»(Flavio Josefo, 1. c.); es, pues, verosímil que denunciara públicamente la inmoralidad de Herodes. Esto y el haber alentado las esperanzas mesiánicas del pueblo con el riesgo de suscitar inquietudes políticas explica que Herodes, aun sintiendo respeto hacia él (Mt 14,2-9 y paralelos), le encarcelara.
      Desde los subterráneos de Maqueronte, eJ Bautista sigue con atención la actividad del Mesías (Mt 11,2). A través de sus discípulos conoce cómo se desarrolla el ministerio de Jesús (Lc 7,18). Siente tal vez extrañeza e incertidumbre porque Jesús no actúa como él había anunciado: no empuña el bieldo para limpiar la era, no bautiza en Espíritu Santo y fuego ni proclama abiertamente ante el pueblo su mesianidad. Juan tiene necesidad de saber con certeza si Jesús es realmente «el que ha de venir» (Mt 11,3; Le 7,19; cfr. Mt 3,11 y paralelos), quizá también deseos de forzarle a que confiese públicamente su mesianidad. Envía a dos de sus discípulos para que formulen a Jesús la pregunta: «¿eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?». Jesús responde de modo mucho más elocuente que una mera afirmación: dice a los discípulos de Juan que cuenten a éste lo que han visto: «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se anuncia el evangelio» (Lc 7,18-22), todo lo cual es eJ cumplimiento de las profecías, en concreto de Is 35,5 y 61,1. Jesús termina su respuesta a J. con una bienaventuranza (Mt 11,6; Le 7,23) que lleva en forma velada una advertencia de carácter general: bienaventurado el que acepta a Jesús, aun teniendo que renunciar a ideas preconcebidas (v. MESÍAS; JESUCRISTO II).
      Los evangelistas nada dicen del lugar ni de la duración del cautiverio del Bautista; Flavio Josefo (Antiq. Jud., 18,119) informa que J. estuvo encarcelado en Maqueronte y fue ejecutado allí mismo. Me 6,19-21 insinúa que la prisión del Bautista se prolongó cierto tiempo. El día del cumpleaños de Herodes bailó Salomé ante la aristocracia de la región; la danzarina agradó al tetrarca, quien le prometió darle cualquier cosa que le pidiera. Salomé, aconsejada por su madre, Herodías, pidió la cabeza del Bautista; Herodes cumplió lo prometido (Mc 6,14-29).
      ¿Fue el Bautista un esenio? Este problema que se viene planteando desde hace tiempo ha recibido nueva luz de los descubrimientos de Qumrán (v.). Lc 1,80 dice de J.: «el niño crecía en el desierto» y, más adelante (3,2), «la palabra de Dios fue dirigida a Juan en el desierto». Ya vimos que esta expresión ha de entenderse del desierto de Judea, en eJ cual se encuentran las grutas de Qumrán. Pero Lucas quizá haya querido significar con el el término «desierto» un lugar más concreto y determinado al que se aplica como propio este nombre común. Los de Qumrán llamaban «el desierto» a la región que ellos habitaban. ¿Es pura coincidencia? Parece que aquellos cenobitas recibían jóvenes para educar; tal vez podría explicarse el enigma de J. niño creciendo en el desierto en el sentido de que era huésped del «convento» de Qumrán. Queda indicado que los esenios (v.), como el Bautista, creían que se cumplía en ellos el texto de Is 40,3, que habla de preparar los caminos en el desierto (Regla de la Comunidad 7,12-14). En el rigor ascético, en el anuncio del juicio inminente y en la predicación de la penitencia y bautismo podrían descubrirse otras coincidencias. Con todo, no parece que se pueda dar con seguridad una respuesta afirmativa a la pregunta formulada. Es evidente que los evangelistas han tenido más interés en subrayar la originalidad y el origen divino de la misión del Bautista que el contexto socio-religioso en que pudo tener lugar (Lc 3,2; lo 1,6). Cualquiera que haya sido la relación originaria de J. con los esenios, es evidente que en el cumplimiento de su ministerio se comporta de un modo absolutamente diferente a como lo haría un discípulo de aquéllos. Su llamamiento va dirigido a todo el pueblo, incluso a pecadores y publicanos (Lc 3,10-14), frente al espíritu particularista de la secta; su bautismo, ya descrito, tiene un sentido distinto de los baños rituales esenios; por ello, J. tiene discípulos que viven de modo peculiar y se diferencian de aquéllos. En última instancia, la novedad de la misión de J. es que anuncia la presencia del Mesías y es su testigo.
      Ya en el s. IV el culto de S. Juan Bautista estaba extendido universalmente, y gran cantidad de edificios sagrados estaban dedicados a él. El Conc. de Agde (can. 21) del 506, habla del 24 de junio como una de las fiestas mayores, fiesta que fue de precepto hasta principios del s. XX.
     
     

BIBL.: M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1962, 13-24; S. STEINMANN, San luan Bautista y la espiritualidad del desierto, Madrid 1959; J. DANIÉLOU, Los Manuscritos del Mar Muerto, Madrid 1961, 22-23; D. BUzY, Saint lean Baptiste, París 1922; H. LECLERQ, Jean-Baptiste, en DACL V11,11,2167-2184.

 

T. LARRIBA URRACA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991