JUAN APÓSTOL Y EVANGELISTA, SAN, I. EL APÓSTOL.


Era unos dos o tres lustros más joven que Jesús. De carácter enérgico, dulcificado por los años y por su profunda vivencia mística de la doctrina del Maestro, ejerció su apostolado durante unos 30 años en Jerusalén y regiones cercanas. Más tarde fue el alma de las comunidades cristianas de Asia Menor, donde escribió sus obras. Alcanzó extraordinaria longevidad y se extinguió tranquilamente en Éfeso, ya casi centenario. Su fiesta litúrgica se celebra el 27 de diciembre en la Iglesia católica y el 26 de septiembre en la oriental.
      Datos del Nuevo Testamento. El apóstol J., hermano de Santiago el Mayor (v.), era hijo de Zebedeo (Mt 4,21; Me 1,19 s.) y de Salomé (Me 15,40; cfr. Mt 27,56). Había nacido en Betsaida de Galilea y era pescador, como su padre, en el lago de Tiberíades (Mt 4,21). La situación económica de la familia parece era desahogada, puesto que Zebedeo tenía a su servicio jornaleros (Me, 1,20), poseía por lo menos una barca (Mt 4,21) y pescaba con red barredera (Me 4,21, comparado con Le 5,6 y lo 21,6 ss.) y no a la manera de los pescadores pobres; además, su madre servía a Jesús con su hacienda (Mt 22,55 ss.).
      Discípulo del Bautista, por él conoció a Jesús (lo 1, 25-40); luego, y directamente, junto con su hermano, fue llamado al apostolado (Me 1,19 par.). Los dos hermanos, que en los catálogos de los Apóstoles figuran siempre juntos (Mt 10,2 ss. y par.), gozan, con Simón Pedro, de cierta preponderancia entre los Doce: los tres presencian la resurrección de la hija de Jairo (Me 5,37), la transfiguración de Jesús en el monte (Me 9,2 par.) y su agonía en Getsemaní (Mc 14,33 y par.). Tal vez por verse preferidos por Jesús, los dos hermanos se atreven a pedirle (por mediación de su madre, según Mt 20, 20 par.) que les conceda los primeros puestos en el futuro reino glorioso; pero el Maestro solamente les promete que «beberán su cáliz» (Mc 10,35 ss. y par.). Seguramente por su carácter impetuoso, Santiago y J. recibieron de Jesús el sobrenombre de Boanerges, «hijos del trueno» (Mc 3,17). Juan es ciertamente «el discípulo a quien amaba Jesús» (lo 13,23; 19,26; 20,2; 21,7.20); el que, durante la última Cena, se reclinó sobre el pecho del Maestro, y recibe la confidencia de quién será el traidor (lo 13,23.26); el único que estuvo junto a la cruz y al que Jesús dejó encomendada su madre (lo 19,27). Por esta y otras circunstancias conservadas en diversos detalles de los Evangelios, se ve que J. no fue el carácter tímido y aniñado que a veces nos ha trasmitido la iconografía, sino todo lo contrario. Cuando los samaritanos se niegan a dar hospedaje a Jesús, J. y Santiago quieren mandar que baje fuego del cielo y devore a los que rechazan al Maestro (Lc 9,54); y J. es quien da cuenta a Jesús de cómo, al ver que un extraño lanza los demonios en nombre de Jesús, se lo han prohibido (Mc 9,38).
      Muy estrecha y frecuente es la relación de J. con S. Pedro: compañeros de pesca (Lc 5,10); juntos recibieron el encargo de preparar lo necesario para celebrar la Pascua (Lc 22,8); seguramente fue J. quien introdujo a S. Pedro, la noche de la Pasión, en casa del Sumo Sacerdote (lo 18,16); S. Pedro y J. («el otro discípulo») acudieron juntos al sepulcro (lo 20,2 ss.); es el primero en reconocer a Jesús resucitado (lo 21,7); el cuarto Evangelio se cierra con la escena en que Jesús predice a S. Pedro y a J. sus respectivas suertes futuras (lo 21, 20-23), donde no ha de verse oposición alguna entre el cargo (Pedro) y el espíritu (J.), como han querido algunos, sino alusión a la muerte de S. Pedro y a la longevidad de S. Juan. Ambos aparecen también juntos en la curación del tullido de nacimiento (Act 3,1-11) y ante el Sanedrín (Act 4,13.19); y ambos son enviados por los demás Apóstoles a Samaria (Act 8,14).
      Por último, cuando años después S. Pablo va a Jerusalén, encuentra allí a J., a quien cuenta entre las «columnas» de la Iglesia (Gal 2,9). Las pretendidas relaciones personales y directas de J. con los esenios de Qumrán parecen totalmente infundadas. Que J., todavía en sus años mozos, fuera más o menos iletrado (Act 4,13) no quiere decir que después fuera incapaz de escribir obras de tan subida densidad teológica en lenguaje sencillo y pobre, como es el suyo. De hecho, la firmeza de carácter y el raciocinio teológico certero se ven ya en la respuesta dada por él y por S. Pedro al Sanedrín (Act 4,19 ss.).
      Datos de la tradición eclesiástica. Según S. Ireneo (Adv. Haer. 11,22,5; I11,1,1), que toma la noticia de S. Policarpo de Esmirna (m. en el 155 a los 86 años de edad; v.) y discípulo directo de J., éste se estableció en Efeso y desde allí gobernó las iglesias de Asia Menor (cfr. Eusebio, Hist. ecles. 111,31,3; V,24,3, quien recoge estos datos de Polícrates de Efeso, m. hacia el 190). ¿Cuándo se trasladó J. de Palestina a Efeso? Generalmente se admite que hacia el 60, pero sin aducir razones de peso. No está desvirtuada la opinión de Teodoro de Mopsuestia (In Eph. fragm.: PG 66,912), según el cual J. se trasladó a Asia Menor a la muerte de S. Pablo. Eran los años de la guerra romano-judía (66-70), que terminó con la destrucción de Jerusalén. Al comenzar esta guerra, muchos cristianos huyeron de la Ciudad Santa y aun de Palestina. Tal vez por esta época pasó J. algunos años en Siria. Por otra parte, al morir S. Pablo (ca. el 67), ningún Apóstol había, fuera de J., que pudiera ocuparse de las iglesias de Asia. Sería la fecha más oportuna para que J. se trasladara a Efeso. Más tarde, bajo Domiciano (81-96), J. es desterrado a la isla de Patmos, donde (ca. el 95) escribe el Apocalipsis (v.); bajo Nerva (96-98) regresa a Éfeso. Allí escribe el Evangelio (v. ii) y las Cartas (v. III) y muere en los comienzos del imperio de Trajano (98-117). Estos datos están perfectamente atestiguados por la tradición que representan escritores de la talla de S. Ireneo, Clemente de Alejandría, Canon de Muratori, Eusebio, etc. Menos atestiguada está la tradición que recoge Tertuliano (De praescr., 36), según la cual J. salió ileso, en Roma, de una caldera de aceite hirviendo en la que había sido introducido. Igualmente, sólo Ireneo (Adv. Haer., 111, 3,4) narra el encuentro de J. con Cerinto en un baño público.
      Desde principios de este siglo no pocos críticos acatólicos han venido defendiendo que J. nunca estuvo en Efeso, sino que murió bastante joven, en Jerusalén, a manos de los judíos, bien con su hermano Santiago (ejecutado ca. el 42 por Herodes Agripa I), bien con posterioridad (ca. el 60). La primera fecha es ciertamente falsa, porque S. Pablo, en el a. 49, encuentra a J. en Jerusalén (Gal 2,9). La segunda no tiene otro fundamento que salvar el supuesto hecho de la muerte temprana de S. Juan. Se pretende que las palabras dirigidas por Jesús a los dos hermanos: «Beberéis mi cáliz» (Mc 10,39 par.) deben interpretarse como alusivas al martirio de ambos hermanos y que este hecho debió de suceder en época anterior al a. 60, fecha en que se supone la redacción de los evangelios de Marcos y del Mateo arameo. Pero el texto de Mc 10,39 no exige concretamente el martirio de sangre, porque puede entenderse muy bien (como las palabras dirigidas a todos los Apóstoles en Mc 8,34; 13,9) de las persecuciones, del odio y de otras tribulaciones que habían de soportar.
      Se ha intentado confirmar la hipótesis del temprano martirio de J. con un supuesto texto de Papías, citado por Felipe de Side (s. v), conocido por un compendio de su Hist. ecles. (del s. vct), y reproducido luego (s. ix) por un ms. de la Crónica de Georgios Hamartolós (cfr. ambos fragmentos en Braun, o. c. en bibl., 1,407-411; y en D. Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, Madrid 1950, 882-883). Y también suponen el martirio de J., sin precisar fecha, el sirio Afraates (Demostr. 21,23) y algunos calendarios antiguos. Hoy se matiza mucho en torno a tales argumentos. Examinados con detención, pronto se ve que su valor es nulo. La pretendida cita de Papías es más que sospechosa, porque a J. se le da ya el título de «teólogo», que no empezó a dársele hasta el s. iv. Además, Felipe de Side es muy inseguro en toda su obra histórica, como ya se lamentó de ello Sócrates de Constantinopla y como se ve por el fragmento citado, donde confunde a Papías con Cuadrato (Braun, 408). Georgios Hamartolós expresamente escribe que J. vivió en Efeso y que allí terminó tranquilamente su vida; y sólo en un ms. de su Crónica frente a los otros 26 que se conservan, aparece la interpolación de la supuesta cita de Papías, en abierta contradicción con el contexto de este mismo ms.
      Queda, pues, en pie la tradición más antigua y mucho mejor atestiguada, que sostiene la longevidad de J., su larga permanencia en Efeso, y su muerte tranquila en esta ciudad, donde arqueológicamente está demostrada la existencia de su basílica-sepulcro.
     
      V. t.: APÓSTOLES.
     
     

BIBL.: C. FOUARD, Saint lean et la fin de 1'dge apostolique, París 1922; L. PIROT, Saint lean, París 1923; L. CHAIGNE, Saint lean l'Évangéliste, París 1938; A. ViTTi, Presunta morte di San Giovanni il Zebedeita in Atti 12,2, « Scuola Cattolica» 5912 (1931) 176-185; F. M. BRAUN, lean le théologien et son Évangile dans l'Église ancienne, París 1959, 375-388; P."C. LANDUCCI, F. SPADAFORA, M. C. CELLETTI, Giovanni Evangelista, en Bibl. Sanct. 6, 757-797; R. SCHNACKENBURG, Das lohannesevangelium, I, Friburgo 1965, 71-73.

 

SERAFIN DE AUSEJO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991