JOSÉ, SAN, I. SAGRADA ESCRITURA
Las fuentes. Los datos bíblicos sobre S. José están casi todos consignados por
S. Mateo y S. Lucas en los capítulos de los Evangelios relativos a la Infancia
de Jesús (Mt 1-2; Lc 1-2; 3,23-38). Sobre dichos relatos se ha venido
discutiendo, con objeto de fundamentar histórico-críticamente la trascendencia
teológica de la personalidad de S. José. Pero los esfuerzos críticos de las
últimas décadas no han aportado un avance sustancial a la teología tradicional
sobre el Santo Patriarca, teología que debe mucho a los carismas especiales de
los santos. Aquí hay que mencionar, en un puesto de honor la enseñanza teológica
y espiritual de la Doctora de la Iglesia S. Teresa de Jesús (v.). Por lo demás,
en estos últimos tiempos «las narraciones de la Infancia han sido frecuentemente
maltratadas por una crítica histórica intemperante. Algunos autores católicos
modernos quieren ver en estas narraciones de la Infancia un género literario (v.
BIBLIA iv) especial, que clasifican como midrásico, o como una construcción
haggádica, es decir, un modo libre de narrar la historia» (S. Muñoz Iglesias).
Estas sugerencias críticas se prestan a arbitrarias interpretaciones y no pasan
de meras hipótesis. La teología católica sigue, pues, fundamentada en la
enseñanza tradicional de la Iglesia, y no hay razones sólidas para rebajar el
valor histórico de los relatos evangélicos de la infancia de Jesús (cfr. S. del
Páramo, o. c. en bibl., 261).
Patria y genealogía. Sobre el lugar de su nacimiento no tenemos datos
seguros. Parece que debió ser Belén, aunque también se han propuesto Nazaret y
Jerusalén, esta última sin más fundamento que las afirmaciones inseguras de
algunos Apócrifos (v.). En favor de Nazaret se aduce el hecho de que allí parece
fueron concertados los esponsales y celebrado el matrimonio con María (Le 1,26)
y allí se estableció ciertamente con la Virgen y el Niño después de la vuelta de
Egipto (Mt 2,23). S. Justino, que vivió en el s. II y pudo tener noticias
fidedignas, afirma que era «oriundo de Belén» (Dial., 78,10: PG 6,657). Hay
consistentes razones que abogan por este aserto; así, p. ej., la evidente
intención de S. José de establecerse allí al regresar de Egipto a la tierra de
Israel (Mt 2,21-23), lo mismo que el hecho de que le correspondiera empadronarse
en Belén, ya que los judíos conservaron bajo la dominación romana, la antigua
costumbre de empadronarse por tribus, familias y lugares de procedencia.
Respecto de la familia del Santo, poco es igualmente lo consignado por los
evangelistas, si exceptuamos los datos relativos a su árbol genealógico, que nos
da fe de su entronque davídico, dato corroborado además por las palabras del
ángel al llamarle «hijo de David» (Mt 1,20). La divergencia-entre Mt 1,16, que
lo hace hijo de Jacob, y Le 3,23, según el cual es hijo de Helí, caso de que
ambos evangelistas intenten darnos la genealogía de S. José, hipótesis que no
todos admiten, se explicaría suponiendo que S. Mateo nos ofrece la línea de los
padres carnales de S. José, mientras S. Lucas consignaría la que se ha llamado
genealogía legal, adoptiva o de levirato (v. GENEALOGÍA III).
Profesión y situación económica. Su oficio está indicado con la palabra
griega tékton (Mt 13,55; Me 6,3), que significa ordinariamente artesano que
trabaja en madera, es decir, carpintero o ebanista. La Vulgata lo traduce por
faber, que más bien sugiere la idea de trabajador en hierro, cobre, bronce,
mármol, arcilla, porcelana, etc. De ahí que los Padres griegos, en general,
hacen de J. un carpintero, mientras los latinos lo llaman preferentemente
herrero, sin que falte quien lo eleve a la categoría de constructor de casas, lo
que hoy llamaríamos un maestro de obras. No es improbable que en una población
como Nazaret hubiera de ocuparse de todos esos oficios a la vez.
Era, por tanto, un sencillo artesano, de condición más bien modesta. El
hecho de que en la purificación de María se limitara a ofrecer dos palominos (Le
2,24), que era la ofrenda de los pobres (Lev 12,18), es un dato que no deja
lugar a dudas sobre sus posibilidades económicas. Aunque, por otra parte, se
puede razonablemente conjeturar que con su trabajo lograra unas condiciones de
vida suficientemente decorosas.
Esponsales y matrimonio. «Por documentos numerosos y autorizados, sabemos
hoy con toda certeza que la celebración del matrimonio en tiempo de Jesucristo
constaba de dos actos: los esponsales, que solían celebrarse privadamente y se
llamaban eruszn, desposorios, o kidduszn, es decir, santificación, y las bodas
públicas y solemnes, llamadas nisuhin o licujtn, es decir, aceptación, del verbo
laca¡, tomar, de idéntica significación que el paralambanein que usa S. Mateo.
Los esponsales no eran, como entre nosotros, una promesa de futuro matrimonio,
sino un verdadero y perfecto contrato matrimonial... A este Contrato matrimonial
seguían después de un intervalo aproximado de 12 meses, si la esposa contraía
por primera vez matrimonio, o de un mes si se trataba de una viuda, las bodas
públicas y solemnes, que esencialmente consistían en conducir a la esposa entre
música y algazara popular a la casa del esposo, y eran la ceremonia
complementaria del contrato matrimonial» (S. del Páramo, ib. 223-224). «En este
supuesto, comúnmente admitido, no hay duda de que el relato de S. Mateo deja en
el ánimo la impresión de que José, al conocer la maternidad de María, sólo
estaba desposado con ella, y que lo que le ordena el ángel es precisamente la
celebración de las bodas. En efecto, comienza el relato consignando los simples
desposorios: Desposada su madre María con José... Luego dice el ángel: No temas
tomar contigo a María tu mujer... Lo cual cumple a la letra, cuando, despertado
del sueño, tomó consigo a su mujer: que no parece ser otra cosa que la
celebración de la boda, en que el esposo tomaba consigo a la esposa y la llevaba
a su casa» (cfr. J. M. Bover, o. c. en bibl., 120).
Esto no obstante, algunos autores suponen que el uso de los derechos
estrictamente matrimoniales estaría mal visto (sobre todo en Galilea) antes de
que se hubiera celebrado la ceremonia nupcial. Ante esa posibilidad algunos
autores modernos, entre ellos J. M. Bover (v.), sostienen que la Anunciación (v.
MARÍA I, 2) hubo de realizarse cuando ya la Virgen estaba en casa de su esposo.
De otra suerte, el matrimonio dispuesto por Dios, precisamente para salvaguardar
el honor de su Hijo encarnado y el de su Madre, se hubiera frustrado
enteramente, no sólo si María hubiera aparecido encinta antes de convivir en la
casa de José, sino por el simple cómputo de los meses de gestación a partir del
nacimiento de Jesús. Partiendo de esta tesis, la interpretación
filológico-exegética del pasaje es muy distinta. «Ante todo, la palabra inicial
desposada, estando en aoristo..., no significa precisamente estado actual, el de
simple desposada, como pudiera significarlo el perfecto, sino el acto pretérito
de los desposorios. Y este acto pretérito lo mismo puede afirmarse de la mujer
ya casada como de la simple desposada. Además, el participio desposada... se
dice de la Virgen poco antes del parto (Le 2,5), cuando ya evidentemente en
cualquiera de las dos opiniones había celebrado la solemnidad de las bodas...
Por otra parte, poco después el mismo S. Mateo llama a José marido de María»,
siendo más probable el sentido normal «por cuanto poco antes S. Mateo ha llamado
a José marido de María (1,16) en sentido normal propio». Finalmente, en el
contexto las palabras «no temas tomar contigo a María tu mujer», significarían
sencillamente «no repudiarla, o mejor, desechar el pensamiento de abandonarla» (cfr.
Bover, ib., 120-125).
Ante el misterio de la maternidad de María. En el relato de Mt 1,18-25,
trasmitido según algunos en el estilo de las Anunciaciones, destacan dos temas:
que S. José decidió repudiar en secreto a su esposa, porque estaba encinta, y
que desistió de su proyecto por la intervención del ángel. Sobre el motivo
íntimo de su decisión, hay variedad de opiniones. Descartada ya casi
unánimemente la hipótesis de la sospecha de adulterio o de violencia, quedan en
pie dos soluciones: la que opina en pos de S. jerónimo que S. José, persuadido
de la pureza angelical de su esposa, sin poderse explicar la realidad
indubitable de su gestación, opta por inhibirse ante el misterio y decide
abandonarla, entregándole secretamente un acta de repudio (Mt 1,19),
salvaguardando así en su rectitud el honor de María. Otros opinan que el relato
da por supuesto que J. conocía el misterio, ya por revelación directa de Dios,
ya por habérselo comunicado María, y que se orienta a poner de relieve su
paternidad legal: José se muestra justo no en que observe la ley autorizando el
divorcio en caso de adulterio..., ni en que él se mostrara bondadoso..., ni en
razón de la justicia que debería a una inocente, sino en que no quiere hacerse
pasar por el padre del Niño divino (S. Efrén)... A Dios toca intervenir, a José
obedecer y asumir la paternidad legal de Jesús... Él es el Justo por excelencia:
como todos los justos, espera al Mesías, pero sólo él recibe la orden de echar
un puente entre los dos Testamentos; mejor que Simeón, acoge al Salvador.
En el nacimiento e infancia de Jesús. S. José, obedeciendo la orden
emanada de Roma, parte hacia Belén junto con María para llevar a cabo su
empadronamiento y probablemente también el de su esposa. Aunque actúa siempre
como cabeza de familia, aparece sumido en un impenetrable silencio. Tanto en la
afanosa búsqueda de alojamiento en Belén, como en el recibimiento de los
pastores y de los Magos (v. EPIFANíA), nada se nos trasluce de sus pensamientos
ni de sus palabras. En el acto de la Presentación de Jesús (v.), ante el anuncio
misterioso y sombrío del anciano Simeón, el evangelista pone de relieve la
admiración reflejada en el rostro de María y de José (Le 2,33), pero no se nos
revela ni una palabra salida de sus labios. Hay un momento, sin embargo, en el
que rompe su silencio habitual: cuando impone al Hijo del Altísimo el nombre de
Jesús, según se lo había intimado el ángel (Mt 1,21). Era la misión
intransferible del padre, cuyo cumplimiento consigna el evangelista (Mt 1,25). A
él cupo, pues, el honor de pronunciar, de manera solemne y oficial, el nombre
del Redentor del mundo, siendo ésta la única palabra suya que conocemos con
entera certeza.
Huida a Egipto (Mt 2,13-15). Este episodio, sin dejar de estar encuadrado
históricamente en la vida de Jesús, no obstante el silencio de S. Lucas (Le
2,39), evoca la gesta del éxodo y de la liberación de Israel de la esclavitud de
Egipto, anticipo y preludio de la liberación mesiánica, con la que contrasta la
mención de Herodes y de Arquelao, representantes de la opresión y del terror.
Los últimos años. Fuera de la intervención de S. José en el relato de la
pérdida y encuentro del Niño Jesús en el Templo, donde sólo una-palabra de María
lo saca a primer plano (Le 2,41-52), su figura se esfuma en la plácida sombra
del taller de Nazaret, al lado de María y de Jesús, que les estaba sujeto (Lc
5,51). Al no mencionársele en las bodas de Caná (lo 2,1-12) y recibir él
evangelista S. Juan de Cristo moribundo el encargo de atender a su Madre (lo
19,26-27) se concluye con toda certidumbre que había muerto antes de que Jesús
comenzara su ministerio público, en cuyos inicios era ya para sus paisanos el
carpintero de Nazaret, el hijo de María (Me 6,3). Las fantasías de los
evangelios apócrifos sobre la edad avanzada de S. José cuando contrajo
matrimonio con la Virgen, no merecen crédito alguno (cfr. S. del Páramo, ib.
239-245).
V. t.: SAGRADA FAMILIA; MARÍA I.
BIBL.: ISIDORO DE S. José, José, San, en Enc. Bibl. IV,626-635; D. BuzY, Saint Joseph, París 1951; S. MUÑOZ IGLESIAS, El Evangelio de la Infancia en San Mateo, «Estudios Bíblicos» 17 (1958) 234-273; P. GAECHTER, María en el Evangelio, Bilbao 1959; 1. M. BOVER, Vida de N. S. Jesu-Cristo, Barcelona 1956; A. VSGTLE, Die Genealogie Mt 1,2-16 und die matthdische Kindheitsgeschichte, «Biblische Zeitschrift» 8 (1964) 45-58, 239-262; 9 (1965) 32-49; J. A. DEL NIÑO JESús, San José. Su mis}ón, su tiempo, su vida, Valladolid 1965; S. DEL PÁRAMO, Temas bíblicos, III, Santander 1967; T. STRAMARE, M. L. CASANOVA, Giuseppe, en Bibl. Sanct. 6, 1251-1292; JOSÉ DE JESús MAREA, San José en los XV primeros siglos de la Iglesia, «Studium» 11 (1971) 333-342.
ÁNGEL LUIS IGLESIAS, J. PRADO GONZÁLEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991