JOEL


Fecha de composición. J. es uno de los profetas menores. Sobre la época en que fue escrito hay diversas opiniones. El libro no nos dice nada acerca del momento histórico en que se desarrolla el ministerio profético de Joel. Los datos que nos suministra acerca de este punto son indirectos. De ahí la dificultad que supone datar exactamente su composición.
      Antiguamente se proponían los s. viii-vil a. C.; aduciendo como razones el que los enemigos del pueblo que se nombran son los fenicios, egipcios, filisteos y edomitas, y no los clásicos sirios y asirios. También se dice que Amós (v.) imita a Joel. Y se explican la no presencia del rey diciendo que el profeta actúa cuando Joas es todavía un niño y está bajo la tutela del sumo sacerdote Joyada. Ello explicaría el que se dirija también a los sacerdotes.
      Sin embargo, modernamente se afirma casi con unanimidad que se trata de un escrito posexílico, concretamente alrededor del 400 a. C.; el pueblo vive en un régimen en que la autoridad está en manos de sacerdotes; no hay referencia alguna a la realeza; el nombre de Israel sirve también para designar a los habitantes de Judá, de Sión y de Jerusalén; entre los reinos sometidos a juicio no aparece Asur, ni Babilonia, sino sólo Egipto y Edóm (4,19), los fenicios y los filisteos (4,4), los sabeos (4,8) y los griegos (4,6). Por otro lado existen contactos literarios muy estrechos con escritos posteriores, especialmente con Ezequiel (v.).
      La noción del día de Yahwéh favorable a Judá (3-4) tiene una mentalidad fuertemente xenófoba, con un repliegue muy acentuado sobre Sión. Este ambiente recuerda el de Esdras (v.) y Nehemías (v.). Es un tiempo de restauración, tiempo en el que el pueblo comienza de nuevo a vivir su conciencia de pueblo escogido de entre todas las naciones de la tierra. Está, pues, en la línea de los profetas nacionalistas (v. PROFECíA Y PROFETAS). La salvación viene por Israel. Los reveses son un punto de partida para caminar hacia Yahwéh. Sean las que fueren las circunstancias por las que atraviesa el pueblo, siempre permanecerá inquebrantable su fe. Con su visión escatológica, J. descubre a su pueblo los tiempos en que quedará asegurada la victoria definitiva.
      Autor y libro. J., «Yahwéh es Dios», es hijo de Petuel. Los demás libros no nos dicen nada de él; su obra es, pues, la única fuente de información. Sabemos que la época en que se compone está cargada de afán por reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén. Los reyes persas han favorecido la vuelta a la tierra de origen, ya que les convenía tener un pueblo amigo en las tierras que le separaban con Egipto, cuyo poder es un peligro para la paz.
      Muestra un gran interés por el templo, por los sacerdotes y por el culto. Se queja porque «sacrificio y libación han desaparecido de la casa de Yahwéh. Los sacerdotes, ministros de Dios hacen duelo» (1,9). Se dirige a los sacerdotes para que oren y ayunen: «Ceñíos de saco y plañid, sacerdotes, lanzad gritos, ministros del altar..., la casa de Yahwéh se ha quedado sin sacrificio y sin libación» (1,13). Este celo por el culto hace pensar que pertenezca al cuerpo sacerdotal, aunque también pudiera pertenecer a alguna escuela profética, cuya misión de ser portavoces de Dios se ejercía a veces en el templo. Supuestos los datos cúlticos que nos da, pudiera pensarse en una liturgia profética. Lo cual no quiere decir que sea vestigio de la liturgia del templo.
      En Sión es donde ha de tocarse la trompeta para convocar al pueblo; allí donde se verificará la salvación (2,1.15. 23). Restaurará a Judá y a Jerusalén (6.8.16-18.20-21). Esta preferencia por las tierras del sur, hace suponer que pertenecía al reino de Judá (v.). De todos modos, su figura se nos presenta envuelta en el anonimato, sin que sea posible describir su perfil humano. Posee una exquisita sensibilidad poética de tonos apocalípticos, y las visiones cósmicas que nos trasmite del día de Yahwéh son grandiosas.
      En el libro pódemos distinguir dos partes bien diferenciadas. La primera (1,2-2,17) nos relata una terrible plaga de langosta que devasta el país. Ante tal desastre lo mejor es recurrir a Dios por medio de la oración comunitaria. Hay dos secciones con amenazas del castigo divino y con llamadas a la penitencia: a) 1,2-20 convoca al pueblo para que sepa lo que Dios ha hecho con su pueblo a través de la plaga de langostas: «Devastado está el campo, en duelo está la tierra, porque el trigo ha sido asolado, ha faltado el mosto, y se ha agotado el aceite... Se ha secado el viñedo, se ha agostado la tierra, el granado, la palmera, el manzano, todos los árboles del campo están secos» (1,10.12). Ante esa situación calamitosa se convoca un ayuno general, una asamblea en el templo para orar a Dios por la salvación (1,19-20). b) Nuevo peligro: los enemigos llegan con rapidez de corceles, con estrépito de carros de guerra, haciendo temblar la tierra y estremecerse el cielo (2,10). Nuevamente resuena la trompeta en Sión. El día de Yahwéh está cerca. Sólo queda una salida: recurrir a Dios: «Desgarrad vuestro corazón, no vuestros vestidos; volved a Yahwéh, vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, lento a la ira, generoso en la bondad» (2,13).
      La segunda parte (2,18-4,21) es como una respuesta a la llamada angustiosa del pueblo. Dios promete, generoso, el perdón y la venganza. Hay tres secciones que podemos dividir así: a) 2,18-3,5: Se describen panoramas de verdor y abundancia paralelamente a la sequedad y a la escasez: «... ya reverdecen los pastizales del desierto, los árboles producen frutos, la higuera y la vid su riqueza..., las eras se llenarán de trigo y los lagares rebosarán de vino y aceite...» (2,22.24.26). La bendición de Dios en aquellos días rebasará los límites de la petición de su pueblo: «Yo derramaré mi espíritu sobre toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán... Y hasta en los siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días» (3,1-2). b) 4,1-17: Desarrolla el gran tema del juicio a todas las naciones. Bajarán al valle de Josafat y allí habrán de responder a las implacables acusaciones de Yahwéh: «Levántense y suban las naciones al valle de Josafat. Allí me sentaré yo para juzgar a todos los pueblos circundantes. Meted la hoz porque la mies está madura, venid, pasad, porque el lagar está lleno, las cubas rebosan. ¡Tan grande es su maldad! » (4,12-13). c) 4,18-21: Da una perspectiva final de la era mesiánica en la que «los montes destilarán vino nuevo, las colinas fluirán leche, y por todos los ríos de Judá correrán las aguas» (4,18).
      Mensaje. Dios se apiada de su pueblo y su castigo no es definitivo; cambiará de pensamiento y perdonará (2,13.14.18); llamará a juicio a todas las naciones; es dueño de todos los pueblos que vendrán a rendirle cuenta de todo el mal hecho a Israel; la acción se desarrollará en el valle de Josafat, el valle de «Yahwéh-Juez» (Ez 38-39; Zac 14); el lugar está cerca de Jerusalén, se le identifica con el torrente Cedrón que desde el s. iv d. C. se llama valle de Josafat; la ejecución, descrita como una siega y vendimia, se reproduce en Apc 14,14-20 (V. PARUSIA).
      En 3,1-2 se habla de la promesa de Espíritu para los últimos tiempos. Es como un desarrollo de Ez 36,2,27 y 39,29, donde Yahwéh promete a su pueblo un corazón y un espíritu nuevos. En los últimos tiempos, los hijos de Israel, desparramados por la tierra, serán reunidos para formar de nuevo el pueblo escogido. Entonces Dios transformará a sus hijos y derramará sobre sus cabezas su mismo Espíritu, el cual hará que vivan según sus preceptos, observando y guardando sus leyes. En la tradición bíblica, el espíritu de Yahwéh sólo descendía sobre determinados personajes con una misión concreta; en los últimos tiempos, clama J., el Espíritu será derramado sobre toda carne y jóvenes y ancianos profetizarán, tendrán visiones. Y hasta sobre los mismos siervos se derramará el Espíritu de Dios.
      En Act 2,16-21 se cumple la promesa. Es el comienzo violento de la llegada del Espíritu para realizar la nueva creación (v. PENTECOSTÉS). Un viento que desgaja puertas y ventanas, un fuego que transforma. El resto de Israel (v.) ha roto barreras de razas y de clases (Rom 10,12). Todo el que crea y se bautice recibirá el Espíritu (Act 2, 38). La promesa se ha cumplido y el don del Padre (Le 11,13) ha descendido hasta los hombres. Joel, profeta de Pentecostés, lo dijo.
     
     

BIBL.: L. DENNEFEL, Les problémes de livre Joél, París 1926; R. PAUTREL, Joél, en DB (Suppl.) IV,1098-1104; 1. STEIMANN, Remarques sur le livre de Joél, en Études sur les Prophétes d'Israél, París 1954, 143-173; P. 1. MORRIS, Joel, en Verbum Dei, II, Barcelona 1956, 695-703; M. GARCÍA CORDERO, Joel, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia comentada, III, Madrid 1961, 1123-1141.

 

A. GARCÍA-MORENO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991