JEREMÍAS
I. PERSONALIDAD. 1. Datos biográficos. El segundo gran profeta escritor del A.
T., Jeremías (J.) -en hebreo Yirméyah(u), «¿Yahwéh exalta?»- aparece en la
introducción del libro canónico que lleva su nombre (Ier) como «hijo del Helcías,
del linaje de los sacerdotes que habitaban en Anatot» (Ier 1,1), la actual
Anata, a unos 4 Km. al nordeste de Jerusalén, de donde procedía también el sumo
sacerdote Abiatar (1 Reg 1,26), a cuya familia sacerdotal podía estar vinculado
el profeta. Siendo aún adolescente, en el a. 13 del reinado de tosías, hacia el
627 a. C., fue llamado al ministerio profético (ler 1,219; 25,3), que ejerció
durante los reinados de es-te rey (640-609), y de sus sucesores Joacaz (609),
Joaquim (609-598), Joaquín o Jeconías (598) y Matanías o Sedecías (598-586) `(v.
TUDÁ, REINO DE), sobreviviendo algún tiempo a la gran catástrofe de la
destrucción de la ciudad santa por Nabucodonosor en 586 a. C.
La primera etapa de su vida, bajo el reinado de tosías (640-609) fue
tranquila: de un lado, los babilonios aún no se habían adentrado en la zona
geográfica del reino de Judá, y por otro, la política yahwista tradicional del
piadoso Josías respondía a las exigencias de la predicación del profeta. Pero al
morir trágicamente el rey tosías en la batalla de Megiddo (609, v. 2), la
política de Judá sufre un profundo viraje que tiene grandes consecuencias
religiosas, pues, tras unos meses de reinado de loacaz, queda instalado en el
trono el veleidoso Joaquim, hijo de tosías. Por mantener los derechos del
yahwismo intransigente frente a los juegos políticos de la clase directora, J.
sufre la persecución de sus propios vecinos de Anatot (Ier 11,18-12,6), siendo
encarcelado por recriminar la conducta idolátrica del pueblo (Ier 19,1-20,(5); y
más tarde, al anunciar la próxima ruina de la ciudad santa en castigo de las
infidelidades de toda la sociedad, está a punto de ser ejecutado a instigación
de la clase sacerdotal, siendo liberado de la muerte gracias a la intervención
de algunos ancianos que recordaron una profecía similar de Miqueas un siglo
antes (Ier 26,1-19; 7,1-28). En el a. 604 (año cuarto del reinado de Joaquim)
dicta sus amenazadores oráculos a su amanuense, Baruc, y los lee al año
siguiente públicamente en el atrio del templo. El rey, indignado porque le echa
en cara su impiedad y tiranía y su política de desafío a Babilonia, manda
quemarlos (ler 11,5.9-14; 22,13-19); pero J. los vuelve a dictar a Baruc (Ier
36,1-32). Más tarde es encarcelado por orden del rey Sedecías, que le declara
traidor a la causa nacional (Ier 27,12-15). Finalmente, es libertado por las
tropas babilonias de Nabucodonosor, conquistadoras de la ciudad en el 586 a. C.,
quedando por algún tiempo en el país asolado, dedicándose a consolar al pueblo
vencido y sumido en la mayor miseria, al tiempo que colabora con el gobernador
Godolías, impuesto por los babilonios, en la reconstrucción religiosa y nacional
del país. Pero unos nacionalistas fanáticos dan muerte alevosa al gobernador, y
temiendo la represalia de los babilonios, huyen a Egipto, llevándose en rehenes
al propio Jeremías. Desde su nueva residencia en país extranjero el profeta
continúa su obra de exhortación a sus compatriotas, al tiempo que les recrimina
su conducta alevosa e impía (Ier 43,1-44,30). Según una tradición rabínica, J.
fue llevado después a Babilonia por las tropas de Nabucodonosor que conquistaron
el Delta (cfr. Séder Ólám Rabba 26). Pero la Biblia no vuelve a hablar más del
profeta.
2. Ambiente histórico. Cuando empieza J. su ministerio profético hay un
relevo en la dirección política del Creciente fértil. En 625 muere Asurbanipal
de Asiria (668625, v.); sucede una época de confusión política y debilitamiento.
Esta situación es aprovechada por los insurrectos caldeos (babilonios) que,
desde un siglo antes, hostigaban desde la zona montañosa oriental a las ciudades
de la planicie mesopotámica, para crear un reino independiente del asirio,
resucitando así en la Baja Mesopotamia el antiguo imperio acadio de Hammurabi
(v.). En efecto, el cabecilla Nabopolasar (625-605) se insurrecciona contra los
asirios, al tiempo que en la parte septentrional los medos irrumpen con ánimo de
ocupar la ciudad de Asur; medos y caldeos se unen en un pacto sellado con el
matrimonio de una hija del rey medo con Nabucodonosor, hijo de Nabopolasar.
Nínive, capital del imperio, capitula en 612 a. C., y el rey asirio Asuruballit
traslada su capital más al norte, a Harrán, con ánimo de organizar la
resistencia en la zona montañosa. Paradójicamente el faraón de Egipto Necao 11,
tradicional adversario de Asiria, va en su auxilio, temeroso de la fuerza
desbordante de la coalicíón medo-babilónica, pero en el 609 es derrotado en
Karkemis, cerca de Harrán (V. SIRIA III y V; EGIPTO IV y VIII).
En el reino de Judá ocurrieron también cambios sustanciales. En 640 murió
el impío rey Manasés, que se dedicó a deshacer la obra de reforma religiosa
emprendida por Ezequías bajo la dirección espiritual del profeta Isaías (v.). Su
hijo, Amón, siguió la misma línea, y fue asesinado el mismo año de su subida al
trono. Le sucedió su hijo de ocho años tosías (640-609) que, educado
religiosamente bajo la clase sacerdotal, empezó de nuevo la reforma religiosa
iniciada por su bisabuelo Ezequías un siglo antes. En el 627 fue llamado J. al
ministerio profético (Ier 1,2-19; 25,3). El 621 a. C. tuvo lugar un
acontecimiento trascendental desde el punto de vista religioso: el hallazgo del
Libro de la Ley en los cimientos del templo, cuando los sacerdotes habían
realizado una reparación a fondo (2 Reg 22,8). Se trataba en gran parte del
libro canónico llamado Deuteronomio (v.). En ese documento de índole legal se
refleja el espíritu de la predicación de los profetas. tosías, siguiendo la
pauta de su bisabuelo Ezequías, impuso una drástica centralización del culto,
suprimiendo todos los santuarios locales de los «lugares altos» (cfr. 2 Reg
23,15-20) y extendiendo su influencia religiosa hacia la región de Samaria (v.),
que políticamente había sido convertida en provincia asiria un siglo antes.
Esta situación de protección al yahwismo tradicional cambió al morir
tosías en la batalla de Megiddo (609 a. C.) cuando quiso cerrar el paso al
faraón Necao II que se dirigía hacia el norte para auxiliar al imperio asirio (cfr.
2 Par 35,21). Su hijo Joacaz, elegido por el «pueblo de la tierra» o clase
humilde del país, fue depuesto por Necao 11, quien en su lugar puso al otro hijo
de tosías, llamado Eliaquim, a quien en señal de dominio le cambió el nombre en
Joaquim (609-598) (cfr. 2 Reg 23,33; Ier 22,10). Este siguió una política
claudicante en materia religiosa, con lo que se alejó de la trayectoria
profética de J.; y en lo político se plegó a las exigencias de Nabucodonosor (cfr.
2 Reg 24,7), pero después Joaquim se atrevió a rebelarse contra el coloso
babilonio (cfr. 2 Reg 24,1). Nabucodonosor reaccionó poniendo cerco a Jerusalén
en 598, durante el cual murió el rey Joaquim (Ier 22,19). Le sucedió su hijo
Joaquín o Jeconías, quien capituló a los tres meses de subir al trono, siendo
llevado cautivo a Babilonia con la flor y nata de la sociedad judía, entre ellos
el que había de ser el gran profeta del exilio, Ezequiel (v.) (Ier 52,31 s.; Ez
1,2).
Nabucodonosor puso en el trono de Judá al hijo de tosías llamado Matanías,
a quien cambió el nombre en Sedecías (597-586). Al principio éste llevó una
política de sumisión al rey de Babilonia, pero en el 594 entró en relaciones con
los pueblos vecinos, y con ellos intentó insurreccionarse contra Nabucodonosor,
pero J. logró que no se llevara a cabo el desafío contra el babilonio (Ier
27,1). Después, al subir al trono el faraón Hofra de Egipto, volvieron a retoñar
las ilusiones de los nacionalistas a ultranza y egiptófilos, cuando vieron al
ejército del faraón enfrentado de nuevo con Nabucodonosor. Este estableció su
cuartel general en Ribla, sobre el Orontes, mandando un destacamento que sitió a
Jerusalén en el 589 a. C. Ante el ataque frontal del faraón Hofra, el ejército
caldeo de Nabucodonosor se vio obligado a levantar el sitio de la ciudad santa;
pero volvió de nuevo una vez que hizo retirarse a ¡os egipcios a sus fronteras (cfr.
Ez 30,20-25; Ier 34,8 s.). Jeremías predicaba entonces la capitulación como mal
menor; pero Sedecías continuó resistiendo hasta llegar a una situación extrema.
Al final huyó por una brecha, siendo apresado por los soldados de Nabucodonosor
en la llanura de Jericó, y luego trasladado a Ribla para comparecer ante el rey
babilónico; más tarde, después de sacarle los ojos fue llevado al exilio.
Jerusalén, mientras tanto, capitulaba en el 586 a. C., quedando Judá convertida
en una provincia del Imperio babilónico. Las fuerzas vivas de la población
fueron trasladadas cautivas a Mesopotamia, mientras Nabucodonosor nombró a
Godolías gobernador de la nueva provincia. Godolías, amigo de J., procuró poner
en marcha la vida económica y social del país, pero fue asesinado por unos
nacionalistas, quienes luego huyeron a Egipto, llevándose con ellos a J. (Ier
40,13-41,3; 43,6-7).
En este ambiente de inseguridad, de tensión y de tragedia tenemos que leer
los oráculos de J. para entender su acento afectivo y angustioso.
3. índole temperamental del profeta. Jeremías era, por temperamento,
tímido (cfr. ler 1,6), y humanamente poco apropiado para hacer frente a la dura
misión que Dios le encomienda. En pocos casos se podrá ver mejor la influencia
de la gracia divina que trasforma la índole de una persona en función de una
misión erizada de las mayores dificultades. Además, según declara el mismo
profeta, sentía ansias de soledad (cfr. Ier 20,8), y en cambio Dios le hizo
vivir en el centro de la vorágine política de su tiempo, asistiendo a la
desaparición de la nación judía con la destrucción y profanación de la ciudad
santa. Y, por otra parte, J. era un temperamento afectivo e impresionable,
justamente lo contrario de su antecesor Isaías, que se caracterizaba por la
serenidad, la virilidad y el aplomo ante las situaciones más críticas.
La gran tragedia del profeta de Anatot fue que, a pesar de su profundo
amor a su pueblo, tuvo que pasar ante la opinión pública como traidor, por
predicar la sumisión a Babilonia, porque sabía por revelación divina que Judá
habría de capitular ante el que era instrumento de la justicia de Yahwéh para
castigar las múltiples infidelidades del pueblo elegido, que vivía a espaldas de
los compromisos de la Antigua Alianza (v.). En algún momento J. protestó contra
Dios por haberle impuesto tan ingrato cometido (Ier 20,7); quiso orar por su
pueblo, y Dios se lo prohibió (Ier 14,11); quiso omitir sus oráculos de
exterminio sobre Jerusalén, pero no podía, porque eran como un fuego que le
consumía en el interior (cfr. Ier 20,7-9).
Su misión era la de «destruir, arrancar, arruinar y asolar, levantar,
edificar y plantar» (Ier 1,10); debía ser el contrastador de la conducta de su
pueblo (cfr. Ier 6,27), mientras que por su temperamento y afecto hubiera
deseado comunicar cosas placenteras a su amado pueblo (cfr. ler 28,6). Y así se
queja ante Yahwéh (Ier 20,7-9). Es un signo de contradicción constante ante la
sociedad (Ier 15,10).
II. LIBRO DE JEREMIAS. La tradición judía recopiló buena parte de la
predicación y oráculos de J., así como noticias biográficas acerca del profeta,
hasta constituirse el libro que ha llegado a nosotros. El libro de J., tanto en
el judaísmo como en la Iglesia, goza de la veneración indiscutida de libro
sagrado. El orden normal en que viene en las Biblias a continuación del libro de
Isaías, es un indicio ya de la autoridad e importancia que se le ha concedido
siempre; Es un libro protocanónico del A. T. (v. BIBLIA II).
1. Estructura literaria del libro. La distribución de los oráculos de J.
en el actual libro canónico que lleva su nombre no responde a ningún criterio
cronológico ni lógico, sino que en gran parte parece una mera yuxtaposición al
azar. Por eso no es fácil hacer una división razonable. Proponemos la siguiente
distribución lógicocronológica general:
I. Introducción: vocación de J. (1-19).
II. Oráculos contra Judá (2,1 - 45,5).
a) Oráculos en tiempos de Josías (2,1 - 6,30).
b) Oráculos en tiempos de Joaquim (7,1 - 20,32).
c) Vaticinios en tiempos de Sedecías (21,1 - 24,10).
d) Vaticinios de salvación mesiánica (30,1 - 33,26).
e) Últimos vaticinios y sufrimientos de J. (36,1-32).
f) Sucesos durante el asedio de Jerusalén (37,1 -40,6).
g) Después de la destrucción de Jerusalén (40,7 - 54,5).
III. Oráculos contra las naciones paganas (46,1 - 51,64).
IV. Apéndice histórico (52,1-34).
2. Autenticidad y formación del libro. La compilación actual refleja una
serie de oráculos y relatos históricobiográficos de diversas épocas de la vida
del profeta; y muchas secciones han tenido vida independiente antes de ser
ensambladas en el conjunto actual. Los discípulos de J. conservaban
cariñosamente fragmentos, retocados algunas veces. La parte oracular (cap. 1-25)
lleva el sello más personal del propio J. (así E. Podechard, Le livre de J.
Structure et formación, «Rev. Biblique» 37, 1928, 181-197); en ella van
incluidas las famosas «confesiones», con el reflejo de los pensamientos más
íntimos del profeta. La parte biográfica en tercera persona (cap. 26-35) puede
ser obra de su secretario Baruc. La tercera parte (cap. 36-45) lleva también el
sello de la obra redaccional de Baruc (v.).
Como hay una distribución diferente en el texto masorético actual y en la
versión griega de los Setenta (en ésta los oráculos contra las naciones se
intercalan después del cap. 25), algunos críticos suponen que hubo una doble
recensión del libro. En todo caso hay que destacar el carácter fragmentario de
las diversas secciones: unos aparecen en primera persona (Ier 1,1-6; 11,6.9), y
otros en tono narrativo, en tercera persona (ler 7,1; 11,1; 19,14; 20,3). Con
todo, el principal compiladorredactor de la colección es Baruc; pero no faltan
adiciones posteriores. De hecho hay «duplicados», y no pocos textos tienen
afinidad con otros del libro de Ezequiel (cfr. ler 3,6-10 y Ez 16,23; Ier 7,16;
11,14 y Ez 14, 12-20), lo que quiere decir que las tradiciones oraculares de
ambos profetas se interfieren, y algún redactor posterior los incrustó en alguno
de ellos para asegurar su conservación.
El estilo literario se caracteriza por su sencillez, pero al mismo tiempo
se le ve lleno de apasionamiento por la tragedia íntima que refleja. Abundan las
acciones simbólicas (cfr. Ier 13,18; 18,2 s.; 32,8 s.) y los símiles atrevidos (cfr.
Ier 2,23-24; 2,21), y no pocas veces aflora un tono elegiaco y descorazonador,
sólo superado por el realismo del libro de Job (lob 3,lss.).
3. Mensaje doctrinal. a. Dios. El profeta de Anatot sigue el esquema
propuesto por los grandes profetas del s. vIII -Amós, Oseas, Isaías y Miqueas- y
declara abiertamente que los dioses de los otros pueblos son «vanidades» (Ier
2,5; 8,19; 19,8), y que sólo Yahwéh es la «fuente de agua viva» (2,13). Es
creador de todo y, como tal, trascendente (Ier 10,16; 27,5), conservando todas
las cosas en el ser (5,24). Es omnisciente, y todo lo ha creado y dispuesto con
sabiduría (32,18; 10,12). Es el Dios omnipotente (21,1; 32,19), pero obra a
impulsos de su justicia (32,19; 3,12). Su justicia es compensada por su
misericordia (16,19).
b. Dios y la humanidad. Puesto que es el Creador de todo, las naciones
deben reconocerlo como único Dios (Ier 12,16). Dirige el curso de la historia
universal, y por ello se promete a los gentiles la posibilidad de asociarse a
los destinos del pueblo elegido (25,15). Pero Dios como juez tiene que hacerles
beber la copa de su ira, como lo ha hecho al mismo Israel (4,6; 10,3; 22,7;
43,10). Todos los pueblos son sus hijos (3,19); incluso Nabucodonosor, como
instrumento de su justicia, es su «servidor» (27,6).
c. Dios e Israel. Yahwéh está vinculado de un modo especial a la
descendencia de Jacob, que es su pueblo (Ier 2,6; 11,4; 23,7; 32,20-21), con el
que ha hecho una Alianza (v.) matrimonial (2,2; 3,4). Por eso la idolatría es un
verdadero adulterio (2,11). Dios enviará un castigo purificador sobre su pueblo,
y hará una «nueva alianza» con él, escrita en los corazones (31,31); así volverá
a ser el «primogénito» de Yahwéh, quien, a su vez, será su Pastor» (31,9;
23,31).
d. La responsabilidad individual. Aparte de las relaciones de Yahwéh con
Israel como colectividad, Dios tiene una providencia especial de los individuos;
ya han pasado los días de la responsabilidad colectiva, para dar paso a la
responsabilidad de cada individuo ante sus actos (ler 31,29) (v. RETRIBUCIóN).
e. El pecado. El pecado por antonomasia era la idolatría, el sincretismo
religioso (ler 2,5). Al lado de esta deserción general están los excesos de
lujuria, violencia, perjurios (5,8; 7,9), sobre todo en la clase directora de la
sociedad (28,26; 5,5; 8,10). Es preciso curar el corazón del hombre, que es la
fuente de todos los pecados (17,9).
f. Las observancias religiosas. El puro formalismo externo, sin la entrega
del corazón, es una pura hipocresía. Protestada sobre todo por la confianza
fetichista que daban sus contemporáneos a la presencia de Dios en el templo (Ier
7,4; 31,34; 33,8). La verdadera religión consiste en la práctica de la justicia
con el prójimo (22,16) y la «circuncisión del corazón» (4,4), lo que supone la
obediencia a Yahwéh (7,23).
g. Ideas mesiánicas. Anuncia la restauración de la nación después del
castigo (Ier 23,8; 31,2-6). Israel y Judá volverán a unirse para formar una sola
nación (23,6). El nuevo rey será la reencarnación de David y llevará por nombre
«Yahwéh nuestra justicia» (ib.). Como tal hará justicia, imponiendo el derecho
en la tierra (23,3-7). Vendrán tiempos de fidelidad a Yahwéh, como consecuencia
de la «nueva alianza» (31,31-33).
h. Jeremías y el Deuteronomio. Durante la vida de J. tuvo lugar el
hallazgo del Libro de la Ley en los cimientos del templo, hecho de excepcional
resonancia para la reforma religiosa emprendida por el piadoso rey tosías. (cfr.
2 Reg 23,1-3). Comúnmente los críticos sostienen que este libro es el
Deuteronomio en su núcleo sustancial de los cap. 12-26. Ahora-bien, en los
escritos de J. no se alude para nada al hecho. Sin embargo, con su poderosa
personalidad hubo necesariamente de tener influencia en la reforma religiosa
conforme al espíritu deuteronomístico. Como los demás profetas, J. da poca
importancia a los actos externos de culto. Para él están ante todo los valores
espirituales íntimos: habla de la circuncisión del corazón (Ier 4,4; 17,1), de
la rectitud de intención (Ier 11,20; 17,16); de la sumisión sincera a la
voluntad divina (Ier 3,17; 9,2-5; 22,16); y de la práctica de las virtudes
sociales (Ier 5,1-6; 9,1-5; 22, 13 s.). Ahora bien, la legislación
deuteronomística refleja bien este espíritu de entrega a Dios y de comprensión
con el prójimo. Por otra parte, la crítica sorprende muchas frases en los
escritos de J. que parecen depender del Deuteronomio (cfr. Ier 2,5; 8,19; 14,22;
16,19 y Dt 32,21; Ier 2,6 y Dt 32,10; ler 7,24; 9,14 y Dt 29,19; Ier 4,4 y Dt
10,16; Ier 5,15 y Dt 28,49; ler 7,18; 8,19; 25,7 y Dt 4,25; 31,29; 32,16; etc.).
V. t.: LAMENTACIONES, LIBRO DE; BARUC.
BIBL.: Católicos: A. CONDAMIN, Le Livre de Jéremie, 3 ed. París 1936; A. GELIN, Jéremie, Le livre de, en DB (Suppl.) V,857-889; J. STEINMANN, Le prophéte Jéremie, París 1952; F. NÓTSCHER, Das Buch Jeremias, Bonn 1934; A. PENNA, Geremia, en La Sacra Bibbia, dir. S. GAROFALO, Turín 1954; G. VITTONATO, 11 libro de Jeremia, Turín 1955; C. LATTEY, Jeremías, en Verbum Dei, II, Barcelona 1956, 491-536; M. GARCÍA CORDERO, Jeremías, en PRoFESORES DE SALAMANCA, Biblia comentada, III, 2 ed. Madrid 1967, 393-713.
M. GARCÍA CORDERO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991