JENARO, SAN
Obispo de Benevento, sufrió el martirio hacia el año 305 en la persecución de
Diocleciano, juntamente con los diáconos Sosio, Próculo y Festo, el lector
Desiderio y los cristianos Eutiquio y Acucio. Sus reliquias reposan en la
capilla a él dedicada en la catedral de Nápoles.
Si no hay más datos rigurosamente históricos que los indicados, sin
embargo, la leyenda y la tradición popular, siempre con ese pequeño núcleo de
verdad transformada, nos han dejado otras noticias acerca de la vida del insigne
mártir, cuya actividad más que terrena quiso Dios que fuera celestial. La
devoción del pueblo le exaltó y su acción protectora no ha dejado de sentirse,
especialmente en la vida y lúcida ciudad de Nápoles que ha encontrado en la
sangre de San Jenaro el símbolo de su vida cristiana. La historia de la ciudad
mediterránea es la historia de la devoción a esa sangre que cada año se licúa y
que fue derramada por mantener la fidelidad a Cristo.
La tradición refiere que reconocido J. como obispo, cuando iba a prestar
su ayuda a los cristianos prisioneros, fue apresado por los soldados y luego
también encarcelado. Condenados todos a la última pena, J. y sus compañeros
fueron arrojados a un horno encendido; pero las llamas milagrosamente les
dejaron ilesos. Enfurecido el juez los condenó a ser devorados por las fieras en
el anfiteatro de Puteoli, hoy Pozzuoli; pero nuevamente salieron ilesos, ya que
las feroces bestias se volvieron mansas y no los atacaron. Finalmente, el juez
ordenó que fueran degollados. La noche siguiente a su martirio, J. se apareció a
un anciano y le entregó el lienzo ensangrentado con que taparon sus ojos antes
de segar su cuello. Los cristianos, según su costumbre, recogieron un poco de
sangre de los mártires en unas anforitas de cristal. El cuerpo de J. fue
enterrado en Pozzuoli y más tarde trasladado a Nápoles a unas catacumbas que
pronto recibieron el nombre del Santo. Hay pruebas arqueológicas de una
antiquísima devoción a J. en estas catacumbas: se trata de una pintura del s. v
que representa al Santo con ornamentos pontificales y un nimbo sobre su cabeza
con el anagrama de Cristo y esta inscripción Sancto lanuario (a San Jenaro). A
ambos lados del obispo mártir se pueden ver dos figuras, una adulta y otra niña
con los brazos en alto y actitud orante. De las catacumbas de Nápoles las
reliquias de San Jenaro fueron trasladadas, en el s. ix, a la ciudad de
Benevento y luego a Montevergine, para volver definitivamente otra vez a la
ciudad del Vesubio en 1497 y ser colocadas en la catedral.
No interrumpió estos siglos de ausencia la devoción de los napolitanos a
J., ni la de los pueblos de la Campania. Él seguía su acción protectora sobre
aquellos hombres que, con fe sencilla, le buscaban en sus necesidades. Así
ocurrió en 1527, cuando la peste asoló la región, quedando Nápoles exenta de tan
terrible azote. Vuelve a repetirse esta protección extraordinaria sobre la
ciudad en tiempos más próximos a los nuestros, cuando en 1884 queda libre de la
acción devastadora de una epidemia de cólera que hizo verdaderos estragos en las
regiones circunvecinas. Si estas calamidades públicas y la protección del Santo
están vivas en la devoción del pueblo, más aún lo está aquella otra en la que
Nápoles fue librada de la ruina total por efecto de la gran erupción del Vesubio,
acaecida el 1631, y que tuvo tres días de duración, salvándose la ciudad en
medio de los gravísimos daños causados a muchas poblaciones vecinas.
El hecho más importante acerca de J. es el de la licuefacción de su
sangre. Ya ha quedado anotado más arriba, cómo los cristianos recogieron, en
unas pequeñas ampollas de cristal, sangre del Santo mártir, que a través de los
siglos se conservó celosamente. Todos los años esta sangre, ordinariamente en
estado sólido, se vuelve líquida con su propio color de un rojo vivo el día de
la fiesta del Santo y en otros días señalados. Estas ampollas de cristal se
conservan hoy en la catedral de Nápoles, dentro de una teca de metal con dos
cristales transparentes que asemeja a una custodia en forma de sol. Este
prodigioso hecho de la licuefacción tiene lugar en la presencia del clero
catedralicio y de los devotos que prorrumpen en aclamaciones de entusiasmo. Esta
sangre pasa al estado líquido, cambiando de color, de volumen y de peso, hasta
llegar al doble y sin guardar proporción constante en el uno y el otro. El grado
de temperatura ambiente se ha demostrado que no tiene relación alguna con el
fenómeno. Modernamente este extraordinario hecho se ha convertido en objeto de
polémica acerca de la verdadera naturaleza. Para unos el fenómeno es totalmente
sobrenatural y milagroso. Para otros es natural y de lo que se trata es de
hallar la verdadera explicación. Unas veinte hipótesis distintas han dado los
estudiosos para explicar el prodigio como un fenómeno natural. Algunas de ellas,
incluso se deben a autores católicos. Sin embargo, la totalidad de los fenómenos
que acaecen en la licuefacción no parece que quedan satisfactoriamente
esclarecidos con los datos que aducen los autores. Tampoco encuentra explicación
natural el hecho de que el prodigio no pueda ser reproducido fuera de los días
señalados. En 1902 el contenido de las ampollas se sometió a un examen
espectroscópico, realizado por el científico Sperindeo. El resultado fue que se
trata de verdadera sangre humana. La festividad de S. J. y compañeros mártires
se celebra el 19 de septiembre.
BIBL.: Acta Sanct. sept. VI, p. 761; D. MALLARDO, S. G. e compagni martiri nei piú antichi test¡ e monumenti, Nápoles 1940; G. SPERINDEO, 11 miracolo di San Gennaro, 3 ed. Nápoles 1908; P. SILVA, 11 miracolo di San Gennaro, 4 ed. Roma 1916.
FIDEL G. CUÉLLAR.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991