JACOBITAS


1. Historia. La unidad de la iglesia de Antioquía se rompió a raíz de las controversias cristológicas del s. v, cuando una parte se obstinó en la herejía monofisita (v.) después del Concilio ecuménico de Calcedonia (v.). En un primer momento, el emperador Justiniano (v.) creyó poder evitar el cisma encerrando a los obispos fautores de la herejía en un monasterio de Constantinopla. Entre éstos se hallaba el patriarca monofisita de Alejandría Teodosio, a quien la emperatriz Teodora, favorable a la nueva doctrina v a petición del emir de los árabes Ghassamidas, ordenó que consagrase obispos a dos monjes herejes, Jacobo de Tella y Teodosio. Según los planes, Teodosio debía fijar su sede de Bostra con facultad de extender su jurisdicción a toda la Palestina y Arabia; Jacobo, en cambio, recibió el obispado de Edesa con un dominio que comprendía toda Siria y Asia Menor. De éstos, sólo uno, Jacobo, logró salir de Constantinopla y, burlando a la policía imperial gracias al artificio de un disfraz de mendigo harapiento (de donde le vino el apodo de Baradeo, del siriaco Barda'Iho, que significa harapo), ordenó en la clandestinidad numerosos sacerdotes y diáconos. En Egipto, de dos obispos monofisitas que habían conservado su sede, obtuvo la consagración episcopal para dos monjes de su partido. De este modo, la nueva jerarquía monofisita de Siria contaba con los tres obispos requeridos por los cánones para conferir la consagración episcopal. Por obra de Jacobo Baradeo y de sus dos nuevos colegas de episcopado, surgió en toda Siria una nueva jerarquía monofisita al lado de la ortodoxa. La elección de patriarca recayó en Sergio de Tella con sede en Antioquía. De esta manera, hacia la mitad del s. vi, nacía en Siria una nueva iglesia que, del nombre de su organizador, fue llamada jacobita. La iglesia primitiva, que permaneció fiel a la ortodoxia calcedonense y al Emperador, fue denominada por los mismos jacobitas, Melquita, del vocablo melek, que significa rey (v. MELQUIIAS).
      Jacobo era hijo del sacerdote Teófilo bar Many y había nacido en Tella, recibiendo una magnífica educación familiar, completada después en un monasterio, desde donde fue llamado a Constantinopla, el 521, por los partidarios de la doctrina monofisita. En Constantinopla fue recibido honoríficamente por la emperatriz Teodora, y permaneció allí 15 años, hasta la ya mencionada designación para la sede de Edesa, el año 543, en el que la iglesia jacobita fija su fecha de fundación. Murió el 578, de camino para Alejandría en la frontera de Egipto. Los j., que lo veneran como santo, celebran su fiesta tres veces al año: el 28 nov., el 21 mar., y el 31 jul.
      El jacobitismo monofisita predominó en Siria y en aquellos territorios donde se usaba la lengua siriaca, especialmente la Mesopotamia septentrional: Edesa, Amida y Mabuy; y, después, en las regiones vecinas de Antioquía y Apamea. No logró, sin embargo, penetrar nunca en las ciudades de la costa donde predominaba una población helenizada. Los mismos patriarcas monofisitas no pudieron nunca fijar su residencia estable en la ciudad de Antioquía. Se refugiaban en uno u otro monasterio.
      Con las luchas religiosas en torno al monofisismo se mezcló una buena dosis del nacionalismo sirio, como reacción contra los gobernantes griegos de Bizancio. Los monofisitas fueron expulsados de Siria cuando, hacia fines del s. v, tuvo lugar una avanzada nestoriana. Volvieron a ella a comienzos del s. vii con la efímera conquista persa de Siria, Palestina y Egipto. Al entrar los persas en Antioquía, el 611, los j. se sintieron libres del poder de los bizantinos. Pero pronto Evadio reconquistó Siria y expulsó a los persas (a. 629). Como fórmula de conciliación, propuso el monotelismo (v.), y reconoció al patriarca monofisita Atanasio como único patriarca de Antioquía.
      La invasión árabe del a. 636 arrebató definitivamente Siria al Imperio, abstracción hecha del breve retorno de los bizantinos en la segunda mitad del s. x. Los j. acogieron a los nuevos amos como liberadores y obtuvieron de ellos la plena libertad religiosa. Después de un primer momento de auge, bajo la égida tolerante de la dinastía Omeya (658-750; v.), la Abbasí (v.) persiguió frecuentemente a los cristianos. Empezaron entonces las apostasías en masa, y el número de fieles comenzó a disminuir entre los adictos a todas las confesiones.
      Durante el s. ix los j. perfeccionaron su organización resolviendo la cuestión del mafrianado. Desde hacía algunos años, el patriarca j. ejercitaba su jurisdicción sobre las iglesias del vecino imperio sasánida de Persia por medio de un arzobispo denominado Mafrián. Mafrián (en siriaco, «que lleva fruto»), o Catolicós, era una especie de primado, con amplia jurisdicción derivada del patriarca sobre los fieles, obispos y metropolitanos de oriente. Este oriente se extendía desde el Éufrates a Persia y aún más allá, mientras el occidente, bajo la inmediata jurisdicción del patriarca, comprendía las regiones entre el Éufrates y el Mediterráneo. El mafrianado fue instituido en el 630 por un sínodo j. tenido en el convento de S. Mateo, en las cercanía de Mosul. A raíz de la invasión islámica, habían desaparecido las fronteras entre Persia y Siria, la independencia del mafrianado no tenía ya razón de existir. Por fin, el patriarca Dionisio de Tellmahre (818-845), logró reunir bajo su autoridad esta parte oriental de su comunidad.
      La reconquista bizantina de Siria, de corta duración, puso de nuevo a los j., en contacto con los griegos, quienes turbaron la paz eclesiástica tratando, no sin recurso a la violencia, de convertirlos a la ortodoxia. La victoria de los turcos selyucíes sobre los bizantinos trajo de nuevo la independencia a los j., que prefirieron verse bajo el dominio de los turcos que sometidos a los griegos.
      Las relaciones de los j. con los cruzados fueron, por lo general, buenas. El patriarca Miguel el Grande (1166-99) se mostró especialmente amigo de los latinos. Los misioneros dominicos y franciscanos enviados por los Papas en los s. XIII y xiv obtuvieron resultados parciales, en especial con obispos y patriarcas (v. UNIATAS). Ignacio II emitió la profesión de fe católica en Jerusalén el año 1237; pero no logró arrastrar la totalidad del clero y pueblo. Del s. xiii al xv se produjeron diversos cismas en el seno de la iglesia jacobita. Uno de éstos, de carácter exclusivamente político, fue motivado por la división de su territorio en dos dominaciones, la de los mamelucos y la del Reino de los Armenios de Cilicia. Un doble patriarcado existió desde 1293 hasta 1445 (v. ARMENIA V).
      El Conc. de Florencia (v.) hizo una tentativa de reintegrar los j. a la unidad católica. En 1444 el delegado del patriarca Ignacio IX reconoció la autoridad del papa Eugenio IV (v.) en nombre de los j. residentes entre el Tigris y el Éufrates. Esta unión, sin embargo, no fue efectiva. Las relaciones con Roma eran entonces demasiado difíciles debido a la enemistad entre cristianos y musulmanes y a la necesidad en que se hallaban los Papas de hacer frente a la siempre inminente invasión turca.
      La conquista otomana de 1596 no cambió nada de esta situación. Sin embargo, hacia fines del s. xvi, el patriarca j. de Antioquía, Na'mat-Allah, dejó entrever la posibilidad de una conversión en masa al catolicismo. Esta circunstancia y el deseo de ver aceptado en las iglesias orientales el nuevo calendario, determinaron a Gregorio XIII a reconocer al patriarca Ignacio David Sah, el año 1581, y a enviar a Oriente, en 1583, al maltés Lenardo Abel, obispo titular de Sidón.
      La legación no obtuvo ningún resultado cuando trató de que el patriarca aceptase el Concilio de Calcedonia y " condenase a Dióscoro. Esto no obstante, este contacto permitiría más tarde un apostolado eficiente de los jesuitas y capuchinos venidos a Alepo. En 1656, el partido siriocatólico de Alepo era ya lo suficientemente fuerte y numeroso para llevar a la sede episcopal de la ciudad a un antiguo alumno de Propaganda Fide, Abdrés Akidgean, que se hizo consagrar por el patriarca maronita. Fue elegido patriarca sirio de Antioquía en 1662, y envió a Roma su profesión de fe. Pero pronto se desencadenó una violenta reacción de los j. contrarios a la unión, que duró todo el s. xviii. Al final de este siglo, quedaban aquí y allí algunos fieles y sacerdotes siro-católicos dispersos.
      En 1781, el arzobispo j. Miguel Giarweh, ganado para el catolicismo desde el 1774, fue elegido por el patriarca j. para sucesor suyo. En 1783 fue reconocido por Roma, pero pronto tuvo que luchar contra un opositor monofisita. Encarcelado, logró escapar y, después de largas vicisitudes, se refugió en el Líbano. Erigió, sobre una colina denominada Sarteh, un monasterio, en torno al cual surgió una población, y desde allí rigió la suerte de sus fieles. Con él comienza la serie ininterrumpida de obispos siro-católicos.
      Hacia 1831 el patriarca católico transfirió su sede a Alepo, y en 1845 tuvo lugar la emancipación civil de los católicos sirios. Después de la invectiva de los musulmanes de Alepo contra los cristianos en 1850, se juzgó más oportuno transferir la residencia patriarcal a Mardin, centro de la comunidad j. El patriarca Mar Efrén II Rahmani (1898-1929), obtuvo, por motivos de índole personal, el poder residir en Beirut. Esta concesión se ha hecho estable después de la I Guerra mundial a causa de la emigración de los católicos.
      El sucesor de Mar Efrén II, Mar Ignacio Gabriel Tappouni, elegido en 1929 y nombrado cardenal el 16 dic. 1935, ha conducido a la unidad católica a numerosos j., residentes en el Líbano, junto con su obispo Mar Hanna Gandour (m. 1961), y ha mantenido contactos cordiales con el actual patriarca j. separado Mar Ignacio Jacobo III.
      2. Doctrina. El monofisismo de los j. es puramente nominal, derivado del de Severo de Antioquía. Admiten que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, que posee íntegramente tanto la naturaleza divina como la humana (v. JESUCRISTO III, 2); pero se obstinan en rechazar la fórmula de las dos naturalezas y no atacan las decisiones del Conc. de Calcedonia, que según ellos había recaído en el nestorianismo (v.). La tesis del monofisismo puramente verbal de los jacobitas está hoy suficientemente probada, gracias a los estudios de E. Renaudot, R. Simón y F. Nau. Este último proponía llamar a los j. no ya monofisitas, sino diplofisitas, es decir, partidarios de la doble naturaleza (cfr. «Revue del'Orient Chrétien», X, 1905, 134).
      En cuanto a la doctrina de los sacramentos no poseen sistema propio. Aceptan el número septenario bajo la influencia católica y permiten a los laicos administrar el bautismo en caso de necesidad. Los autores más antiguos dan la impresión de no aceptar en la Eucaristía una verdadera transubstanciación, sino que parecen derivar hacia un modo de impanación (v. EUCARISTÍA II, s, 4 y 5).
      El matrimonio fue reconocido como sacramento solamente bajo influjo católico.
      3. Literatura teológica. La historia de la literatura j. hasta el s. x, puede dividirse en dos periodos: antes y después de la conquista árabe. El primero se caracteriza por el uso de la lengua siriaca y por su actitud polémica. De Jacobo Baradeo apenas conocemos ningún escrito. No fue hombre de pluma, sino de acción. Nos quedan de él sólo algunas cartas, una liturgia que lleva su nombre, una profesión de fe y una homilía en la fiesta de la Anunciación. Entre los discípulos directos de Baradeo encontramos a Ahoudemmeh (m. 575), ordenado por aquél obispo de Tagrit en 559. Escritor famoso, pero más filósofo que teólogo, buen conocedor de la literatura griega. El último escritor j. de talla teológica del s. vi es Pedro de Calinica, patriarca de Antioquía (578-591), célebre por sus controversias con Damián de Alejandría.
      El segundo periodo, desde la invasión árabe hasta el s. x, está marcado por la nueva situación política que modifica, poco a poco, la orientación intelectual. Cesan las ardientes polémicas teológicas del siglo anterior con la comunidad helénica de Siria. Los vencidos, además, gracias al parentesco con la lengua de los conquistadores adoptarán, poco a poco, el árabe en detrimento del siriaco que no tardará en dejar de ser una lengua hablada.
      El siriaco se conservó únicamente en las regiones de Mesopotamia sometidas al imperio persa, y eclesiásticamente gobernadas por el mafriano. Del primero de estos prelados, Maruta, obispo de Tagrit, nos quedan algunas obras dudosas. Otros nombres famosos de escritores jacobitas de Mesopotamia son Severo Sebokt y su discípulo Atanasio de Balad, que cultivaron más la filosofía que la teología.
      Sin duda, el escritor más notable del s. vii es Jacobo de Edesa (633-708). Se distinguió como teólogo, filósofo, historiador, exegeta y gramático. Su versión del A. T. fue en realidad el primer trabajo sistemático de los j. sobre el texto masorético. Fue completada por su amigo y discípulo Jorge (m. 724), obispo de los árabes cristianos nómadas de Mesopotamia. Sobre el método de este último, escribía Renan: «Entre los comentarios siriacos no he encontrado jamás ninguno que pueda comparársele desde el punto de vista de la importancia de la obra y del método, y la exactitud de la exposición».
      Entre los teólogos del s. viii recordaremos: al patriarca Elías (m. 724), autor de una apología y exposición del símbolo de Nicea, y de una crítica de la obra de S. Juan Damasceno contra los j.; a Ciriaco, patriarca de Antioquía, (793-817), reformador de la liturgia y autor de una importante carta dogmática dirigida al patriarca Marcos de Alejandría, y a Juan de Dara, teólogo notable, una de cuyas obras, Sobre el sacerdocio, los maronitas han pretendido atribuirla a Juan Marón, su fundador (v. MARONITAS).
      El s. IX es más fecundo. En él aparecen figuras de primer orden, como la de Antonio el Retórico, uno de los primeros autores que usó la rima en poesía siriaca, la del monje Severo del convento de S. Bárbara, autor de un comentario de la Biblia, en el que se incluyen 10.860 extractos de los Padres, y la de Moisés bar Kefa (813903), obispo de Mosul, autor fecundísimo que ejerció notable influjo sobre sus sucesores.
      La literatura teológica j. a partir del año 1000, ha conocido un solo periodo de prosperidad: la época que corre desde el s. X al XIII. El nuevo contacto con el mundo bizantino, saturado de cultura, y la necesidad de polemizar con los viejos adversarios, nuevamente señores de sus tierras, dio un nuevo impulso a la teología jacobita. Sus representantes más insignes pertenecen al alto clero.
      En el s. X cabe destacar los siguientes autores: Iahja ben Adi (893-974) al que se dio el apodo de el dialéctico por sus vastos conocimientos filosóficos, Abu Nasr Iahja ben Hariz, discípulo del anterior, y Abu Ali Isa ben Ishag ben Zarca (942-1008), también discípulo del primero.
      En los s. XI y XII sobresalieron los patriarcas Juan X (m. 1073), Miguel I el Grande (1166-99), célebre por su historia de la iglesia j., y el obispo de Marash, Dionisio Bar Salibi (m. 1171), quien narra el apogeo del renacimiento de la literatura j.
      En el s. XIII el monje Jacobo Bar Shakako (m. 1241), de quien conocemos una suma filosófica y otra teológica (libro de los tesoros), muy semejante a la Exposición de fe de S. Juan Damasceno (v.). El último y más autorizado de los autores j. es Gregorio Abu'1 Faraj, llamado Barhebreo (1226-86), que desempeñó el cargo de mafriano a partir de 1264. Hombre de saber universal, sólo comparable a su contemporáneo occidental S. Alberto Magno (v.), nos ha legado obras valiosísimas en todos los campos del saber humano de su época, tratados con un método muy parecido al de nuestros escolásticos medievales.
      4. Organización. La organización de la iglesia jacobita es característica. Los j. distinguen once grados en la jerarquía eclesiástica: cantor, lector, subdiácono, diácono, archidiácono, sacerdote, corepíscopo, periodeuta, obispo, metropolitano y patriarca. Los tres primeros son órdenes menores. El archidiácono, corepíscopo y periodeuta son sólo funciones administrativas delegadas por el obispo, y no comportan ninguna ordenación especial. El archidiácono, que es siempre sacerdote, ocupa el cargo de vicario general. El corepíscopo corresponde a lo que en la jerarquía latina es el abad mitrado en el monasterio, o el arcipreste en las zonas rurales. El periodeuta viene a ser un corepíscopo encargado de visitar las parroquias. Sobre el mafrianado, que no fue una institución permanente con cargo efectivo, hemos hablado antes. El patriarca, era elegido por el sínodo de los obispos. A la elección debía proceder un retiro de 40 días en el monasterio de Zafran. Cada obispo era obligado a consultar a sus fieles en orden a la elección. Ésta se llevaba a término cuando el que obtenía el mayor número de votos era aclamado «padre común de toda la iglesia y padre de los padres». Su título era el de «patriarca de Antioquía y de todo el dominio sometido a la Sede Apostólica». A partir de 878, el elegido cambia de nombre en el momento de su elección. Durante la dominación árabe, el electo debía ser confirmado por la autoridad civil.
      5. Geografía y estadísticas. La apostasía comenzada bajo la oprimente dominación árabe, a la que ya antes nos referíamos, ha continuado a lo largo de los siglos. Esto explica la disminución numérica de esta comunidad antes tan floreciente.
      En la época de máxima expansión, los j. llegaron a tener 20 sedes metropolitanas y 103 sedes eparquiales (episcopales). Pero ya en el s. xvi sólo quedaban en total 20, hoy reducidas a 10. Hasta la I Guerra mundial, la comunidad j., que hoy cuenta con 130.000 fieles, habitaba en grupos bastante numerosos, exclusivamente en la región superior del Iufrates y Tigris (Mesopotamia superior). A raíz de las matanzas de cristianos 1914-18, tuvo que emigrar de Turquía y de la región de Mardin-DiarbekirUrfa, y refugiarse en Siria y en el Líbano. La sede del patriarca, hasta la I Guerra mundial, fue Mardin. Obligado a la fuga, el patriarca se refugió primero en el monasterio de Deir-Zafaran, después en Mosul, en 1932 en Homs, y, finalmente, en 1959, en Damasco. Poseen en la actualidad siete monasterios en la alta Mesopotamia (Gesira), y un seminario en Mosul. Los j. no han tenido nunca monasterios femeninos.
     
      V. t.: ANTIOQUÍA DE SIRIA VI; INDIA VII y VIII; MALABAR, IGLESIA; SIRIA VI y VII.
     
     

BIBL.: J. SIMON ASSEMANI, De syris monophysitis dissertatio, Roma 1730; G. DEBS, Storia profana ed ecclesiastica della Siria, Beirut 1904; R. DuvAL, Littérature syriaque, París 1907; LACY DE OTEARY, The syriac church and Fathers, Londres 1909; J. ZIADE, Syrienne Église, en DTC 14,3017-3088; B. SPULER, Die Westsyrische (monophysitische) kirche unter der Islam, «Saeculum» IX (1958) 322-344; I. ORTIZ DE URBINA, Patrologia syriaca, Roma 1958; R. KOHLHAAS, fakobitische sakramententheologie im 13 Jahrhundert, Munster 1959; A. SANTOS, Iglesia jacobita o siria, en Iglesias de oriente, Santander 1959, 383-390; J. B. CHABOT, Littérature syriaque, París 1934; W. DE VRIES, Sakramententheologie bei den Syrischen monophysiten, Roma 1940; P. KAWERAu, Die Jacobitiche kirche in Zeitalter der Syrischen renaissance. Idee und Wirklichkeit, Berlín 1955.

 

J. S. NADAL Y CAÑELLAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991