Jacob
 

El tercero de los patriarcas de Israel. Su nombre se explica como derivado de `ágéb, talón, aludiendo a que nació cogido del talón de su hermano gemelo (Gen 25,26), o por el verbo `ágab, engañar, caracterización de su persona (Gen 27,36; Os 12,4). Aparte esas aproximaciones, la etimología del nombre es discutida. Se ha querido descubrir en la onomástica patriarcal varios nombres de animales (Lía, Raquel, etc.); el árabe ofrecería para el caso el término ya'ágúb, perdiz. En las fuentes orientales, mesopotámicas y egipcias, se conoce el nombre de persona en las formas Yahqubel y Ya'ágób'el, con el sentido, apoyándose en el hebreo bíblico, de «Dios protege». Según ello, es un nombre teofórico abreviado.
J. es figura clave en la prehistoria de Israel (v. ISRAEL, TRIBUS DE). En los resúmenes históricos personifica la era patriarcal (Dt 26,5-9), pues no otro es el «arameo errante», que viene de Mesopotamia, desciende a Egipto y deja tras sí, al morir, todo un pueblo. La tradición le conoce como «padre de los cabezas de las tribus» y le llama por su segundo nombre «Israel», que será el nombre del pueblo (Gen 32,29; 35,10). Un sector de la crítica histórica moderna plantea la hipótesis de que lo que es Abraham para los grupos de Hebrón, e Isaac para los de Beerseba y el Neguev, lo es J. para las tribus del centro, que tendrían una vinculación étnica especial con José, o incluso, para algunos críticos, podría decirse que son descendientes de José. Por conexiones familiares y locales J. pasaría a ser' figura de interés para todas las tribus. En todo caso, nos movemos aquí dentro de hipótesis histórico-críticas. En J. se establecen lazos que unen y diferencias que separan.
La historia de J. abarca 10 capítulos: del 25,19 al 35 del Génesis. Es lo que la tradición sacerdotal del Pentateuco (v.) llama «historia de Isaac» (Gen 25,19), es decir, de su familia, que es J. Según esa manera de hablar, la historia de J. es la de su familia, es decir, de José (Gen 37,2 a Gen 50). En la historia de J. bastantes críticos modernos distinguen varios ciclos: J.-Esaú en el clan de Isaac (Gen 25,19-27,45); J. Labán en Mesopotamia y Transjordania (Gen 28,1-32,3); J: Esaú en Transjordania y J. en Canaán (Gen 32,4-33,17 y 33,18-35,20). La conexión de estos ciclos, con cambio de personas y escenario, está lograda en el relato bíblico por la trama y por una serie de pasajes unitivos (Gen 27,45; 28,15.20 ss.; 29,12 SS.; 30,25.29 s.; 32,5.11). Idas y venidas motivadas por el conflicto con Esaú, búsqueda de esposa en la familia, reencuentro con Esaú, huyendo de Labán y, sobre todo, el designio de Dios con él y la centralización en el santuario de Betel (v.). De aquí parte y aquí vuelve a encontrarse con el Dios que guía sus pasos. En el ciclo J: Labán se encuadra el tema de los hijos de J., especialmente importante en la segunda vertiente de su vida.
En función de los hijos hay otro ciclo secundario, que encuadra a J. en la historia de José (Gen 46-50). Es lo que la tradición sacerdotal llama «historia de Jacob» (Gen 37,2). A lo largo de momentos tan diversos, J. aparece constante en su carácter. Hay coherencia en la figura del beduino astuto, que suplanta a rivales más fuertes (Esaú) y ladinos que él (Labán). La interpretación bíblica de su nombre es elocuente. Pero otra constante de su historia es el designio de Dios con él, a pesar de su carácter. Esa figura, que desde que se anuncia en el seno de su madre está buscando por todos los medios bienes y provecho, es también el «elegido» desde el vientre, el que conseguirá los bienes y la bendición del primogénito y el receptor de las promesas que Dios hizo a Abraham y a Isaac. Aquí radica la significación religiosa fundamental del personaje J. en la historia de la salvación.
Jacob y Esaú en el clan de Isaac. La historia comienza con las dos figuras gemelas, fruto de la oración de Isaac por Rebeca la estéril. Los niños se baten en el seno de su madre, y un oráculo adelanta sus destinos: «Dos pueblos hay en tu vientre. Dos naciones se separan desde tu seno. El uno puede sobre el otro. El mayor servirá al menor» (Gen 25,23). En adelante, lo mismo al caracterizar como al narrar vicisitudes de esas dos figuras, se estará haciendo alusión a los pueblos de que ambos son cabeza. Las figuras ganan con ello dimensiones. Al preponerle ese oráculo, la historia toda aparece como realización de un designio divino. La rivalidad entre los hermanos diseña las relaciones entre Edom e Israel. J. sale del vientre de su madre detrás de Esaú, luchando ya por ser primero. Esaú es presentado como rubio (`cidóm) y peludo (`ésctw), montaraz y aficionado a la caza (Gen 25,25 ss.). Eso es Edom, la tierra y el pueblo. Contraste entre el hombre tranquilo de la tienda y el agreste cazador. El autor sagrado insinúa su simpatía por J., el preferido de Rebeca; Esaú es predilecto de Isaac, por ser el primogénito y por la pequeña razón de que gusta de su caza. Dos episodios decisivos en este primer momento de la historia evidencian cómo consigue J. lo que no le concedió el nacimiento: la primogenitura (Gen 25,29-34) y la bendición paterna (Gen 27,1 ss.).
La primogenitura es un concepto jurídico, que lleva consigo derecho de herencia. El primogénito sucede a su padre como jefe del clan, señor de sus hermanos y posesor de los bienes indivisos. Esaú, dice el relato, vende este título a J. por un cocido, un día que llega extenuado. A raíz del color rojizo (`ádóm) de este cocido de lentejas se hace de nuevo la etimología de Edom, el pueblo de Esaú. El autor sagrado indica que Esaú «desprecia» el título, y califica negativamente el acto. El acto, impensado y sin aparente trascendencia, legitima títulos de supremacía de J. y de su pueblo sobre Esaú y el suyo. Si bien la primogenitura no envuelve «elección», en el plano teológico, como frecuentemente hacen ver las reyecciones de los preferidos por la naturaleza (Isaac respecto a Ismael), sin embargo, en el caso se insinúa como preparación de ella. Lo decisivo en estos contextos de la Historia Sagrada es la bendición paterna.
Las narraciones del Pentateuco yahwista y elohísta refieren cómo J. suplanta a su hermano (Gen 27). El episodio está integrado por una serie de escenas con cuatro protagonistas: Isaac, Rebeca, Esaú y J. El padre, en trance de morir, privado de la vista, va a dar su bendición al primogénito. La madre quiere esa bendición para J. La estratagema de un disfraz y el equívoco de un guiso consiguen lo deseado. La bendición implica prosperidad, dominio y confirma el derecho de herencia. Es eficaz e irreversible. Esaú revela al padre el engaño, pero no podrá obtener para sí más que un pronóstico de morada lejos de la tierra fértil, al servicio de su hermano, y sólo eventualmente independiente (Gen 27,39 ss.). La bendición del padre es como la de Dios. Estas bendiciones caracterizan a los pueblos en cuestión. Esaú acusa a J. de suplantarle ya por dos veces: con la primogenitura (bekóráh) y con la bendición (berakáh). La venta es como un robo, pues fue abusiva y falaz. El carácter de J. se define en estos trances, y seguirá constante en esa línea. No es el caso de aplicar aquí un juicio según la medida de la ética actual. Sería anacronismo y salirse de la historia. El autor sagrado lo considera habilidad y así también los descendientes del patriarca. En la historia bíblica se quiere mostrar que todo evento y toda acción humana, cualesquiera que sean las motivaciones que la guían, van aquí al encuentro del propósito divino. De éste habla en primer término el que refiere la historia sagrada, que por cierto, no atribuye tampoco «culpa» a Esaú; le tilda de ligereza. Sólo, más tarde, se le culpa por sus enlaces con mujeres cananeas (Gen 27, 46-28,5).
Jacob y Labán en Mesopotamia y Transjordania. Con el robo de la bendición paterna sigue abierto el conflicto entre Esaú y J. Esto prepara la huida del segundo y enlaza este ciclo con el de 1. Labán (Gen 27,41-45). J. sale de Beerseba en el sur, del clan de Isaac, y toma contacto con el lugar sagrado de Betel, en el centro de Canaán (Gen 28,10 ss.). En Betel (v.) y en Siquem (v.) pisan tierra firme las tradiciones de J. En una interpretación crítica de la historia bíblica quizá haya que considerar a J. como el patriarca del centro de Canaán, por donde se sedentarizarán las tribus de José. Ahora J. pasa de largo, como huyendo de su hermano. Pero después de esa huida volverá a presentarse en este escenario. El desplazamiento a Mesopotamia, huyendo y en busca de una mujer de su propia parentela, guarda cierto paralelo con el viaje de Abraham a Egipto y, sobre todo, con el de su siervo a Harán, en busca de Rebeca para Isaac. Todos vuelven enriquecidos de sus desplazamientos. El esquema es análogo, aunque los relatos son distintos. El camino de J. se integra de estos episodios: Llegada al país de los «hijos del Oriente», norte de Mesopotamia en este caso, y encuentro con Raquel junto a los abrevaderos (Gen 29,1-14), con paralelos en Gen 24,11 ss. y en Ex 2,16 ss.; engaño de Labán con sus dos hijas Lía y Raquel (Gen 29,15-30); engaño de J. con los rebaños de Labán (Gen 30,25-43); J. huye, es alcanzado por Labán y hacen un pacto de fronteras en la región de Galaad (Gen 31,1-32, 1). En medio de ello está encuadrado el episodio de los hijos de J. (Gen 29,31-30,24). ¿Qué supone todo ello en la historia de J.? Añade pinceladas sobre su carácter, explica nexos familiares, personales y de los grupos que las personas representan, traza el origen de los cabezas de las tribus, refiere el enriquecimiento de J., etc.
Frente a Labán tiene J. la oportunidad de medir su habilidad y astucia. En el intercambio de engaños J. sale vencedor. Roba a Labán los rebaños y puede gloriarse de volver rico en familia y posesiones (Gen 32,11). El engaño reviste por ambas partes apariencia de legalidad y de rectitud. La victoria de J. se atribuye a su habilidad y a la ayuda del Dios que está con él. La huida se prepara con motivaciones humanas y divinas: la animosidad creciente de Labán y la urgencia de volver a Betel para cumplir orden divina (Gen 31,1-3.13).
El episodio de los hijos de J. es, de suyo, un drama entre las dos hermanas Lía y Raquel, en lucha por el marido y por la descendencia. Se desarrolla por medio del juego etimológico con los nombres de los hijos que van naciendo de aquéllas y de sus siervas respectivas (cfr. Gen 16). La Biblia hace mención de doce hijos nacidos de estas uniones. De Lía, nacieron Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, y una hija, Dina (Gen 29,3135; 30,14-21); de Bala: Dan y Neftalí (Gen 30,1-8); de Zelfa: Gad y Aser (Gen 30,9-13); de Raquel: José y Benjamín (Gen 30,22-23; 35,16-20). Las etimologías de los nombres son agudas, pero libres, hechas para hablar del sentimiento de las madres y de la relación con su marido. Secundariamente está en la intención de establecer las relaciones de unas tribus con otras, a raíz de su origen, y hacer ver cuál es su conexión con los patriarcas.
Jacob y Esaú en Transjordania. Al regresar J. a Canaán revive el tema del conflicto con su hermano Esaú, pospuesto pero no solucionado. El encuentro tiene en la historia su preparación y su realización (Gen 32,4-22 y 33,1-77). En aquélla se encuadra el encuentro y la lucha con Yahwéh (Gen 32,23-31), que tiene en sí significado singular. Lo que se describe en este episodio sobre el carácter de los personajes guarda coherencia con lo que se sabe de ellos. Esaú es la fuerza agresiva, ofendida, que impone terror; J. es inteligencia, astucia y buenas formas, y termina por vencer. Toma todas las precauciones; pero, aparte de ello, intenta y consigue ganar la voluntad de su hermano. La lucha y la victoria sobre el ángel misterioso que le sale al encuentro,(Gen 32,23-31) presagiaban este éxito. Esaú retorna a Séir, y J. va a Sukkót, con lo que se da por terminado el conflicto.
Aunque laterales y episódicas en el contexto actual, tienen importancia singular las tradiciones, que explican el origen y la etimología de Mahánáyim, Pénú'él y Yabbóq. Son nombres de santuarios conocidos y de ciudades de relieve en la historia de Israel. Están todos a las puertas de Canaán, en el camino normal para el que viene de Mesopotamia. Los movimientos de los patriarcas debieron hacerse por ahí, para luego entrar por el wádi- Far'a en Siquem. Esos lugares son morada, posteriormente, de grupos que pertenecen a Israel. Y son centros de peregrinación de los nómadas transjordanos. De aquí la razón de hacerlos significativos por medio de la persona del patriarca. Mahánáyim está en la orilla norte de Yabbóq; allí comienza J. a prepararse para el encuentro con su hermano. El nombre se hace proceder de mahaneh, «campamento», aludiendo al grupo de ángeles que J. percibe en visión. Luego es mahanayim, para designar los dos grupos en que J. divide su gente, preparando el encuentro. Pénu'el, al otro lado del río, se deriva de pené-'el, «rostro de Dios», aludiendo a la presencia del ángel misterioso, con el que J. tiene que luchar. El relato describe así esta lucha: al pasar el Yabbóq, J. se encuentra con un «hombre» (el ángel que tiene que aplacar para atravesar el río) y se ve precisado a luchar con él físicamente; J. vence, hasta que el «hombre» le hiere en el fémur; J. se percata de la condición del ser misterioso y le retiene, para que le diga su nombre y le bendiga; el ángel oculta el nombre y, en cambio, hace a J. decirle el suyo, que aquél transforma en «Israel» y que el hagiógrafo interpreta como «el que es fuerte contra Dios». Pronóstico de victoria contra los hombres y próximamente contra Esaú. Aunque oculte su nombre, implícitamente se deja entender que el ángel es Yahwéh. La bendición que imparte a J. es respuesta a su oración (Gen 32,10-13). Así se insinúa la compañía protectora que Dios dispensa a J. Dios será protector de los que lleven el nombre de «Israel». Los nombres de los lugares mencionados y el nombre de «Israel» (de suyo, «Dios es fuerte») tienen aquí su etiología y su momento de ensamblaje en la Historia Sagrada.
Jacob en Canaán. Desde ahí se orienta J. hacia Canaán, por la puerta de Siquem. Esta tradición conserva recuerdos de las inmigraciones patriarcales. En las afueras del lugar adquiere J. una propiedad, erige un altar e invoca a 'El, Dios de Israel (Gen 33,18-20). El nombre del dios de Siquem es 'El-Berit, «Dios de la alianza». El clan de J. tiene probablemente aquí su primer lugar de morada. De ese momento queda un recuerdo importante en el episodio de la violación de Dina, la ficción de alianza con los siquemitas y la subsiguiente venganza de Simeón y de Leví (Gen 34). Hay en ello memorias de avatares de las tribus, antes de la sedentarización. En lugar de la penetración pacífica y lenta, propia del beduino, esas tribus acuden a la violencia, indisponen a los siquemitas con el clan de J., y de ahí la maldición para esos dos hijos, que quedan, además, sin territorio (Gen 49,5-7). Las personas representan aquí abiertamente tribus. De Siquem J. pasa a Betel, lugar que la tradición le hace ya contactar en el camino hacia Mesopotamia (Gen 28,10 ss.). Betel es centro de las tribus de José, legitimado ya desde J. Primero fue la visión de la escala; ahora la orden de Dios de ir allí, haciendo referencia a aquello (Gen 35,1). Antes de abandonar Siquem, J. hace un rito de «purificación», que equivale tal vez a una renuncia a los dioses anteriores (cfr. los 24). J. funda este culto, bajo el signo de su nuevo nombre (Gen 35,10). El redactor de la tradición yahwista había referido teofanías a Abraham en estos lugares santos. Ahora el redactor de la tradición elohísta atribuye a J. la fundación del culto de 'El-Betel.
La última parte de la vida de J. está enteramente orientada hacia su descendencia, encuadrada en la historia de José (Gen 46-50). J. es ya una gran «nación». J. baja a Egipto y se establece en Gósen. Adopta y bendice a los hijos de José, muere, y los suyos celebran sus exequias en Egipto. Todo ello tiene acentuado interés tribal. Es fundación de precedentes para explicar las relaciones de las tribus entre sí en Canaán. Ello se ve de modo particular en los vaticinios que integran las «bendiciones de» J. (Gen 48,8 ss.).
Todas las tradiciones de J. no bastan para hacer una biografía del patriarca. Encarnan preocupaciones sociológicas y corrientes teológicas. Una figura aparentemente tan profana sirve en la Historia Sagrada para visualizar la acción de Dios. Los episodios que inyectan sentido religioso a todas las tradiciones de J. son la visión en Betel (Gen 28,10-15), las teofanías de Mahánáyim y Pénú'él y la oración de J. (Gen 32). A J. se renuevan las promesas de Abraham: tierra, descendencia y bendición (Gen 28,3 s. 13-15; 32,13; 35,9-12; 46,3; 50,24). El pueblo que desciende del patriarca se llama por su nombre «Israel» o «casa de Jacob». Sería largo perseguir los ecos del nombre del patriarca a lo largo de la historia. Un diseño de la obra de Dios con él lo hacen Sap 10,10-12 y Eccli 44,23; una recriminación del pueblo de su nombre, Os 12, 3-6. J. es el patriarca que pone en conexión más tradiciones religiosas, por su contacto con numerosos santuarios. Su Dios es el «Dios de Abraham y de Isaac» y «el potente de Jacob» (Gen 49,24).

V. t.: GÉNESIS, LIBRO DEL; ÉXODO, LIBRO DEL; ISAAC; ISRAEL, TRIBUS DE.


A. GONZÁLEZ NÚÑEZ.
BIBL.: Católicos: J. PRADO, Jacob, en Enc. Bibl. 11,282-290; H. CAZELLES, Contenido y teología del Pentateuco, en A. ROBERT, A. FEUILLET, Introducción a la Biblia, 1, 3 ed. Barcelona 1970, 327-351; G. RICCIOTTI, Historia de Israel, 1, 2 ed. Barcelona 1949 (trad. de X. ZUBIRI), 119-174; H. GAURBERT, Isaac y Jacob. Los elegidos de Dios, Barcelona 1967; J. SCHILDENBERGER, Jakobs náchtlicher Kampl mit dem Elohim am Jabok, en B. UBACH, Miscelánea Bíblica, 1953, 69-96; J. L. MCKENZIE, Jacob at Peniel, «The Catholic Biblical Quarterley» 13 (1957) 418-429; E. ZOLLI, Israele, Udine 1935, 63-67; E. PALIS, Jacob, en DB 111,1061-1073; B. MARIANI, A. CARDINALI, Giacobbe, en Bibl. Sanct. 6,332-343.No católicos: G. A. DANELL, Studies in the Name Israel in the O. T., Upsala 1946; K. ELLIGER, Der Jakobskampl am Jabbok, «Zeitschrift für Theologie und Kirche» 48 (1951) 1-31 ; 1. ENGNELL, Jakob, «Svensk Bibliskt Uppslagsverk» 1 (1948) 970-974; H. GUNKEL, Jacob, «Pal. Jahrbuch» 176 (1919) 339-362; V. MAAG, JacobEsau-Edom, «Theologische Zeitschrift» 13 (1957) 418-429; M. NOTH, Ueberlielerungsgeschichte des Pentateuch, Stuttgart 1948, 86 ss.; A. WEISER, Jakob, en RGG 111,517-520.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991