ISAÍAS: EL PROFETA
1. Rasgos biográficos. Isaías (1.) es el máximo escritor profeta del A. T. Su
nombre en hebreo Yésa'yah o Yésa'yahu, Yahwéh salva, sintetiza su misión de
heraldo de la salvación de Israel en una época de invasiones militares y de
compromisos sincreISAJAS Itistas religiosos. En la nota introductoria al libro
canónico (Is) del A. T. que bajo su nombre ha llegado a nosotros es llamado
«hijo de Amós», sin que se concrete el lugar de su nacimiento. Dicho Amós no
tiene nada que ver con el famoso profeta de Tecoa (v. AMós), que ejerció su
ministerio profético en el reino del norte (v. ISRAEL, REINO DE) unas décadas
antes; la grafía de los nombres es diversa, y nada en la tradición judaica hace
suponer la vinculación familiar de ambos profetas.
La tradición supone que I. vio sus primeras luces en Jerusalén, capital
del reino del sur (v. LUDA, REINO DE), por su alta formación literaria, y por su
vinculación estrecha a las altas esferas cortesanas durante su predicación
profética. Tampoco se determina en el texto la fecha de su nacimiento; no
obstante, como inició su ministerio profético el año de la muerte del rey Ozías
de Judá (740 a. C.), es de suponer que naciera por lo menos dos décadas antes,
es decir, entre los años 770-760 a. C., casi contemporáneo de la fundación de
Roma. En el 734 a. C. interviene ante el rey Acaz con ocasión de la guerra
siroefraimita; y en el 701 a. C. conforta al rey Ezequías durante el asedio de
los ejércitos de Senaquerib a la ciudad santa. Éstas son las tres fechas ciertas
que sirven de cañamazo para tejer la trayectoria histórica del gran profeta (cfr.
Is 1,1; 7,1-17; 2 Reg 16,5-9; 19,14-20; 12-19; Is 37,1-38). Como datos
complementarios sabemos que estuvo casado, y que tuvo dos hijos, a los que
impuso nombres simbólicos en relación con su misión profética, porque toda su
vida tiene para él un carácter simbólico-profético (Is 8,). 1. fue llamado al
ministerio profético en una célebre visión (Is 6) que ha tenido una inmensa
resonancia en la teología y en la liturgia cristiana.
Las leyendas rabínicas suponen que 1. pertenecía a la familia real, lo que
explicaría su familiaridad con el propio rey Ezequías, y su exquisita
preparación literaria, pero los datos bíblicos nada insinúan en este sentido,
aunque es verosímil. De hecho, tuvo gran influencia en la reforma religiosa
iniciada por el piadoso rey Ezequías; se puede decir, incluso, que 1. fue el
alma de la misma. Un siglo más tarde el rey Josías realizará otra similar bajo
la inspiración religiosa de Jeremías (v.). Llevado de su acendrado espíritu
yahwista independiente se opuso a que Ezequías entrara en pactos políticos con
el rey de Babilonia, Mérodak Bal'ádán, que fue personalmente a hacerle una
visita a Jerusalén cuando el rey de Judá se hallaba enfermo (2 Reg 20,12-19). La
benéfica influencia del profeta sobre el rey tuvo particular efecto en la
curación de su enfermedad (Is 38,8-21), realizando para ello una acción
taumatúrgica, lo que le consagraba como enviado y amigo de Dios. Las relaciones
de I. con el rey Ezequías fueron cordiales, porque éste era profundamente
religioso, en contraposición con su padre Acaz, frente al que el profeta mantuvo
una actitud de desconfianza y aun de desafío por su desprecio de Yahwéh al
ofrecerle un portento para darle seguridad en el momento en que Jerusalén se
hallaba rodeada por el ejército de Samaria y de Siria (Is 7,14-17).
Esta situación de desconfianza y aun de hostilidad volvió a reaparecer
cuando al morir Ezequías le sucedió su hijo, el impío Manasés, que siguió las
huellas idolátricas de su abuelo Acaz (2 Reg 21,1-77). Según la tradición
extracanónica judía el gran profeta fue aserrado por orden de Manasés, que no
toleraba el que representara el yahwismo intransigente y adusto frente a su
política ecléctica conforme a las modas del invasor asirio (cfr. Ascensio Isaiae,
5,1 ss.; E. Kautzsch, Pseudoepigraphen, II, n° 166, Tubinga 1900, 119-127; E.
Tisserant, Ascension d'lsa'ie, París 1909, 62-71.128; S. Justino: PG 6,756; S.
Agustín: PL 41,582).
2. Ambiente histórico. La trayectoria histórica del gran profeta se
desarrolla justamente en el momento trágico de la crisis político-religiosa
planteada por los invasores asirios. Cuando los reyes de Asiria amenazan la
costa sirio-fenicio-cananea en la segunda mitad del s. viIi a. C., el reino de
Judá bajo Azarías u Ozías (768-740) había llegado a un relativo esplendor
político y a una respetable euforia económica: después de haber vencido a los
moabitas y edomitas, se había asomado al mar Rojo con la conquista de Elam, en
el golfo de `Agabah (cfr. 2 Reg 14,22); igualmente, al desembarazarse de los
restos de los filisteos había logrado abrir sus puertas al comercio por el
Mediterráneo. Pero por el norte se barruntaba la tormenta del ciclón asirio bajo
la égida despiadada del gran conquistador Tiglatpileser III (745-727; V.
MIQUEAS).
Para hacer frente a esta terrible amenaza, los reyes de Siria y de Samaria
se coaligaron . y solicitaron la incorporación del rey de Judá, Acaz (736-727?),
que se negó, porque había solicitado ayuda de antemano al rey asirio para
desembarazarse de sus molestos vecinos (cfr. 2 Reg 16,3). Es en esta época de
tensión y zozobra cuando hay que situar los maravillosos oráculos isaianos sobre
el «Emmanuel» (Is 7,1-11.16), llenos de confianza y de esperanza en un
mesianismo que superase todas las estrecheces y ansiedades del momento. El
profeta reclamó al rey prudencia en sus relaciones con los invasores asirios, al
mismo tiempo que le ofreció garantía de que Yahwéh le protegería sin necesidad
de recurrir a potencias extranjeras (Is 7,10 ss.). La repulsa de la solemne
oferta, garantizada por un portento «desde lo alto del cielo hasta lo más
profundo del séo'ol», trajo como consecuencia el anuncio profético de la
invasión de la tierra de David, precisamente por los ejércitos de Asiria que
entonces llegaban como auxiliares (Is 7,16-25).
En el a. 732 los asirios tomaron Damasco, y su sombra siniestra se cernió
sobre Samaria, el reino israelita del norte. En el a. 721 cayó en su poder
Samaria, y el pequeño reino meridional de Judá quedó a merced del invasor, que
de momento lo dejó de lado porque le urgía dominar la costa palestina para
cerrar el paso a los ejércitos del faraón, siempre ansiosos de conquistar la
costa estratégica que va desde el Delta a las estribaciones del Tauro. No
obstante, Senaquerib envió un destacamento para forzar la sumisión del piadoso
rey Ezequías, que había sucedido en el a. 727 a su padre Acaz. Durante dos
decenios Judá se mantuvo, pagando onerosos tributos al coloso asirio, al margen
de las coaliciones antiasirias patronizadas por los reyezuelos de los países de
la zona costera, gracias a la intervención prudente de l., que aconsejaba la
sumisión como mal menor. No obstante, en el a. 701 el rey Ezequías cedió a la
presión de los reyezuelos circunvecinos y se sumó a ellos en oposición abierta
contra el invasor asirio. La reacción de Senaquerib no se hizo esperar, pues al
punto envió sus ejércitos contra Jerusalén para verse libre de aquel enclave que
comprometía la retaguardia mientras su suerte se decidía en la zona de Gaza
frente al faraón Taharqa.
Tenemos dos relatos sobre el asedio de las tropas asirias a la ciudad
santa, uno bíblico, que es doble, el de Is 36-39 y el de 2 Reg 18-20, y otro en
los anales del propio Senaquerib, reflejados en el famoso prisma hexagonal
llamado de Taylor. He aquí el célebre texto en el que se cita al propio Ezequías:
«En cuanto a Ezequías, rey de Judá, que no se había sometido a mi yugo, le
asedié 46 ciudades fortificadas... A él mismo yo le encerré, como a pájaro en su
jaula, en Jerusalén, su lugar de residencia; levanté bastiones contra él... Al
precedente tributo de sus impuestos anuales añadí yo nuevos impuestos como
oferta a mi majestad, y se los asigné. En cuanto a él, el fulgor de mi majestad
lo postró, y los `urbi (¿árabes?) y sus elegidos -que había introducido para
defender su resistencia de Jerusalén- junto con 50 talentos de oro, 800 talentos
de plata, piedras preciosas, afeites... lechos de marfil, pieles de elefante...
cuanto es posible hallar en un gran tesoro, como también sus hijas, sus damas de
honor, cantores y cantoras, a Nínive, ciudad de mi residencia, hizo que trajeran
en mi séquito, y para entregarme su tributo y rendirme homenaje envió a sus
embajadores» (cfr. H. Gresmann, Altorientalische Texte und Bilder zum A. T., 2
ed. Berlín-Leipzig 1926, 353-354). Como se ve, en este enfático relato se alude
a la conquista de la ciudad. En efecto, los textos bíblicos nos dicen que
primero Ezequías entregó un tributo a Senaquerib (cfr. 2 Reg 18,13-16) cuando
éste tenía su cuartel general en Lakis, esperando calmar su desconfianza y
voracidad; poco después el rey asirio envió un ejército para ocupar la ciudad de
Jerusalén. El tartan, jefe de los ejércitos invasores, invitó a Ezequías a
rendirse, pero no consiguió vencer la capacidad de resistencia de los sitiados,
que fueron alentados por el propio 1. (2 Reg 18,17-37). Deshecho el ejército
asediante tuvo que retirarse precipitadamente, diezmado por una misteriosa peste
y ante las tropas egipcias que bajo el faraón Taharqa presionaban hacia el norte
(cfr. 2 Reg 19,1-36). El autor bíblico atribuye la derrota del invasor a la
intervención del ángel exterminador; de hecho se cumplió la profecía del 1.
sobre la pronta liberación de la ciudad (cfr. 2 Reg 19,20-34). Pero el país
quedó devastado, salvándose sólo Jerusalén «como una cabaña en una viña» (Is
1,7). La fe del pueblo se robusteció con la intervención salvadora inesperada de
Yahwéh, y esto fue el principio de una nueva era de renacimiento religioso.
En el 698 a. C. murió el piadoso rey Ezequías que dejó una estela de
religiosidad que sólo había de ser superada por el desventurado tosías un siglo
después, en tiempos de Jeremías. El historiador sagrado hace un gran elogio de
Ezequías (cfr. 2 Reg 18,3-5). El apoyo que el rey prestó para la depuración del
culto y de la religión yahwista se debió a la influencia del propio I.
Justamente, en esta época de Ezequías tuvo lugar la catástrofe de la caída
de Samaria, y muchos de los miembros de la clase levítico-sacerdotal, juntamente
con los allegados a los círculos proféticos iniciados por Amós (v.) y Oseas
(v.), se refugiaron en el reino del sur; y es entonces cuando empiezan a
compilarse las antiguas tradiciones de Israel según la diversa versión del reino
de Israel (v.) y del reino de Judá (v.). Ezequías, alentado por I., procuró
aprovechar la ocasión para fomentar la centralización del culto en el Templo de
Jerusalén que había quedado libre de la invasión extranjera, y así se funden las
tradiciones sacerdotales del Norte y del Sur (2 Par 30,1 ss.). Sin duda la labor
de 1. tuvo una influencia especial en la cristalización de las antiguas
tradiciones religiosas. Desgraciadamente esta magnífica labor de asimilación
religiosa iniciada por el profeta y alentada por el piadoso Ezequías (cfr. 2 Reg
18,3-5) quedó cortada en ciernes cuando subió al trono el impío Manasés (v.) que
realizó una labor desintegradora religiosa en el sentido más estricto de la
palabra. Fomentó de nuevo el sincretismo religioso y, como en los tiempos de
Acaz, se pusieron de moda los cultos de procedencia mesopotámica. La herencia de
I. la recogerá un siglo más tarde jeremías (v.), quien alentará la reforma
religiosa de tosías, que no es sino un calco más completo de la anterior de
Ezequías.
3. Carácter personal del profeta. A través de sus intervenciones públicas
ante los reyes de Judá en los momentos de crisis y en sus desahogos oraculares
podemos sorprender las características de su temperamento y genio literario y
religioso. Sus rasgos son tan sobresalientes que todos los críticos le
consideran como el profeta más preclaro y lúcido del A. T. Como constante de su
personalidad habría que destacar su firmeza de carácter y su espíritu
equilibrado y sereno ante los grandes problemas de su nación. Por ello, en los
momentos críticos de la historia de Judá interviene sin titubear jamás ante los
máximos responsables de la nación para salvar lo que considera sustancial en la
trayectoria histórica de su pueblo: su yahwismo a ultranza, que debe
caracterizarse por una independencia total frente a los juegos diplomáticos de
la época que pudieran comprometer los intereses religiosos.
Por eso quiere dar ánimos al rey Acaz cuando se enfrenta con la invasión
siro-efraimita, a pesar de conocer su espíritu laicista y aun escéptico en
materia religiosa. En cambio, cuando se encuentra con un rey piadoso, propenso a
aceptar sus apreciaciones, procura mantenerse un tanto alejado para conservar su
independencia religiosa. En algún caso recrimina al rey Ezequías por su
imprudencia al enseñar los tesoros al rey pretendiente caldo Mérodak Bal'ádán (cfr.
2 Reg 20,12-19).
Con toda entereza fustiga los vicios predominantes en la sociedad de su
tiempo, especialmente la falsa religiosidad a base de manifestaciones cultuales
puramente externas (cfr. Is 1,11-13), y anuncia el peligro ante la alta sociedad
frívola y despreocupada (cfr. Is 2,9-18; 3,1-25). Su pensamiento obsesionante es
la presencia del Dios «Santo» que habita en medio de un pueblo moralmente
impuro, y que por ello está dispuesto a descargar su justicia para purificarlo
de la escoria (cfr. Is 1,25). Su mensaje se resume en una frase: «Sión será
redimida por la rectitud» (Is 1,27). Sólo la conversión de los corazones puede
cambiar la perspectiva de castigo que se avecina; y en esto sigue las huellas
del pastorcillo de Tecoa, que dos décadas antes desenmascaró a la alta sociedad
paganizada de Samaria (Am 4,1-10).
BIBL.: A. FERNÁNDEz, El profeta Isaías, caudillo y salvador de su pueblo, Jerusalén 1940; J. STEINMANN, Le prophéte Isaie, sa vie, son oeuvre et son temps, París 1950; A. CaLUNGA, La vocación pro/ética de Isaías, «Ciencia Tomista» 29 (1924) 5-23; y la bibl. citada al final, en II.
M. GARCíA CORDERO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991