INSTINTOS. PSICOLOGÍA.


Muchas cuestiones han suscitado en Psicología una controversia tan larga y prolija como la de los i. En el hombre se califica como instintivo cualquier comportamiento complejo que escapa a la comprensión. Para la psicología fisiológica (v.) la instintividad correspondería a una especie de conducta refleja motivada. La etología, denominación propuesta por el psicólogo alemán Konrad Lorenz para el estudio del comportamiento, replantea la investigación del papel de la instintividad como radical básico de la conducta. Los psicólogos anglosajones tratan de evitar el término i. utilizando expresiones como «necesidad vital», «tendencia natural» o «impulso específico».
     
      La mayoría de los investigadores, no obstante, siguen manteniendo el concepto de i. como algo indispensable en psicología comparada (v.) y en el estudio de la dinámica de la personalidad (v.). Ni la psicología pedagógica (v.), ni la psicología clínica (v.), pueden hoy prescindir de lo instintivo como característica de uno de los modos del ser psíquico. Las principales razones son las siguientes: 1) El análisis de la conducta en las más diversas especies animales, al demostrar que el papel de la inteligencia es mucho menor de lo que suele artibuírsele, revela la existencia de ciertas condiciones internas comunes a los seres vivos en general, incluido el hombre, que predisponen a actuar naturalmente según patrones ajenos a la plasticidad característica de la especie humana. 2) Es indudable que el comportamiento que llamamos instintivo puede expresarse conceptualmente empleando los término de «necesidad», «tendencia», «impulso», «conducta refleja», etc., pero si tales nociones se aplican a factores constitutivos de la experiencia y el comportamiento entendidos como totalidad, función o modo del ser psíquico, la utilización de dichos vocablos adolece del defecto de soslayar las condiciones básicas del fenómeno. Lo instintivo es, desde esta perspectiva, más abarcativo y genérico. 3) El estudio de los procesos de aprendizaje (v.) revela su relación con la cualidad biológica que denominamos i., sigularmente en cuanto son dirigidos e influidos por la misma. S. Tomás utilizaba la expresión vis estimativa, con un significado semejante al de la palabra i:, para designar la innata capacidad que hace posible el reconocimiento de un objeto como útil o nocivo, demostrando así la intervención de lo instintivo en los procesos superiores del psiquismo. 4) El hecho de la sociabilidad, al ser admitido como realidad naturalmente constitutiva del ser personal, acredita que, independientemente de argumentos empíricos, el ser social emerge como tendencia de los más profundos niveles psicobiológicos. 5) Por último, y con independencia del papel causal atribuido a ciertos fenómenos extraconscientes, la psicología profunda (v.) y la fenomenología (v.) han demostrado la realidad de lo instintivo y su posible distinción conceptual.
     
      Antecedentes de la teoría de la instintividad. J. Drever realizó, junto a una completa exposición psicológica del tema, su pesquisa histórica (cfr. o. c. en bibl.). En Darwin (v.) aparece la noción de i. como algo que se cumple sin experiencia previa y sin conocimiento del propósito. W. James define el i. como «la facultad de actuar de manera que se alcancen ciertos fines, sin tener previsión de éstos y sin una educación anticipada acerca de la acción correspondiente»; defiende la existencia de una organización neurofisiológica subyacente al mismo, inclinándose a favor de una explicación mecanicista, pero introduciendo en su doctrina de la experiencia instintiva, junto a factores sensoperceptivos, un elemento de cognición. Lloyd Morgan defiende el comportamiento instintivo como «aquel que comprende esos grupos complejos de actos coordinados que, aun cuando contribuyen a la experiencia, no están, al ocurrir por primera vez, determinados por la experiencia individual; son adaptativos y tienden al bienestar del individuo y a la conservación de la especie; resultan de la cooperación de estímulos internos y externos; son practicados de manera similar por todos los miembros de un determinado y más o menos restringido grupo de animales; pero están sujetos a variación y a la subsiguiente modificación bajo la guía de la experiencia individual». Esta definición es preferentemente biológica, aun cuando admite en forma implícita el valor de los factores psicológicos subrayados por Darwin y W. James.
     
      Los estudios de McDougall sobre la instintividad fueron más extensos y alcanzaron mayor difusión. Con una preferente perspectiva psicológica, basada, sobre todo, en términos de experiencia, abordó en su obra Social Psychology el estudio de los i. Según él: «la psique humana tiene ciertas tendencias innatas o heredadas, que son los resortes esenciales o las fuerzas motivadoras de toda acción y todo pensamiento». Tales tendencias o i. son comunes a todos los miembros de cualquier especie dada; no pueden ser erradicadas de la constitución psíquica ni adquiridas por los individuos en el transcurso de su vida.
     
      Para el psicoanálisis (v.) y las diferentes direcciones de la psicología profunda la doctrina de los i. se desarrolla en torno a dos proposiciones fundamentales. La primera afirma que la instintividad es la realidad básica, percibida en términos de energía, del ser personal. La segunda, elaborada como crítica de las concepciones anteriores, subestima, sin negarlo, el carácter hereditario o innato de los i. a favor de la adquisición de patrones de comportamiento originados en el ambiente del sujeto durante las primeras etapas del desarrollo.
     
      Estado actual de la cuestión. La doctrina de los i., compartida por la mayoría de los psicólogos, se funda, además de lo anteriormente expuesto, en los datos proporcionados por la clínica de determinados trastornos y en el punto de vista de la psicopatología fenomenológica.
     
      Como caracteres de la conducta instintiva destacan: a) El ser innata, es decir, no aprendida, ni siquiera por imitación. Nace con el ser vivo y se mantiene sin variación sensible de pautas comunes para todos los individuos según sus especies. No se afirma que las diversas variedades del i. se manifiesten desde el principio. La diferenciación cualificadora de la instintividad se realiza de modo sucesivo, adquiriendo diversas modalidades en el curso posterior de la vida. b) Todo acto instintivo es teleológico, ordenándose a finalidades concretas. La tensión emocional, que parece mantener la acción instintiva, sólo desaparece con el alcance o supresión, en el ámbito de la experiencia, de su fin específico. c) El i. sobrepasa por su alcance la propia individualidad del ser vivo. Dicho en términos psicológicos: las finalidades instintivas se encuentran más allá de los intereses vivenciables de inmediato. d) La conducta instintiva, aun cuando en el ser psíquico consciente -que es el hombre- sea ordinariamente advertida, no requiere, en principio, la intervención de la inteligencia. De hecho, la excesiva atención frente al fenómeno puede llegar a condicionarlo de modo negativo. Justamente en esta singular y paradójica relación de lo instintivo y lo intelectual reside tanto la posibilidad de rechazamiento o inhibición del proceso como la de su conversión en anomalía perversiva.
     
      Respecto de los actos reflejos (v.) los i. suponen cierto enriquecimiento biológico. Lo que hizo posible el desarrollo de la reflexología (v_.) fue el aislamiento experimental de ciertos fragmentos o sectores del organismo. La conducta instintiva, sin embargo, implica la 'totalidad del ser vivo, realidad manifiesta en el concluyente carácter transitivo de la misma; mientras que los reflejos se cierran, por así decir, sobre el propio sujeto de experiencia. Cuando se pretendió explicar la conducta instintiva apelando a la existencia de cadenas de reflejos, se insistía en la regularidad con que unos y otros se ofrecen al observador; pero basta observar la influencia existente entre los i. concretos y esa plasticidad que hace posible que la satisfacción de los mismos pueda alcanzarse de distintos modos, para advertir que el modelo funcional de la acción refleja es rebasado siempre por cualquier i.
     
      La conducta instintiva tiene un significado que desborda todo tipo de explicación mecanicista. Frente a las hipótesis que consideran al animal como un objeto divisible en partes, protesta siempre la realidad, que se sirve de lo instintivo para regular una conducta que en el animal se ordena siempre a la concreta finalidad de conservar la vida. Así, la instintividad resulta ser el modo primario común a todos los seres vivos de realizarse como tales y de alcanzar sus fines específicos. Instintivo es aquello que en una circunstancia concreta y en un individuo singular hace que la vida se actúe.
     
      2. Psicología comparada de la instintividad. Para establecer las diferencias psicológicas entre los animales y el hombre se ha de partir de la correspondiente biología. El carácter transitivo de los i. revela la existencia de un ambiente o mundo propio, cuya forma y extensión delimita el lugar común de la actividad vital. Las experiencias de J. J. von Uexküll (cfr. o. c. en bibl.) demostraron que no sólo cabía diferenciar el mundo de las distintas especies animales, sino el de éstas considerado en su conjunto y el del hombre. El mundo o habitat del animal se enriquece, en cuanto a los elementos que lo constituyen, en forma paralela a la complicación de las estructuras biológicas de la especie a que pertenece. El mundo del hombre no es sólo más rico cuantitativamente, sino distinto.
     
      Bolk, biólogo alemán, formuló, hacia los años veinte, una original y sorprendente teoría sobre el origen del hombre, según la cual el proceso morfológico de «humanización» fue esencialmente una «fatalización»; la situación del recién nacido humano es más precaria que la de cualquier animal. Este retraso es sólo un signo de lo que esencialmente caracteriza al ser humano; a saber, el tiempo extremadamente lento de su desarrollo biológico, fenómeno denominado por Bolk «principio de retardación». Comparado el hombre con los individuos de cualquier especie animal, resulta evidente la rapidez con que éstos alcanzan la forma y modo de su ser adulto. El hombre nace sin «acabar»: de hecho necesita aprenderlo todo. Y es precisamente esto lo que le abre a las nuevas y mayores posibilidades de un mundo más amplio. La constitutiva seguridad biológica que el i. confiere a los animales hace del mundo de éstos un habitat cerrado, concluido, tanto más cuanto más rápido es el proceso de mutua adaptación vital. La integración vital del hombre y su mundo no acaba nunca.
     
      El habitat físico es experimentado como algo discontinuo. La delimitación objetivadora de la realidad enriquece cuantitativamente los puntos o elementos de la referencia. El resultado de este proceso supone, junto a la disolución de los nexos físicos, la apertura del espacio y la capacidad de introducir una lejanía que permite la renuncia de lo inmediato. En el plano de la experiencia interna la apertura del espacio físico es correlativa de parejo fenómeno de dilatación de la intimidad. De ahí que el hombre no sólo sea capaz de renunciar a lo inmediato sensible, sino de instituirlo con las imágenes de la fantasía creadora. Se trata de un fenómeno específicamente humano e instintivo que el psicoanálisis ha designado con el término «sublimación», refiriéndolo, como es sabido, a las exigencias no satisfechas de la libido. G. Thiboh ha propuesto una interpretación de la naturaleza de este último hecho más acorde, sin duda, con la teoría general del comportamiento. La sublimación es como una especie de reflejo ascensional de los i. hacia las fuentes inmateriales del ser humano. Los sencillos ritmos biológicos se integran en la dinámica abarcativa de un ser, cuya totalidad rebasa el plano de lo biológico. La sublimación así entendida va acompañada de un sentimiento de equilibrio y de plenitud, revelador de la liberación del sujeto respecto de las servidumbres y disonancias de las tendencias inferiores.
     
      Frente al comportamiento animal, la conducta humana se despliega instintivamente en dos fases. La primera caracterizada por el predominio del impulso a la actividad; la segunda, por la satisfacción de la necesidad sentida. La patología de los i. depende más del modo de satisfacer objetivamente la referida necesidad que de la intensidad y grado del impulso. Por otra parte, el comportamiento instintivo no resulta, casi nunca, del despliegue de un solo i. De hecho, toda la instintividad opera de continuo, aun cuando lo que en un momento determinado aparece a los ojos del observador sea una integración resultante de la acción recíproca de todos ellos. El efecto inhibitorio que, p. ej., el miedo y el hambre producen sobre cualquier proceso instintivo, es del dominio común.
     
      Junto al fenómeno anteriormente descrito ha de situarse en el hombre la plasticidad o capacidad de moldeamiento de los diferentes i. Además y aun por encima de las necesidades biológicas se encuentra la propia y singular necesidad de ser, sin más. Se trata también de una realidad instintiva, o si se prefiere otra expresión de una tendencia que reuniendo los caracteres de lo instintivo lleva a los individuos singulares a alcanzar progresivamente su fin específico. Definida por López Ibor como «instinto de perfección», es el móvil que lleva al ser humano a completarse, a adquirir una forma exuberante y nítida al mismo tiempo.
     
      3. Clasificación de los instintos. El reconocimiento de i. singulares responde a la misma necesidad conceptual de definir lo instintivo en sí. Cuando los psicólogos médicos abordaron su estudio, partieron de la hipótesis del i. único. Para el psicoanálisis era la libido entendida como fuente absoluta de toda concupiscencia. Posteriormente, el propio Freud (v.) agregó a la libido, limitada al i. sexual, el i. tanático o de muerte y los i. del yo. En Adler (v.) las tendencias fundamentales se derivan del i. de «dominio». Jung (v.), aunque sigue utilizando el término libido, lo hace con una significación más amplia. Los psicólogos anglosajones, más cerca de la dirección empírica y experimental, manejan hipótesis más politemáticas. McDougall, p. ej., describe hasta dieciocho i.
     
      Fenomenológicamente, siempre que se trata de reducir los i. a otros se llega a la conclusión de que la instintividad se ordena alrededor de dos direcciones o tendencias fundamentales: la conservación de lo vivo y la conservación o perpetuación de la especie. Una y otra significando la incoación o correlato biológico del egoísmo y el altruismo caracteriales. Alrededor de estas dos direcciones la conducta instintiva se despliega en una serie de manifestaciones específicamente diversificables según el estrato funcional de la economía biológica y la singular situación vital del individuo.
     
      a) Instinto de conservación. En un primer nivel la instintividad se ordena al mantenimiento del status orgánico indispensable para la vida individual. Incluye la homeostasis o equilibrio del ser vivo con su entorno físico (v. FISIOLocíA) y el recambio material (v. NUTaiCIóN). Psicológicamente, además de los correspondientes fenómenos fisiológicos, las situaciones de stress o desequilibrio por cambios bruscos del medio o disminución de la capacidad vital son registradas como malestar más o menos intenso que puede llegar al sentimiento de alarma e incluso a trastornos de la conciencia (v.).
     
      b) El instinto nutricio es más polifacético y complejo, la carencia de sustancias alimenticias puede incidir en lo psíquico desde un simple malestar difuso a sensaciones localizadas en el tracto digestivo. El hambre y la sed como sentimientos (v.) sensoriales revelan así la doble vertiente psico-física del fenómeno, a la vez que permiten la posibilidad de regulaciones instintivas ajenas a lo meramente fisiológico. Las experiencias y observaciones son tan numerosas como demostrativas. Los animales comen habitualmente según proporciones específicas determinables. Kafka, psicólogo checo contemporáneo, estudió el comportamiento de las gallinas en este sentido, demostrando que el hambre y la saciedad están condicionadas tanto por necesidades intrínsecamente orgánicas como por factores externos de situación. En el hombre los condicionamientos son mucho más complicados. Los usos y costumbres, los hábitos, la cultura y las creencias no sólo intervienen en el modo de satisfacer las necesidades, sino que contribuyen a crearlas: se puede resistir el ayuno (v.) o vivirlo positivamente como una virtud moral (huelgas por el hambre y huelgas de hambre). Mac Swiney, alcalde de Cork, ayunó voluntariamente durante 75 días que estuvo preso; es, según Grafe, el tiempo de ayuno más largo comprobado oficialmente. En lo relativo al i. nutricio toda una teoría del arte culinario ha venido a integrarse en estilos de vida individuales y colectivos. El simple hecho de la metamorfosis que la alimentación ha sufrido en el curso de la historia acredita la constitutiva apertura de la vida humana.
     
      c) La conservación se actúa, además, como instinto de defensa en situaciones de amenaza para la integridad del sujeto, de acuerdo con dos modalidades radicales: la inmovilización y la huida. La relación entre estos dos modos de defensa con el i. o impulso primario a la actividad y su carácter reactivo ha motivado que la mayoría de los psicólogos los incluyan entre las especies de impulsos o tendencias comunes a los seres vivos en general (V. IMPULSOS). Debe anotarse, sin embargo, que la estructura psicológica de las llamadas por López Ibor reacciones de «sobrecogimiento y sobresalto» está relacionada con los sentimientos de angustia, miedo e inseguridad (V. ANGUSTIA; HISTERIA).
     
      Como manifestaciones marginales del i. de conservación, aun cuando en rigor tengan una significación más profunda y afín a los impulsos básicos, deben incluirse la agresividad (v.) y las tendencias gregarias. La filiación instintiva de la agresividad ha surgido de la problemática planteada por Freud en la última de sus formulaciones doctrinales, al contraponer los i. de vida (eros) y los i. de muerte (thanatos). La finalidad destructiva de la agresividad revelaría la existencia de una propiedad general de lo instintivo ordenada a la reproducción de estados anteriores. Para Freud, el fin de la instintividad es el restablecimiento del equilibrio alterado por las tensiones creadas por los estímulos externos. Lo orgánico regresaría a lo inorgánico original; la actividad de la vida concluiría instintivamente en el reposo de la muerte. La prueba de esta tesis se basó en la observación de la cualidad iterativa de los juegos infantiles y de ciertas manifestaciones patológicas (p. ej., los sueños angustiosos). Sin embargo, el análisis de tales fenómenos en las situaciones clínicas en que aparecen con particular relevancia (en las obsesiones) demuestra que su verdadera significación instintiva consiste más en conservar que en destruir. Frente a los sentimientos de amenaza surgidos de las alteraciones del estado de ánimo (v.) fundamental, el sujeto reacciona, a menudo, aplazando su decisión y sosteniéndose entretanto en una especie de compás de espera vital que cristaliza en la repetición de actos y vivencias. Hay, efectivamente, un impulso básico a la repetición, ordenado, no a la destrucción, sino a la economía biológica. En forma independiente, la agresividad puede ser destructora y alimentar ciertos modos de conocimiento que el propio psicoanálisis ha definido como instinto epistemológico. Pero, en ningún caso, ni la agresividad como tal ni la tendencia al conocimiento analítico tienen como finalidad la muerte.
     
      La constitutiva dimensión social de los seres vivos en general y del hombre en particular aparece como una necesidad cuya satisfacción supone la correspondiente tendencia instintiva. Su forma más elemental puede calificarse como instinto gregario. La referida necesidad no pertenece a la esfera sexual. Más bien lo sexual debería, como veremos después, entenderse como una faceta de la sociabilidad. El ¡.gregario da lugar a las agrupaciones animales: bandadas de aves, enjambres de abejas, nubes de langostas, rebaños, etc. En la especie humana la tendencia se configura, al integrarse en los planos superiores del ser personal, en las variadas formas de agrupación que van desde la primordial «masa-tumulto» a los «públicos» configurados elementalmente en torno a situaciones e intereses pasajeros.
     
      d) Instinto sexual. Ante todo ha de advertirse que psicológicamente la sexualidad (v.) es un hecho que rebasa el ámbito de lo instintivo. El que en las especies animales sexuadas lo sexual revista en su estructura y actuación los caracteres de la instintividad y que estos mismos caracteres puedan aislarse en el hombre, no demuestra sino que la sexualidad está ordenada primordialmente a la perpetuación de la vida. En éste, como en todos los demás i., se revela que el proceso intercalado entre la tendencia y el objeto o causa final es más largo y complicado en la especie humana. Esta complejidad es, en definitiva, la prueba más importante del «lujo» biológico de los i. y de la radical apertura de la vida del hombre. La plasticidad y dependencia recíproca de todas las tendencias e impulsos básicos pueden alcanzar en la sexualidad humana formas tan extremadas y singulares que, de hecho, el i. sexual resulta ser el más lábil y quebradizo de toda la economía. Ya en los animales puede advertirse que el correlato emocional de este i. es, a menudo, menos violento que en otros, y si bien es cierto que la fuerza y la tiranía del mismo puede llegar a ser gravemente perturbadora, no lo es menos que la inferencia de la voluntad es capaz, al margen de la patología de inhibir su acción (es lo que sucede, p. ej., en la virtud de la castidad, v.). De otra parte, lo que la propia patología demuestra es que los aspectos extrafisiológicos del i. sexual son mucho más importantes que los fisiológicos.
     
      En la conducta sexual intervienen cuatro niveles de condiciona m¡ento: el fisiológico, el sensorial, el afectivo y el noético.
     
      El nivel fisiológico es, sin duda, el regulador básico y naturalmente extraconsciente del proceso. Intervienen en el mismo factores genéticos, hormonales y gonadales (orgánicos), que inciden tanto en la puesta a punto del proceso como en la determinación individual del propio sexo. Los resultados de la castración por enfermedades, traumatismos o intervenciones quirúrgicas, las alteraciones morfológicas o funcionales del gran regulador neuroendocrino que es la hipófisis, así como el bloqueo de la conducción nerviosa en distintos niveles, demuestran que la lesión o aislamiento de los factores señalados no produce la anulación absoluta del apetito sexual, y ni siquiera incide en la trama instintiva, cuyas motivaciones fundamentales dependen tanto del impulso como de la voluntad refleja y del mundo de las imágenes y representaciones.
     
      En el plano sensorial el ¡.comporta nuevas complejidades. Todavía está por esclarecer la existencia de una sensación sexual específica. La disociación incoada en el nivel fisiológico se hace aquí más patente. Un doble circuito nervioso aparece separando la erección o turgencia de los órganos genitales, del orgasmo o acmé funcional. Esta duplicidad viaria se mantiene en el cerebro medio, concretamente en el centro regulador dei tuber cinereum (V. CEREBRO), sometido además a la influencia de zonas corticales aún más diversificadas. Por otra parte, la experiencia natural muestra que toda sensación sexual va acompañada de otras sensaciones táctiles, de contacto, calor o frío. Cierto que los órganos genitales son, de ordinario, el punto de partida y de localización principal de la sensación considerada típica, pero fenomenológicamente una sensación distinta e irreductible a otras no existe. La llamada sensación sexual es un ejemplo típico de formalización conjuntada, posible en este caso, como en los llamados sentimientos sensoriales, por la presencia de una constelación afectiva peculiar.
     
      En el despliegue del i. participa condicionándolo todo, y de modo eminente su expresión sensorial, el estrato afectivo, gracias al cual lo instintivo adquiere aquí, como en el i. nutricio, cualidades psicológicas diferenciales. La entidad específica de lo sexual viene dada en el plano de la vivencia por los sentimientos eróticos, los cuales son dependientes, a su vez, dentro del circuito de la experiencia íntima, de la conciencia.
     
      justamente el dinamismo de lo noético, como nivel condicionante de la instintividad, ha de entenderse como integrador de lo que en la tendencia -realidad no conscientees dado como principio de actividad. En rigor lo que llamamos i. no tiene más que una realidad virtual que sólo puede conocerse en tanto se actúa en el ámbito de la vivencia o en el de las situaciones concretas.
     
      Los sexólogos han señalado un aspecto de particular importancia y significación específica en el despliegue de este i.: la presencia de sentimientos de pudor. Spranger, psicólogo alemán, discípulo de W. Dilthey (v.), relaciona el pudor sexual con el misterio de la vida. Es bien sabido que ni la llamada «educación sexual» (V. EDUCACIóN v) ni la adecuada y prudente ilustración sobre el sexo son capaces de evitar sus turbulencias ni sus requerimientos de pudor. Se trata de un fenómeno universal e innato. Havellock Ellis ha observado que entre las gentes no civilizadas los sentimientos de pudor son todavía más invencibles que entre las civilizadas. Es cierto que el pudor puede adquirir modos dependientes de los usos, tradición y experiencia, disminuir y aun desaparecer, pero en tales casos se trata de inhibiciones desencadenadas por tendencias contrarias o, en el caso del exhibicionismo, de condicionamientos psicopatológicos. Acerca de la naturaleza del pudor parece indudable que no se trata de una tendencia especial, sino de una exigencia de orden y moderación en el ejercicio, tanto de éste como de otros i.
     
      Ya se ha indicado que el i. gregario es distinto del sexual. La sexualidad influye positivamente en la configuración de los hechos sociales, pero ni la sociabilidad depende en exclusiva de aquélla ni la satisfacción del i. sexual es exigencia indeclinable. La psicología diferencial de los sexos descansa en actitudes más profundas, respecto de las cuales lo específicamente sexual, tanto morfológica como funcionalmente, es sólo un aspecto parcial y transitorio. En todo caso, los elementos de cualquier estructura social son tan diversos en su condición biológica como polivalente es la demanda instintiva de los sujetos que constituyen el grupo.
     
      4. Patología de los instintos. En general las perversiones instintivas responden a condicionamientos psicopatológicos. Las simples alteraciones cuantitativas están en relación con el humor afectivo (v. AFECTIVIDAD) y IOS estados de ánimo fundamentales. Se pierde el apetito cuando hay desgana o apatía para todo; igual ocurre con la sexualidad y los i. de defensa. El ánimo exaltado puede también inhibir cualquier manifestación instintiva en favor de otras satisfacciones tendenciales.
     
      En sentido estricto, las perversiones se dan con más frecuencia en el i. nutricio y en el sexual que en otros; en el primero, son, de ordinario, más o menos tolerables. Hasta qué punto los gustos y caprichos en el comer han de ser considerados como alteraciones instintivas 0 como respuesta a necesidades específicas, es cuestión de límites imprecisos. Hay evidentemente fenómenos como la onicofagia (morderse las uñas) y la ingestión de cosas diversas (incluso excrementos) cuya causa está en trastornos psíquicos más o menos graves.
     
      Las perversiones sexuales, si se excluyen los estados intermedios, dependientes de factores genéticos o malformaciones, parece deben relacionarse siempre con trastornos de la personalidad, efecto, a su vez, de alteraciones constitucionales o de los procesos de maduración psicológica. A menudo no son sino un síntoma aislado o precoz de enfermedades mentales severas (V. DEMENCIA; DEPRESIóN; ESQUIZOFRENIA). Así ocurre con la impotencia, la frigidez, el sadomasoquismo, la masturbación (v.) y la homosexualidad.
     
      V. t.: IMPULSOS; TENDENCIAS; HOMBRE.
     
     

BIBL.: L. BOLK, La humanización del hombre, «Rev. de Occidente», Madrid 1950; M. CRUz HERNÁNDEZ, Lecciones de Psicología, Madrid 1965; 1. DREVER, cit. por R. FLETCHER, en El instinto en el hombre, Buenos Aires 1962; R. JOLIVET, Psicología, Buenos Aires 1956; W. STERN, Psicología general, Buenos Aires 1957; 1. 1. VON UEXKÜLL, Theoretische Biologie, Berlín 1920 (trad. cast. Ideas biológicas para una concepción del mundo); íD, Cartas biológicas, «Rev. de Occidente», Madrid 1945; T. vox UEXKÜLL, El hombre y la naturaleza, Barcelona 1961; PH. LERSCH, La estructura de la personalidad, 3 ed. Barcelona 1964.

 

M. POVEDA ARIÑO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991