INSTINTOS. FILOSOFIA.


Llamamos «instintos» (del verbo latino instinguere: aguijonear, estimular) a las tendencias e inclinaciones que derivan inmediatamente de las necesidades fundamentales del animal. Estas tendencias son también compartidas por el hombre por lo que se refiere a su pertenencia genérica a la animalidad, aunque considerablemente modificadas y orientadas por su dimensión específicamente racional y propiamente -humana (v. ti).
     
      El i. presenta como caracteres primarios el innatismo y la estabilidad; como caracteres secundarios, la universalidad específica y la ignorancia del fin. Esta clasificación establece una diferencia entre las notas esenciales y las meramente accidentales del i.
     
      Caracteres primarios. a) Innatismo. Entendemos por innata aquella propiedad que es consustancial al individuo y a la especie y que, por ello mismo, no es, ni puede ser, objeto de aprendizaje (v.) alguno, antes bien surge con ella perfectamente acabada. Ello explica la infalibilidad e inmediata perfección de la conducta instintiva que, sin ningún tipo de vacilaciones, se dirige directamente a la realización del fin al que la naturaleza le destina. Es por esto que el i. se opone a la inteligencia (entendida esta última como la facultad de adaptarse a las situaciones utilizando y aprovechando la experiencia anterior).
     
      Bergson (v.) ha contrapuesto i. e inteligencia (v.) como dos modos diferentes de conocimiento: el primero orientado hacia la vida, la segunda hacia la materia. Como para Bergson el conocimiento tiene ante todo un carácter utilitario, al servicio de la acción y no de la mera especulación desinteresada de las cosas, el i. viene-definido en su filosofía (cfr. fundamentalmente el cap. 11 de L'Evolution Créatrice en Oeuvres, París 1963) como la facultad de producir y manejar instrumentos organizados (el i. es como la prolongación del esfuerzo por el que la vida organiza la materia), la inteligencia instrumentos no organizados. Pero en tanto que el i. por simpatizar interiormente con la vida, es un conocimiento pleno, esto es, de contenidos materiales, la inteligencia es un conocimiento puramente formal y relacional. El i. se exterioriza plenamente en la acción que realiza: hay una perfecta adecuación entre el acto y la representación que la acompaña; por eso es inconsciente (lo que, naturalmente, no equivale a decir que no conozca sino que no sabe que conoce). Esta adecuación es la que precisamente falta en la inteligencia y, por ello mismo, es reflexiva. La superación de ambas modalidades de conocimiento viene representada por lo que Bergson denomina intuición (v.). Ella recoge las ventajas tanto de la inteligencia como las del ¡.,evitando así sus respectivas limitaciones por el apoyo que mutuamente se prestan. La intuición sería la inteligencia que ha recuperado las virtualidades cognoscitivas del i. todavía latentes en el propio hombre: con ello tendríamos un conocimiento interior, verdadero y absoluto de las cosas, pero indefinidamente ampliado a todas las capas del ser. Sólo así es posible deshacer la dificultad que el propio Bergson plantea en estos términos: «hay cosas que sólo la inteligencia es capaz de buscar, pero que, por sí misma, no encontrará nunca. Sólo el instinto las encontraría, pero jamás las buscará» (o. c. 623).
     
      b) Entendemos por estabilidad la invariabilidad, tanto en el espacio como en el tiempo, de la conducta del animal. Con ello queremos referirnos al hecho de experiencia de que no se observan, desde tiempo inmemorial, cambios notables en su conducta (p. ej., parece que las distintas clases de aves han realizado siempre sus nidos de un modo idéntico según su especie o variedad, etc.).
     
      Caracteres secundarios. a) La expresión universalidad específica alude al hecho de que cada especie posee un sistema propio e invariable de i. capaces, por lo mismo, de definirla con la misma seguridad y precisión que el análisis de su estructura orgánica. Se impone no obstante, una diferencia entre el fondo y la forma del i. o, para decirlo en terminología neolamarkiana (v. LAMARK), entre el i. primario y el secundario. El primero consiste en la especificidad genérica que afecta a todas las razas de una misma especie. El segundo en la diferencia específica que atañe a tal o cual raza o variedad de la especie genérica. (Todas las golondrinas, p. ej., coinciden en el fondo cuando construyen el nido; pero sus diferentes variedades lo hacen, por lo que se refiere al modo y a la elección de materiales, de una manera peculiar).
     
      De donde se infiere que la universalidad específica es más formal que material; es decir, que afecta más al i. primario que al secundario. Por ello habrá que definirla por la uniformidad de los resultados más que por la de los mecanismos. Pero si además tenemos en cuenta que hay uniformidades que no son institutivas sino debidas a diversas causas accidentales, tanto físicas como biológicas (acción del medio) y también sociales (imitación, moda), no es posible tomar la uniformidad específica como característica esencial del i.
     
      b) Por lo que hace a la ignorancia del fin, es necesario considerar la índole propia del mecanismo instintivo, así como el carácter automático de su psiquismo. Respecto del primer punto hay que decir que, en líneas generales, el animal realiza con perfección suma todo aquello que obedece a una tendencia instintiva, sin que tenga para ello necesidad de elegir el fin y los medios adecuados a este fin que la propia naturaleza le impone. Con ello queremos indicar el carácter irreflexivo y estúpido del i.: aun cuando varíen las circunstancias hasta el punto de hacer inútil e incluso absurda la conducta del animal, éste continúa desarrollando, con evidente falta de reflexión, los mismos actos que realiza en circunstancias normales (piénsese, p. ej., en la gallina a la que se le ha sustituido un huevo fecundado por otro de piedra; o en la abeja que, impertérrita, sigue cargando miel en una celdilla a la que se ha agujereado en el fondo, etc.).
     
      De todos modos también aquí es necesario tener en cuenta que esta estupidez del i. no puede tomarse en términos absolutos. Como acabamos de indicar a propósito de la universalidad específica, hay siempre un cierto margen de adaptación de los medios al fin; el animal no desconoce completamente el objeto de sus actos, sino que tiene de él una cierta representación que es precisamente la que define el carácter finalista del comportamiento instintivo. Aunque se trata siempre de una conciencia oscura que ni puede captarse a sí misma ni volver sobre sí. De aquí que el psiquismo del animal sea irreflexivo y actúe, dentro siempre de un cierto margen de indeterminación, automáticamente: un acto complejo y adaptado sigue inmediatamente a una excitación y se desarrolla de un solo trazo hasta su completo acabamiento.
     
      Psicología del instinto. Profundizando un poco más en el estudio de la psicología del comportamiento instintivo, vemos que éste es la resultante de dos tipos de factores: internos unos, otros externos. Los primeros deben ser considerados como causas esenciales de la conducta instintiva, en tanto que los segundos se comportan como meros estímulos desencadenantes de esta misma conducta. El ejercicio de la actividad instintiva no puede interpretarse como una mera respuesta motriz a una excitación externa. Por el contrario, es siempre una respuesta a un objeto, o lo que es lo mismo, a una percepción (v.). No consiste ciertamente en un conjunto de actos puramente mecánicos desencadenados por un estímulo inicial, sino en la actualización (en virtud precisamente de este estímulo o estímulos iniciales que, como tales, deben ser considerados no como causa, sino como mera ocasión del ejercicio de la actividad instintiva) de todo un sistema de conocimientos hereditarios que constituyen por ello mismo una estructura psíquica y no simplemente sensoriomotriz. Esto viene demostrado por el hecho de que, en muchos casos, la conducta instintiva sigue un orden inverso al que exigiría la vigencia de un riguroso mecanicismo (v.). Un ejemplo: la avispa solitaria hace primero el agujero y luego va en busca de su presa.
     
      Si ahora queremos definir el carácter de este psiquismo, diremos que se trata de una inteligencia totalmente sumida en los límites del i. y supeditada por completo a su servicio: los objetos sólo cobran significado para ella en la medida en que se relacionan con los fenómenos afectivos por los que viene expresada la conducta instintiva. El animal sólo percibe, entre el enorme caudal de objetos que llegan a sus sentidos, aquellos que son útiles al i. Por percepción se entiende dar significado a una estructura. Y cabe preguntarse cuál es el carácter de este significado que el animal percibe. No es, desde luego, una idea universal (v.) sino una relación constante entre el medio vital del animal y sus tendencias afectivas. Las emociones que el animal experimenta ante un objeto (p. ej., la de hambre ante la comida), son las que determinan el sentido que éste tiene para él.
     
      A diferencia del simple reflejo (v.), el i. no debe confundirse con una simple respuesta automática a un impulso externo. Se trata, por el contrario, de una conducta interiormente dirigida hacia un fin. La evidente facilidad con que se desarrolla el i. no es razón suficiente para confundirlo con una cadena de reflejos. En cuanto aparecen las dificultades, la diferencia entre ambos tipos de conducta salta a la vista. El i., que obedece a impulsos interiormente dirigidos, encuentra siempre, a veces mediante acciones muy complejas, el modo de adaptarse a la nueva situación; lo que evidentemente no se echa de ver en la conducta simplemente mecánica del reflejo. Esta adaptación de que hablamos, no debe entenderse en el sentido de una invención, sino como la puesta en marcha de mecanismos inscritos en la misma naturaleza del animal, es decir, innatos. Mas es precisamente él el que tiene que elegir, entre los varios que encuentra a su disposición, el que más conviene a la circunstancia presente. Lo que supone una cierta actividad intencional (v. INTENCIONALIDAD) de carácter representativo.
     
      Otro tanto conviene decir acerca de la pretendida identificación del i. con el tropismo (v.). Es evidente que la acción del tropismo excluye absolutamente toda vacilación o contingencia en la respuesta mecánica al estímulo externo. Pero es precisamente esta contingencia, este margen de indeterminación entre el estímulo y la respuesta, lo que caracteriza el psiquismo del i. frente a todo reductivismo mecanicista. Lo importante en este caso no es constatar la presencia de estímulos (v.), lo cual, por otra parte, es de todo punto innegable; sino ver cómo se desarrolla la respuesta a estos estimulantes (tanto internos como externos). Y vemos que los mecanismos por los que se desarrolla la conducta instintiva no son sino simples instrumentos al servicio del i. mismo. Es necesario apelar, por tanto, no a los mecanismos, sino al impulso que los utiliza en su propio provecho.
     
      Si comparamos el i. con el hábito (v.), advertiremos que aquél no mejora la naturaleza, sino que sólo la conserva. Por el contrario, el hábito la enriquece. Además el mecanismo del hábito es fruto del ejercicio; el del i. es cosa natural.
     
      He aquí, por consiguiente, las dos notas que definen esencialmente al i.: a) tendencia interiormente dirigida hacia un fin; b) fenómenos representativos que provocan y orientan al desarrollo de sus manifestaciones concretas. Ambos factores son, como decíamos, esenciales. La representación no tendría significado alguno para el animal si no estuviera íntimamente conectada con una determinada tendencia a la que actualiza. Mas, por otra parte, la misma tendencia (v.) permanecería ineficaz sin la intervención de una representación que la provoca, la orienta y, en una palabra, la actualiza. Impulso y representación están, pues, en causalidad recíproca. El i. es, según esto, un hecho de estructura consistente en una organización inconsciente, innata y hereditaria de tendencias e imágenes que se traducen mediante una serie de mecanismos específicos.
     
      Toda conducta instintiva se acompaña siempre de una determinada emoción. De donde no es posible inferir la existencia de un i. allí donde observamos señales de una excitación emocional. Es la emoción la que pone en marcha el impulso instintivo que se traduce, como hemos dicho, por una serie de mecanismos teleológicamente ordenados a la satisfacción de la necesidad objeto del instinto.
     
      Este hecho nos podría servir para esbozar una clasificación de las diversas conductas instintivas. Sin embargo, el criterio de las emociones específicas no es del todo recomendable, debido -a que el carácter subjetivo de las mismas impone una gran dosis de incertidumbre en su caracterización. Por ello mismo es mucho más eficaz seguir un criterio objetivo que consiste en describir las diferentes necesidades fundamentales del animal, para deducir de ellas los diversos i. que las satisfacen.
     
      A su vez, las necesidades se especifican por los objetos en torno a los cuales se desarrolla toda la actividad del animal. Estos objetos son tres: a) el alimento; b) el compañero o compañera sexual; c) el congénere. Objetos que determinan respectivamente la necesidad de alimentarse, de sexualizar y de agruparse gregariamente. Necesidades que se satisfacen por el i. de comer y de beber, el ¡.sexual (v. SEXUALIDAD) y el i. gregario (v. Ii).
     
      V. t.: IMPULSOS; TENDENCIAS; SEXUALIDAD.
     
     

BIBL.: R. JOLIVET, Tratado de filosofía, 11. Psicología, Buenos Aires 1956; F. BUYTENDIIK, Psychologie des animaux, 1928; íD, Traité de psychologie animale, París 1952; J. CUATRECASAS, PS2cobiología general de los instintos, Buenos Aires 1939; 1. F. ABELLO, Naturaleza de los instintos, Bogotá 1955; P. GUILLAUME, La psychologie anímale, 1940; A. BURLOUD, Príncipes d'une psychologie des tendentes, 1939; K. GOLDSTEIN, La structure de l'organisme, 1951; E. RABAUD, L'instinct et le comportement animal, 2 vol., París 1949.

 

J. PARDO MARTÍNEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991