Imperfección Moral
 

Noción y divisiones. La Teología moral distingue dos clases de imperfección: negativa y positiva. La i. negativa es la de aquellos actos humanos que no tienen toda la perfección que sería deseable; pero esto que les falta no es imputable al sujeto. Se trata de la imperfección que va inherente a todos nuestros actos. Por eso la i. negativa no contiene ninguna clase de pecado ya que es totalmente involuntaria en el sujeto. Son imperfecciones y no pecados, p. ej., las numerosas y desordenadas segundas intenciones que se mezclan en nuestros mejores actos y que no fueron el objeto primero de nuestra voluntad. Sin embargo, lo que en cada acto no es pecado sino i. se puede decir que de alguna forma se funda en pecados pasados, propios o ajenos. La i. positiva consiste en rehusar deliberadamente un acto mejor, siempre que la conciencia haya oído una llamada positiva a poner tal acto.

No hay ningún problema moral con respecto a la i. negativa (en ella no existe voluntariedad y no puede hablarse de imputabilidad moral). El problema se refiere a la i. positiva y puede plantearse de dos maneras: en referencia a la obligación de seguir una «llamada» especial (V. VOCACIóN) o a la obligación de seguir una llamada a una acción más perfecta dentro de la línea general cristiana. Aquí planteamos el problema, y formulamos la solución, en referencia a este segundo aspecto. Y nos preguntamos: la omisión deliberada de una acción mejor o la omisión de una manera mejor de realizar una acción, ¿es pecado?, ¿puede y debe catalogarse en la categoría de lo pecaminoso? O, con otra formulación positiva, ¿hay obligación de realizar esa perfección positiva?

Soluciones de los moralistas. Al problema planteado de ese modo los moralistas dan dos soluciones diferentes. Para algunos, el acto realizado sin la perfección positiva exigida es bueno (aceptan, pues, la distinción entre pecado venial e imperfección); para otros, es malo y, por tanto, pecado (leve, naturalmente): no se puede hablar de i. moral sin que sea al mismo tiempo pecado venial. Veamos los argumentos en que se apoya una y otra posición.

1) La imperfección positiva no es pecado (al menos no lo es siempre). Muchos moralistas siguen esta opinión (Hürth, Cathreim, Genicot, Lehmkuhl, Noldin, etc.). Se sirven de diversos argumentos: 1) No puede hablarse de pecado mientras no exista la trasgresión de una ley; ahora bien, en la i. positiva no se da tal trasgresión de ley alguna. 2) Hay distinción entre consejos y preceptos; nadie está obligado a practicar los consejos evangélicos, aunque deba amarlos y respetarlos; la i. moral se coloca no en la línea de los preceptos sino en la de los consejos. 3) Además, la conciencia moral individual no ve con la claridad suficiente, para que le obligue moralmente, la perfección del acto o el acto más perfecto; no hay una claridad de proposición como en los preceptos. Como se ve, son argumentos que saben a una moral de tipo legalista y minimalista que hace excesivo hincapié en la diferencia entre lo que está mandado (precepto) y lo que está sólo aconsejado (v. CONSEJOS EVANGÉLICOS). Conviene, sin embargo, anotar que estos mismos autores indican las consecuencias a que puede conducir el no seguir la llamada de Dios a una mayor perfección: desagrado del Señor, pérdida de las gracias, dificultad en la salvación, etcétera. Llegan incluso a afirmar que de hecho habrá pecado en casi todos los casos: porque un acto mejor, visto como tal y considerado como posible, no será admitido por un motivo malo; y el rechazo deliberado de tal perfección será de ese modo pecaminoso por el motivo malo que lo está condicionando.

2) La imperfección positiva es pecado. Esta segunda opinión es seguida, sobre todo, por autores tomistas, apoyándose en la doctrina de S. Tomás de que no puede haber acciones indiferentes (el motivo hace que una acción determinada tenga que ser siempre buena o mala, sin posibilidad de que sea indiferente; v. ACTO MORAL 1; MORAL I, A). Así, p. ej., Vermeersch, Prümmer, Ranwez, Palazzini, etc. Los autores que defienden esta opinión, afirman que el quedarse de modo consciente y voluntario más abajo del ideal cristiano, o el omitir con toda conciencia y voluntad lo que claramente se reconoce como más apropiado a la situación personal, mejor que imperfección, debería llamarse pecado. De modo que proponerse por principio no aspirar a la perfección del amor a Dios y al prójimo, es sumamente peligroso para la salvación. De todos modos afirman que cuando alguien omite conscientemente lo que, vistas las circunstancias, conoce como más perfecto para sí, no cometerá generalmente más que pecado venial, a no ser que se trate de un precepto que vincule de un modo universal, o que concurran circunstancias especiales que pongan en juego una ley general. Esa línea, en la que se han movido siempre los autores ascéticos, es la que recogen actualmente muchos moralistas con acopio de datos bíblicos, como, p. ej., G. Thils (Santidad cristiana, 5 ed. Salamanca 1968), Háring, etc.

Las razones en que se apoya esta opinión son, entre otras, las siguientes: 1) El que se cierra a toda perfección practica una moral estática, que no está de acuerdo con la moral evangélica que incluye la tendencia continua a una perfección mejor (v. SANTIDAD). 2) La caridad (v.) es el primer precepto cristiano; y este precepto está formulado en un sentido de totalidad: «amarás» a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (Mt 26,37); una moral que se basa en la ley de la caridad tiene que tener un dinamismo hacia la perfección (v.), y una perfección cada vez más exigente. 3) La moral cristiana no ha de fundarse principalmente en leyes exteriores, sino en la llamada de Dios (v. LEY vil, 4); ahora bien, la llamada de Dios tiene un carácter más personal y se dirige a cada uno en su propia circunstancia; la falta moral no consiste principalmente en trasgredir una ley, sino en desoír la llamada de Dios. 4) La distinción entre consejo y precepto no ha de entenderse como si existiesen dos grados de vivir el cristianismo; lo que existe es la mayor o menor profundización en la respuesta a la llamada de Dios (v. CONSEJOS EVANGÉLICOS).

Conclusión. Teóricamente es más convincente la segunda opinión, que está, por otra parte, más de acuerdo con la moral católica: moral de exigencia, de perfección, de crecimiento continuo, etc. Esta opinión recibe una mayor luz y una mayor fuerza, en la doctrina del Conc. Vaticano II, que habla en el cap. 5 de la Const. Lumen gentium de la vocación universal a la santidad: todo cristiano, cualquiera que sea su estado o condición de vida, está verdaderamente llamado, y, por tanto, también está obligado, a tender a la perfección cristiana (V. SANTIDAD).

Pero quizá más que de dos tesis en contraste se trate de un diverso planteamiento del problema, que para unos es considerado de manera más abstracta y para otros es visto en la situación concreta de cada individuo, en la que ciertamente la omisión de un bien mejor o no es legítima o tiene razón de pecado. Eso hace que en la literatura ascética siga siendo válida la consideración de la imperfección como distinta del pecado venial (también porque a veces en la lucha ascética no es fácil distinguir entre i. negativa y positiva). De ahí -que los manuales de Ascética dediquen un apartado al tema de la imperfección (cfr. 1. Tissot, La vida interior, 13 ed. Barcelona 1963, 142-154; B. Baur, En la intimidad con Dios, 8 ed. Barcelona 1970, 123-132).

Por lo demás, desde un punto de vista práctico parece clara la admisión de los siguientes principios: 1) Todo cristiano tiene la obligación de abrirse a las nuevas exigencias de la caridad; no puede cerrarse en los preceptos de tipo general. 2) Ante una llamada clara de Dios hay que insistir en la obligación de seguirla (o al menos hay que insistir en la gravedad de rehusarla). 3) En el ámbito de las gracias individuales hay que excluir toda imposición de fuera y todo deseo de legislación universal. 4) Conviene tener en cuenta el carácter dinámico y progresivo de la vida cristiana.

V. t.: ILUMINATIVA, VÍA, 1 y 2; PECADO IV; PURIFICACIÓN DEL ALMA, 2; PERFECCIÓN; SANTIDAD.


MARCIANO VIDAL.
 

BIBL.: R. BROUILLARD, Pour 1'histoire de l'imperfection morale, «Nouvelle Revue Théologique» 58 (1931) 217-238; F. HUERTH, De imperfectione positiva, «Gregorianum» 5 (1924) 102-106; F. HuGUENV, Imperfection, en DTC VII,1286-1298; R. GARRIGOU-LAGRANGE, L'imperfection, est-elle distincte du peché véniel?, «La Vie spirituelle» 11 (1925) suppl.; E. RANWEZ, Peché véniel et imperfection, «Ephemerides Theologicae Lovanienses» 3 (1926) 177200; 5 (1928) 32-49; íD, Peché véniel ou imperfection, «Nouvelle Rev. Théologique» 2 (1931) 114-135; M. SÁNCHEz, De imperfectione moral¡, «Angelicum» 27 (1950) 73-80; J. C. OUSBOURN, The Morality of imperfections, Washington 1943 (cf. «Thomist» (1942) 388-430; 669-691); G. B. SACCHETTI, In:perfezione e colpa, posizione del problema in S. Tonzmasso, Roma 1945; P. BARSi, Note storico-dottr¡nazi sal problema dell'imperfezione morale, Roma 1961; P. PALAZZINI, Imperfectio, en Dictionarium morale et canonicum, II, Roma 1965, 633-635; O. LOTTIN, Morale fondamentale, Tournai-París 1954, 499-505.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991