Idolatría. Sagrada Escritura.

Introducción. ¡dolo (en griego eídólon) es la traducción más común de unos nombres hebreos, diversos entre sí. La palabra eídólon significa propiamente la imagen, el fantasma forjado por la fantasía. En la traducción del A. T. al griego por los Setenta se emplea para designar unas realidades más concretas, expresadas en el original hebreo por voces diversas: Selem: que significa «talla», «escultura» (Num 33,52); 'Asabbim: usado siempre en plural, significa «imagen tallada» (1 Sam 31,9); Semel: nombre de origen fenicio; significa «estatua de piedra» o «de madera» (Ez 8,3.5); Massékáh: «imagen fundida», en molde de arcilla (Ex 32,4.8); 'Eben maskith: «piedra con alguna imagen tallada» (Lev 26,1). La palabra maskith no significa necesariamente una imagen idolátrica; puede designar las imaginaciones de la fantasía. etc.

Otra palabra hebrea para designar la «imagen de seres vivientes» es tabnit (Dt 4,16-18). Pero los Setenta no la traducen por eídólon. Como el maskith no significa propiamente imagen idolátrica, a no ser que el mismo contexto lo suponga. Además en los Setenta se emplean otras voces para significar a veces estas realidades idolátricas; las voces más frecuentes son: eikon (Sap 13,6) y `ágalma (Is 21,9). Finalmente, la Biblia trae los nombres de falsas divinidades, mencionadas por diversos motivos, todos ellos relacionados con la historia de Israel. Todos estos nombres de falsos dioses pueden ser encuadrados bajo el título general de ídolos (cfr. F. Prat, o. c. en bibl., 822-825).

Descripción bíblica de los ídolos. La Biblia mantiene una lucha constante contra la idolatría. En primer lugar la legislación y la predicación profética insisten frecuentemente en la prohibición de fabricar imágenes de Yahwéh (Ex 20,4-5; Os 2,10; Is 2,8; Ez 8; etc.). Además, y ya refiriéndose a los falsos dioses, describe a los ídolos con tonos despectivos: son imágenes sin contenido, vanidades, naderías, imágenes impotentes, ciegas, que no hablan ni caminan, etc. (Ps 155,5-7; Is 45,20; etc.); no son dioses, sino imágenes engañosas (Hab 2,18); son, a lo más, representaciones de los demonios (Dt 32,17; 1 Cor 10,20). Los ídolos son hechura de los hombres. Las primeras imágenes de ídolos que se mencionan en la Biblia son los térafim de Gen 31,34, que, por el contexto, parecen ser estatuillas de los dioses domésticos. En cambio, en 1 Sam 19,13-16 el térdfim con que Mikal engaña a Saúl tiene unas proporciones humanas.

Como datos informativos se nos cuenta que para fabricar los ídolos se empleaban metales preciosos, plata y oro (Ps 115,4; Os 8,4); bronce chapeado de oro y plata (ler 10,4); la madera es mencionada con frecuencia como materia prima de los ídolos; la piedra no era tan frecuente. Los ídolos aparecen a veces vestidos con ricas telas (Is 30,22), adornados con piedras preciosas, coronados con tiaras (Ez 23,15), colocados en algún pedestal u hornacina (Is 44,13; Sap 13,15). Jeremías, en el cap. 10, intenta describir la fabricación de los ídolos a grandes rasgos (Ier 10;1-16), contraponiéndolos al mismo Yahwéh (véase también una completa descripción de la materialidad de los ídolos en Sap 13,10-19).

Culto idolátrico. La Biblia prohíbe terminantemente el culto a los ídolos. Pero no sólo prohíbe el culto a las imágenes de dioses falsos, sino incluso manda que no se hagan imágenes de Yahwéh. Por eso podemos distinguir, situándonos en el A. T., dos formas de quebrantar la Ley que de algún modo se pueden incluir dentro de la idolatría: el uso de imágenes de Yahwéh y el culto a los ídolos propiamente dicho.

1) Culto a imágenes de Yahwéh. Que a pesar de la prohibición de la Ley se dieran algunos casos de ese culto ha sido sugerido por algunos desde dos puntos de vista. Uno desde la hipótesis de la contaminación que Israel pudo tener con los cultos de los pueblos vecinos, particularmente de los cananeos (v. CANAÁN II). Y otro desde la interpretación de una serie de hechos narrados en la misma Escritura que parecen confirmar la existencia de este culto idolátrico de Yahwéh.

En principio hay datos que llevan a admitir una infiltración de los cultos idolátricos, en particular de los cultos de Baal (v.), en el pueblo de Israel. Oseas lo afirma, aunque dice que fue algo transitorio (Os 13,1-3); Jeremías testifica este culto de Baal en las calles dé Jerusalén (ler 2,23; 11,13). Ezequiel parece que. también lo describe en su cap. 6,4-6. En los nombres teóforos encontramos a Baal en sustitución de los nombres de Dios, Yahwéh o Él: Beelyada, por Elyada; Yerub-baal, Isbaal, etc. La contaminación parece cierta; pero es difícil precisar en qué momento empezó esta «baalización» en Israel, y qué alcance tuvo. La instalación de los israelitas en Canaán y su vida pacífica, con intercambio comercial con los cananeos, marcan los momentos, principales de esta «baalización». ¿Llevó en algún momento o en algún lugar ese influjo cananeo a hacer imágenes de Yahwéh? Un ejemplo extremo que podría citarse es el de 1 Reg 12,26-33 donde se narra que Jeroboam hizo construir dos becerros de oro; pero ahí parece más bien que se trata de un sincretismo entre el yahwismo y otras religiones, con introducción de un nuevo sacerdocio, etc. Otros hechos que algunos autores citan en favor de la hipótesis mencionada son:

a) El ídolo de Miká (Idc 17,1-13; 18,30-31). Todo este primer apéndice del libro de los jueces (v.) quiere demostrar la anarquía imperante en Israel antes de que viniera la Monarquía. La anarquía se manifiesta, de forma especial, en el culto, cuyo centro lo ocupa una imagen que recibe unas veces el nombre de «imagen tallada», y otras el de «ídolo de fundición». Era una imagen de Yahwéh. Miká y los danitas parecen de otra parte ser adoradores sinceros; por eso buscan para sacerdote de su santuario a un levita; y cuando ya lo tiene, concluye Miká: «Ahora sé que Yahwéh me favorecerá, porque tengo a este levita como sacerdote» (Idc 17,13).

b) El efod de Gedeón. Gedeón (v.) fabrica con los anillos y collares recogidos a los madianitas un efod, que tiene todas las trazas de ser una imagen de Yahwéh. En otros pasajes bíblicos el efod es o un vestido sacerdotal (1 Sam 2,18) o un recipiente que contiene las suertes sagradas (1 Sam 2,28; 14,3). Pero en 1 Sam 21,10 se habla de un efod, detrás del cual está la espada de Goliat, y que más parece ser una estatua que la bolsa de las suertes o el vestido sacerdotal. En cualquier caso el efod que fabrica Gedeón es un símbolo divino, al que se rinde culto idolátrico: «Gedeón hizo con todo ello un efod, que colocó en su ciudad, en Ofrá. Pero todo Israel se prostituyó allí tras él y vino a ser una trampa para Gedeón y su familia» (Idc 8,27). Sin embargo, la interpretación de este texto de Idc no es clara. Lagrange piensa que la palabra efod no es auténtica; quizá se introdujo para sustituir otra que designaba a un ídolo. Por lo demás los versículos siguientes (Idc 8,33-35) describen a Gedeón como alguien que, aun con límites, mantuvo el culto a Yahwéh, que fue en cambio abandonado a su muerte.

c) Imagen de Yahwéh sobre el arca. Mowinckel se empeña en deducir de algunos textos bíblicos que Yahwéh tenía una representación sensible colocada sobre el arca. Las suposiciones en que se basa esta interpretación son bastante vagas; debe ser rechazada.

d) El Horror de Maaká. Es un objeto, al parecer idolátrico, que Maaká, abuela del rey Asá, había levantado. Pero tanto se puede tratar de una imagen idolátrica como de un baldaquino que albergaba la imagen de algún dios o diosa; dice el texto que «Maaká... había hecho un Horror para Aserá» (1 Reg 15,12-13). También se dice de Manasés (2 Reg 21,7; 23,6) que había colocado el ídolo de Aserá en la Casa de Yahwéh. Estos dos últimos casos, si son veneraciones idolátricas de Yahwéh, son episodios aislados y que terminan al poco tiempo de su aparición.

En resumen se puede decir que, aparte esos episodios más bien restringidos, el culto a Yahwéh se mantuvo, en general, en un culto sin imágenes (v. Dios iii); de una forma total, en tiempos de los Patriarcas y durante la peregrinación por el desierto (el libro de la Sabiduría recuerda esta pureza del culto en los orígenes del pueblo: Sap 14,13), con alguna infiltración en la época de los jueces, etc. Pero los casos de representaciones de Yahwéh por imágenes existen por contaminación con los cultos cananeos; pero son pocos, aislados, en oposición a la legislación vigente y criticados por los profetas, particularmente por Oseas (v. IMAGEN DE DIOS).

Además, según afirma Durig, «los resultados negativos de las excavaciones parecen confirmar lo que por todos los estratos de la legislación (Ex 20,4 s.; 20,23; 34,17; Lev 19,4; Dt 4,15-25; 5,8 y pass.) y por la lucha de los profetas contra el culto de las imágenes (Os 2,10; 8,4-14; 10,5; 11,2; Is 2,8; 10,10-12; 17,7; 40,12-26; 44,9-20; Ier 2,26-28; 10,1-16; Ez 8; 14; 16; 20; 23) sabíamos sobre la ausencia de imágenes en el culto oficial del Dios de Israel».

Preguntémonos ahora por las razones de esta legislación sobre el culto divino sin imágenes. Se entiende en seguida el precepto del decálogo (Dt 27,15; Ex 20,4; Dt 4,9-28; v.) cuando se trata de dioses falsos; en cambio, ¿por qué cuando se trata de Yahwéh? Para comprenderlo bien hay que situarse en la mentalidad de aquella época. La imagen, en el mundo semita, no era sólo un signo sensible de una realidad superior, sino que tenía un valor casi mágico y se pensaba que quien tenía una imagen obtenía en algún sentido como un poder sobre la misma divinidad. La legislación prohibitiva de las imágenes y la predicación de los profetas contra las representaciones de Yahwéh no buscan, pues, sólo defender la espiritualidad de Dios, sino afianzar la trascendencia de Dios, que no puede ser «apresado» por el hombre ni puede limitarse a unos moldes de materia. Por eso cuando llega la época cristiana, en la que la Revelación se ha consumado y tanto la espiritualidad como la trascendencia y la omnipresencia de Dios están clarísimamente asentadas, esa prohibición ha sido superada y el uso de imágenes es legítimo (v. IMÁGENES).

2) Culto idolátrico de los falsos dioses. Los israelitas admitieron, en algunos casos, la existencia de otros dioses. A veces recuerdan que sus antepasados les habían rendido culto (los 24,2; Idc 11,24; 1 Sam 26,19). Instalados en Canaán, no sólo «baalizaron» el culto de Yahwéh, sino que cayeron en el error de adorar también a los dioses cananeos: Baal Peor (Num 25,1-3; v. BEELFEGOR), Baal (v.) y Astarté (v.), figuras que sintetizan en el A. T. las divinidades cananeos (Idc 2,11-13), a los que levantaron altares y estelas sagradas (1 Reg 14,22-24 y 2 Reg 21,2-6), como después adorarán a los dioses asirios y babilonios, cuyo panteón les fascinaba (cfr. Is 17,8).

Los reyes de Israel y Judá tuvieron una parte en la contaminación idolátrica del pueblo, tanto por su negligencia cuanto, sobre todo, por las alianzas políticas y comerciales con los otros pueblos que les llevaron a admitir el culto de sus dioses. Recordemos, p. ej., la época última del reinado de Salomón (1 Reg 11,1-12). Particularmente grave fue la época de Manasés y de su hijo Amón (687-640 a. C.), en la que el mismo rey favoreció un sincretismo religioso que conmovió la auténtica religiosidad de Israel. Yahwéh sigue siendo el Dios supremo de Judá y ocupa el centro del culto en el templo de Jerusalén; pero alrededor de Yahwéh se asocian otros dioses: «alzó altares a Baal e hizo un cipo como lo había hecho Ajab, rey de Israel; se postró ante todo el ejército de los cielos y le sirvió. Construyó altares (a los dioses paganos) en la Casa de la que Yahwéh había dicho: En Jerusalén pondré mi morada. Edificó altares a todo el ejército de los cielos en los patios de la Casa de Yahwéh. Hizo pasar a su hijo por el fuego; practicó los presagios y los augurios, hizo traer adivinos y nigromantes... Colocó el ídolo de Aserá, que había fabricado, en la Casa (de Yahwéh)» (2 Reg 21,3-7).

Israel había caído antes que Judá en la i., por obra de los reyes. El santuario de Betel parece ser el centro de toda esta religión sincretista tanto para Judá como para Israel: «abandonaron todos los mandamientos de Yahwéh, su Dios, y se hicieron ídolos fundidos, los dos becerros; se hicieron cipos y se postraron ante todo el ejército de los cielos y dieron culto a Baal...» (2 Reg 17,16-17). «Cada nación se hizo sus dioses y los pusieron en los templos de los altos que habían hecho los samaritanos... Veneraban también a Yahwéh y se hicieron sacerdotes en los altos... Reverenciaban a Yahwéh y servían a sus dioses según el rito de las naciones de donde habían sido deportados» (2 Reg 17,29-33). El grado que alcanzó este sincretismo religioso se puede adivinar leyendo el episodio último del ministerio profético de Jeremías (Ier 44).

Contra la i. y contra este sincretismo religioso luchan sobre todo los profetas. Sus argumentos son: ridiculizar a los ídolos, que no son nada y no pueden nada (1 Reg 18,18-40); pintar la degradación de su culto: cuando Israel los adora, comete un adulterio, una fornicación, pues se aparta del amor de su Dios (Os 2,4-10; Ier 2,33), abandona a su Dios glorioso para irse tras ídolos inútiles (Ier 2,11), dioses de mentira (Am 2,4), pedazos de madera (Os 8,6).

El destierro babilónico despierta la conciencia religiosa de Israel. Los desterrados, aleccionados por los profetas y sufriendo en sus propias vidas el castigo de la idolatría, se vuelven a Yahwéh con sinceridad total. El destierro marca una vuelta al yahwismo más integral. La predicación insiste en que esos llamados los «otros dioses» no son verdaderos dioses; no pueden anunciar el porvenir; en realidad no existen; adorarlos es engañarse y traicionar a Yahwéh olvidando las obras buenas, salvadoras, que éste ha realizado siempre con su Pueblo.

El libro de las Sabiduría profundiza en la crítica de la i., exponiendo las causas de las que brotó la adoración de los ídolos y las malas consecuencias que produjo y que produce todavía para el Pueblo de Dios (Sap 13,1-14,21).

En tiempo de los Macabeos aparece en Israel un nuevo peligro de i. La fidelidad a la Ley y al yahwismo tradicional se ve amenazada por el helenismo circundante patrocinado por Antíoco Epifanes. A todo lo largo de los libros de los Macabeos corre esta tensión dramática. La reacción de los israelitas es fuerte y valiente.

Como resumen de esta historia se pueden citar unas palabras del libro de Judit: «Verdad es que no hay en nuestro tiempo ni en nuestros días, tribu, familia, pueblo o ciudad de las nuestras que se postre ante dioses hechos por mano del hombre, como sucedió en otros tiempos... Nosotros no conocemos otro Dios que Él» (ldt 8,18.20). De hecho, situándonos ya en el N. T., en los Evangelios no hay casi ninguna referencia a ídolos o dioses falsos. Fue sólo al salir de los límites de Palestina cuando el cristianismo tuvo que enfrentarse a los ídolos. La predicación apostólica presenta a los ídolos como vanidades, como seres vacíos, obras de las manos de los hombres (Act 7,41; 1 Cor 8,4), imágenes corruptibles (Rom 1,23), nodioses (Gal 4,8). S. Pablo asocia el culto a los ídolos con el culto a los demonios. Los ídolos no son nada; pero participar en los sacrificios de los ídolos es ofrecerlos a los demonios y entrar en comunión con ellos (1 Cor 10,19-20). El Apóstol depende, en esta asociación «ídolo=demonio» de Dt 32,17 (cfr. Bar 4,7; Ps 95,5; 106,37). S. Pablo aconseja a los cristianos que se abstengan de comer los animales sacrificados a los ídolos, no porque sea algún pecado, pues el ídolo no es nada, sino por no escandalizar a los hermanos que creen que eso es algo malo (1 Cor 8,1-13; 10,19.28). El Concilio de Jerusalén manda abstenerse de las carnes sacrificadas a los ídolos (Act 15,29). Y el comer de los animales sacrificados a los ídolos es algo que reprende S. Juan en el Apocalipsis (2,14-20).

De otra parte se señala que la actitud idolátrica puede tener otro tipo de concretizaciones. ídolo es, en la predicación cristiana, el dinero (Mt 6,24; Eph 5,5), el poder político (Apc 13,8), la observancia exagerada de la Ley (Gal 4,8-9), la envidia, el odio, el placer (Rom 6,19; Tit 3,3), etc.; todo lo que hace al hombre esclavo del pecado y le aparta del verdadero servicio de Dios es ídolo.

V. t.: IMAGEN DE DIOS; IMÁGENES; ANIMAL IV; DEMONIO; BEELFEGOR; ABOMINACIÓN; ANATEMA.

S. GARCÍA RODRÍGUEZ.

BIBL.: F. ALVAREZ-S. BARTINA, Idolatría, en Enc. Bibl. IV,7379; A. COLUNGA, El culto de las imágenes en la Ley mosaica, «Cultura Bíblica» 10 (1953) 19-20; W. DURIG, Imagen, en Diccionario de Teología bíblica, Barcelona 1967; A. FAux, Idolothyte, en DB (Suppl.) IV,187-195; 1. B. FREY, La question des images chez les juifs á la lumiére des récents découvertes, «Berytus» 15 (1934) 265 ss.; A. GELIN, Idoles, idolátrie, en DB (Suppl.) IV, 169-186 (con abundante bibl.); V. GRUMEL, Images (culte des), en DTC VII,1-766-768; H. LESETRE, Imagen, en DB III,1,843-844; A. MICHEL, Idolátrie, Idole, en DTC VII,1,602-669; E. MANGENOT, Idolothytes, en DTC V11,1,669-685; F. PRAT, Idolátrie, en DB II1,1,809-816; íD, Idole, ib. 816-830; L. TURRADO, La Sagrada Escritura y las imágenes, «Cultura Bíblica» 4 (1947) 142-146.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991