HUME, DAVID


Datos biográficos. Escritos. Filósofo e historiador, nació en Edimburgo (Escocia) el año 1711. Desde temprana edad manifestó una marcada vocación por la filosofía y la literatura, lo cual le ocasionó la oposición de su padre, quien pretendía dedicarle al estudio de las leyes. H. siguió la iniciativa paterna, pero no mucho tiempo, entrando posteriormente a trabajar en un comercio de Bristol. Tampoco la profesión mercantil contenta al muchacho, y así cruza el canal de la Mancha para instalarse en Francia donde permanece de 1734 a 1737. Allí compone el Treatise, pero su publicación no tuvo el éxito apetecido y el fracaso le ocasionó una amarga decepción. No obstante, fue suficiente para que su personalidad intelectual quedase en adelante marcada con un sello de peligrosidad; por esa razón sus comienzos no fueron fáciles. En 1745 quiso obtener una cátedra en la Univ. de Edimburgo, pero el clero anglicano hizo todo lo posible para que se le negara y fuese concedida a otro candidato. Comienza después para H. una época de viajes; recorre Holanda, Alemania, Austria e Italia. En 1749 regresa a Inglaterra, para obtener en 1752 el éxito tan deseado al ser nombrado bibliotecario de la Facultad de Derecho de Edimburgo. En la paz de su rincón universitario redacta una historia de Inglaterra, y en 1763 va de nuevo a Francia como secretario de embajada de Lord Hertford. Seis años más tarde vuelve a Inglaterra, donde es promovido al cargo de subsecretario de Estado de Escocia, del que dimite al poco tiempo para retirarse a su ciudad natal, en la que fallece durante el año 1776. Los historiadores de este periodo de la «ilustración» (v.) europea no dejan de señalar en la biografía de H. la hospitalidad que el filósofo británico dio a Rousseau (v.) en sus propiedades; pero él y el ginebrino no habían nacido para entenderse, por lo que, no tardando mucho, se quebró la amistad.
     
      Hume publicó los siguientes escritos: A treatise of human nature, being an attempt to introduce the experimental method of reasoning finto moral subjects (Tratado de la naturaleza humana, con el intento de introducir el método experimental de razonar en los temas morales), Londres 1739-40; Essays moral and political (Ensayos morales y políticos), editados en 1741-42; Philosophical essays concerning human understanding (Ensayos filosóficos sobre el entendimiento humano), refundición del Treatise, publicada en 1748, y que en su segunda edición -1751- cambió el título por el de An enquiry concerning human understanding; An enquiry concerning the principies of moral (Investigaciones sobre los principios de moral), 1751; Political discourses, 1752; History of Great Britain (Historia de Gran Bretaña), en 4 vol. aparecidos entre 1754 y 1761. Siguieron: Four dissertations (Cuatro disertaciones), 1757; y Dialogues concerning natural religion (Diálogos sobre religión natural), así como un Ensayo sobre el suicidio y la inmortalidad, inacabado; estas dos obras se publicaron a título póstumo.
     
      Hume, filósofo del análisis empírico. No se puede comprender a H. sin considerar que su época conoce una plena vigencia y sobrevaloración del método experimental
      (V. EXPERIMENTACIÓN CIENTÍFICA). La asimilación que hace de este «clima científico» se reflejará en sus actitudes filosóficas fundamentales: una fobia a toda especie de racionalismo (v.) y el reducir todo su pensamiento al análisis empírico (V. EMPIRISMo). Tales propósitos se reflejan en el siguiente fragmento del Enquiry: «El único método de liberar prontamente a la cultura de estas cuestiones abstrusas es hacer una seria investigación sobre la naturaleza del entendimiento humano, y mostrar, por medio de un análisis exacto de su poder y de su capacidad, que no está adaptado en ninguna manera para objetos tan remotos y abstrusos». ¿Qué arroja como resultados tal análisis...? La respuesta es dar simplemente todas las conclusiones de un empirismo extremo. Desde una cuidadosa anatomía de las sensaciones (v.), H. intenta destruir las posiciones tradicionales y perennes de la Metafísica (v.).
     
      Según H., no existen ideas innatas, afirmando como axioma que no hay nada en el entendimiento (v.) que antes no haya pasado por los sentidos (v.). El esquema explicativo del conocimiento (v.) es totalmente mecanicista (V. MECANICISMO); la sensación (v.) es concebida como la impresión de una huella en la facultad sensible. Hume afirma que en la mente no hay más que dos tipos fundamentales de conocimiento: impresiones e ideas; las primeras son actuales, vividas e intensas, fijándose en los sentidos exteriores; las segundas, se localizan en los sentidos internos y son meras improntas de las anteriores; débiles, pálidas y menos vivaces. Ambas pueden ser simples o complejas, según que su contenido sea el de una cualidad (v.) o estado anímico o simplemente nos dé a percibir un objeto (v.). La constitución del objeto se realiza, no de una forma azarosa sino según unas leyes tan ineluctables y firmes como la fuerza gravitatoria medida por Newton; se trata de las leyes de «asociación de las ideas» (v.), las cuales se unen: a) por semejanza y desemejanza; b) por contigüidad espacio-temporal; y c) por relación de causa a efecto.
     
      Las ideas universales y la crítica de la metafísica. Si para H. toda idea es una huella particular, una idea universal será una huella particular, pero con una función representativa general. Para hacer que una idea alcance esta extensión es necesario que colaboren: la mecánica asociativa, el hábito (v.) y la memoria (v.), así como el lenguaje (v.) con su poder denotador. Será fácilmente detectable la suerte que van a sufrir las «ideas universales» del racionalismo y de la tradición medieval. Ninguna de las categorías proverbiales deja de disolverse en análisis tan corrosivos. La sustancia (v.), p. ej., nos brinda un concepto sin consistencia, porque cuantas veces «creemos» en la sustancialidad de algo nos limitamos a registrar «una colección de ideas simples, unidas por la imaginación y designadas por una palabra particular» (Treatise, 1, sec. 6a). Una naranja, p. ej., es solamente una suma de percepciones de color, volumen, suavidad, temperatura, sabor..., forzándonos la costumbre, según H., a que las veamos siempre unidas, y a que creamos que hay debajo de todas ellas un misterioso sustrato permanente. Tal creencia, sin embargo, carece de valor empírico, por tanto, de certeza. Lo mismo cabe decir de esa otra «sustancia» que es el yo (v.) personal; la autopercepción me da a conocer un flujo de imágenes (v.) y percepciones (v.) sucesivas en perpetuo movimiento; la misma mecánica que actúa para construir cualquier idea de sustancia, confeccionará con estos elementos la idea de un yo subsistente. De esta manera surge la idea de un sustrato personal, de una identidad personal o espíritu; pero tal idea es imaginaria según H. porque es metaempírica. No hay lugar para hablar de espiritualidad (v.) o de inmortalidad (v.), porque estos predicados pierden sentido al atribuirse a una idea cuestionable para Hume.
     
      Todavía le queda a H. el aplicarse a destruir el concepto que es una de las claves de bóveda del edificio especulativo de la Metafísica: la causalidad (v.). Toda causalidad es, empíricamente considerada, una conexión de fenómenos o eventos que registra repetidamente la experiencia. Ahora bien, dice el filósofo escocés, el hecho de su constante enlace en el espacio y en el tiempo no prueba su implicación necesaria como pretende la ontología clásica. El principio de causalidad tiene un valor meramente empírico; o sea, sabremos que hay muchas secuencias de fenómenos que aparecen ligados y unidos en la experiencia, pero ignoraremos siempre la índole del nexo que los une y si este nexo es necesario, ya que H. no considera otro conocimiento más que el empírico. La Metafísica (v.), que es el saber sistemático y orgánico de todas las causalidades del universo, así como de la primera causa o Dios, no tiene sentido en el universo mental de H., es despreciada y proscrita, y para ella tiene las invectivas más acerbas: «seremos felices -escribe en el Enquiry- si, razonando de esta manera tan fácil, logramos destruir los fundamentos de esta filosofía abstrusa, que parece no haber servido hasta ahora más que como refugio de la superstición y asilo del absurdo y del error». También es tópico el aducir la conclusión del citado libro, donde H. preconiza la necesidad de hacer un «auto de fe» con todos aquellos libros que no traten de números o de materias de hechos, «porque no encierran más que sofismas e ilusiones».
     
      La ruina de la Metafísica es también en H. la ruina de la Religión (v.) llamada natural. Destruido, según él, el mecanismo lógico que daba validez a la prueba de la existencia de Dios, el principio de causalidad, se destruye la posibilidad de cualquier Teología racional o Teodicea (v.). Las religiones positivas tampoco quedan bien paradas en los escritos de H.; todas ellas se le antojan contradictorias, antropomórficas y constituyen un semillero de enigmas poco o mal resueltos. No obstante, la Religión tiene asignado un papel de hecho social, necesario para mantener la paz y el orden en el vulgo. El párrafo final de una de las Dissertations describe muy a las claras la póstuma de H.: «El todo es una adivinanza, un enigma, un misterio inexplicable; duda, incertidumbre, suspensión del juicio parecen los únicos resultados de nuestras más cuidadosas investigaciones sobre este argumento. Pero es tal la fragilidad de la razón humana y tal el contagio irresistible de la opinión, que aun esta duda no puede mantenerse sin dificultad. No indaguemos más y, oponiendo una especie de superstición a otra, abandonémoslas todas a sus discusiones. Nosotros, mientras dura la furia y las disputas, refugiémonos felizmente en las tranquilas, aunque oscuras, regiones de la filosofía».
     
      Moral y Política. En el terreno ético H. apenas añade nada nuevo a los postulados del empirismo. Eliminada la Metafísica, la Moral (v.) no podrá ya basarse en Dios o en un sistema de valores universales y necesarios, inscritos en la razón (V. t. ÉTICA). El juicio moral queda transferido a la esfera de la sensibilidad; por tanto, no debe determinar lo verdadero o lo falso, sino lo malo o lo bueno de las acciones o de las cosas. Lo bueno y lo malo son para H. sinónimos de lo útil y de lo nocivo. Hay que considerar, sin embargo, que este criterio no conduce a un individualismo ético, ya que la bondad-utilidad rebasa los marcos del criterio personal y entra en una dimensión colectiva.
     
      En lo referente a la Política (v.), H. es fiel a sus planteamientos filosóficos. La sociedad (v.) no es ni un contrato ni un sistema montado para evitar un estado original de beligerancia. El principio que une a los hombres es la simpatía y la utilidad. Para que todos los hombres encuentren ese trabajo de fines comunes, es necesario un poder que preste cohesión al organismo social y lo defienda contra los ataques que la propiedad y los contratos pueden sufrir desde los disidentes o no integrados.
     
      Valoración y crítica de las doctrinas de Hume. El lugar de H. en la historia del pensamiento filosófico se puede medir por el hecho de haber influido en Kant (v.), hasta el extremo de haberle despertado de su «sueño dogmático», y por haber influido tan hondamente en la filosofía anglosajona, que se puede justamente decir que ésta se nutre casi exclusivamente de él. Un juicio sobre él es comprometido, ya que supone en el fondo juzgar a la Metafísica en sí misma. Si tenemos presente la versión exclusivamente racionalista de la Metafísica como un exceso, no se puede por menos que admirar el espíritu analítico y depurador de H. frente a ella; pero si consideramos la Metafísica (v.) en su acepción más adecuada, se advierte la insuficiencia de sus planteamientos. Hay que señalar ante todo lo erróneo de su crítica de la causalidad (v.), y la falsedad de su reducción del conocimiento a la sensación. También se debe criticar su escepticismo (v.) agnóstico, aunque hoy día algunos autores tienden a interpretar éste atenuadamente. H. resulta exponente de una actitud del espíritu humano, figura representativa de una época pragmática y crítica que contribuyó a fortalecer en Occidente una nueva corriente, el empirismo, ya apuntado en Hobbes (v.), Locke (v.) y Berkeley (v .), y que abre el periodo llamado de la Ilustración (v.).
     
      V. t.: EMPIRISMO; DUSMO, 5; ESCEPTICISMO; EXPERIENCIA; GRAN BRETAÑA VI; SENSISMO.
     
     

BIBL.: Obras completas: The philosophical works of David Hume, ed. T. H. GREEN y T. H. GROSSE, 4 vol., Londres 1874; hay algunas obras traducidas al español a principios de siglo.Estudios: R. W. CHURCH, Hume's Theory of understanding, Itaca 1935; T. HUXLEY, David Hume, Londres 1879; N. K. SMITH, The philosophy of David Hume, Londres 1941; A. E. TAYLOR, David Hume and the miraculous, Cambridge 1927; C. E. VAUGHAM, Studies in the history of political philosophy, Manchester 1925; G. VLACHOs, Essai sur la politique de Hume, París 1955; B. MAGNINO, Il pensiero filosófico di D. Hume, Nápoles 1935; S. RÁBADE ROMEO, Hume y el fenomenismo moderno, Madrid 1975.-Visiones de conjunto: E. GILSON, La unidad de la experiencia filosófica, 3 ed. Madrid 1973, 227-282; B. MAGNINO, Iluminismo y cristianismo, I, Barcelona 1961, 178-219; F. AMERIO, Racionalismo y empirismo en los s. XVII y XVIII, en C. FABRO (dir.), Historia de la Filosofía, II, Madrid 1965, 85 ss.: G. FRAILE, David Hume, cap. XIII de Historia de la Filosofía, t. III, Madrid 1966, 838-856.

 

B. HERRERO AMARO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991