HOSPITALIDAD


Concepto y formas. Del latín hospitalitas, atis, virtud que se ejecuta en peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades; «buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros y necesitados» (Dic. Real Academia Española, 1970). También, según el mismo Diccionario, hospitalario, «aplícase a las órdenes religiosas que tienen por instituto el hospedaje; como la de Malta, la de San Juan de Dios, etc.», y también «al que socorre y alberga a los extranjeros y necesitados» «Dícese del que acoge con agrado y agasajo a quienes recibe en su casa y también de la casa misma». «Perteneciente o relativo al hospital para enfermos pobres». En estas versiones -las más usuales- se observa que la h. tiene relación con la caridad (v.) o amor al prójimo, matizada en el aspecto concreto de recepción o acogida y referida preferentemente al extranjero, al extraño, al desconocido, al viajero, al visitante (v. HUMANITARISMO). «Al decir que debemos ser solícitos en la hospitalidad no sólo se da a entender que recibiremos al huésped que venga a nosotros, sino también que busquemos, seamos solícitos, persigamos e inquiramos con diligencia por todas partes, no sea que acaso en alguna se halle en las plazas y tenga que dormir fuera de techo. Recuerda a Lot y hallarás que no los viajeros a él sino él mismo los buscaba a ellos; esto es ser solícitos en la hospitalidad» (Orígenes, Comentario a la Epístola a los Romanos, XII,13). Este concepto primigenio de la h. se ve desbordado por un significado mucho más amplio que se centra en el socorro a pobres y enfermos, centrado modernamente en la atención sanitaria indiscriminada, hasta el punto de que el hospital (v.) ha dejado de ser el lugar donde se atiende a los enfermos pobres y constituye, en lenguaje técnico-sanitario, un centro de servicios médicos al que concurren personas de todas las clases sociales.
     
      Estudio histórico social. En el Antiguo Testamento y en los monumentos literarios de las culturas más antiguas se encuentran continuas referencias a esta virtud de la h. entendida en su prístino sentido. Pero corresponde sin duda al cristianismo el haber impulsado las bases espirituales del más decidido y espontáneo movimiento de amor a los pobres del que la h. es su expresión más patente. «Aunque Séneca, Confucio y otros pensadores de la Antigüedad proponían como doctrina el amor a los hombres, sólo el cristianismo hace de este sentimiento un verdadero motor de la acción humana trascendiendo del propio sujeto para dirigirse hacia los demás» (R. Martín Mateo, La asistencia social como servicio público, Madrid 1967). «La idea cristiana, verdaderamente alimentadora del movimiento hospitalario que veía y ve todavía en el enfermo y en el pobre al divino Redentor» (Pío XII, Exhortación, 26 jun. 1956). «Es conveniente que llamemos también la atención sobre el precepto de la hospitalidad para que admitamos a los peregrinos, pues nosotros también somos huéspedes del mundo» (S. Ambrosio, Sobre las viudas, cap. I,5). «Apenas ven a un forastero le introducen en su propia casa y se alegran por él como por un verdadero hermano» (Arístides, cap. 16,7-9). «No os olvidéis de la hospitalidad pues por ello algunos, sin darse cuenta, hospedan a ángeles» (S. Pablo, Heb 13,2).
     
      Algunos pueblos mantienen orgullosamente la tradición hospitalaria (árabes, lapones, etc.), auxilio mutuo casi obligado por la extraordinaria dureza de condiciones geográficas y climatológicas que exacerbaron, sin duda, esa virtud, como el cristianismo solidario y perseguido de los primeros tiempos la potenció igualmente. Para algunos autores, la h. se identifica como «norma amistosa característica de los árabes y otros pueblos, según la cual un huésped, sea amigo o extraño, es agasajado y considerado inviolable durante su visita» (H. Pratt Fairchil, Diccionario de Sociología, México 1949).
      Si de la h. entendida como virtud individual y practicada a escala personal como obra de misericordia (dar posada al peregrino) pasamos a la h. organizada, movida por el mismo sentimiento cristiano pero actuada en una praxis colectiva y racional, vemos que la Iglesia asume en el mundo un papel casi exclusivo al respecto y no entregará la rectoría de la h., implicada ya en los modernos conceptos de derechos humanos, previsión social y seguridad social (v.) hasta bien mediado el s. xlx, sin que ello signifique el abandono de las prácticas hospitalarias, que sigue siendo uno de los atributos del cristianismo. En una síntesis de proyección histórica habría que remontarse a S. Elena (v.), madre del emperador Constantino, como fundadora de los primeros hospitales bajo el signo del cristianismo y a la obra de S. Basilio (v.) en su diócesis de Cesarea de Capadocia. «Los ejemplos de Santa Elena, de Eubule, de Sampron y San Basilio fueron seguidos por otros muchos cristianos y los hospitales y otros tipos de asilos se extendieron por toda la cristiandad de aquellos tiempos. Vemos así cómo San Efrén funda un hospital de trescientas camas para pestosos en Edesa; en 410 San Juan el Limosnero establece un hospital en Alejandría; Fabiola, nos lo dice San Jerónimo, funda el primer hospital para toda clase de enfermos, en Roma, el año 400; Childeberto I crea en 542 el que será conocido hasta nuestros días como el HótelDieu de Lyon, muy cambiado y reconstruido, por supuesto, desde entonces» (M. Zúñiga Cisneros, Historia de los hospitales, Caracas 1960).
     
      En la espléndida floración de conventos, cenobios y monasterios (v.) durante la Edad Media, la h. es ejercida por los monjes cristianos. La hospedería y el hospital son dependencias obligadas para atender a los peregrinos y extranjeros, así como a los pobres necesitados, cuando no son objeto de la actividad principal de los religiosos, como, p. ej., en el Hospital de Oviedo, fundado en el 802 por Alfonso el Casto o en los de Mont Cenis y San Bernardo, en la misma época. En la primitiva regla benedictina se dice que todos los huéspedes sean recibidos como Cristo «porque lo dijo Él; fui extranjero y me recibisteis». En el célebre Plano de San Galo se aprecia la especial atención con que están concebidas la hospedería y la enfermería del monasterio-tipo. «De ahí que en una época en que casi no había ciudades, los monasterios fueron la posada obligada de los viajeros de toda índole: gobernantes, peregrinos, comerciantes y hasta simples y cómodos vagabundos» (M. Zúñiga Cisneros, Seguridad Social y su historia, Caracas 1963).
     
      Las órdenes militares (v.), caballerescas o religiosas, alguna de ellas con la expresa acepción de Hospitalarias, practican la virtud de la h. cristiana. Son de las principales las de San Juan de Jerusalén, de los Templarios, Caballeros Teutones, Santiago, Alcántara y Calatrava; La Hermandad del Espíritu Santo, de Guido. de Montpellier, fundada en 1170 y la de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio. De la expansión de la obra hospitalaria en España dan fe los nombres de S. Juan de Dios (v.), Juan Luis Vives (v.), Juan de Mariana (v.) y Cristóbal Pérez de Herrera (creador del Albergue de Pobres de Madrid, luego Hospital General). Con el descubrimiento de América, en plena eclosión del movimiento hospitalario religioso, se trasplantan al Nuevo Continente las Instituciones ya consolidadas en la metrópoli. Hospitales, Asilos y Hospederías surgen como inmediata consecuencia de la fundación de ciudades y asentamientos. Las Leyes de Indias contienen numerosos preceptos que imponen esta actividad hospitalaria (L. Curiel Barragán, Índice histórico de disposiciones sociales, Madrid 1946) y la asistencia a los indígenas... En nuestros días, al margen de su ejercicio como virtud personal, la h., plenamente institucionalizada y asumida como obligación humanitaria o como derecho del hombre, es considerada como una de las «presxaciones» de la Asistencia Social o la Seguridad Social (v.).
     
     

BIBL.: L. VIVES, Tratado del socorro a los pobres, Valencia s. f.; F. DE COULANGES, La cité antique, París 1900; CÁRITAS ESPAÑOLA, Comunicación cristiana de bienes en el Antiguo Testamento, Madrid 1959; A. RUMEU DE ARMAS, Historia de la Previsión social en España, Madrid 1944; R. SIERRA BRAVO, Doctrina social y económica de los Padres de la Iglesia, Madrid 1967; H. PIRENNE, Historia económica y social de la Edad Media, Madrid' 1965; F. HERNÁNDEZ IGLESIAS, La Beneficencia en España, Madrid 1876; A. TORRES CALVO, Diccionario de textos sáciales pontificios, Madrid 1962.

 

J. E. BLANCO RODRÍGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991